El dolor no tiene piel,
nadie sabe cuando llega.
Nadie sabe cuántos pálpitos vitales,
ni cuántas heridas hacen falta
para migrar hacia otras angustias.
Este dolor no tiene piel,
se mete por las hendijas de la vida,
pero nadie sabe a ciencia cierta,
hacia donde va la herida,
ni cómo se entierra
esa dolorosa daga subitánea,
esa cuchillada de la vida
que no cesa de doler.
Este dolor no tiene piel,
sólo tiene un grito de angustia
adherido al alma desgarrada.
¿Cómo duele vivir en las tinieblas,
bebiendo estas aguas lacerantes,
estos amargos sorbos de dolor
revestidos con piel de incertidumbre?
Este dolor ya me conoce
y me habita con sus espinas tan profundas.