Ella era una aficionada a las letras, el un romántico poeta de cabellos cano y voz dulce...
Como toda historia de amor empezó, halagos, palabras seductoras y la invitación a vivir la aventura.
Diariamente se alimentaba ese romance con poemas, frases dulces y constantes atenciones.
Ella mostraba su faceta más tierna, sonriente y seductora, el por su parte gallardo caballero, listo para salir a la defensa de su dama... pasaran los días.
Pero como en el teatro la función también se acaba y el maquillaje se retira cuando cae el telón... en la vida real logramos sostener la máscara por algún tiempo, pero por mucho que queramos nuestra personalidad autentica también se refleja.
Un buen día ella comenzó a notar el afán de el por qué ella le dijera que lo amaba una y otra vez, entonces esto ya no nacía de ella de forma natural, se había convertido casi en una exigencia pasiva de él, ella por su parte cada día más distante, quizás tratando de escapara a una situación que le resultaba agobiante...
El final era latente, pero aun así era necesario un detonante.
El era un hombre casado, con familia y responsabilidades, ella una mujer recién divorciada llena de prevenciones y con ganas de expandir sus alas y volar al horizonte.
Durante una conversación el propuso gritar su naciente relación a los cuatro vientos, pues sentía que otros se acercaban peligrosamente a ella... ella consciente de lo que eso podía representar para esa esposa e hijos que no conocía la situación, trata de reflexionar sobre el asunto, a lo que él respondió.... "El es hombre y puede entenderme".
En ese momento quien entendió fue ella, que eso no era lo que la haría feliz.
Así que se convirtió en la bruja fría, egocéntrica, descorazonada... pero con la conciencia tranquila...ya que no construyo sobre las lágrimas de otra... ni sobre arenas movedizas.