Mi profesor, mi profesor...
tarde de miércoles encenizado el cielo
y lúgubre el suelo, todo mojado.
La puerta de tu estudio abierta, mis libros se han caído
de las manos, mis ojos dañados, colgado estás
y tu cinturón te oprime el cuello, la silla se apoya
en un lateral de la mesa y tú no puedes derribarla.
"Por... favor!" imploras a esa muchacha que aparece,
veo tus zapatos negros, garfios imposibles 
de agarrarse a esta ultravida y despeñarla.
Pateo tan maldita silla mientras grito puta vida!
y tú ahora pendes oscilando como una sábana,
brisa suave.
La lengua de color morado surge como una pequeña bestia
de su refugio, tarde de acero.