Cuantas horas compartimos, siempre reímos...siempre soñamos.
Nunca abandone el barco aun cuando vi el naufragio a los ojos en muchas ocasiones, mis lagrimas corrían por el interior de mi cuerpo, para que tu jamás perdieras el ánimo, yo fui tu torre fuerte... tu puerto seguro.
Miles de noches al límite, entre la pasión y la lujuria; entre sombras y fuego... yo era tu guía, yo era el sendero.
El reloj de arena dejo caer sin cesar todos sus granos, y el tiempo transcurrió... dejando a su paso páginas y paginas del álbum, cargadas de recuerdos.
Muchas veces jugando con fuego, viviendo de prisa, exigiéndole a la vida la última copa... agotando el aliento en un agónico suspiro. No me arrepiento de haberte seguido, de haberte sufrido... porque ahora sin ti no hay más que vacio.
Nuestros días fueron cortos como intensos, la ola perfecta para un surfista, la montaña más alta para el alpinista, el último vals en una torre de cristal.
Solté el lazo y te deje partir, bese tus labios, tus manos, tus ojos, y me abrace a ti con tanta fuerza que parte de mi espíritu se quedo en el tuyo como un sello real, como un bordado imperial.
Yo no te diré adiós porque lo mejor de mí se fue contigo, ahora solo soy un tren vacio, esperando su turno para pasar al olvido.
Extendiendo mi mano en busca de la tuya, con mis labios rubí listos para besarte, con la mirada fija en el horizonte con la seguridad que pronto podre mirarte.