Me gusta escribir, mucho. No es que practique, ni nada parecido pero, cuando me encuentro mal, o quiero desahogarme, cojo un papel o, en su defecto el ordenador, y las palabras fluyen como si estuviera todo pensado. Para saber lo que pienso, basta con leer mis textos
Un día como otro cualquiera, todos juntos, reunidos, un grupo de amigos de siempre, como una tarde de tantas, en invierno, tan sólo con el calor humano que desprendían nuestros jóvenes cuerpos. Riéndonos, bebiendo, fumando, charlando... Decidimos ir a dar un paseo para que nos diera el aire. Nosotras, ese día, estábamos especialmente cansadas y, entre otras cosas, con la cabeza dándonos vueltas por fumar en un espacio cerrado. Nos íbamos para casa pero tú, como si te fuera la vida en ello, me detuviste, me pediste con un tono de melancolía en la expresión de tu cara que, por favor, me quedara contigo. Cedí, dándote a entender que tan sólo lo hacía por ti, que no me apetecía, cuando realmente lo estaba deseando. Nos sentamos juntos, solos, charlamos, y sin saber cómo o porqué, me diste la mano. Al verlas estrechadas por primera vez, mi corazón latía a un ritmo asombroso. Me tocaste el pelo. Nos levantamos, me pusiste el brazo encima para que no me alejara ni un sólo centímetro de tu cuerpo; no me importó, la verdad, deseaba que lo hicieras. Dije que me iba a casa, todos se despidieron salvo tú, me quedé callada, con aire de tristeza en la mirada, hasta que, por fin, lo dijiste, me acompañarías a casa. De camino, todo fue maravilloso, incluso al tocarme las manos y notar que las tenía frías como témpanos, tuviste la delicadeza de ofrecerme tu cazadora; yo, amablemente la rechacé, pero tú, me cogiste las manos, me dijiste que no querías verme con frío, y las introdujiste en el interior de tus bolsillos, unidas a las tuyas. Una vez dentro del portal, me miraste; te noté nervioso, avergonzado de algo que ni siquiera habías hecho aún pero deseabas que ocurriera cuanto antes. Me pediste que me despidiera y, al ver que yo no sabía como reaccionar ante esa situación, me leíste la mirada, y supiste captar el significado a la perfección. Te acercaste lentamente, inseguro, pero al sentir el calor de mi boca cerca de la tuya, me besaste. Pudimos expresar de una forma clara y precisa, lo que sentíamos el uno por el otro, nos arriesgamos a poner en peligro nuestra amistad, pero si lo hicimos fue, porque pensábamos que podríamos llegar lejos...
Un día como otro cualquiera, todos juntos, reunidos, un grupo de amigos de siempre, como una tarde de tantas, en invierno, tan sólo con el calor humano que desprendían nuestros jóvenes cuerpos. Riéndonos, bebiendo, fumando, charlando... Decidimos ir a dar un paseo para que nos diera el aire. Nosotras, ese día, estábamos especialmente cansadas y, entre otras cosas, con la cabeza dándonos vueltas por fumar en un espacio cerrado. Nos íbamos para casa pero tú, como si te fuera la vida en ello, me detuviste, me pediste con un tono de melancolía en la expresión de tu cara que, por favor, me quedara contigo. Cedí, dándote a entender que tan sólo lo hacía por ti, que no me apetecía, cuando realmente lo estaba deseando. Nos sentamos juntos, solos, charlamos, y sin saber cómo o porqué, me diste la mano. Al verlas estrechadas por primera vez, mi corazón latía a un ritmo asombroso. Me tocaste el pelo. Nos levantamos, me pusiste el brazo encima para que no me alejara ni un sólo centímetro de tu cuerpo; no me importó, la verdad, deseaba que lo hicieras. Dije que me iba a casa, todos se despidieron salvo tú, me quedé callada, con aire de tristeza en la mirada, hasta que, por fin, lo dijiste, me acompañarías a casa. De camino, todo fue maravilloso, incluso al tocarme las manos y notar que las tenía frías como témpanos, tuviste la delicadeza de ofrecerme tu cazadora; yo, amablemente la rechacé, pero tú, me cogiste las manos, me dijiste que no querías verme con frío, y las introdujiste en el interior de tus bolsillos, unidas a las tuyas. Una vez dentro del portal, me miraste; te noté nervioso, avergonzado de algo que ni siquiera habías hecho aún pero deseabas que ocurriera cuanto antes. Me pediste que me despidiera y, al ver que yo no sabía como reaccionar ante esa situación, me leíste la mirada, y supiste captar el significado a la perfección. Te acercaste lentamente, inseguro, pero al sentir el calor de mi boca cerca de la tuya, me besaste. Pudimos expresar de una forma clara y precisa, lo que sentíamos el uno por el otro, nos arriesgamos a poner en peligro nuestra amistad, pero si lo hicimos fue, porque pensábamos que podríamos llegar lejos...
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