Extraño, 
ajeno a mí,
recorta tu antaño
abrasadoras sienes
dos cuerpos encastrados,
fundidos
fusionados
de un dos por cuatro ardiente,
que vibra, enmarcado, 
en el fondo y en lo alto
de una bóveda musical.

Y el bandoneón 
silente. 

Y allí tu
y acá yo
distantes sin distancias, 
Tus sombras se me cuelan
mi risa contagiosa
ahogada por tus penas
se quiebra a cada instante. 

Contrastes. 

Mis alas se quebraron
mi risa se hace llanto
que sin querer disfrazo
en vivas carcajadas. 

La luna ya no rueda, 
Callao está muy lejos, 
caminamos a destajo, 
autómatas callados, 
en una urbe desierta
de cantos interiores. 

Y ya no es lo mismo
Buenos Aires contigo. 
La gente me atropella
las calles me repelen,
balcones que me llueven
y autos en tropel, 
y sin querer tal vez
me cedes, cada instante
el punto más cercano
al borde de la acera.

Gélido acero se hiende 
en mi corazón sin diástole. 

La muerte ronda tus pagos, 
la locura la secunda, 
y el eco de tus culpas
corroe inexorable
tu atisbo de conciencia, 
tu sonrisa intermitente, 
tus ojos que me miran
cada tanto
y por suerte, 
sin perderse 
en el pasado. 

Y mis alas ya no sirven, 
y sin ellas andamos y andamos, 
galerías subterráneas
descoloridas
ajadas
con pasajes libres de cargo. 

Y al fondo de la torre
ya sin estrellas que escapan,
una bandada de querubines
se lanza en picada suicida
y arrojan en pleno vuelo
sus alas al fin
quebradas.