CEMENTO, ÁNDICA, Leticia, Elías NB… y todo TEXTALE.

Es obvio que aquí –con eso me refiero a la mayoría de últimos textos referentes a los problemas del portal-, no hay ánimos de zanjar dichos problemas. Lo que hay, es una batalla de egos venenosos y envenenados, egos cuya ponzoña viene en dosis escalonadas de acuerdo a la capacidad y creatividad para el insulto y el desprestigio.

Durante meses, he visto con mucho humor al principio y ya luego con más malestar que otra cosa, cómo ponemos nuestro arte a la disposición del escarnio. ¿Las razones? Simple soberbia. Por el amor a Dios, aprendamos a ser tolerantes y si acaso escribimos para nosotros mismos, pues, no hagamos públicos nuestros textos. Simplemente dejemoslos en ese cuaderno bajo la almohada donde nadie los puede criticar. Sucede que cuando hacemos lo contrario, es decir, que los colocamos en dominio público, no hay manera –salvo con talento sobrado-, de hacer que a todo el mundo les gusten. He visto con perplejidad que los comentarios positivos son bien recibidos y los malos comentarios nos dan en el ego. Nos hacen brotar la savia amarga, esa que antagoniza a la miel de nuestra obra. Y entonces me pregunto: ¿Qué clase de escritor espera que todo el mundo alabe su obra? ¿Qué clase de escritor o aspirante a escritor piensa responder a título personal toda crítica que reciba esperando comprar el agrado de sus lectores o justificar su incapacidad para satisfacerlos sino otro que quiera volverse loco? Y con mucha más curiosidad y cierta tristeza agrego al auto-interrogatorio: ¿Qué clase de escritor no ve que le señalen sus errores como el atajo para alcanzar la excelencia literaria? ¡Qué importa en qué frasco venga esa dosis que refresca al alma!

La mala crítica es una oportunidad para conquistar nuevas miradas. Ese que lanza la estocada negativa nos promete, si le hacemos caso, más lectores, más de esos comentarios positivos que tanto nos agradan para el próximo poema. El problema está en creernos el mejor escritor de todos siempre. Claro está que nadie atesora más un escrito que el mismo que lo ha parido, y se entiende esa necesidad imperiosa de defenderlo. Pero como una parte de nosotros, ese escrito, su protección, no es más que una protección a nosotros mismos, a nuestro ego. No nos damos cuenta de que el mundo no es nuestro y de que el viento sopla sin importar cuantos muros hagamos. Al final, si la brisa quisiera romperlos, lo haría de todos modos y quedaríamos varados nuevamente y con menos fuerzas para enfrentarlo. Pongamos empeño en aprovechar la fuerza de la tormenta a nuestro favor en lugar de luchar contra ella.
¿A quién no le han insultado en su vida? Yo he pasado ya tres años de mi vida en emergencias de hospitales, tratando de ayudar a la gente, y no pasa un día en el que por lo menos una persona me salga con un insulto por un catalogo de razones que no viene al caso. ¿Está justificado su insulto?: A veces… ¿Respondo alguna vez?: Nunca ¿Para qué? Resulta que tengo cosas más importantes que hacer –siempre-, que responderle los insultos de alguien. ¿Derriba, debilita o siquiera toca mi dignidad como profesional ó persona? : La respuesta es igual a la anterior. Nunca.

No podemos controlarlo todo, cada quien tiene un juicio propio dentro de esa maravillosa premisa filosófica que es el libre albedrio y no necesita de nadie para forjarse un juicio, en especial literariamente hablando. Yo leo un poema y mi opinión viene del poema y va al escritor. No me interesa si hay una crítica negativa o positiva anterior. La mía surge de lo que haya yo experimentado al leerles y no de otro lugar. A veces, suelen entablarse conversaciones debajo de los poemas y es maravilloso, pero siempre que se hable de la obra y no de un asunto entre lectores o entre lector-escritor que excluya a la obra. Sino todo esto, con mucho respeto, es un absurdo. Vinimos a difundir nuestra obra;  a fortalecer esa simbiosis lector-escritor para elevar nuestro espíritu con el arte de nuestros compañeros y así mejorar la propia. O al menos eso pienso yo. Y de esa frase vendrá la segunda parte de mi reflexión, por ahora, dejo ésta a manera de concilio y buscando que bajemos la guardia del mejor insultador y elevamos la del mejor escritor-lector que apuesto la mayoría ha notado que vienen pobres ambas cosas por acá.

Dejamos nuestros mejores poemas enterrados bajo una procesión de insultos. Rescatemos esas palabras.

Francisco Pérez