LIBRE DE PECADOS
Publicado en Aug 27, 2009
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"Esta muerte no mata otras muertes". Lo había leído en un texto de Galeano. Esta muerte no era ficción. Fue premeditada. Elaborada con paciencia. Armada con rigor científico. Para no dudar. Para no dejar sospecha. Su duelo llevaba años de vida. La mató de a poco. En etapas. Por períodos. Como un perverso. Como un psicópata. Como un degenerado. Ahora pudo decirlo: ¿Si ése tren no se hubiera detenido en la estación San Fernando?¿ Si ella no le hubiera clavado la mirada?¡Qué maldición de otros antepasados marcó el tatuaje del destino!¿Por qué se mezcló con sus vicios, se anestesió con sus malestares, se adormeció con sus bajezas, se enredó con la amargura y el dolor? Ella quebró la familia. Permitió que abandonara los hijos. Obligó a que renunciara al trabajo. Despidió sin razón a sus amigos. Lo partió. Lo seccionó. Cada día dejaba de ser hombre. A cada instante se volvía más pequeño. La mató primero en su interior. La desalmó. Fue secándola como si se tratara de una maleza. Le quitó el rayo de sol, la línea de luz, el hilo de agua. No pudo diferenciar entre odio o rencor, prisión o libertad, pasión o indiferencia. No esquivó la culpa. Era ella o él. No miró atrás. No apretó sus manos en el débil cuello. No le clavó siete puñaladas por la espalda. No le vació el cargador de la pistola nueve milímetros en el pecho. No la envenenó con un cóctel de barbitúricos. No estrelló el automóvil contra la puerta del garage. Solamente cerró los ojos y nunca volvió a despertarse, nunca volvió a levantarse, nunca regresó del sueño.
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