El infractor
         Remigio Sandoval  estaba cansado de las boletas por infracciones de tránsito.  Con lo que había pagado en concepto de multas en los últimos dos años,  podría haberse comprado otro automóvil.
        Una mañana conversando con un amigo se entera que en un pueblito del interior de la  provincia no había límites de velocidad, ni semáforos, ni calles en las que estaba prohibido estacionar, ni siquiera existían los inspectores viales. Sintió que ese podría ser su paraíso. Decidió vender todo y mudarse a donde podría encontrar la felicidad junto a su vehiculo.  
        Muy pronto se dio cuenta que él era uno de los que más lento conducía por esas calles. El primer día, un imprudente conductor le había arrancado el espejo izquierdo externo de su auto. Fue la primera de las acciones que fueron convirtiendo su, hasta entonces, impoluta maquina en algo parecido a una chatarra, luego de un mes de roces y choques con otros conductores más temerarios que él.
       Luego de un par de años, indignado, decide dedicarse a la actividad política en ese pueblo para solucionar esos problemas que lo habían transformado en un peatón. Finalmente logra hacerse elegir como intendente del lugar. De inmediato comienza con las reformas.
       Hoy su municipio es el lugar con mayor cantidad de semáforos y parquímetros. Además de ser el sitio con las normas más severas para el castigo de las infracciones de tránsito.