Se desgranan una tras otra las canciones de Antònia Font: Reconozco que la banda sonora de esta noche de viernes donde juntamos los pies y abrimos las bocas para tragar veneno en dosis es el recital que el grupo mallorquín ofreció en el Teatre del Liceu. Y cuando algunos nos hundimos en el pozo de conciencia perdida suena algún violín, brillante y doloroso como un rayo. Cuando la canción "Alegría" irrumpe cuál un fiesta en nuestro deterioro mi hermano está llorando y pongo su cabeza rala en mi regazo. Los isleños ofrecen su mensaje pleno de sonrisas: "Os amamos a todos" y los reunidos sólo deseamos que el ruido revierta en silencio.  Refugiamos a nuestro mundo de diásporas y también círculos cerados velando al resto de lo que hay con las cortinas echadas de punta a punta en estos amplios ventanales. Quizá al otro lado los automóviles que circulan sean coches funerarios con todos nuestros cuerpos dentro de ellos y la mitad del pueblo transita recogida en silencio marcando pasos de duelo enmedio de la calle. He robado de las manos de mi hermano las últimas pastillas que tenía y me he ido entre las sombras emboscadas hacia el lavabo. Meo y busco vida tras el cristal. Todo es demasiado etéreo, aquí hay demasiados colores, la luz estalla en mis ojos como si fuera una bala.
"Alegría" suena de nuevo en la habitación y yo me he bajado las bragas, he introducido tres dedos en la raja de mi coño y ahora acerco sus yemas a los labios porque quiero sentir vida. Pero dudo que este sabor de orín instalado en la punta de la lengua signifique algo más que me he meado de nuevo, descontrolada como estoy cada viernes cuando en la que fuera la casa de las brujas la gente joven nos clavamos los cuchillos.