Aunque les duela el páncreas...
Publicado en Jul 05, 2013
Las fiestas tienen imán. Las fiestas tienen alma. Las fiestas que brotan de los sentimientos puros y profundos marcan el comienzo de un amor en la vida y por la vida; porque también las fiestas son una causa concreta para encontrarnos hablando un mismo y único idioma universal: la alegría que nace y se produce con la felicidad. Por eso mismo, en las fiestas, las emociones fluyen para reinventarnos y ser distintos a lo cotidiano, a lo rutinario, a lo temporal. Y es que las fiestas anulan lo aburrido, la tristeza y todo ese tiempo que perdemos trabajando en lo que no nos gusta y en lo que nos imponen para poder sobrevivir. Las fiestas son, por ejemplo, liberarnos de las frustraciones diarias y son, por ejemplo, la realización de nuestras imaginaciones, deseos y hasta sueños que nos quieren enterrar sin conseguirlo.
Sólo la expresión misma de las fiestas son ya como sensaciones de aventuras, de ese pasar del "blanco y negro" ordinario al "technicolor" extraordinario. Las fiestas son ocasiones para templar la sangre y mirarnos de forma diferente. Es entonces cuando lo que vemos en las fiestas es tan excitante que deseamos vivirlas todo el día y prolongarlas bajo las estrellas; sin pensar, para nada, y valga el ejemplo, en esa mesa de la oficina bancaria... o cualquier otra mesa de administrativo con traje gris y corbata parda... en la que nos quisieron enclaustrar. Deseamos las fiestas como banda sonora del eco de nuestras ilusiones; como si fuésemos protagonistas de una aventura que no deseamos que tenga final alguno. Sin darnos cuenta de otra cosa que no sea acompañarnos en el viaje de lo onírico, lo lúdico, lo sensorial. ¿Y qué significa lo onírico, lo lúdico y lo sensorial en este viaje de las fiestas? Una continua e intensa relación con lo inesperado, una continua e intensa relación con lo impensado, una continua e intensa relación con lo emotivo; porque en ellas, en las fiestas, ponemos todo nuestro corazón al servicio de lo sorprendente, al servicio de lo mágico, al servicio de ese espíritu alegre que nos hacen sentirnos más y mejores que quienes nos obligan, dentro de la rutina de los días grises, a vivir una existencia gris por culpa de sus poderes. Mas sus poderes no son omnímodos porque ellos son dioses de pies de barro y, al llegar las fiestas, nos reímos de las sombras de todos ellos. Y eso sí que es gozar de la vida, entender que la existencia debe ser una liberación y un poder siempre disfrutar para olvidar el tedio y dar paso a las emociones nacidas en el corazón. Las fiestas son una práctica de nuestras sanas rebeldías. Y eso es lo que les amarga la existencia a quienes envidian a los que vivimos las fiestas para sentirnos de verdad aunque les duela el páncreas precisamente por eso.
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