Historia de "Thaler" (Novela) -Capítulo 8-
Publicado en Jul 05, 2013
Historia de "Thaler" (Novela) -Capítulo 8-
17 de octubre de 1908. Restaurante Asborne de la Avenida Century City de Los Ángeles de California, Estados Unidos. - ¡Buen día, Jim Asborn! ¿Es ya la hora de comer? - Sabes muy bien que es ya la hora de comer pero acaba de empezar y no tenemos todo lo que incluye la Carta del Menú, Tom Ozú. - ¡¡Pero yo tengo un hambre canina y estoy que muerdo!! Tom Mozuh echó mano a las chocolatinas que servían como atención para los invitados especiales y se metió dos, al mismo tiempo y de repente, en la boca. - ¡Escucha bien, Tom Ozú! ¡¡Esas chocolatinas están ahí solamente para los invitados especiales y tú no tienes nada de especial que yo vea!! - ¿Yo no tengo nada de especial Jim Asborn? ¡Tengo la boca llena de chocolatinas pero espera a que haya engullido las dos que estoy devorando y verás si tengo o no tengo algo de especial! - ¡No quiero peleas contigo, Tom... así que ya que tienes tan poca vergüenza como para comerte dos de mis chocolatinas sin mi permiso... sigue sin tener la más mínima norma de educación y siéntate en algún lugar donde seas lo mínimamente visible para mi selecta clientela! Pero ante el asombro de todos los clientes y todas las clientas que ya estaban comenzando a almorzar, Tom Ozú se sentó ante la mesa central del Restaurante mientras mascaba ruidosamente las chocolatinas que se le habían pegado a los dientes y se metía los dedos en la boca para despegarlas de su picada dentadura. Cuando sacaba el dedo se lo quedaba mirando y se lo limpiaba en la pernera derecha de su pantalón. - ¡¡Jesús, que hombre más grosero!! - No se enoje conmigo, Señorita Martina, porque como han visto todos y todas no ha sido mi culpa y yo no le he invitado. - Sé que no tienes la culpa, Jim Asborn, pero como siga la cosa así o es él o soy yo porque los dos no podemos vivir en el mismo sitio. - ¿Es que le piensa matar? - ¡Matar es poco! ¡Le pienso estrangular yo misma y con mis propias manos! Tom Ozú terminó de engullir las dos chocolatinas, se metió los dedos hasta la garganta y soltó un ruidoso eructo. - ¿Pero usted es un ser humano o un cochino, con perdón de los cerdos que tanto abundan por estas comarcas? Tom Ozú pudo recuperar el habla y, con los picados dientes manchados de restos de chocolate, se dirigió a la citada señorita de los brazos tan musculosos. - ¡Perdone usted, Reina Martina! ¡No sabía yo que hubiese por estas comarcas lilas como usted! - ¿Eso es un piropo o una más de sus faltas de educación, zopenco? Antes de que Tom Ozú siguiera provocando a la señorita de la mesa de al lado, intervino Jim Asborn. - ¡Ya has tragado demasiado, Tom, así que ya puedes largarte con viento fresco! Tom Ozú soltó otro ruidoso eructo antes de poder hablar con naturalidad. - ¡Repito que tengo algo tan interesante que hoy me darás de comer como si yo fuera un obispo episcopaliano y esto fuera Canterbury! Siempre, claro está, que a esta musculosa señorita no se le ocurra lo contrario. - ¿Qué es eso tan interesante que tienes, Tom? Que yo sepa tu personalidad tiene menos importancia que un pato botijo dentro de una palangana. - Espera un momento a que termine de digerir y te lo enseño... - ¡Pero que maleducado es este bruto, Jim! - ¡Calma, Señorita! ¿Desea que le sirva un martini, Martina? Lo tengo blanco. - ¿Usted también con chirigotas, Jim? ¡Siempre creí que los Asborn eran hombres elegantes! - Me refiero al martini y no a mi corazón... pues estoy casado y bien casado... - ¿Pero esto qué es? ¿En qué se está convirtiendo esta ciudad? - ¡Calla y enséñamelo, Tom! Tom Ozú se levantó de la silla y dirigió su mano derecha hacia el pantalón... - ¡¡Ten mucho cuidado con lo que haces, Tom, o te doy tal tortazo que te dejo la cara más plana que el encéfalo de una liendre!! - ¡Señor Asborn! ¡No escandalice más a su selecta clientela! Sólo estoy buscando esto... Tom Ozú sacó a "Thaler" de su bolsillo, mientras que Jim Asborn quedó boquiabierto... - ¿Qué me puedes servir por este dólar? - ¿Puedo verlo más de cerca? - Tómalo entre tus manos pero espero que sirva para un buen menú completo. Jim Asborn vio la moneda y se fijó en el extraño reflejo de la mirada de Abraham Lincoln antes de explotar en una risita nerviosa. - ¡Ja! ¡¡Jaja!! ¡¡¡Jajaja!!! - ¿Qué te sucede, Jim Asborn? ¿Te has quedado flipado del todo? - ¡Escúchame bien, Tom Ozú! ¡Ya has hecho muchas tonterías en mi local así que, si te portas como un caballero, sólo puedo servirte, por este dólar, una sopa de crema con fideos, mucho más crema que fideos por cierto! - ¿Te estás quedando conmigo, Jim? ¡¡Te estoy ofreciendo a "Thaler"!! - Es la primera vez en mi vida que sé que Abraham Lincoln se llamara exactamente Abraham Thaler Lincoln. ¿Quién te ha contado esa trola? - ¡¡Dejemos ya las tonteras, señor Asborn y hablemos como caballeros!! - Yo puedo ser un caballero pero tú no pasas de se un tahur más mentiroso que un vendedor de jarabes medicinales. - ¡Te estoy diciendo, Jim, que "Thaler" vale más que un simple plato de crema con unos pocos fideos mochos! - Está bien, Tom. Al fin y al cabo es un dólar, muy extraño por cierto, pero un dólar. Jim Asborn se guardó el dolar en el bolsillo derecho de su americana de color azul marino. - ¿Entonces? - Entonces haz el favor de sentarte y guardar silencio mientras te sirven un plato lleno de caldo con garbanzos... un poco duros por cierto... pero garbanzos al fin y al cabo... acompañados de habichuelas. - ¿No puedes incluir un par de pedazos de conejo? - Está bien. Le incluiré un par de pedazos de conejo y pan. - ¿Y nada de beber? - Solamente agua y vas que chutas. Tom Ozú soltó otro eructo que volvió a molestar a Martina... - ¿Es que es usted tan cochino que no sabe que cuando estamos comiendo los eructos son propios de salvajes sin costumbres? - Lo siento... es un mal estomacal que arrastro de la infancia. -¡¡Como me levante de la silla le cojo de los pocos pelos que tiene y le arrastro hasta sacarlo a la calle, escoria humana!! - Pues ha de saber usted que para los musulmanes eructar en la comida es señal de regocijo, satisfacción y buenas costumbres. - Pero aquí estamos entre personas... - ¿Es que los musulmanes no son personas, Señorita Martina? - Estoy hablando de personas civilizadas y, por lo que yo sé, los musulmanes tienen poco de civilizados por la forma de eructar cuando comen y por la forma de tratar a las damas cuando se les antoja y de la forma que se les antoja. - Está bien. Lo acepto. Pero tengo antojo de almorzar la garbanzada con habichuelas. - Para que veas que soy mucho más generoso que tú te voy a mandar servir de primero una sopa de fideos con crema bien espesa y de segundo un buen plato de judías con chorizo más pan. - ¿Y de postre? - ¡De postre te levantas como puedas, te largas y no vuelves más por aquí, pordiosero! ¡Por muchas riquezas que hayas acumulado haciendo trampas con tus máquinas tragamonedas ni tienes clase ni tienes estilo para comer en mi lujoso local! - ¡Muy bien dicho, Señor Asborn! ¡A este bicharraco hay que cortarle las alas! - Señorita... si yo soy un bicharraco ustes es una lechuza... - ¡¡No quiero más broncas en mi restaurante!! ¡Cállate, Tom! Ya viene la sopa de fideos. Come en silencio y que te sienta bien, Tom. - Y si no me da la real gana de callarme mientras como... - ¿Pero es que no puede usted estarse callado de una vez por todas? Ha de saber, maleducado, que nunca se debe hablar con la boca llena. - Señorita... yo me callaré cuando usted deje de lanzarme esas miradas... - ¿Pero usted cree que me deslumbra? - Tanto como deslumbrarle pues no... pero no la necesito... - ¡A este tipo le suelto yo un par de guantazos seguidos! Martina se levantó con intenciones de lanzarse contra el asustado Tom Ozú, pero Jim Asborn estuvo atento y le puso una zancadilla, con tan mala fortuna que ella cayó sobre el desdichado Tom Ozú mientras comenzó a mover sus musculosos brazos como si fueran aspas de molino de viento alcanzando la cara de éste, el cual ya no sabía como parar aquella serie de bofetadas que no parecían tener final alguno. - ¡¡Quítamela de encima, Jim, o no vuelvo a comer nunca más en mi vida!! Con grandes esfuerzos, Jim Asborn consiguió calmar a Martina y, gracias a Dios, logró hacer que se sentara de nuevo en su silla. - ¡¡Ya está bien!! ¡¡Este es un local muy serio!! Una vez calmada la tempestad, Tom Ozú pudo ver ante sus ojos una buena sopa de fideos con crema de harina y, con gran ansiedad, comenzó a meterse cucharadas dentro de la boca mientras sorbía de tal manera que volvió a encrespar los nervios de Martina. - Pero... ¿se puede saber en qué granja le han enseñado a comer a usted? Tom Ozú no pudo responder porque, en ese momento y debido a su ansiedad, se le fue una cucharada por las fosas nasales y levantándose como un autómata, chorreó lo que le salía de la nariz sobre el bistec que la Señorita Martina estaba dispuesta a cortar con el cuchillo y el tenedor. - ¡¡Cerdo!! Martina soltó los cubiertos y le agarró del cuello a Tom mientras se esforzaba por poder estrangularle mientras éste resistía tenazmente sujetando con sus manos los forzudos y musculosos brazos de ella. - ¡Que lo va a estrangular, Señorita Martina! - ¡Eso es lo que estoy intentando hacer, Señor Asborn, pero el muy gorrino opone más resistencia que un numantino! - ¿Qué es un numantino? - Cosas de Historia, Señor Asborn, cosas de Historia de España. Jim Asborn, con grandes esfuerzos prolongados, consiguió al final, tras un par de minutos en que Tom Ozú ya se consideraba muerto del todo y había cerrado los ojos y sacado la lengua, rescatarle de las garras que le estaban estrangulando. - Gracias, Jim. Pensé que esto ya no se lo podría contar a mis bisnietos. - Comos sigas así, Tom Ozú, no se lo vas a poder contar ni a tus bisnietos, ni a tus nietos y ni tan siquiera a tus hijos. - Por un momento pensé que estaba muerto y me veía con Dante de aventuras por el Infierno. - Déjate ya de aventuras, Tom, y sigue comiendo pero no vuelvas a provocar a ninguna fiera. - ¿Me está usted llamando animala, Señor Asborn? - ¡No... no... no... Señorita Martina! ¡Es sólo una metáfora! - Pues cuando quiera usted ser poeta busque otra figura más romántica para definirme, Señor Asborn. - ¿Podría ser caballito del diablo? - ¿Eso qué es? - Solamente libélula nada más pero en metáfora. - Está bien. Acepto esa figura por lo que tiene de original. Ahora haga que me cambien el bistec por una costilla de cerdo mejorando lo aquí presente. - ¡Oiga, madama, que yo ahora estoy callado! - Más le vale a usted y a sus costillas. Mientras el bistec fue sustituído por unas costillas de cerdo, Tom Ozú siguió comiendo su sopa y sorbiendo con gran ansiedad cuando la guapa mesera le sirvió ya el plato de judías con chorizo y una gran rebanada de pan de centeno. Tom comía con voracidad; como un ogro. La ansiedad de Ozú era tan grande que comía cucharadas enormes de judías mientras mordía el pan de centeno como un verdadero burro hasta que, de repente, en una de dichas cucharadas acompañadas de mordiscos al pan, todo se le quedö como formando una pelota en la garganta; así que, al no poder respirar, los ojos se le llenaron de lágrimas intentando tragar... - ¿Qué le sucede ahora, marrano? ¿Por qué llora tanto? ¿Por no saber comportarse delante de las personas distinguidas? Eso o se aprende en la infancia o no se aprende nunca. Tom Ozú no pudo replicar a la Señorita Martina y, en su desesperación, se levantó haciendo gestos que nadie entendía, hasta que se lanzö contra la sorprendida Martina que no pudo reaccionar a tiempo y ante el abrazo desesperado de él comenzó a atizarle fuertes puñetazos en el pecho mientras el rostro de Tom se ponía cada vez más morado y no podía articular palabra alguna sino expresiones guturales de desesperación. - ¡¡¡Agg!!! ¡¡¡Agggg!!! ¡¡¡Agggggggg!!! Martina, viendo que no conseguía librarse de Tom, le propinó un golpe de karate en los riñones, pero no consiguió otra cosa más que Tom volviera a soltar una expresión gutural más elevada y que siguiera cada vez con la cara más morada e inclinara más el cuerpo contra ella. - ¡¡¡Agggggggggg!!! Jim Asborn, viendo que Tom Ozú estaba a punto de morir asfixiado y aporreado por Martina, se acercó todo lo más rápido que pudo y descargó un fuerte puñetazo en la espalda del moribundo... con lo cual consiguió que éste expulsara por la boca todo lo que tenía atragantado y que fue a parar al lujoso vestido de fiesta de la Señorita Martina quien, más encorajinada que nunca, comenzó a dar manotazos al aire viendo su vestido totalmente estropeado... - ¡¡¡Como me apellido Atilava, y soy nacida en Hungría, que a este tipo lo remato definitivamente!!! Tom Ozú pudo, al fin, hablar mientras seguía ligeramente aferrado al cuerpo de ella... - Pero... ¿es usted de verdad la famosa diseñadora de moda femenina, de origen húngaro, y que lleva ya viviendo quinientos años en esta ciudad de Los Ángeles de California? - ¡¡Descarado!! ¡¡Sinvergüenza!! ¡¡Gamberro!! ¿Me está llamando antigualla? - Retiro lo de que está viviendo ya desde hace quinientos años por lo de que está viviendo ya desde hace cuatrocientos noventa y nueve años pero no rebajo ni uno más. El bofetón que recibió de la famosa diseñadora de ropa femenina fue de los que hacen época en la historia de una ciudad como los Ángeles de California pues sonó en todo el restaurante y resonó más allá de la puerta del restaurante... - ¡¡¡Ayayayyyyyyyy!!! Pero la fuerza descargada por la forzuda y musculosa Martina Atilava, nacida en Hungria pero residente en Los Ángeles de California, hizo que ésta perdiera el equilibrio en el mismo instante en que Jim Asborn acudía en auxilio de Tom Ozú y los tres rodaron por el suelo hasta que, a gatas, pudieron ponerse en pie y, mientras la Señorita Martina se marchó del restaurante sin pagar lo por ella consumido, Jim agarró por las solapas a Tom mientras le recriminaba... - ¡¡Por tu culpa se ha ido sin pagar todo lo que ha estado bebiendo y comiendo así que ahora lo vas a hacer tú!! - Deja de zarandearme, Jim, y hablemos como dos buenos parientes ante el suculento reparto de una herencia. Jim dejó de sujetar por las solapas a Tom. - ¿Tú me vas a pagar o no me vas a pagar? - ¿Tú me vas a pegar o no me vas a pegar? - Yo no te pego si tú si me pegas... esto... quiero decir que yo no te pago si té me pegas... esto... - Tranquilo, Jim, tranquilo... lo que me estás queriendo hacer que entienda es que tú no me pegas si yo no te pago... esto... no... que si yo no te pago tú no me pegas... no... no... - ¡¡Ya está bien!! ¿Me pagas o no me pagas? - Siento decirte, con todo gran dolor de mi alma, dejando aparte el dolor que tengo repartido por todo mi cuerpo, que sólo tenía a "Thaler"... sólo tenía a "Thaler"... sólo tenía a "Thaler"... Tom Ozú comenzó a gimotear... hasta ablandarle el corazón a Jim Asborn... - Como dijo Epicuro, el que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea sueño del mundo; en este caso de las máquinas tragamonedas. - Sí... snif... snif... snif... - Está bien Tom, deja ya de gimotear como un huerfanito recién abandonado en la puerta de un condestable... como sucede en muchas novelas francesas... - Sí.. snif... snif... snif... - Comprendo que ya llevas bastante. Me quedo con tu dólar pero nunca jamás te quiero volver a ver dentro de mi restaurante ni fuera de mi restaurante. - ¿Me estás insinuando que nunca jamás vamos a volver a vernos en esta vida? - Ni en esta vida ni en la otra... Tom abrazó a Jim... - Gracias... gracias Jim... mil veces gracias... me has salvado de esa húngara que para mí se comporta como un búfalo en época de celos. Jim Asborn apartó el abrazo de Tom Ozú con unas manotadas. - Como se entere de que la has llamado búfalo entonces te mata de verdad. Tom volvió a abrazar a Jim... - Gracias... gracias Jim... mil veces gracias... me aconsejas muy bien aconsejado porque, la verdad sea dicha, viéndola sentada es como ver a Sitting Bull en persona... Jim Asborn volvió a separarse del abrazo de Tom Ozú a manotazos... - ¡Que no se entere, Tom, de que la acabas de llamar Toro Sentado!! Tom Ozú miró su reloj y decidió que ya era hora de volver a su negocio. Y mientras salía a toda prisa del Restaurante Asborn soltando una retahíla de pedos por culpa de las judías mal digeridas, Jim sacó el dólar de su bolsillo y se quedó mirando fijamente a la moneda. - Está bien, "Thaler", creo que ha llegado la hora de comprarme un buen par de zapatos.
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