Nov 02, 2012 Oct 24, 2012 Oct 16, 2012 Oct 15, 2012 Oct 14, 2012 Oct 13, 2012 |
ahora en saturno totalenvidia extrañade piedras y niños e inocentes prisión a prisióncélula a célulaaún con océanosy un ancla en silencio la piedra angular ha devenidouna nueva humillaciónsaturno ya no llenala envidia no alcanzauna roca observada por un niñoun inocenteuna prisión por prisiónuna célula insensata ahora en saturno totalocéanosinfinitos, únicos y celestescélula a célulaprisión a prisióncasi inocenteniño, piedra, envidia,saturno rechaza Sergio se despertó en la camilla. No podía ver nada. Llevó, por instinto, las manos al rostro. Tenía una venda en sus ojos. Una mano ajena lo instó a frenar su impulso, lo calmó. Tan joven. ¿Qué pasó? Sergio sacude la cabeza. Pero en la oscuridad, su memoria lo ve claramente. Ileana daba un concierto aquella noche. En el teatro. Un lugar que Andrea siempre le había pedido conocer. Fue por Ileana que consiguió las entradas. El dinero no alcanzaba para nada, como siempre. Ileana había vuelto del conservatorio. Tocaba el violonchelo. Se presentaba junto a una orquesta de la que jamás había oído algo. Sergio no recordaba en absoluto algo vinculado al nombre. Y había tenido las entradas en mano durante una semana. Las había visto más de una vez. Y ahora no podía recordar el estúpido nombre de la orquesta. No era importante. De seguro no era importante. No quería pensar en ello. Cuando le comentó a Andrea sobre su reencuentro con Ileana, ella se puso una furia. Mostrando los colmillos arrebató las entradas a Sergio. Andrea conocía la cercanía entre la violonchelista y su pareja. Pero eso había sido atrás, mucho tiempo atrás. Una discusión similar habían tenido, la noche que, embriagados, ella le insistió sobre aquella vieja cicatriz. Despreocupado como se hallaba, Sergio no escatimó ciertos detalles sexuales acerca de la intensidad del placer. No tan pequeño error. La botella de Cabernet que degustaban estalló en su nuca. Aquella vez se llevó la mano por instinto y la vio cubierta de sangre. Su sangre. Un segundo después se desmayó. Había despertado en el hospital aquella vez. Habían pasado un par de años. Le dieron tres puntos. Les dijo a los médicos que se había caído de una escalera, mientras cambiaba un foco. Con una sonrisa. Desconfiaron. Al final, no le creyeron. Pero regresó, y hablaron mucho con Andrea. Entre lágrimas ella le dijo estar arrepentida, le pidió sinceras disculpas. Él la abrazó, y ambos se deslizaron en el lecho que compartían, del cual no se levantaron hasta la tarde del día siguiente. Andrea se había vuelto una complaciente diosa del placer, sumisa y tentadora. Sergio se sumergió en su cuerpo, saboreando cada fracción de su amada. La amaba. De eso Sergio no tenía duda alguna. Se sucedieron peleas menores, algunos descontentos. Si bien ninguno había tenido la intensidad de aquella primera vez en el hospital. Pero al acabar aquellos malentendidos, la gratificación era inmensa. En retrospectiva, Sergio pensó que, a lo mejor, ese nivel de gratificación había descendido. Pensó también, que, a lo mejor, era su culpa. Trabajaba mucho, pero no podía permitirse grandes lujos ni para él ni para Andrea. Eso bastaría para molestarla. De seguro debió tomar la invitación a ver a Ileana como una broma de mal gusto… O, a lo mejor, un mal presagio… O, quizás, como una señal de que había que volver un poco atrás para reavivar las llamas de la pasión… Su mente giraba, la voz del otro lado debió repetirse, más fuerte. Señor Suárez, temo que ha perdido la vista. El daño hecho en sus córneas es irreparable. Llamaremos a la policía, para que denuncie a su atacante. Ojala podamos dar con él. Sergio sintió una mano en su hombro, de compasión. Luego un alivio, y los pasos alejándose en compañía. Una voz femenina, murmurando. Una verdadera lástima, doctor. Y tan joven además… Sergio sonrió. Nada más podía hacer. Desde el momento en que Andrea le arrebató las entradas y las hizo trizas entre sus manos, desde que él se enfureció y gritó y no pudo evitar la lámpara de lava dirigida directamente a su rostro, desde allí ya no pudo hacer más nada. Volvería con ella, de eso no había dudas. Se había quedado sin ojos, pero en su mente ya podía ver la pronta reconciliación. Mamá y Fernando El Hijo de Puta nos trajeron de vacaciones. A mí y a Zoe, la hijita de Fernando El Hijo de Puta. Mamá nos tomó una foto juntos y dijo que parecíamos hermanitos. Pensé que lo había dicho en broma, porque no dejaba de sonreír. Pero en realidad, no me hizo gracia. Creo que está viviendo lo más parecido a su sueño de tener una familia normal. Real. Por la sonrisa que le veo todos los días desde que llegamos, diría que sí. Fernando El Hijo de Puta también debe estar igual de contento. Pero a mi no me gusta mirarlo a la cara. Por supuesto que no me agrada en lo más mínimo. Miro a Mamá sobre todo. Cómo mira o sonríe a Fernando, cómo se esfuerza por complacerlo en cuanto puede, cómo se peina y sale de shopping con Zoe, la hijita de Fernando El Hijo de Puta, intentando ocupar el vacío que dejó su madre verdadera. Y cada cosa que Mamá quiere, la obtiene. Porque Mamá es emprendedora, fuerte, luchadora… Porque Mamá es de Escorpio. ¡Ay! Pero yo soy de Tauro… Y hay muchas actitudes que me disgustan. Mucha ropa que viste, mucho maquillaje que la transforma en una oscura caricatura… Y discutimos. Hasta sus gritos o hasta mis lágrimas… Porque Mamá es emprendedora, fuerte, luchadora. Y está bien que obtenga lo que quiere si se sacrifica por ello. O, como dice ella, si se rompe el orto. En todo caso Fernando El Hijo de Puta parece ser lo que quiere, y no le importan mis objeciones. En realidad, parece ser que a nadie le interesan. Parece que nadie está dispuesto a considerar serios los puntos de vista de un chico de catorce años. Está bien. Que así sea. Que nadie me escuche. Anoche le hablé de estas cosas a Zoe. Elegí bien mis palabras, no me interesa que sepa quién es Fernando El Hijo de Puta, simplemente le hablo de mi Mamá. Ella me escucha, atenta. Supongo que me entiende, pero no dice gran cosa. La mayor parte del tiempo interrumpe con preguntas. Tiene siete años. Y me quedé hasta tarde murmurándole mis pensamientos, y yo le que yo pensaba de mi Mamá, y ella quedó en tal silencio que, en cierto momento, la creí dormida. Pero no lo estaba. Quedamos en silencio, en la penumbra de nuestro cuarto vi sus ojos abiertos. Y el silencio fue interrumpido. Quejidos, gemidos y gruñidos… Apenas sofocados por las paredes del hotel. Claro que yo me di cuenta de inmediato lo que estaban haciendo. Y me enojé todavía más. Con Mamá. Y con Fernando El Hijo de Puta. Zoe tenía los ojitos bien abiertos, escuchaba los ruidos, parecía aterrada. Salí de mi cama y me metí en la suya. Automáticamente, saltó hacia mi cuello, esperando protección. La abracé y le susurré lentamente: -No te asustes. No pasa nada. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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