TE FUISTE MISTERIOSAMENTE
Publicado en Nov 24, 2009
Te fuiste misteriosamente como llegaste, pero me haces tan feliz con tan sólo verte tras el cristal diáfano de la ventana; con tan sólo leerte en la blancura infinita de una página; con tan sólo escuchar las melodías plácidas de tu arpa o de tu flauta.
¡Ay!, mujer, ¡quisiera no hacer nada! ¡Sólo mirarte, leerte, escucharte! Contemplar tus ojos como el más bello de los paisajes... leer tu boca apenas con la yema de mis dedos... escuchar el viento que nace en tu cabello... Son las dos de la mañana, abro esta ventana, te contemplo, y me dices, sigue adelante, no hay mañana... y yo sigo, aunque mis ojos se cierren a lapsos, con la música de fondo que nos encanta, que lo moja todo, incluso las palabras. Mujer amada, añorada... ¿por qué me haces tanto bien con tan sólo mirarte? ¡Qué el cristal que contiene tus breves palabras, que se mezclan con el torrencial de las mías, no se rompa nunca, nunca! Ya son las cuatro, el sueño se apodera de mí; mis párpados son como una cortina metálica y pesada. Estoy cansado, muy cansado. ¡Quisiera dormirme en tus brazos! Retozar en el manantial de tu boca inconmensurable, cuando se entreabre ligeramente, para provocar una lluvia tenue de palabras, que describen al mundo tal como es, que describen la vida sin tantas complicaciones. Escucho la música que recientemente he bajado y cuyos temas son de amor, de dolor y de nostalgia. Mujer, no me despiertes nunca de este sueño, ¡soy tan feliz así! Escribiré tu nombre en mi alma porque me alientas, aunque no te lo propongas, desde el lugar donde habitas, desde esta ventana, con tus ojos de avellana dulce... ¡cómo amo este dolor ocasionado por amarte en el silencio de mi vida, en las horas murciélagas de mi existencia finita... ¡qué daría por estar donde ahora estás! De hecho, voy y vengo a ese lugar de flores encantadas y de arroyuelos cada vez que lo necesita mi alma. Son la cuatro catorce de la mañana y estoy queriéndote en este preciso momento. No sé si amar a Kafka tanto como a ti, pues seguramente él fue el pretexto de tu primera palabra hacia mí. Mujer, ¿no sabes aún que mis silencios son también infinitos, y tú estás en su centro? ¡Ay, mujer! se me está cayendo la vida por dentro.
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De onda
Al mejor cazador suele escapársele la presa
Guillermo Capece