Tu ser de nostalgias pasajeras y de cálidos presentes se planta frente a mí, y empiezo a temblar en mi inconsciente. Se filtran por doquier. Se escapan de mi fosa surrealista.
Cocodrilos hambrientos.
Reptiles que se arrastran.
Y presurosos trepan.
Corro y lucho por cerrar la puerta de embarque.
O de salida.
Y tú estás ahí. Temblando frente a mí. Embriagado con estas luces.
Productos de mis sombras.
Y ni te enteras.
Y las aguas estancadas en el fondo del calabozo comienzan a agitarse.
Crecen.
Se agigantan.
Se embravecen.
Se hacen mar en la tormenta.
Y escapan por mis ojos.
Pero del iris hacia adentro.
Y tú estás ahí, obnubilado por mi risa.
Fruto de mis fobias.
Y ni te enteras.
Ni escuchas su reptar. Su espera tocando fin.
La hora de engullir.
De clavar dientes, de
despedazar seres vivientes.
Mi escudo imaginario se rompe en mil pedazos. Mi espada forjada por mecanismos arcaicos amenaza con quebrarse. Insulto a mis defensas de fresca arcilla.
Y tus ojos sobre mí, esperando romper mi inercia.
Y mis ojos sobre mí, en mí, hacia mí,
hacia adentro.
Rogándome,
impeliéndome,
obligándome.
A encerrarlos.
A asesinarlos.
O a adormecerlos.
Hasta la próxima batalla.
Que lucirán nuevos dientes.
Tu rostro me imbuye, me devuelve fortaleza.
Renueva mi esperanza.
Y también me anestesia.
Embebo con éter un pañuelo de fibras neuronales.
Lo acerco cautelosa a sus fosas nasales.
A sus ojos.
Y cae rendido.
Arrastrando a sus congéneres.
Y mis ojos, por fin se abren.
Y caigo rendida.
Y dispuesta a comenzar,
por fin nuestra batalla.