Parecía muy nerviosa, al igual que yo. Caminábamos sin hablar, tomados de la mano, sin rumbo fijo, las calles en penumbra. Así estuvimos largo rato. Al girar en una esquina, se divisa el parque, que con sus grandes árboles y caminos interiores. Sin pensarlo, sólo una mirada fue suficiente para estar camino al parque.
La noche había caído hace rato y la oscuridad se transformaba en nuestra mejor aliada. Después de hacer un pequeño recorrido, nos detuvimos frente a un frondoso y milenario árbol. Había luna, pero con dificultad su luz traspasaba sus ramas y la oscuridad era casi completa.
Nos sentamos uno al lado del otro, en silencio. Me aproximé hacia ella, noté que sus manos también sudaban y un ligero temblor se hacía perceptible en su cuerpo. Me sonrió tímidamente, acaricié su cara mientras la contemplaba y veía su cabello, tan hermoso, caer sobre sus hombros. Comenzamos a besarnos, mis manos impacientes se perdían bajo sus ropas. ¡¡Temblaba entera!! Yo sudaba y sentía que el mundo me pertenecía. ¡¡Me abrazó con fuerzas!! Seguimos besándonos y el calor aumentaba en nuestro cuerpo. ¡¡Dios mío, cuanto la amo y la deseo, pero no puedo ni quiero forzar su primera vez!!
Nos tendimos sobre el césped en una manta improvisada, seguimos besándonos y mis manos recorrían su cuerpo entero; comencé a quitarle lentamente su blusa, ella no decía nada, su expresión en el rostro denotaba su nerviosismo, como esperando que todo terminara pronto. ¡¡Eres tan hermosa y pura!! ¡¡No puedo hacerlo si no te sientes preparada!! Me incorporé, nos sentamos, me abraza con ternura, como disculpándose de no haber actuado como dos seres que se desean y se aman. Sólo me decía: te amo. Le propuse con delicadeza regresar, le ofrecí mi mano para incorporarla, pero mi corazón y mi sangre parecían estallar al ver que no lo hacía. Al contrario, me llevó con fuerzas hasta su lado, me acarició con ternura y me dijo, tendiéndose sobre el césped: Estoy lista...estoy dispuesta para ti...