Genoma y feromonas: Copa rota
Publicado en Dec 04, 2009
dedicado a Diego.
Cuando encontré que el mensaje recibido había sido enviado por Dean desde su número "alternativo", di un respingo que se convirtió en una cabriola: al leer la única palabra, "coartada", solté una sonora carcajada. -¿quién es?- llegó la pregunta desde la habitación. -es Mirto. Me pide un papel para la habilitación municipal. -es sábado, ¿a ésta hora te pide los papeles? -viste cómo es Mirto. Me reí porque entendí la clave "mentira-a-Isabel-escape-y-ronda-por-bares" resumida en la sola palabra "coartada" y, sobre todo, me reí de la bendita necesidad de Dean de doparse con feromonas desde que, hacía un año, había terminado una bellísima relación a distancia con la hermosísima Amanda. Y fue que, justo un año antes del momento en que recibí el mensaje de texto con la palabra "coartada", mientras mi relación con Isabel se estabilizaba en los grados que tiene la temperatura más siniestra y perfecta, Dean pasaba por el departamento para mostrarme su flamante perplejidad. Recién ahora que lo veo con los ojos huecos, caigo en cuenta: Isabel lo despreció en aquella tarde-noche, con una de sus célebres y crueles sonrisitas al momento de saludarlo, y luego, mientras Dean se apoltronaba, lo hacía sentir tremendamente incómodo informándole que no era bienvenido al decirle que la barba y las ojeras lo hacían verse mucho más viejo (Dean tenía veinticinco); con ello, esa novísima, durísima e insólita derrota en la vida del galante Dean parecía ser percibida por Isabel, gracias a la total ausencia de feromonas que tendría mi amigo destilando por los poros. Mi chica terminó su número fulminándome con la mirada (me acuerdo que el temperamental diestro se sulfuró, pero rápidamente fue amordazado por el resto de mis personalidades) antes de irse a hacerse la que miraba en la televisión algún triste programa de sábado, mientras, en verdad, aguzaba su mejor oído KGB. Fue así que quedé como un falso anfitrión, en mi propio departamento, mal atendiendo a un amigo que precisaba soltar y echar fuera sus millones de interrogantes. No sin antes enmudecer el artefacto expliqué a Dean, con un extenso mensaje de texto, que esa noche iría a ser muy complicado lo de la "coartada" y que, con Isabel, estábamos atravesando un momento difícil. Aquella noche, el castaño se pasó a oscuro. Sonó el timbre e Isabel lanzó un bufido antes de chistar. Atendí rogando que no fuera Dean obligándome a improvisar la coartada; y, adivínalo, sagaz lector: ¿quién era? Si. Has acertado: desde el tubo por el que atendí el portero eléctrico se oía, escupida por las estridencias mal ecualizadas del estéreo de su maltrecho Fiat, la misma versión de "Para no Olvidar" de Los Rodríguez que llegaba por la ventana de la habitación en la que Isabel miraba el programa de las publicidades. Ella ató cabos, les hizo un moño y terminó preguntándome, con tonito crispado: -¿y ahora quién es? -mmmm... Dean, Isa. (Casi le mentí diciendo que era Mirto) -¿y que quiere? -esperá que no oigo nada de lo que dice. (Eso era cierto, el portero nunca funcionó bien). Salí e Isabel gritó y me amenazó. Corrí escaleras abajo. En el vestíbulo me esperaba Dean con nariz de payaso puesta y un schopp de cerveza a medias. Aún sentía culpa por la poca atención que le di a Dean, justo un año atrás, la vez que me habló de sus ataques de pánico (una tara que yo, en días de perfectos aromas, ignoraba completamente), además de contarme de esa epifanía en la que él se vio muerto luego de que una súbita imagen que tenía escrita a fuego la frase: "atravesar el dolor" lo iluminara; y todo aquello lo habló en aquel mismo palier en el que ahora me esperaba con hocico y talante circenses. Ante mi supino desinterés, Dean me había confesado algo que en mis días más siniestros, los de esperanzados ojos repletos, interpreté como una tendencia suya al suicidio; viendo retrospectiva e impasiblemente, con mis actuales cuencos de fantasma hambriento, recuerdo haberle contestado con las mismísimas sandeces acerca de la felicidad y de la belleza de la vida, acerca de las esperanzas que nunca deben perderse y demás mentiras que luego me dijeran todos aquellos a quienes, tiempo después, yo soltara mis discursos rancios acerca del soberano dolor que me había desgarrado con tanto absurdo, mientras lo atravesaba a nado, aunque sin haberme iluminado. -Vamos de chicasss-, soltó Dean cuando me le acercaba a saludarlo. Me dio la mano y después el schopp. Dí un buen trago. La cerveza no estaba fría. -no puedo ir de chicas, Dean. -la polaca es mala, amigooo... Me enojó que hablara así de Isabel. Eso podía decirlo sólo yo. Pensé en decirle que el hecho de que Ella no lo quisiera a él, no la hacía una persona mala. Pero sólo le contesté: -te juro que me encantaría... -estoy con las feromonas a flor de piel y pienso dejar el tendaaalll-. Dean me arrebató el schopp que vació con un trago ansioso y sin limpiarse el bigote de espuma, tiró: -A por ellaasss. -no es momento-. Habré sonado muy solemne al decirlo, porque Dean se quitó la nariz de payaso y, ceñudo, preguntó: -¿por? -Isabel perdió el embarazo. -uh... ¿y ahora?... qué macana, amigo... ¡qué mala noticia! -si. Se rascó un instante la barbilla, me escudriñó con su ojo bueno; percibí un dejo de reproche cuando finalmente indagó: -¿Así que la polaca estaba embarazada? ¿de cuánto? una milésima de segundo antes de arrepentirme, contesté con un par de preguntas: -¿Cómo? ¿vos no sabías?- -¿como querés que me entere si no me contestás los mensajes? Y tenía razón. Dean me consultaba, cariacontecido, por cómo iba sobrellevando Isabel aquel trance, Isabel empezaba a gritarme, en simultáneo, a través del portero eléctrico, Calamaro berreaba con algo de patetismo y mucho de flamenco; gracias al mal funcionamiento crónico del artefacto, todo el discurso de Isabel me llegaba como un molesto chirrido. Aunque esas palabras, las más horribles que Isabel alguna vez me hubiese dedicado, se oyeron con toda claridad, con una nitidez espeluznante, después de que yo le informara: -en cinco minutos subo. Fue al momento de oírla humillarme delante de mi amigo que el lado diestro rompió las cadenas y quiso subir los escalones de a dos para abofetearla. ¿Qué decidí hacer con tanta furia? Adivinaste, perverso lector. El Fiat rumbeó hacia los bares y Calamaro ya pedía al mozo que le sirviera otra copa rota.
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Matteo Edessa
por lo demás muy entretenida esta nueva entrega.
pero el final intuyo que acompañaste al viejo dean, será así?