Parado justo en el extremo de los acantilados infinitos,
Sumergido en lagrimas incontentas y desgarradoras,
Con lágrimas de hombre Caballero enamorado.
Se desahogaba destrozado.
 
Mezclándose las lágrimas con las nubes que envolvían su cuerpo,
En las alturas más profundas de su meditación,
Sintiéndose cansado de estar solo,
Asustado de sus temores infantiles… y de la soledad.
 
La presencia de ella lo invadía continuamente,
Sin dejarlo avanzar ni batallar…
Dejándolo exhausto en el mayor de los óseos…
En el óseo del pensamiento de los enamorados…
 
Sus heridas parecían no tener cura…
Su dolor parecía ser demasiado fuerte…
Solo pensaba… Solo… en la soledad del precipicio.
Solo pensaba que no podía vivir con ella… ni tampoco sin ella…
 
Esa sensación comenzaba a ser un dolor…
Algo que por primera vez el cielo y el tiempo no podían borrar…
Y aún sabiendo que la muerte tampoco lo haría,
Se vio tentado a dejarse caer o volar…
 
Y a un paso de distancia del infierno de su mente…
En el último segundo de los cielos compadecidos…
En el último suspiro en lágrimas que llega a oídos de Dios…
Cuando comenzaba a desplegar sus brazos para caer…
 
Ella… La Princesita, lo abrazo por la espalda…
Y le susurró a sus oídos:
 
-         Quédate Caballero Custodio, deja ya de escuchar a tu mente…
Gírate Caballero, es una orden!
No te lo exijo como parte de la nobleza,
Te lo exijo como la mujer que te ama!...
 
SIR MARIAN