Jueves, 13 de agosto, del 2009. Cuando abrí los ojos, ya no estaba allí. Miré en todas direcciones, pero nada le daba un indicio de qué era lo que estaba ocurriendo. No reconocía a las personas que pasaban junto a mí y ellas tampoco parecían verme. ¿Qué hacía allí? ¿Cómo había llegado hasta ese lugar? Como si se tratara de una respuesta, el sonido de una motocicleta acercándose a toda velocidad, rasgó el aire. Dos personas iban en ella. La segunda parecía tratarse de una muchacha, se sujetaba de la cintura del conductor y apoyaba su barbilla en su hombro. Quise voltear, para ver qué dirección tomaba el vehículo, pero para cuando lo intenté, otro sonido ya había rasgado el aire: un grito de espanto. Entonces el ruido del metal estrellándose me dio las respuestas que buscaba. Y no me atreví a mirar. Sábado, 25 de septiembre, 2010. El reloj de la pared marcaba casi las tres de la madrugada, pero su lámpara seguía encendida en el velador. La muchacha se hallaba acurrucada en un lado de la cama, sin atreverse a voltear por temor a comprobar lo que ya sabía: estaba sola. Kevin ya no estaba allí. ‘Te extraño, siento que no tengo una dirección. Todos mis sueños ya no son lo mismo. Nada de lo que hago tiene sentido. Cuando camino por la casa, sólo me acompaña en eco de mis pasos y ya no sé qué hacer para calmar el vacío que siento en el pecho. Te necesito. Necesito sentir tus brazos otra vez rodeándome. Por favor, ¿qué tengo que hacer para tenerte otra vez? ¿Cómo pude perder mi vida entera en una noche y continuar existiendo de esta forma? Mírame, apenas soy la sombra de lo que alguna vez fui. Esto no es vivir, mi amor. Sin ti, la vida, no es vida. Son apenas minutos que el reloj alarga innecesariamente’. Ésas habían sido las últimas palabras que había escrito en su diario esa noche, antes de abrazar la almohada y ahogar sus lágrimas en ella. El teléfono sonó, pero no quiso coger la llamada. ¿Para qué? Podría apostar que sólo se trataba de algún otro estúpido amigo intentando sacarle de allí para llevarla a algún lugar sin sentido. ¿Es que acaso no respetaban su dolor? ¿Acaso no se daban cuenta que un año no era suficiente para dejar ir a Kevin? La contestadora dio la señal y la voz de Angie se hizo oír. - Karina, sé que estás allí- reclamó, con su característica voz irritada- Es más, sé que aún estás despierta- dejó escapar un suspiro y esperó un segundo, seguramente, con la esperanza de que Kary levantara el teléfono- Bien, si no quieres hablar, no lo hagas, pero tendrás que escucharme- le advirtió, con mal humor- ¿Qué pretendes, ah? ¿Cómo no entiendes que la vida continúa? ¿Qué ganas quedándote encerrada allí? Al menos… al menos deberías retomar la Universidad, sabes que te hará bien. - Fácil decirlo cuando tienes a tu Joseph y planeas una boda, ¿no?- masculló Kary, con ironía, sin dejar de ocultar su rostro en la almohada. - Cariño, sé que te duele, pero ya es tiempo de dejarlo ir, ¿no crees? - ¿Qué sabes tú acerca del dolor?- bien, no podía ser así de injusta: Angie acababa de perder un bebé de apenas tres meses de gestación, pero… ¡argh! ¡No era lo mismo! ¡Simplemente no era lo mismo!- Sigues teniendo a Joseph. Un nuevo sollozo escapó de sus labios y del otro lado de la línea, Angie, dejó escapar otro suspiro, esta vez, resignado. - Kevin no hubiera querido esto, cariño- murmuró su amiga, y la tristeza se coló en sus palabras- Sabes que no le hubiera gustado que… - ¡NO! ¡No lo sé, maldita sea! ¡No lo sé, porque no está aquí para decírmelo! ¡No está aquí para decirme qué le gustaría hacer! ¡No está aquí para abrazarme, ni besarme, ni acompañarme en las noches!- exclamó Kary, explotando y lanzando el teléfono hasta el otro lado de la habitación, donde se hizo trizas en el suelo- No está, no está aquí conmigo- repetía una y otra vez, sin dejar las lágrimas. Una brisa de aire se coló por la ventana del balcón, entreabierta. Viernes, 05 de noviembre del 2010. ‘Hoy creí verte en la calle, ¿sabes? Iba a cruzar, pensando en que hoy es tu cumpleaños, no me fijé y… casi me atropellan, pero justo entonces creí verte y quise seguirte. Cuando llegué al parque, me di cuenta que sólo había sido mi imaginación. Me siento sola. Quiero verte otra vez. ¿Por qué tuviste que dejarme, ah? ¿Por qué no luchaste para quedarte conmigo? Hay veces en que siento que te odio porque te atreviste a dejarme sola. Me lo habías prometido. Prometiste que jamás me dejarías’. Sin querer escribir más, dejó el diario sobre el velador y se encogió en su lado de la cama. Esa noche ni siquiera habría lágrimas. Odiaba demasiado al mundo, odiaba demasiado cada segundo que transcurría en él, como para desear llorar. Todos aquellos malditos segundos estaban acabando con ella de la peor forma, pues iban unos tras otros recordándole lo sola que estaba. Viernes, 05 de noviembre del 2010. ¡Y jamás lo he hecho! ¿Acaso no te das cuenta de que estoy aquí a cada segundo? ¿Acaso no me sientes a tu lado? Hoy sí me viste. Fui yo quien te detuvo. Fui yo quien… ¡argh! ¡Estoy aquí, maldita sea! ¿Cómo no lo ves? ¿Crees que yo elegí esto? ¿Crees que para mí no es una tortura verte así y no poder hacer nada para consolarte? Pero te encerraste en ti misma. Te cerraste al mundo y a las oportunidades. Ya no eres más que un reloj contando los segundos que pasan, sin hacer nada por vivirlos. Y… a cada segundo que pasa, dejas de ser mi Kary. Noche del viernes, 31 de diciembre del 2010. 10, 9, 8… Desde allí podía escuchar cómo todos sus vecinos contaban los segundos que quedaban para pasar al siguiente año, reunidos en la calle. … 7, 6, 5… ¿Por qué no se irían a molestar a otro lado? ¿Acaso no entendían que había personas que necesitaban dormir? … 4, 3… Tic- tac… Tic- tac… Las manecillas del reloj colgado en la pared, parecían resonar por toda la habitación, más fuerte que nunca. ¿Ahora hasta su propia casa le torturaba? … 2, 1… Un gran alboroto en la calle le dio la bienvenida al nuevo año, mientras Kary ocultaba su cabeza bajo las almohadas y gruñía entre dientes. Estúpido tiempo sin importancia. Sábado, 16 de abril del 2011. Otra vez la contestadora. - Kary… ¿vendrás?- la voz de Angie sonaba cansada del otro lado de la línea, como si ya no quisiera insistir más sobre el tema, y, aún así, no se daba por vencida- Necesito que me confirmes o… - un suspiro- Cariño, no quiero tener que colocar a otra persona en ese lugar, sabes que…- dejó la frase en el aire, sin saber cómo continuar- Es un niño hermoso, ven, ¿quieres? - Merece una madrina mejor- murmuró Kary, dejando su taza de café sobre el velador y buscando unas pastillas para dormir en el cajón- Ve y busca a otra. - ¿Al menos me estás escuchando?- murmuró su amiga, intentando no sonar irritada- Kary, por favor, ven, ¿sí? Kale quiere conocerte, es un bebé maravilloso. Quiero que seas su madrina. Te esperamos mañana. El tono marcó que la ‘conversación’ ya había terminado y Kary dejó escapar un suspiro. ¿Madrina? ¿En qué cabeza entraba nombrarle madrina a ella de un bebé? Claro, luego de tanto tiempo, casi había olvidado que Angie estaba algo zafada de la cabeza. De otra forma, jamás hubiera nombrado madrina de su primer bebé a una persona que no veía hace casi dos años. Ni siquiera había asistido a su boda. Sábado, 16 de abril del 2011. Irás a ese bautizo, aunque tenga que llevarte a la rastra. ¿Qué pretendes, ah? ¿Quedarte aquí hasta que seas una anciana si ver nada de la vida? Ya me tienes harto. Saldrás de aquí, a como dé lugar. Domingo, 17 de abril del 2011. ¡Argh! ¿Por qué entraba viento por la ventana a esa hora? Con un gruñido, Kary se incorporó sobre la cama y miró en la dirección en que se hallaba el balcón, sólo para encontrarse con que todo estaba tal como ella lo había dejado en la noche: cerrado. Ni una sola brisa de viento agitaba las cortinas. ¿Qué? ¿Acaso se estaba volviendo loca? Lo que le faltaba era comenzar a alucinar con cosas que en realidad no ocurrían, pensó con ironía, mientas se colocaba en pie para asegurarse que no existiera una rendija por la cual se colara el aire. Nada. Si seguía así, terminaría un hospital psiquiátrico, estaba segura. Estaba recién amaneciendo, por lo que se dispuso a regresar a la cama y cubrirse con las cobijas, pero justo cuando puso la mano sobre las mantas para apartarlas, nuevamente se hizo sentir aquella extraña brisa. - ¿Pero qué rayos…?- masculló, rodeándose con los brazos y mirando otra vez en dirección a la ventana. Nada. Sí, estaba perdiendo la razón, dictaminó llevándose una mano a la cabeza. Entonces, cuando su mirada barrió la habitación, dio con el parte de bautizo que le había enviado Angie. ¿Cómo había llegado hasta allí? Estaba segura de haberlo guardado en la parte alta del armario, junto con las demás cosas olvidadas. Intentó ignorar el hecho y regresar a la cama, pero entonces se dio cuenta que algo asomaba bajo la invitación. Una fotografía. Y no cualquier fotografía. Era la que se habían sacado Kevin y ella el día en que se habían comprometido; estaban en aquella playa solitaria, ella besaba su mejilla y él miraba a la cámara sin dejar de sonreír; no podía existir en el mundo una pareja más feliz que ellos en aquel minuto. Luego, su boda, había sido discreta; no muchos invitados, sólo algunos familiares y amigos. Entre ellos, Angie. Un suspiro surgió de sus labios. Debía estar loca para hacer algo así. - ¡Kary! – de pronto, una cabellera castaña le impedía ver y unos brazos delicados le abrazaban con torpeza- ¡Dios! ¡No puedo creer que estés aquí finalmente!- sí, Angie continuaba tan loca como antes, sentenció Kary, devolviéndole el abrazo con algo de incomodidad- Joe quería matarme porque no había querido pedirle a nadie más que ocupara tu lugar, mantenía la esperanza de que llegaras a tiempo. - Pues… aquí estoy, ¿no?- respondió Kary, algo avergonzada, pues de repente se daba cuenta que no había llevado un presente para su futuro ahijado. Allí ya había un gran montón de obsequios. Ella era, probablemente, la única capaz de olvidar algo así. - Sí, sí, sí- exclamó su amiga, con notable buen humor, mientras la arrastraba entre los invitados- Ven, te presentaré a Kale, es el bebé más hermoso que de seguro has visto. Aunque su ánimo no era el mejor, después de todo, Kary no pudo evitar sonreír al ver el entusiasmo y la ternura con que su amiga hablaba de su bebé. Se imaginaba que ella hubiera sido igual de haber tenido un hijo o hija con Kevin, pero, claro, ni siquiera eso tenía. Ni siquiera eso le había dejado. Últimamente, había llegado a la conclusión que odiaba a Kevin. Lo odiaba por dejarle allí. Porque la había olvidado allí, no la había llevado con él, y la había abandonado en la soledad, aún cuando había prometido ante Dios que jamás le defraudaría. Tontas promesas sin sentido. Jamás debería haber confiado su corazón en una sola persona. Jamás debería haberle entregado todo. - Míralo- murmuró Angie, tomando con cuidado al pequeño bebé entre sus brazos- Míralo y dime si no es el bebé más hermoso que has visto en toda tu vida. Contrario a lo que su amiga le había pedido, Kary no centró su atención en el pequeño, sino en ella. Se preguntó si, de haberse encontrado Kevin allí, ella también hubiera tenido las mejillas sonrosadas de aquella forma, si sus ojos también hubieran brillado en todo momento, si sus labios hubiesen parecido curvados en una sonrisa, aún cuando no sonreía, si hubiera desbordado toda aquella paz y tranquilidad que su amiga desprendía hasta por los poros. Y conocía bien la respuesta. Sí. Si Kevin se hubiera encontrado allí, todo eso sería posible. Pero él no estaba, jamás lo estaría otra vez. - ¿Aún duerme ese perezoso?- Joe, el esposo de Angie, había aparecido tras ella y había depositado un beso tierno en su hombro- ¿Acaso no piensa saludar a todos sus invitados?- murmuró, rodeando la cintura de su esposa con un brazo y alargando el otro para acariciar el rostro del bebé- Todos vinieron a verle, y él no ha visto a nadie. Bastó ese cuadro: ver a Joe y Angie riendo con ternura, contemplando a su pequeño bebé con adoración, para comprender que no podría soportarlo. No podría soportar toda una ceremonia, con celebración incluida, sin sentir que ella era una imagen en blanco y negro, entre todos aquellos invitados relucientes. Y, sin más, echó a correr. Escuchó la voz de su amiga, intentando detenerle, pero no quiso obedecer. No, no sería lo suficientemente egoísta como para arruinar su día. Y eso sería precisamente lo que conseguiría quedándose allí. Sin pensarlo, salió de la iglesia corriendo. El sonido de sus pasos en las escalinatas de piedra le recordaron al reloj de su pared, ése que había pasado tardes enteras contemplando, sólo que iba un poco más acelerado y dispar. No sabía qué ocurría con ella, por qué de pronto sentía aquella necesidad de alejarse de aquel lugar. Quería irse lejos de allí, lejos de todos. No podía continuar allí, sin sentir que se desmoronaba por dentro. Quería comenzar otra vez. Necesitaba comenzar otra vez. Ahora se daba cuenta que… un día despertaría y las oportunidades se habrían ido, todo habría acabado… …y ahogó un grito cuando un auto frenó abruptamente. Unos brazos le habían detenido justo a tiempo. Esos mismos brazos le estrechaban con una delicada fuerza contra el cuerpo de su dueño. Quiso abrir los ojos y comprobar que nada malo le hubiera ocurrido, pero él se lo impidió. - No, no mires- suplicó él, con un dejo de ternura y… ¿tristeza?- No tienes que mirar, tendrás miedo. - P-pero… - no pudo continuar, de repente, se sentía entumecida y se rodeó el cuerpo con los brazos, frotándose los costados, intentando ahuyentar aquella extraña sensación. - Tranquila, el frío también se irá pronto. - ¿Cómo sabes que tengo frío? - Porque yo también lo tuve cuando ocurrió. Recién entonces, Kary alzó el rostro y pudo ver a quien le había rescatado. Era Kevin. Un momento, ¿Kevin? ¿Cómo podía estar Kevin allí? ¿Cómo podía verle, si él estaba…? - Te dije que no miraras- la regañó él, al ver la expresión en su rostro cuando volteó y vio su propio cuerpo allí tendido. - P-pero… ¿cómo…? ¿qué…?- Kary no sabía qué se suponía que debía hacer o preguntar en realidad- ¿Cómo es que estás aquí? ¿Cómo es que puedo verte? Una sonrisa a medias curvó los labios de Kevin, mientras sus dedos acariciaban aquella piel que hacía tiempo le estaba prohibido tocar. Sin poder evitarlo, Kary cerró los ojos al sentir su roce. - ¿De verdad creíste que te abandonaría sólo porque no podías verme?- inquirió él, con un dejo de tristeza- ¿Tan poco confiabas en mí? - ¿Qué? No, no, no, claro que no- balbuceó Kary, abriendo los ojos, con expresión asustada, y aferrándose a él con fuerza- Es sólo que… no sabía qué hacer, cómo… cómo continuar adelante sin ti, sin tu compañía y… - Lo sé, lo sé- aseguró Kevin, estrechándole contra su cuerpo con cuidado y besando su frente- Tenías miedo. Siempre tuviste miedo, pero… tus sueños siguen ahí, cariño, esperando por ti. - ¿Siguen? Pero… - Aún puedes elegir, mi amor- murmuró él, apartándole de sí un poco para mirarle a los ojos- Puedes quedarte, si así lo deseas. Y, antes de que digas cualquier cosa, quiero que sepas que no estarás sola, ¿entendido? Jamás pienses que estarás sola porque… - No es lo mismo- repuso Kary, sin dejarle continuar- No puedo verte, no puedo escuchar tus pasos, no puedo sentir tus caricias, ni… - Aún hay algo preparado para ti- le interrumpió Kevin- Hay unos niños preciosos y esa familia que siempre soñaste. - ¿Cómo que…? - No puedo contarte más, pero debes decidir pronto, el tiempo no son segundos interminables, tal como creías. Una sonrisa avergonzada surgió en los labios de Kary. - Lo he hecho fatal, ¿no? Por toda respuesta, Kevin soltó una risita entre dientes y cerró los ojos antes de rozar ligeramente sus labios. No era precisamente un beso. Al menos, no de la forma en que ella los recordaba, pero sí había bastado para llenarle de paz otra vez; aquella tranquilidad que había creído perder para siempre, había regresado con aquel ligero soplo de su aliento que le había llegado hasta los pulmones, como si por fin se hubiera quitado todo aquel dolor de encima. - A las personas buenas, le ocurren cosas buenas- susurró él, aún sobre sus labios- Tú me dijiste eso un día- le recordó, acomodándole un mechón de cabello- Ahora… sé buena chica y ve por ellas, ¿está bien? - Tengo miedo. - Estaré siempre ahí. - ¿Lo prometes? - Lo juro- afirmó él, y, entonces, extendió aquellas enormes alas blancas que había mantenido ocultas tras su espalda- Jamás te he dejado y jamás lo haré. Kary sonrió. - Siempre debí haber sospechado que terminarías así- bromeó, meneando la cabeza- ¿Entonces? ¿Prometes también que habrán niños? - Serán dos, pero ya no puedo dar más detalles. - Si no hay niños, estás muerto. - Ya había olvidado tu burdo sentido del humor- ironizó Kevin, rodando los ojos- Tú sólo ve. - Te amo. - Y yo, siempre. Miércoles, 12 de diciembre del 2012. Las risas inundaban el lugar. Le costaba trabajo respirar y luchaba con manotazos para librarse de él. - ¡Suéltame! ¡Taylor, suéltame!- exclamó Kary, con voz ahogada, debido a las carcajadas que surgían de su garganta- ¡Suéltame! - Nada de eso- repuso él, atrapándola mejor contra el colchón y rozando su nariz- Y ya deja de gritar, despertarás a Kale, y, entonces, Joe y Angie, nunca más nos dejarán cuidar de él. - Entonces deja de hacerme cosquillas- reclamó ella, intentando respirar otra vez con calma- Será TU culpa si nuestro ahijado despierta a media noche y no vuelve a dormirse. Taylor rodó los ojos y se acomodó a su lado, abrazándole por fin con ternura. - Aceptar ser el padrino de ese pequeño, definitivamente ha sido la mejor decisión que he tomado en la vida- murmuró, enlazando sus dedos y alzando el rostro para depositar un beso en su mejilla- Aún no puedo creer que te conociera en una ambulancia, no sabes el susto que me llevé cuando pensé que el amor de mi vida se moriría, sin siquiera tener oportunidad de declararle mi amor eterno. Kary sonrió con un dejo de diversión, pero luego suspiró y beso su coronilla, en cuanto él apoyó su cabeza en su pecho. - Jamás olvidaré ese día- aseguró, acariciando su espalda desnuda con delicadeza- Aquel día sólo ocurrieron cosas buenas. - ¿Llamas bueno a casi morir?- inquirió él, con un dejo de ironía- Sí, tal vez aquel golpe te dejó así. - No te burles- reclamó Kary, golpeándolo delicadamente- Hablaba en serio. Él frunció un poco el ceño, sin comprender del todo de qué rayos le hablaba Kary, pero se limitó a guardar silencio. Sabía que había cosas que jamás llegaría a entender, pero que era mejor dejar así. Ambos tenían una historia, pero la única que a él le importaba, era la que habían comenzado juntos. La que había comenzado aquel día, cuando le había visto tendida en el suelo y había sabido que tenía que ayudarle a vivir, porque su vida sería para él. - Tal vez tienes razón- aceptó, luego de varios minutos en silencio- Después de todo, aquel día te conocí, ¿no? Y…- apartó un poco su cabeza de su pecho para poder mirarle a la cara-… eso es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. Kary sonrió con ternura y alcanzó sus labios para besarle. Agradecía la oportunidad de continuar allí. Agradecía cada minuto, cada segundo insignificante, porque tenía motivos para vivir. Dos grandes motivos. - Hay algo que aún no sabes- murmuró sobre los labios de Taylor, con algo de nerviosismo- Quería esperar a navidad para contarte, pero… - Estás embarazada- adivinó él, rozando su nariz y acariciando su vientre con ternura, por sobre la sábana blanca que cubría su piel- Estás esperando nuestro primer bebé. - ¿Cómo lo sabes?- inquirió Kary, mirándole con los ojos entrecerrados. - Lo soñé hace un par de días. ‘Kevin’, masculló ella mentalmente. Nada se le pasaba a ese ángel guardián intruso. Podrías, al menos, dejarme esta sorpresa a mí, ¿no crees? Pero así no hubiera sido divertido para mí. Desde que Taylor llegó, casi no tengo trabajo. Suerte que ahora llegará ese bebé, así podré cuidarle. - ¿Qué haces aquí? Su voz atravesó la habitación como un susurro apenas audible, demasiado débil, y Kevin tuvo que agudizar al máximo su audición para poder captar las palabras. - ¿Por qué te fuiste de esa manera?- inquirió, sin responder a su pregunta- ¿Por qué no me lo dijiste aquel día? - ¿Y para qué?- masculló ella, con un dejo de ironía, mientras su mirada se apartaba en dirección a la ventana, para de esa forma evitar aquellos ojos verdes, pues siempre había creído que tenían la capacidad de ver incluso a través de ella y descifrarla sin mayores problemas- ¿De qué hubiera servido? ¿Acaso te hubiera gustado saber… esto? Un suspiro escapó de los labios del muchacho, sin saber qué decir ante una situación como aquella. No podía creer que eso estuviera ocurriendo. Su mente no alcanzaba a concebir que la vida de Kary se estuviera esfumando allí mismo ante sus ojos, sin que él pudiera hacer algo para evitarlo, para luchar, para… ¡maldita sea! ¡Para retenerla allí a su lado! Todo cuanto podía hacer era permanecer allí a su lado, esperando… Esperando lo inevitable. Siendo un testigo de cómo cada vez parecía más pálida y cansada, de cómo cada vez parecía costarle aún más trabajo poder hablar, poder alimentarse, incluso… respirar. La vida se le iba a cada segundo y se le iba sin él. Miles de imágenes se cruzaban en su mente, agolpándose las unas con las otras y arremolinándose, consiguiendo que todo fuera aún más confuso. Pero en esas imágenes Kary no estaba así: pálida, ojerosa, conectada a máquinas y con agujas penetrando su piel para mantenerle hidratada y nutrida. No. En aquellas imágenes ella estaba llena de vida, riendo, jugando, corriendo con él a orillas del mar, chapoteando en el agua, sin que nada opacara el brillo de felicidad que resplandecía en su mirada… - Todas esas veces… todas aquellas salidas…- balbuceó Kevin, y, sin saber cómo continuar, se llevó las manos a la cabeza y revolvió sus rizos con desesperación- ¡Maldita sea, Karina! ¡Debiste decírmelo entonces! ¡Yo debía saberlo para cuidarte! ¡Para…!- se cubrió los ojos con las manos para que no le viera llorar, pero carecía de sentido, pues los sollozos escapaban de su garganta sin que nada pudiera evitarlo- ¿Cómo…? ¿Cómo… no se te ocurrió pensar que… todo aquello sólo te afectaría más? Yo debí… No pudo continuar. Sin saber cómo, había terminado con el rostro oculto contra su vientre, abrazándola por sobre las cobijas, aferrándose a ella, como si de alguna forma eso le ayudara a aferrarla también a la vida. - Eso me hacía feliz entonces- murmuró Kary, acariciando sus rizos con ternura y luchando para que no se le quebrara la voz- Necesitaba todo eso para mantenerme viva, te necesitaba. Kevin alzó el rostro y se limpió las lágrimas que le impedían verle con claridad, pero todo era inútil: cada vez que las limpiaba, unas nuevas aparecían de inmediato para remplazarlas. - Yo debí cuidarte- repitió una vez más, intentando controlar sus sollozos- Debí… - Lo hiciste- lo interrumpió ella, acariciando su rostro e intentando sonreír para tranquilizarlo- Me cuidaste a tu manera, como sólo tú podías hacerlo. Y… me regalaste los mejores meses de mi vida- añadió, con un dejo de añoranza al recordar aquel tiempo que habían compartido. - Pero… - Ahora yo cuidaré de ti- continuó Kary, secándole las lágrimas con delicadeza- Pero… lo haré a mi manera, ¿está bien? - ¿A tu manera?- repitió Kevin, frunciendo el ceño, algo confundido. - Ajá- susurró ella- A mi manera, de la única forma en que podré hacerlo de ahora en adelante. Kevin sintió que el corazón se le encogía en el pecho al ver cómo la mirada de su esposa se dirigía con un dejo de tristeza hacia el techo, porque sabía bien que en realidad no hacía alusión a aquella parte de la construcción del hospital, sino a lo que estaba más allá, más arriba… El cielo. - No, no, cariño- susurró, sujetando su rostro casi con desesperación, como si en cualquier momento se le fuera a ir de las manos, como si en cualquier momento alguien se la fuera a arrebatar sin más- No digas esas cosas, tú estarás bien… Encontraremos una solución para esto, ¿entendido? Buscaré especialistas, buscaré un… Kary meneó la cabeza con tristeza y posó un dedo sobre sus labios para acallarlo. Ella lo sabía bien y ya estaba resignada: no existía cura. Moriría dentro de pocos meses, incluso tal vez no le quedaban más que unos días. - ¿Harías algo por mí?- suplicó, maravillándose una vez más de lo trasparentes que resultaban aquellos ojos verdes: reflejaban tanto amor y adoración por ella, que siempre se preguntaba qué era lo que había hecho para merecerlo. - Lo que sea, lo que quieras, mi amor- respondió él, sin pensarlo, mientras tomaba sus manos entre las suyas y las besaba- Dime qué es lo que quieres y lo haré por ti. - Vete, déjame sola. Kevin frunció el ceño. - ¿Necesitas descansar?- inquirió, aunque en el fondo sabía que la respuesta era otra- Si quieres dormir, puedo quedarme aquí en silencio y… - Vete- repitió Kary, mirándolo fijamente e intentando que aquel nudo en su garganta no desembocara en lágrimas- Vete y no vuelvas a este lugar, no quiero que… - No- fue la tajante respuesta de Kevin- No te dejaré ahora que por fin te he encontrado otra vez, no después de todos estos meses sin saber de ti. Kary sabía bien que él no cambiaría de opinión así como así, sabía que se aferraría a la estúpida idea de permanecer allí con ella hasta el final, pero también sabía que no podía permitirlo, no podía permitir que él pasara por todo eso, que fuera testigo de todo aquello… … no podía sumarle aún más dolor. - Cuando…- tuvo que tomar aire para despejar en algo el nudo que a cada segundo crecía más y más en su garganta-… cuando me marché de casa hace un par de meses, lo hice precisamente porque… quería ahorrarte esto.- un suspiro surgió de sus labios y miró en otra dirección- Yo fui injusta contigo, Kevin, y siempre lo supe… Fui demasiado cruel y egoísta, te necesitaba demasiado como para pensar en… - ¿Q-qué? ¿De qué hablas, cariño?- balbuceó él, tomando su barbilla para que lo mirara a los ojos, pero todo era inútil: Kary simplemente se empecinaba en continuar mirando en dirección a la ventanilla. Otra vez su voz se había convertido en apenas un hilo, demasiado débil y casi inaudible. - Siempre… siempre lo supe- confesó ella, sin atreverse a mirarle a la cara- Siempre…- un sollozo ahogo su voz y tuvo que tomar aire para continuar-… desde mucho antes de casarnos, desde… desde que nos conocimos. ¿Qué? ¿Qué era lo que Kary estaba diciendo? ¿Cómo que…? ¡Eso era imposible! ¿Cómo que siempre lo había sabido? ¿Entonces por qué se lo había ocultado? ¿Por qué le había ocultado la existencia de aquel tumor en su cerebro que llevaba años matándole, robándole la vida? - Pensé… pensé que podría controlarlo, mientras salíamos- continuó Kary, cerrando los ojos con fuerza para controlar las lágrimas- Pensé que… que sería algo sin importancia, me convencí a mí misma de que sólo sería algo pasajero y que luego ambos lo olvidaríamos, pero…- la primera lágrima corrió por su mejilla, perdiéndose en su cuello hasta ir a dar a la almohada- Pero… claro, me equivoqué- se secó el rostro para que Kevin no la viera llorar y sonrió a medias al recordar cómo había sido su vida hacía apenas un año atrás. El tiempo le parecía algo tan extraño, misterioso y valioso ahora. ¡Justo ahora que ya no lo tenía! ¡Justo ahora que se había convertido en su peor enemigo! Sí, porque el tiempo se alzaba ante ella amenazante, intimidante, queriendo arrebatarle todo cuanto quería: el amor y la compañía de Kevin. El tiempo para ellos ya no existía. Ya no existían las posibilidades, ya no existían las oportunidades, ni los planes, ni los sueños, ni… nada. Simplemente todo había acabado. - Entonces… ¿por qué…?- comenzó a decir Kevin, pero ella lo interrumpió, continuando con su relato, como si jamás se hubiera detenido en sus pensamientos. - Luego ya era demasiado tarde…- suspiró, apretando los dientes para que su voz no sonara tan quebrada-… para cuando quise darme cuenta, para cuando quise retroceder y alejarme de ti, me di cuenta de que te amaba demasiado como para dejarte ir- una nueva lágrima surgió y se maldijo mentalmente por ser tan sensible, no quería complicarle aún más las cosas a Kevin en aquel momento con su llanto- Y… y entonces ocurrió lo que jamás imaginé: me pediste matrimonio.- no pudo evitar una sonrisa al recordar aquella noche mágica en que todo había ocurrido: las estrellas, el sonido del mar, la fogata ante ellos, los susurros… todo había sido tan perfecto- Y… ¡lo siento tanto, Kevin! ¡Debí decírtelo entonces! ¡Aún estábamos a tiempo! ¡Aún había tiempo para ti!- tuvo que morderse el labio para ahogar un sollozo, pero su respiración ya se había vuelto algo irregular y forzosa- Todo… todo lo que sabía en aquel momento era que lo quería: deseaba con todo mi corazón poder compartir el resto de mi vida contigo… aunque ese resto fueran sólo unos meses y lo supiera bien, así que dije ‘¿por qué no?’- se limpió las nuevas lágrimas que habían surgido de sus ojos y por fin se atrevió a mirarlo con angustia, con suplicio- Lo siento… fui egoísta, ya lo sé. Sólo pensé en mí, pensé en… en que no quería perderme la oportunidad de amar, de vivir. Sé que debí decírtelo, pero… - Te amo. Como cada vez que Kevin pronunciaba aquellas palabras, los labios de Kary se curvaron en una sonrisa automática y llena de felicidad. Aunque no hubo mucho tiempo para que permaneciera allí dibujada, pues a los pocos segundos sus labios se hallaban mucho mejor ocupados por los suyos, en un beso lento, dulce y cargado de amor… Un beso que sólo él podía conseguir, un beso perfecto. El último beso perfecto. - Te amo- repitió él, en un susurro, mientras juntaban sus frentes- No, cariño, no llores- suplicó, secando su rostro con algo de torpeza. - T-tengo miedo… - No debes tener miedo- aseguró Kevin, besando la punta de su nariz con ternura- Sabes que no te dejaré sola ni un segundo, sabes que… - Por eso tengo miedo- susurró ella, mirándole fijamente a los ojos y acariciando su rostro una y otra vez, memorizando con sus dedos cada detalle, cada centímetro de piel- No quiero que sufras. No te mereces más dolor por mi culpa… - Mi amor, no es… - No te atrevas a decir que no es mi culpa- lo interrumpió Kary, adelantándose a sus palabras- Por favor, vete. - No. - Vete. - No. - ¡Vete, maldita sea!- explotó ella, estallando en llanto- ¿¡Qué tengo que hacer para que te marches de una vez!? ¿¡Qué tengo que hacer para que no te quedes ahí viéndome morir!? ¿¡Qué acaso no te das cuenta!? ¡Voy a morir! ¡No voy a salir de ésta! Vio que Kevin se acercaba con la intención de abrazarle y, de seguro, de besarle también, pero lo apartó de ella con fuerza, empujándolo por los hombros y obligándole a retroceder varios pasos debido a su brusquedad. - ¿Acaso nadie te lo ha dicho, Kevin?- murmuró Kary, rodeándose el cuerpo con los brazos y mirando nuevamente hacia la ventana para ocultar su llanto, aunque su voz y sus sollozos la delataban por completo- Lo peor de esta enfermedad no es la muerte. Aceptaría que te quedes si sólo se tratara de esto, pero… pero no puedo aceptar que sufras aún más. - ¿A-aún más…?- repitió él, con un hilo de voz. ¿Qué podía ser peor que la muerte? ¿Qué? - Dentro de… - otra vez aquel nudo incómodo y doloroso que le impedía continuar hablando-… dentro de poco tiempo este tumor comenzará a… degenerar las funciones de mi cerebro, partiendo por las más esenciales como la memoria. - ¿La memoria? La muchacha sólo asintió en silencio, incapaz de aclarar en voz alta aquello que ya sabía bien y que de seguro Kevin estaba comprendiendo por sí solo, luego de sus palabras. Lo primero el olvidar serían los recuerdos más recientes, aquellos que su cerebro había registrado último y que no formaban parte de toda su vida. Entre aquellos recuerdos estaba él. Kevin. - Yo… yo no me daré cuenta de que me has dejado. Para mí… para mí será como si nunca hubieras existido… como si jamás hubieras formado parte de… mi vida- susurró, intentando alzar un poco más la voz, pero era imposible: el nudo hacía que las palabras apenas surgieran de su garganta- Yo… no sufriré. Ni siquiera… ni siquiera sentiré dolor porque me anestesiarán, pero…- una lágrima silenciosa corrió por su mejilla y un rayo de sol la iluminó, arrancándole extraños destellos a la gota salada-… pero tú sí. Querrás verme y no te reconoceré, querrás hablarme y me asustaré de ti, querrás abrazarme y… Sus brazos ya estaban abrazándole. Sin poder evitarlo, volteó y se aferró a él con fuerza, intentando grabar todos los detalles posibles en su memoria, intentando convencerse de que jamás sería capaz de olvidar algo así: su calidez, su protección, su fuerza, la ternura… él. Alzó el rostro y le besó delicadamente, sintiendo que las lágrimas de ambos se fundían entre sus labios, saladas, cargadas de angustia. Aquel era un beso amargo. - Q-quiero… quiero que te quedes con este recuerdo, ¿está bien?- suplicó, limpiándole el rostro y alzando la mirada para encontrarse con sus ojos verdes- Si… si me amas, hazlo por mí: recuérdame así. Tú que sí podrás guardar recuerdos de nuestro amor, guárdalos así: hermosos, dulces, perfectos. - Sabes que será perfecto como sea- repuso él, intentando persuadirle, pero sabía que sería imposible- Sabes que… - Pero yo quiero que sea perfecto a mi manera, por favor, ¿sí?- susurró Kary, sonriendo a medias- Quiero que cada vez que cierres los ojos escuches mi risa, no mi llanto. Quiero que recuerdes mi voz diciendo cuánto te amo, no… no alejándote con gritos, como a un extraño… Y quiero que recuerdes mi cuerpo entre tus brazos así: dócil, tierno, confiado… tuyo; no pataleando cada vez que intentes acercarte… ¿Me puedes dar ese último regalo? Por toda respuesta obtuvo un beso silencioso, el susurro de su voz diciendo ‘te amo’ y el chirrido de la puerta cerrándose tras él, sin siquiera voltear. Pero no le dolió que no volteara, sabía que, de haberlo hecho, ambos hubieran sido incapaces de despedirse realmente. Era mejor así. - Aún te recuerdo- susurró él, dejando una rosa blanca sobre su lápida. Eran sus flores preferidas. - Recuerdo tu risa, tu voz diciendo que me amas, tu cuerpo frágil y confiado durmiendo entre mis brazos… ‘Y yo a ti, cariño. Jamás podría olvidarte, jamás podría dejarte’ - Tal vez debí quedarme allí contigo- murmuró Kevin, sintiendo que una lágrima silenciosa corría por su mejilla y se perdía en su cuello- Debí cuidar de ti, debí estar ahí. ‘No eras tú quien debía permanecer allí. Ahora es mi turno de protegerte, como tú lo hiciste conmigo un día. Estoy aquí, te cuido. Dije que lo haría a mi manera, ¿recuerdas?’ - ¿Eres feliz allí donde estás?- preguntó él, acariciando las letras cursivas que inscribían su nombre en la fría piedra- ¿Estás tranquila allí donde estás? ‘Estoy a tu lado, ¿acaso no te das cuenta? Estoy segura de que en el fondo puedes sentirme’ - Te extraño. Te necesito. Estoy solo. ‘No lo estás, yo estoy aquí’ - Te amo. Aún te amo, jamás podría dejar de hacerlo. ‘Lo sé, pero la vida continúa. Tú continúas viviendo, tienes oportunidades, tienes sueños, ve por ellos’ - Si al menos pudiera sentirte por última vez, si al menos pudiera saber que estás bien. ‘Lo estoy, sólo confía’. - ¿Te veré otra vez? ‘Aún falta para eso’ - ¿Estás ahí? ‘Siempre, jamás podría dejarte. Te amo, te amo, te amo. Desde aquí te cuido. Desde aquí he visto cuánto sufres, pero me alegra saber que lo haces porque significa que sigues ahí: vivo. Cada noche te veo recorrer el departamento, tomar tu guitarra y tocar nuestra canción. Cada mañana te acompaño a tomar café y veo mi taza vacía junto a la tuya. Cada vez que suspiras, allí estoy. Cada vez que lloras, soy yo quien te consuela. Cada vez que caminas por los parques vacíos y cruzas sin darte cuenta, soy quien te detiene justo a tiempo. Estoy cada día y seguiré estándolo, porque ahora soy tu ángel, mi amor’ - ¿Aún me amas? ‘Más que nunca, más que a nadie’ - Ya no volveré- murmuró Kevin, colocándose en pie- Lo siento, pero… ya no puedo. ‘Es lo mejor, lo sé. Pero no te preocupes, tontito, no me estás fallando y tampoco me perderás, yo estaré siempre contigo. Siempre’. - Perdóname, ¿sí? Perdóname por dejarte sola otra vez. ‘No estoy sola, aún te tengo’ - Ahora seré yo quien esté solo. ‘Ella está cerca, sólo debes mirar a tu alrededor’ - Adiós- susurró él, incorporándose y sacudiendo por inercia sus rodillas, allí donde su jeans había estado en contacto con el césped. A unas lápidas de allí, una mujer joven (no debía superar los veinticinco años) leía un libro de cuentos sobre una tumba pequeña, de seguro se trataba de su hijo. Quiso pasar silenciosamente de largo, pero entonces un extraño viento se levantó y le arrebató el pequeño y ajado libro de cuentos de las manos, por lo que se apresuró a ayudarle y alcanzárselo. - Kevin- se presentó, sonriendo a medias y extendiendo su mano. - Angela- respondió la mujer, estrechando delicadamente su extremidad y luego estrechando el libro contra su pecho, como si le protegiera- Gracias. - De nada. Sin más, continuó con su camino, pero volteó a un par de metros, sólo para encontrarse con una profunda mirada castaña que también le seguía con un dejo de curiosidad. ‘No estás solo. Ella está ahí y yo estoy aquí. Jamás te dejaré, lo juro’. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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