Adoraría citar a Deleuze,
con la cara del payaso lloroso que detesta ese tipo de retratos,
me encantaría ser crítico y frunciendo el ceño
hacer de la vida una perorata,
un collage de rajatablas,
callar a las musas con el grito de la moda,
rasgarme las vestiduras ante el gusto del profano,
salvar el honor y el hedor de las tumbas de mis profetas.
Hablaría sólo de mí en las altas cumbres de lo chic,
citando autores fundamentales:
los que valgan mi propia vanidad.
Si. Lo admito: quiero pecar de snobismo,
afrancesarme ante el espejo,
ponerle peros a Perón,
al nuevo Abasto, a Ernesto Sábato,
soltar el canapé para aplaudir a Descombes
(aunque, en realidad, a Derrida sólo lo toque de oídas).