Andoni Iturralde permanecía, inmóvil, con la vista prolongada a través del valle, sentado bajo el alero de la puerta del caserío y observando cómo la fina lluvia matinal irisadiaba el frondoso suelo; sintiendo la fresca brisa besar su frente. Mientras tanto, el palomar bullía de aleteos y ella se acercaba, lentamente y por detrás, hasta colocar las manos en sus hombros.
 
- ¿Has sido feliz conmigo?
 
Arantxa, sin contestar, presionó los hombros de él dejando transcurrir lentos segundos, parsimoniosos segundos que se empapaban de ternura.
 
- ¿Cuántas veces me has hecho esa misma pregunta en los últimos días?
- Es que necesito saber la verdad.
 
Ella se inclinó hasta tomarle de las manos.
 
- ¿La verdad de tu razón, la verdad de tus sentimientos o la verdad de tu alma?
 
Pasaron varios segundos sin que él contestara nada.
 
- Siguen fuertes... tus manos siguen tan fuertes como aquel día... ¿Recuerdas?
 
Andoni sí recordaba...
 
Había sido durante el oficio dominical. De vez en cuando su mirada se escoraba hacia la derecha porque allí estaba aquella jovencita, linda como el oleaje del mar, con sus ojos del mismo color que el disipar de su memoria. Todo el ambiente flotaba en el interior de su cerebro y luego, arracimado en el tumulto del gentío, pareció divisarla, por un breve instante, saliendo de la capilla y perdiéndose tras la esquina del bar "Vicandi".
 
- La gran virtud y, al mismo el gran problema de los hombres, es que vivimos continuamente en la memoria.
- Qué sería de vosotros y de nosotras si no nos quedase la memoria como algo eternamente nuestro, como algo que jamás se nos podrá arrebatar.
- Llevas razón, Arantxa... si los hombres y las mujeres no poseyésemos el derecho de ser autores de nuestra memoria, ¿cómo podríamos decir que hemos vivido o que estamos presentes en el existir de todo lo humano?
- Tengo mucha suerte, Andoni...
- ¿Suerte de qué?
- De haber compartido la existencia contigo.
 
Andoni entornó los ojos. La última frase de Arantxa rebotaba en su pensamiento pero la suerte estaba de su lado porque ¿cómo llamar de otra manera a  aquel golpe del Destino?