Las lmparas del genio. (2010)
Publicado en Jul 13, 2013
Dicen que todos los hombres son iguales… Lo que pasa es que a los que son diferentes no los contamos.
Jesús era un joven estudiante que siempre pasaba por el mismo lugar; sin embargo, no por eso dejaba de admirar cada detalle, una y otra vez: el mismo árbol, el mismo cielo, las mismas montañas, el mismo camino, siempre algo nuevo que ver. Dicen que mirar al suelo no es bueno, siempre y cuando no se trate de escudriñar la tierra; mosquitos muertos, bichos extraños, arañas, hormigas. Antes de entrar a la privada de tepetate donde él vivía, existe una pequeña avenida, y en medio tiene un pabellón, donde se supone tendría que haber piso, pero siguiendo la costumbre, solo hay tierra. Buscando algo en cielo, Jesús se percato que su agujeta del pie derecho estaba suelta; sin vacilar se detuvo y con un movimiento un tanto cómico se agacho a amarrar aquel juguetón cordón. A unos cuantos centímetros de su zapato negro, se encontraba una lámpara, abierta, sin pilas, de metal o aluminio, color gris (o color metálico o alumínico), un poco llena de tierra, pero sin raspaduras de la parte de arriba, la luz saldría perfectamente… o eso se esperaba cuando le colocaran las pilas de nuevo. Paso por aquella obscura y tepetatesca privada, donde hasta el final reside él; aquella privada, más que tepetate, tiene muchos secretos, es una vecindad a gran escala, por ella han pasado ya tres generaciones sin contar a los que llegaron a instalarse; las casas de aquella súper vecindad son de un tamaño considerable, fácilmente caben dos o tres casas de las que actualmente construyen; pero la casa de Jesús era diferente, aparentemente era más grande que todas las demás casas, pero en el fondo… había más terreno que le pertenecía, era todavía más grande. Como sea, Jesús llego a su casa, fue hacia donde están sus cosas y tomo dos pilas; luego, salió al inmenso terreno que tenia y que estaba alumbrado por tan solo un foco de cincuenta watts. Todas las lámparas que compraba siempre terminaban rompiéndose, fundiéndose en la basura después de haberse fundido; pero esta aparentaba ser más resistente, lo suficiente para ser juguete de un niño de veinte años. Encendió la lámpara. Brillaba como pocas, tenía la misma fuerza que esas lucecitas laser que vendían en los tianguis; Jesús se sentía un niño, sabiendo que ya tenía trabajo, guiando aquel halo de luz fría que se asemejaba a un reflector de alta potencia. “Hola muchacho” dijo una voz en donde la lámpara no había estado alumbrando, donde desde que cayó la tarde solo había oscuridad. Jesús no tenía porque responder, o no quería, evidentemente se sintió amenazado ya que alguien estaba en su casa sin ser visto y sin permiso. Como todo buen muchacho, Jesús conocía su casa, así que apago la lámpara, apago el foco, tomo una roca entre sus manos y sus ojos poco a poco se adaptaban a la noche, permitiéndole reconocer toda figura fantasmagórica que en el fondo era su casa llena de árboles frutales; ese día vestía colores oscuros, así que camino poco a poco hacia la entrada para ver si con el reflejo de las luces de los vecinos y el sol nocturno lunero podría distinguir algún contraste o sombra que no siguiera el ritmo del viento. Pero no descubrió nada nuevo. Recorrio toda su casa, entre arboles, ramas secas y nada pudo ver. Más seguro, intercambio la piedra por la lámpara, alumbro desde el fondo de su casa hasta la salida; en efecto no había nadie. “Hola otra vez…” Aquella voz se presento, pero Jesús ya estaba fuera de su casa así que la persona misteriosa tambien; pero no vio a nadie, con deducciones naturales miro la lámpara para descubir alguna vocina causante de aquella confusión. “Efectivamente, soy la lámpara”. Jesús dio la vuelta para ver que justo frente a una pequeña ermita llena de flores y series navideñas estaba un hombre de edad avanzada con mirada fija pero serena y acariciando un cuervo negro que parecía emitir sonidos similares al acto de habla. “Diga señor, ¿que se le ofrece?” dijo el joven con voz sonora pero calmada. Saludo poco usado en estas épocas, pero que a él le permitía establecer contacto con otras personas sin entrar en confianza jamás. Había poca luz, pero con esa era suficiente; Jesús tomo la lámpara con demasiada calma alumbrando hacia una pared gris de tanto tabique económico. “No apagues la lámpara, porfavor…” dijo aquel señor, con leve sonrisa prosiguió, “soy un genio, de hace millones de años y esos tiempos se parecían a estos: caos, miedo, un mundo a punto de acabar”; Jesús ya había apretado el botón de apagar, miro al señor y rápidamente acciono el botón de nuevo para evitar la molestia de aquel sujeto. Durante una milésima no hubo luz; “bien hecho, gracias” dijo aquel viejo caminando de brazo al cuervo y sentando en donde aparentemente no había nada pero que después resulto ser una silla; Jesús creyó que tal efecto se debía a que las luces navideñas se apagan en ocasiones y por lo mismo se perdían algunos objetos entre aquella oscuridad aleatoria. “Bueno señor, me retiro, le dejo su lámpara… buenas noches”, dijo Jesús mientras dejaba la lámpara encendida en el suelo y con cuidado empujaba la tabla que le servía de puerta; sin perderlo de vista en ninguna ocasión, Jesús se perdió entre su noche casera, noche familiar que le brindaba seguridad y desde donde vigilaba las acciones de aquel hombre de la lámpara. Dijo el hombre, “sé que aun estas ahí, Jesús”; después el hombre se levanto, se puso de pie en dirección a la puerta de Jesús. A Jesús le provocaba un poco de gracia por la frase que había dicho, parecía una oración unimembre pero que no iba dirigido a él, sino a alguien que es omnipresente. “Jesús, así te llamas”, dijo el viejo sin dejar de abrazar al cuervo; “así es señor, que se le ofrece”, Jesús más confiado había respondido, ya que el señor tenía el suficiente respeto para no entrar a su casa, cuando era tan fácil empujar una tabla. “Oye”, dijo el señor y se agacho por la lámpara; la apago, luego la guardo en su pantalón algo desgastado, luego dijo “soy un genio, ya sabes, de esos que cumplen deseos”. Jesús sonrió, lo miro a los ojos pensando en todos los relatos acerca de tantos genios con lámparas pero que ninguna de esas funcionaba con pilas doble “a”; se acerco poco a poco a la luz de aquella serie decembrina, para estar los dos frente a frente y sin ocultar nada. “¿Cuantos deseos?” dijo mientras dejaba caer naturalmente sus manos en su espalda, sólo sujetándose por unos cuantos dedos; inmediatamente el ahora genio reconoció la postura de seguridad del muchacho ante la situación, no recordaba algo similar antes. “Son dos deseos… claro, con sus debidas consecuencias”, disfrutando el genio; siempre los resultados habían sido caóticos: todo el dinero del mundo, el amor de una mujer, noches de lujuria infinita, vida eterna, fuerza ilimitada; era un genio y sabia como compensar adecuadamente la ambición del hombre, fuese del tamaño que fuese. Jesús inclino su cabeza hacia la derecha, luego hacia la izquierda, sonriendo regreso su cabeza hacia la derecha; pensaba en algo sencillo pero que, en caso de ser cierto, fuera útil. En ese momento, Jesús recordó que en su casa ya no había donde sentarse; que aunque a él le gustara siempre estar de pie, las visitas no. También pensó en un disco de música instrumental que desde niño buscaba, pero por haber sido hecho tan lejos, no llegaban tantos ejemplares al país. Pensó en su enciclopedia científica, que ya estaba un poco gastada; de tener otra, la enciclopedia más usada podría servir para los niños, porque venían con una historieta que aparte de inculcar la curiosidad por saber el nombre de cada nube, también provocaba el gusto por la lectura. El hombre se volvió a sentar; la silla magia apareció. Jesús se decidió. El genio se adelantó. “¿Quieres una silla que se aparezca cada vez que sientes?”. Una sonrisa traviesa… el otro deseo seria para deshacer el primero, quedando en cero los números deseosos. “No, gracias… sólo quiero tres bancos de plástico; no sé si los hayas visto, en algunas tiendan las venden a diez pesos cada una, pero hace mucho que ya no traen.” Jesús mirando al genio esperaba que su deseo fuera cumplido; el cuervo cantó y el señor le fue pasando por encima de la cerca banco por banco hasta llegar a tres… Jesús sonrió, eran los bancos que él quería; pero el genio no pensaba un castigo para tan poca visión; un millón de pesos, los entregaría en monedas de cincuenta centavos, o entregaría billetes falsos, o los tomaría de algún banco… ¿pero un banco? Jesús no dejaba de sonreír, miraba con discreción hacia otros lados, pero no distinguía más que al genio y a su cuervo; ninguna cámara, ningún vecino molesto o chismoso, nada… “¿Solo son de plástico cierto? ¿No tienen nada de mágico?” dijo Jesús sentándose en un banco de los tres. El genio únicamente repitió la primera pregunta en forma de respuesta, “Cierto, sólo son de plástico”. “Aun te queda un deseo: muchacho.” El genio cambio su rostro jocoso por un rostro inexpresivo. Jesús entendió el disgusto disfrazado, así que se puso en pie, con la postura que llevaba manejando desde hacia varios minutos ya. Pero ya había visto algo; esta vez podía pedir algo más grande, un auto, un arma, una dotación gigantesca de refrescos, salud eterna, un manantial en su casa, su casa bien construida, más terreno, dinero a montones, tener novia, ser asediado por mujeres hermosas… ¡eso era! “Deseo que te vayas lejos…” dijo inquieto, Jesús miro al genio. El genio, no hizo caso al deseo; pensaba cuestionarlo, pero lo más que podría quitarle serian tres bancos de plástico, ciertamente no le podía hacer nada; su ambición era tan distinta, que el genio pensó en un modo de compensarla e incitar los verdaderos deseos de Jesús que tanto había reprimido en esos dos primeros deseos, de los cuales solo uno se había cumplido. Tocándose la barbilla con una mano y sujetando con la otra a su cuervo parlanchín alego, “mira, si cambias de deseo, puedo cumplirte un, deseo, más.” Las pausas siempre son importantes para remarcar el precio a tratar. Otra vez, deseos que se cumplen tan fácilmente; Jesús miro al cielo, aun con las manos detrás sujetándose mutuamente con dos o tres dedos; pensó en una computadora que tanta falta le hacía, o aunque sea unos miles de pesos, para pagar la inscripción a la universidad, el tendría razones para satisfacer sus deseos ya que muchas cosas necesitaba; tal vez una puerta o un vestido para su madre, era una acción bondadosa y desinteresada… Ella no tiene un signo en especial; y no es necesario las exclamaciones entre paréntesis: la ironía es natural, y el orgasmo de la ironía es el sarcasmo. “Bueno, sólo quiero cincuenta mil dólares, en billetes de a cien dólares.” El genio ante tal respuesta, sólo tomo una pesada bolsa negra de basura e inmediatamente se la entrego al muchacho. Tal vez ahora, el segundo deseo sería mucho más ambicioso. Y efectivamente, lo era. Jesús miro la bolsa, aparentemente de basura, pero que abriéndola lo suficientemente se apreciaban los billetes americanos. Jesús rio por ver tanto dinero en sus manos, ahora si sentía ganas de pedir algo más que solo tres bancos y cincuenta mil dólares. “Quiero que dejes de ser genio…” El genio creía entender la respuesta. Tal vez dándole un deseo más se sentiría seguro… “Mira, si quieres…” no pudo terminar el genio cuando Jesús le dijo “¡otro deseo?, solo deseo que dejes de ser genio, y, deseo que tomes estos cincuenta mil dólares... es decir, con un deseo más me basta.” El genio pensó en ser un humano normal, sin poderes, morir y no vivir más esperando salir de aquella lámpara alcalina. Además el muchacho rechazo el cuarto deseo y se dispuso a entregarle el dinero; así que podía vivir tranquilamente el resto de sus días. “Te doy un deseo más… aun te quedan dos.” Dijo el genio apretando con fuerza a su fiel cuervo, mientras miraba al joven por encima de las narices, con aire de grandeza y poder. Jesús solo dijo “deseo un arma, una pistola vaya”. Ahora si estaba seguro el genio; canto el cuervo por segunda vez, le dio su arma, dijo en secreto las condiciones y prosiguió: “solo te queda un deseo más, y ya no pienses que te daré más deseos este es el ultimo, así que piénsalo bien porque no habrá vuelta atrás…” Jesús se imagino una serie de sucesos de lo que vendría, miro el arma, miro el dinero y los tres bancos; “deseo, que seas humano”, no hay humano que tenga poderes y los dos lo sabían. De inmediato el genio involuntariamente tomo la lámpara, la encendió, la apago y él con su cuervo permanecieron en la privada. Estaba ahora desprotegido… pero libre. Se sentía mal por haber perdido, su ambición era provocar ambición, y sabía que el último deseo era irrevocable; cayó en su juego y ahora solo le quedaba su siempre fiel ave negra. Jesús le dio primero el arma; el ahora, de nuevo, señor se apresuro a tomarla y le apunto al rostro del joven pidiéndole el dinero, pero sin esperar respuesta disparó. Jesús un poco espantado, se seco con la maga de su suéter el agua de aquella pistola; tomo la gran bolsa negra y la hizo pasar por aquella puerta de madera; el señor no comprendía ya los sucesos, pero tenía en sus manos cincuenta mil pesos… y una pistolita de agua. El señor tomo al cuervo con suavidad, lo acaricio; después tiro la lámpara, y recogió la bolsa: salió en la noche un señor con su cuervo arrastrando una pesada bolsa negra… Un joven en la puerta de su casa recogía una lámpara y con cierta pereza nocturna recogía sus tres bancos; al llegar a su cama, Jesús acomodo aquella lámpara entre otras dos que tenia; solo que, una estaba prendida. Pero en un momento dejó de estarlo.
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