Ojos que devoran almas; 1.- El alienado
Publicado en Feb 07, 2012
Miraba con atención a los integrantes del coro. Desde luego, conocía el "Dies Irae" mejor que cualquiera, lo cantaba desde los seis años. Ahora, sin embargo, el director del coro le había dado un receso forzoso tras la misteriosa muerte del mejor solista: Eugene Eustace Bourlot.
Isaac Demetrio Mena, tenía catorce años y seguía en la sección de contraltos. Hacía prácticamente un mes que permanecía en encierro y oración, no permitiéndosele más que la asistencia a la escuela y la misa matutina. Aún cuando ya no compartía celda con Isaías Fontana y Benedicte Vianni, podía convivir con el primero durante el horario de receso. Robbie Angoitia, auxiliar del coro y encargado del Réquiem del fin de semana, se dirigió al padre Juan con una expresión de inconformidad. - Hermano, necesito a Isaac e Isaías en el coro. Los chicos no logran dominar la mayor parte de la misa. Isaías Fontana estaba castigado por haberse robado una importante ración de bizcochos en la cocina hacía dos días. En cuanto a Isaac... - No es posible- dijo el padre Juan -haz lo posible con esos niños. Aún debo evaluar si Isaac debe cantar. - Pero... El padre Juan hizo una seña a Isaac, quien se retiró con él del templo. El chico pensaba que su castigo era justo, al haber ocultado tanta información sobre las extrañas actividades de Eugene. Así que soportaba sin ninguna queja todas las privaciones a las que se le había sometido. Pero a medida que pasaba el tiempo, encontraba que había adquirido un curioso don, un don extraño. Cerraba los ojos y podía escuchar cientos de voces dentro de su cabeza. Si se concentraba aún más, podía distinguir quién era el dueño de aquella voz. Tras varios experimentos, no había dudado en sus conclusiones. Podía escuchar los pensamientos de la gente. Esto no siempre ocurría, tan sólo en determinados períodos y sin previo aviso. Pareciera que alguien encendía la radio de repente y todo aquello se escuchaba al principio como una especie de interferencia en la que poco a poco distinguía mensajes y frases. Desde luego, no lo había comentado al padre Juan. Llevaba bastante tiempo castigado y lo que más quería en ese momento era recuperar su libertad. - ¿Cómo van esas oraciones? - Bien, hermano. Todos los días a las cinco de la mañana, me levanto a orar. No me acuesto sino hasta las doce de la noche, después de haber hecho mi examen de conciencia. - Y dime Isaac ¿No has percibido nada extraño en estos días? - ¿A qué se refiere? El padre Juan se detuvo y miró a Isaac con mucha seriedad. - Acontecimientos o sensaciones extrañas en derredor tuyo. - No, hermano- mintió Isaac, a sabiendas de que no era así. Además, no sabía cómo explicar la manera en que aquellas voces llegaban a su cabeza. El padre Juan le seguía mirando con gravedad. - Tu voz- observó con bastante detenimiento -tu voz parece haberse congelado en el tiempo. No cambia, y ya debería haberlo hecho. Fue entonces que Isaac se dio cuenta de ello. Su voz seguía siendo una mezcla extraña de mujer mayor y niño. Era una voz grave, lo que le permitía ser un excelente contralto, pero que cuando hablaba no acababa de madurar. Muy ronca para ser la de un niño, pero demasiado suave para ser la de un hombre, había sido una fase intermedia a los trece años con el fin de que evolucionara. Pero no lo había hecho, llevaba ya un año, con la misma voz indefinida. Era curioso que no se hubiera dado cuenta. El padre Juan, sin embargo, trató de hacer más llevadero el asunto. - Cantarás en la misa- le dijo -pero debes ensayar solo en tu habitación ¿Entendido? - Sí, hermano. Como usted disponga. Isaac fue a su celda y se sentó allí durante un buen rato, mientras miraba la luz del sol por la estrecha ventana. ¿Acaso el castigo nunca terminaría? Alguien llamó a su puerta. Isaías entró rápidamente, con un envoltorio bajo el saco del uniforme. - ¡De prisa! Cierra esa puerta. - ¿Qué traes allí? Isaías se puso cómodo en una vieja y destartalada silla con base de cuero y extrajo un envoltorio de tela con varios panecillos. - Aún me quedan varios del atraco anterior- dijo -anda, hazte con algunos. - Tú no tienes remedio- se burló Isaac, pero no despreció los panecillos. Tanto ayuno lo estaba desmoralizando.
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