Más allá de la cueva (Cuento)
Publicado en Jul 19, 2013
No sé qué pensaría La Princesa de toda aquella historia pero, según me la iba contando Gimilio, a mí me parecía sorprendente, maravillosa, increíble, propia solamente de un héroe como él.
- ... y entonces llegamos ante la cueva y, dando una voz de mando, todos me siguieron... - ¿Os metistéis todos dentro de la cueva, Gimilio? - Así es Giuseppe. Todos me siguieron porque todos tenían miedo menos yo. - ¡Vaya tío! ¡Qué valiente eres, Gimilio! - ¿Quieres que te lo cuente o vas a cortarme otra vez el rollo? - Quiero que me lo cuentes, pero... - Pero... ¿qué te pasa, Giuseppe? - Que yo, cuando sea mayor, voy a ser de esos valientes que se meten en las cuevas. - ¿Tú vas a ser más valiente que yo? - ¡Imposible! ¡Más valiente que tú no hay nadie, Gimilio! - Pues entonces escucha y calla... Guardé silencio pensando qué diría La Princesa de toda aquella historia de valientes o cobardes y si comprendía bien mi afición por escribir poesías y soñar continuamente... - ¿Qué hicísteis dentro de la cueva? Entonces Gimilio puso cara de interesante y subió el tono de su voz para intentar deslumbrarme todavía más... o quizás estaba intentando deslumbrar más a La Princesa que nos escuchaba pero no intervenía en nuestra conversación. - ¡¡Dentro de la cueva todo era oscuro, sucio, fangoso y lo peor eran las ratas que pasaban rozando nuestros pies y, sobre todo, aquellas gotas de sangre que surgían de las paredes!! Miré a La Princesa intentando descubrir qué efecto hacían las palabras de Gimilio en su ánimo; pero ella seguía comiendo su bocadillo y, de vez en cuando, miraba hacia el cielo desde el pequeño montículo donde los tres estábamos sentados. Yo no sabía qué decir porque no le podía contar una aventura tan valiente como la de Gimilio que, poniendo cada vez más énfasis en sus palabras, seguía narrando... - ¡¡En medio de las tinieblas, las ratas y la sangre, varios vampiros volaron por encima de nuestras cabezas!! - ¡Jó qué tío! ¡Nadie es capaz de ser tan valiente! - ¡No me interrumpas, Giuseppe! ¡¡La verdad es que todos estaban cagados de miedo y yo era el único que se mantenía firme, tranquilo, sereno, dominando la situación!! - Claro... como eres el capitán... Volví a mirar a La Princesa, pero ella seguía comiendo su bocadillo y no decía nada. Miraba fijamente a Gimilio siguiendo la historia totalmente concentrada mientras yo era como un cero a la izquierda, un convidado de piedra, el chico invisible... - ¡¡Y entonces fue cuando vimos a aquel hombre!! Por fin La Princesa, sentada entre los dos, dijo algo. - ¿Vísteis a un hombre? Gimilio vio la oportunidad que tanto esperaba... - ¡¡Sí!! Aquel sí tan rotundo retumbó en mi cerebro hundiéndome todavía más ante ella. - ¡¡Se lanzó contra nosotros pero le derribé de un puñetazo en la mandíbula y huyó perdiéndose en la oscuridad!! La Princesa no volvió a decir nada pero a mí me pareció una proeza como las de "El Capitán Trueno". - ¿Tú solo contra un hombre? - ¡Yo solo contra un hombre, Giuseppe! ¡¡Y creo que nunca jamás se le ocurrirá a ese hombre volver a la cueva después de la que le di!! Me asombraba, cada vez más, aquella valentía propia de "El Capitán Trueno" y quedé a la espera de que Gimilio siguiera contando... - ¡Entonces fue cuando Sarko se puso a llorar como un mariquita; Corco y Verdi decidieron que ya no querían seguir adelante; Lanza se lo estaba pensando mientras temblaba desde la cabeza a los pies... asi que les dejé a todos para seguir yo solo hacia adelante y llegué hasta el final de la cueva! - ¿Conseguiste llegar tú solo hasta el final de la cueva? - No lo pongas ni en duda, Giuseppe. - Lo que pasa es que es demasiado increíble. - ¿Te interesa saber qué había al final de la cueva? - A mí si me interesa saberlo -intervino de nuevo La Princesa. - ¿Y a tí, Giuseppe? ¿Te interesa saber lo que había al final de la cueva? - Supongo que me tiene que interesar... Pude observar una pequeña sonrisa en los labios de La Princesa, muy entusiasmada en la narración de Gimilio. - ¿Te interesa o no te interesa? Otra vez miré hacia el rostro de La Princesa pero ahora ni dijo nada ni tampoco sonrió... - No lo sé, Gimilio, no lo sé. - ¿Y tú quieres ser un gran capitán como yo? Era la ocasión para deslumbrar a La Princesa pero no dije nada... - Está bien. ¿Sabes lo que había al final de la cueva? - Supongo que una pared. - ¡¡Había un montón de esqueletos humanos!! - ¿Y fuiste capaz de aguantar sin salir corriendo? - ¡Eso sólo lo hacen los cobardes como Sarko y los que no tienen suficientes agallas como Corco, Verdi y Lanza! ¿Tú qué habrías hecho, Giuseppe? Otra vez se presentaba la ocasión de deslumbrar a La Princesa pero volví a no decir nada... - ¡¡Al final volví con una calavera entre mis manos y todos los demás huyeron despavoridos!! - ¿Y qué hiciste después? - ¿Quieres saber lo que hice después, Giuseppe? - Bueno, en realidad no hace falta que nos lo cuentes. Supongo que la calavera la tienes en tu habitación como demostración de que eres tan grande como "El Capitán Trueno". - ¡¡Rayos y truenos!! ¿No quieres saber lo que hice después? - Yo estoy cansada y me marcho La Princesa había terminado de comer su bocadillo, se levantó y se marchó dejándonos a los dos solos. - Has quedado muy mal delante de La Princesa, Giuseppe. - Es que no soy tan famoso entre las chicas del barrio como lo eres tú. - ¡¡Pero La Princesa es especial! - No es necesario que lo digas tan alto. Todos los de la barriada lo sabemos. - ¿Tú también crees que es especial? - Ya lo sé, Gimilio, ya sé que es especial y que no la volveremos a ver si Dios no quiere. - ¡¡Jajajajaja!! ¿Tú crees que Dios quiere o no quiere que la volvamos a ver? - Yo creo que Dios es quien decide... Gimilio se puso muy nervioso, sacó un par de cigarrillos de la marca "Celtas", me ofreció uno a mi. Como le temblaba el pulso tuve que cogerlo con cuidado de que no cayera al suelo, saqué mi encendedor, le di fuego a Gimilio y luego encendí el mío. - ¿Eres capaz de fumar, Giuseppe? - Supongo que forma parte del ritual para ser un gran capitán. - Pues supones bien. Observé atentamente la manera que tenía Gimilio para fumar y me atreví a decirlo... - No fumas bien, Gimilio. Él se enfureció por unos segundos... - ¿Cómo es eso de que no fumo bien? - Cuando das las caladas expulsas el humo por las narices. - ¡Eso es lo que hacen los hombres! - Eso es lo que hacen los hombres que aparentan que lo son. Se enfureció más todavía... - ¡¡Escucha, Giuseppe, no quiero razonar contigo!! ¿De acuerdo? Gimilio cogió su carabina de aire comprimido, que siempre llevaba un balín preparado en su interior, y se puso en pie. - ¡La Princesa estará de acuerdo conmigo! - ¿Te refieres a matar gorriones inocentes e indefensos? Vi que Gimilio apretaba las mandíbulas. Era lo más parecido a uno de esos hombres de Cromagnon que yo había visto en los libros de Ciencias Naturales... - ¡¡Tú no entiendes nada de chicas, Giuseppe!! - Tal vez... tal vez no entiendo nada de tus historias para conquistarlas... - Entonces... ¿sigo o no sigo siendo el capitán? - Supongo que sí. - ¡Pues avisa a Bini y a Mini porque mañana nos vamos los cuatro a la cueva! ¡Os quiero demostrar que puedo repetir la aventura! - Volvísteis todos sanos y salvos y eso quiere decir que es fácil. Gimilio. - Pero... ¿todavía no te has enterado de la zurra que le dimos a los gitanos? - Pues Sarko me ha dicho que corristéis todos como conejos asustados por las vías del tren cuando os lanzaron la drea... - ¡¡Sarko es tan mentiroso como cobarde!! ¿A quién le crees? ¿A Sarko o a mí? - Yo sólo creo que un valiente no mata gorriones inocentes e indefensos sino que los defiende porque para eso es un valiente. Volvió a enfrecerse más todavía... - ¡¡Tú sólo haz lo que te ordeno!! ¡¡Avisa a Bini y a Mini porque mañana vamos a ver quien se atreve a entrar en la cueva y llegar hasta el final!! - ¿Y vamos a traernos cuatro calaveras como trofeos de caza o como botín de guerra? De repente se calmó ante mi ironía y bajo el tono de su voz. - Si sois capaces de hacerlo... - Supongo que Bini y Mini podrán hacerlo... - ¿Y tú, Giuseppe? ¿Tú serás capaz de coger una calavera? - Supongo que sí... - No me valen las suposiciones sino las decisiones. - Entonces deja que Dios lo decida. - ¡Contigo no se puede dialogar, Giuseppe! - ¿Es por eso por lo que no sirvo para ser como "El Capitán Trueno"? Gimilio no contestó nada, lanzó la colilla al suelo y se alejó de mi lado mientras yo terminaba de fumar observando el vuelo rasante de los gorriones hasta que, cansado de ver cómo el tiempo se me disipaba entre sueños, apagué la colilla, me la guardé en uno de mis bolsillos para tirarla donde viera un lugar propicio para hacerlo, me levanté y me dirigí hacia la casa. La noche ya empezaba a cubrir toda la ciudad. - Hola, Giuseppe... Cuando vi a La Princesa delante de mí di un respingo... - ¿Te asustas de verme? - No. Lo que pasa es que cada día estás más guapa. Vi a La Princesa sonreír por segunda vez aquel día... - Ven conmigo -dijo ella. Me tomó de la mano, me hizo seguirla por las escaleras hasta llegar a la azotea y allí me pidiío que me sentara en el alféizar con los pies colgando sobre el vacío. Después ella se sentó a mi lado. - ¿No tienes miedo, Princesa? - Yo no. Espero que tú tampoco. - Por supuesto que no. Mañana mismo demostraré a todos los de la barriada que soy capaz de entrar en la cueva. - Es que yo no quiero que entres. - No puedo evitarlo, Princesa. Si Gimilio lo ha hecho yo puedo hacerlo también. - ¿Estás seguro de que Gimilio llegó hasta el final de la cueva? - Lo dice la calavera que tiene en su habitación. - ¿La has visto tú? - No. Pero dicen que es cierto... - ¿Quiénes dicen que es cierto? - Todos los de la barriada. - Todos los que se lo creen. - ¿Tú dudas de Gimilio? - Yo lo que quiero es enseñarte otra cosa bien diferente a una calavera. - ¿Hay algo más importante que tener una calavera en tu habitación? - Por ejemplo ver volar a los gorriones... Me quedé mirando fijamente a los ojos de La Princesa. Había en ellos un brillo diferente a todos los demás ojos de las chicas de la barriada. Algo así como si estuviera emocionada. - ¿Los gorriones? ¿Has dicho los gorriones? Ella me hizo una señal para que guardara silencio mientras los contemplábamos volar entre los tejadillos y, después de varios minutos, volvió a decir algo que me llegó hasta lo más profundo de mi corazón. - Son felices porque son libres. Yo no sabía qué decir... - ¿Qué puedes contarme tú sobre los gorriones? No sé por qué razón perdí el miedo de hablar abiertamente con ella y, por primera vez en mi vida, me sentí más poderoso que Gimilio cuando comencé a hablar... - No sé cuándo, ni cómo ni tampoco porqué, pero llegará una noche en que te pediré que me recites, con tu voz melodiosa melodiada por la atmósfera del íntimo suspiro, la última poesía del álbum de la vida... y entonces, oyendo en mi interna concepción de la existencia tus palabras convertidas en esencia, me iré deslizando lenta lenta lentamente, muy lentamente, por el campo del trigal que con tanto amor regamos con las lágrimas, y te pediriré que no llores sino que sonrías mientras me marcho con el equipaje de todos los momentos vividos junto a tí. Y entre las últimas sílabas de los últimos versos me introduciré en el oscuro túnel de la luz final y allí, una vez llegado al límite de lo desconocido, me sentaré junto a los gorriones para esperar... esperar... esperar a que tú vuelvas para juntos reiniciar la búsqueda de lo infinito. No sé cuando, ni cómo ni tampoco porqué, pero llegará una noche en que te pediré que me acaricies para poder iniciar tan largo viaje... - Eso vale muchísimo más que tener una calavera en tu habitación, Giuseppe. - ¿Quieres decir que soy valiente sin tener que buscar calaveras humanas? - Quiero decir que estoy segura de que Gimilio no tiene una calavera de verdad en su habitación. Te aseguro que es una de plástico. Las venden perfectas en las farmacias. - ¿Y lo de la zurra a los gitanos? ¿Qué me dices de lo de la zurra que le dieron a los gitanos? - Que es también mentira. Es muy fácil ponerse de acuerdo con ellos dándole una propina. Me enamora lo ingenuo que eres. - ¿Pones en duda que Gimilio llegó hasta el final de la cueva? - No sólo lo pongo en duda sino que afirmo que no llegó hasta el final de la cueva. Lo necesita decir para hacerse como "El Capitán Trueno" ante los demás. - Gimilio es el gran capitán de todos pero te advierto que yo juego al fútbol mucho mejor que él. - ¿Y a quién hacen caso los de la barriada cuando jugáis al fútbol? La volví a mirar a los ojos y me dejó sin respiración cuando, de repente, acarició mi rostro. - Me tengo que ir, capitán. - ¿Yo soy tu capitán? - Sí. Espero que sí. Mañana se me acaban las vacaciones de verano y me vuelvo a América. Toma esto. Sacó un papel del bolsillo trasero de su pantaloncito corto y me lo entregó. Era su dirección en América mientras, de manera instintiva, la abracé fuertemente contra mí. - No quiero que lo sepa absolutamente nadie -continuó diciendo ella. - ¿Quieres que te escriba? - Sí. Pero no para decirme que fuiste capaz de entrar en la cueva, que llegaste hasta el final de ella y que tienes una calavera humana en tu habitación para demostrarlo. - ¿Es que no es de chicos valientes hacer tales cosas? - ¿Tienes que demostrar que eres valiente para serlo? Me quedé pensativo, con los pies colgando en el vacío, mientras ella se levantó y desapareció de mi vista. Me prometí a mí mismo que le escribiría todas las semanas pro lo menos una carta o dos sin ninguna clase de dudas y que en ellas le pediría que se casara conmigo. - ¡¡Te escribiré, Princesa!! ¡¡Porque quiero casarme contigo!! Sólo escuché su dulce y melodiosa voz llegando ya desde lejos... - Espero que seas valiente... No pude dormir durante toda la noche. Veía su rostro más dulce que nunca y sus ojos más radiantes y a la vez más profundos dentro de mi imaginación. Miré el reloj varias veces y entonces fue como si ella estuviera allí mismo, a mi lado, acariciándome otra vez el rostro. Hasta que el piar de los gorriones en el alféizar de la ventana pidiéndome que les diera de comer me hizo volver del sueño. Decidí desayunar más rápido que nunca para poder darles migas de pan a los gorriones y cumplir con lo pactado. Encontré a Bini y a Mini jugando, en el bulevar, a las canicas. Los dos parecían temblar cuando les conté que teníamos que ir con Gimilio a la cueva. - ¿Es cierto eso? -dijo Bini. - Tan cierto como que si no acudís no seréis jamás verdaderos capitanes. - ¿Y quién dice que tenemos miedo? -intervino Mini. - Se os nota demasiado. Le tenéis miedo a Gimilio. - ¿Tú no le tienes miedo? -me preguntó Bini. - Ni tan siquiera le tengo ya respeto. No les pude explicar nada más porque en esos momentos llegó Gimilio. Llegaba algo tarde a la cita y venía como pensando... - ¿De verdad estáis dispuestos a entrar en la cueva y llegar hasta el final? Bini y Mini no podían articular palabra alguna. - Quizás es que le tienen miedo a los gitanos... Gimilio no esperó aquella salida mía pero reaccionó a tiempo... - ¿Crees que los gitanos no son peligrosos? - Algunas veces no, Gimilio. - ¿Qué sabes tú de los gitanos? - Que cuando alguno se me pone tonto le breo. - ¿Tú también les breas, Giuseppe? - Cuando alguno que otro se me pone tonto... pero hablando de tontos... - ¡Espera! ¡Espera! ¡Si eres capaz de entrar en la cueva e ir hasta el final después hablamos! No dije nada cuando los cuatro nos pusimos en camino sin que nadie hablara ni media palabra hasta que Gimilio decidió acabar con el silencio... - ¡¡¡Os advierto que os puede arrollar la locomotora del tren!! Gemilio lo tenía todo previsto en cuanrto a lo del tren porque en esos momentos, y sin previo aviso, la locomotora, arrastrando una larga fila de vagones, se nos echó encima. Los cuatro salimos disparados hacia la dirección que se nos ocurrió de imprevisto para salvar la vida. - ¿Sabéis lo que os digo? -rugió Gimilio una vez reunidos otra vez los cuatro. Bini y Mini no comprendían nada... - ¡¡Que no vamos a ir a la cueva!! Entonces fue cuando me di cuenta, sin duda de ninguna clase, de que Gimilio era un mentiroso y regresé a mi casa dispuesto a escribirle ya mi primera carta de amor a La Princesa. Era el final del verano. Encendí la radio. Sonaba El Dúo Dinámico... - El final del verano llegó, y tú partirás. Yo no sé hasta cuándo, este amor recordarás. Pero sé que en mis brazos, yo te tuve ayer, eso sí que nunca, nunca yo olvidaré. Dime dime dime dime amor dime dime que es verdad lo que sientes en tu corazón si es amor en realidad. Nunca nunca nunca nunca más sentiré tanta emoción como cuando a ti te conocí y el verano nos unió. El final del verano llegó, y tú partirás. Yo no sé hasta cuándo, este amor recordarás. Pero sé que en mis brazos, yo te tuve ayer, eso sí que nunca, nunca yo olvidaré, nunca yo olvidaré. Apagué la radio y escribí soñando que volvía a tener en mis brazos a La Princesa. Era algo tan real que me quedé imaginándomela mientras escribía. Me salió un poema completo... - Te amo, princesa de todos los atardeceres floridos en diáfanas sílabas del verbo; niña elevada a la última potencia femenina de los infinitos placeres y el silencio. Volando mariposas en todos tus sueños, beso ligero y profundo como espuma de un poema, eres tú la esencia penetrada de eróticos perfumes en el ámbito enigmático de tus años placenteros. Niña corpórea de atardeceres azules y rosados que como violeta te transformas en pensamiento puro y tus labios ansiados se funden en mujer anaranjada como hembra del viento, del fuego y de la tarde calma. Hembra del sueño prendido en el viril y etéro solsticio que madura las uvas del néctar generoso y embriagas de juego eterno y fantasía traspasando los límites del delirio con tus besos. Todo tu recuerdo de infancia y de soneto solo es el polvo de lo efímero y pasado. Tú eres ahora, estructura indiana y primitiva, una transformación de mi Sueño en utópica realidad. Niña primaria que con bravas primaveras te fundes en hembra de triple condición: compañera, amiga y amante sin fronteras y firme principio de vínculo amoroso. En el lecho rotundo de todo el universo me entregas tu cuerpo en acto de locura para ser la historia de toda mi existencia resumida en tu esencia de hembra y de mujer. Sueño blanco en forma de caricia es tu sonrisa después de haberte penetrado de poesía y todo lo que soy, siento y conozco, va más allá de lo infinito en tu presencia Eterna amante que más allá de las fronteras en la selva virgen del mundo y de la imagen me ofreces el jugo del placer sincero en tu sensual esencia de esposa y de verdad. Y a fuerza de ser sinceramente hermosa y fiel a todo el proyecto de ambos mundos me entregas tu alma y elevas tu alegría para ser infinita en los íntimos encuentros. El amor nos une con todo el libertinaje de dos seres primitivos sin historia y convierte nuestro tiempo de lecho florecido en besos tuyos y mi abrazo a tu cuerpo celestial. Tú, niña hembra hecha mujer corpórea, esperma literario de fiebre y de expresiones, con miles de orgásmiscos viajes te corres la Via Láctea de toda mi poesía. Y en salvaje compromiso de pacto y de promesa tu música enervante vibra de emociones en el hondo y profundo sentido que te engendra como diosa reinante del verbo amar y mi palabra. Terminé de escribir cuando la luz de la primera hora de la tarde me anunciaba que más allá de la cueva estaba el amor.
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