Dostoyevski quiso contar cual había sido el fin de su padre, empezaron a sudarle las manos, se bebió otro trago de vodka y toda su carnadura comenzó a temblar. Con voz herida de bala gritó sin mesura:
Padre! Has tratado como salvajes a tus siervos. En toda hora. Sin cesar. Ellos van a vengarse en tus estertores de muerte. Cogen a padre borracho un día más y supurando violencia, le atan con cuerdas traídas de los establos, y lo ahogan con vodka. Su epilepsia hace que rebote por el suelo mientras se desangra, muere como un animal feroz pero también lo hace como un monstruo... 
El propio Fiódor Dostoyevski estaba siendo víctima de los mismos desagradables y oscuros efectos que acertó a narrar de su padre. Cayó ante los pies de Poe, el cúal, borracho y lleno de opio, esbozaba una sonrisa de imbécil y dejaba caer una senda de saliva por las comisuras de sus labios. Golpeó Dostoyevski con su cabeza en el suelo, como las botas de Poe, marcando un ritmo al unísono. Poe gritó varias veces:
Myshkin! Myshkin, Príncipe Myshkin!
Dostoyevski extendido en el suelo, sin sentido, ocupado por la enfermedad que lo llevaba una vez tras otra a los pies de la muerte. Poe, mantuvo respeto por el silencio de aquella habitación durante unos largos minutos. Pero luego empezó a delirar:
Estoy soñando. Y sueño que me hallo en Baltimore, en una calle donde el frío es terrible. Escucho todas las voces en mi cabeza, todo lo imaginado, sé que he creado monstruos, enfermos y seres enloquecidos. Todos se hallan ahora asidos a mí. Y me ahogan. Siento como mi garganta ya no puede tragar nada más. Y el aire se queda fuera de ella. Los ojos se despiden de mí, las manos quieren huir, y me muero. Fiódor, sueño que me muero.
Poe tumbó la cabeza sobre la mesa y quedó inconsciente. Una noche de pertinaz lluvia en San Petersburgo. ¿O en Baltimore? O, puede que en mi corazón barrido por el vértigo.