Los Abuelos (Relato) -6-
Publicado en Jun 22, 2013
Luego todo fue muy rápido. Begoña, la hermana de Andoni, se la presentó. De cerca era más hermosa todavía. Perfectamente bien formada, con el brillante y sedoso cabello cayendo sobre los hombros y aquellos grandes, bellos y ardorosos ojos donde se dibujaba el enigma del amor si es que se les podía observar sin tener que desviar la mirada.
- No te preocupes, Arantxa... ¡siempre es así! ¡Aquí donde le ves... tan atleta y campeón... es un incorregible tímido con las mujeres! Iturralde pudo, por fin, hablar... - Así que te llamas Arantxa... - Arantxa... sí... Arantxa Basurto. Soy ecuatoriana pero mis abuelos fueron vascos. - ¿Cuál es tu segundo apellido? - Rojas. De origen andaluz. Después se sucedieron las citas, el noviazgo y la boda. Todo muy rápido, Todo muy excitante. Un puro producto amoroso que había surgido desde el primer momento en que se cruzaron sus miradas, allá en el culto dominical de la capilla de la aldea; cuando él la descubrió por vez primera... Y luego el inolvidable viaje por el Pacífico, paseando enamorados entre caminos de coral y emborrachándose de besos sin final posible. Y la visita a las Islas Galápagos, invitados por el tío Víktor, sin más quehacer que soñar durmiendo bajo la luz de las estrellas. Le siguieron los éxitos, siempre ella junto a él, por los mejores frontones de Rioja, Nafarroa, Araba, Bilbo, Ondarribia, Hendaye, Biarritz, Bayonne... ¡y su querida Donostia!. Siempre ella admirando aquellas poderosas manos que doblegaban rivales por su potencia pero a las que amaba más porque eran sabias para la ternura y producían inmenso placer con sus suaves caricias. Hasta que, dos años después, tras conseguir innumerables trunfos y aplausos, nació Mikel. Mikel Iturralde Basurto. ¡Qué más podía pedirle a la vida el bueno y feliz de Andoni Iturralde! ¡Podía! ¡Claro que podía! Una sola cosa más le faltaba. ¡El Campeonato Mundial y habría conquistado todos sus sueños! De la cocina llegaban aquellos incomparables aromas del hogar. La leche calentándose, el café, las castañas al horno. ¡Qué bien olía el arte culinario de Arantxa Basurto Rojas! Ella levantó la mirada de los pucheros. El reloj marcaba las nueve de la mañana. Media hora más tarde estarían sentados ante la mesa. Comenzó a cantar "tzorzicos", pequeños trozos de canciones vascas. Y Andoni la oía, sentado bajo el alero del blanco caserío, siempre admirando el valor y la entusiástica entrega de aquella mujer. El vencejo seguía dando vueltas aéreas por encima del tejadillo. Pasó Iturbide con los aperos al hombro... - ¿Que tal vamos, Andoni? - ¡Muy bien, Iñaki! Iturbide se le acercó y estrecharon sus manos... - Siempre tan fuertes, Andoni. Iturralde sonrió, pero no dijo nada. - No te olvides de que hoy tenemos partida de mus. - No me olvidaré. Se volvieron a estrechar las manos. Siempre que Andoni Iturralde saludaba a sus amigos notaba un especial calor en las manos; sobre todo si eran pelotaris vascos como su viejo amigo Iturbide. Como cuando la pelota quemaba, durante décimas de segundo, antes de ser impulsada contra el muro del frontón. Era ese calor especial que tanto amaban los antiguos pelotaris. Por eso el apretón de manos con Iturbide era largo de segundos, largo de momentos, largo de eternidad... Ya de lejos, Iturbide vuelve el rostro. - ¡¡En casa de Sabino!! - ¡¡Allí estaré!! - ¡¡Y recuerda que es a las seis!! Andoni entrecerró los párpados en donde comenzaban a fungirse los dorados rayos del sol. Con los labios secos musitó... - Recuerdo... recuerdo...
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