No acepté la grieta de este barro, ni la altivez, ni la arrogancia de las añadas, ni el ocaso y asombrada, enajenada y soberbiame mantuve ondeando en el pantano ¿por verguenza? ¿por miedo? ¿por fatiga? los aplausos ficticios adornando las calles y este cansancio de años, a veces de domingos con su llanto de ranas y de grillos... desensillo en la proa de un campo de andares y de fríos, ya cansada de este chasis siempre con la misma cara, con los mismos brazos y las mismas piernas, con un olor a privación inútil, a manos tartamudas, a angustias y humareda, con un olor a soledad que apesta.