Muy temprano, apenas intentaba abrir los ojos al brillo del amanecer y no lograba reconocer el lugar... intenté recordar, no supe llamar la luz, no supe nombrar al día, asombrada me incorporé, dejé mi cama para acercarme a la ventana. Empañé el cristal: vano intento por descifrar el calor que mi cuerpo despedía.

Una feliz brevedad asomó por mi cabeza: en blanco, sin memoria, miraba un extraño paisaje, infinito, ignoto, vacío. Nada podía descifrar y aún así tuve sensación de alivio.

Llena toda de extrañeza entre imágenes inmersa, regresé a mi cama, pensando en cómo designar todo lo que alrededor veía, satisfecha de empezar como nuevo lienzo mi vida: todo volver a explicar. Sin siquiera proponérmelo y mucho menos darme cuenta, profundamente caí dormida...

Apareciste en un largo y dulce sueño, me mirabas, sonreías con mis manos en las tuyas, me dijiste muy bajito palabras de amor total, más allá de la razón, eran las cosas más lindas. Luego un gran dolor, desesperación, al escucharte decir que este implacable y loco amor por mí te obligaba a distanciar, lloré, lloraste, gritaste mientras tu corazón oprimías. Sufría viendo alejarte, me sentí abandonada, presa de este sueño traidor que se volvió pesadilla...

Y por fin, desperté. Desapareció el delirio y con él la desdicha...

Aliviada, otra vez en mi cama me senté a la orilla, tranquila, pude estar por fin completamente en paz: buscando paciente dar a cada cosa un nuevo nombre, ajena al sueño que fue, completamente perdida...