EL AMIGO
Publicado en Jun 08, 2013
No recuerdo por dónde llegó. Creo que por el techo. Tal vez se deslizó por el grifo un día que lo dejé abierto hasta la madrugada. Desde cuando comenzó a pasearse por la casa, mi gato y mi perro prefieren evitarlo. No lo eché porque me pareció inofensivo a pesar de su largo pico, sus garras marrones y su mirada de niño ofendido. No recuerdo por qué vendí primero al perro y después al gato. Tal vez ni los haya vendido. Tampoco recuerdo qué se hizo la abuela. Parecía indiferente a la presencia del huésped pero cuando este se adueñó de su silla se encerró en su habitación y no volvió a salir. O perdí a mi abuela cuando yo tenía cinco años. No sé. El gato y el perro debí regalárselos a alguien para no disgustarlo a él, aunque tampoco estoy seguro de haber tenido perro, gato y abuela. Los primeros días o los primeros meses, no lo sé con seguridad, evitaba dejarse ver de quienes me visitaban. Los miraba por rendijas de las puertas. Imitando la voz de la abuela se quejaba e insultaba para que se fueran pronto. Pensé que se ocultaba por timidez. Me acostumbré a su presencia. Aunque no es grato a la vista me acostumbré a verlo todo el día sentado en la silla, siguiendo con sus ojos mi ajetreo por la habitación. Tal vez algún día lo acaricié sin darme cuenta, como acariciaba no sé si al perro, al gato o a mi probable hijo. Tal vez sea cierto. A él le gustan los juguetes mas cuando escucha la voz de un niño lanza chillidos y desgarra las cortinas. Por eso creo que en esta casa nunca hubo niños. Nos hicimos amigos y aprendimos a soportarnos, a compartir los mismos rincones de la casa, a gritar por turno, a desollar ratones y a escuchar los Conciertos de Paganini sin derramar lágrimas. No recuerdo por qué nunca le vi comer. Tal vez imaginé que debía comer en otro lugar o que no comía. Mantenía en la silla de la abuela. Es posible que mientras yo dormía, saliera a buscar su alimento. No recuerdo por qué le invite un día a la mesa. Tal vez fueron las primeras o últimas palabras que cruzamos. Le dije: Venga. Dio varios saltos y se montó en la lámpara. Pensé: Le fastidia la luz eléctrica y sin embargo se columpia en la lámpara. Quiere enojarme. Deduje eso porque, como se amañaba donde había encendida alguna vela me extrañó su comportamiento. No quiso comer carne aunque le gusta olerla. Tampoco le agradan los vegetales. Ignoro si cuando llegó era gordo o flaco. Al caminar por el piso da la impresión de ser un poco pesado. Sin embargo, qué puedo afirmar respecto a peso si cuando se adhiere a la pared o al cielorraso parece tener la fragilidad de una mariposa Ensayé todo tipo de alimentos para aves, peces, niños, ancianos y pesadillas sin éxito alguno. Lo del alimento para peces lo probé luego de espiarlo cuando se sumergió en el tanque y se quedó allí varios días, durmiendo en el fondo. Fue la única oportunidad que tuve para retardarme en el bar de la esquina. Pensé: Desgarraría las cortinas si supiera que estoy escuchando música de Willie Colón. Al llegar abrí la llave del agua a propósito y se despertó. Mirándome desde el fondo saltó, salpicándome de agua la ropa. Brincando hasta la mesa de planchar se quedó allí, mirándome burlón. Después… no sé qué ha sucedido después. Tan confuso todo. Cada vez parece saber más sobre mí. Y yo, menos sobre él y sobre mí. Lo único que con certeza averigüé es que se alimenta de mi memoria. No recuerdo quién me lo dijo. Pudo ser indiscreción suya. Eso creo, mas no estoy seguro. Desde ayer o desde hace un año, no lo sé con seguridad, duerme enrollado sobre mis piernas. Los dos ocupamos la silla de la abuela y de vez en cuando ladramos para recordar al perro.
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