El lobito va a la escuela (Cuento Infantil)
Publicado en Jul 20, 2013
Muchos años después de que Caperucita se salvara de las garras del lobo, tuvo éste un hijito que quería estudiar con los niños y niñas del País de las Fantasías. El lobito había vivido siempre en en la espesura del Monte Skyline y no quería ser como su padre.
- ¿Qué te sucede, hijito? - Que no quiero ser como tú. Que quiero ir a la escuela para jugar con los niños y las niñas y que no me tengan miedo. - Eso es imposible. Tú tienes que ser un lobo feroz como yo y tus hermanos - Siempre tienes que obligarme a ser como no quiero ser... - ¿No es maravilloso que todos los niños y niñas te tengan miedo? - ¡No, no y no! No tengo dudas de que quiero ser un lobito bueno. Entonces el Lobo Feroz tenía 67 años de edad y Caperucita se había convertido en una mujer feliz dando clases en la Escuela de Mil Cuentos, un lugar donde los niños y las niñas siempre querían decir lo que querían decir; porque Caperucita les enseñaba a no ser mentirosos. - ¡Que te repito que tú tienes que ser un lobo tan feroz como lo soy y lo son tus hermanos! - Y yo te digo que no quiero dar miedo a nadie. - ¡Pues eso va en contra de nuestra naturaleza! - Yo quiero aprender cosas que tú no sabes enseñar... - ¿Qué cosas? - Amar sin tener que engañar a nadie. - Eso no es propio de lobos. - Alguna vez tienen que cambiar las cosas y, para eso, tengo que ir a la escuela y demostrar que los lobitos no tenemos por qué ser malos. - Hace 30 años que estoy deseando cumplir venganza contra Caperucita y los que la ayudaron a salir viva. - Hace 30 años yo todavía no había nacido... así que esas cosas no me interesan... - ¡Vas a ser la vergüenza de toda la familia! - ¿Por querer ser compañero y amigo de los niños y las niñas de la Escuela de Mil Cuentos? - En todos los cuentos los lobos somos malos. - Te equivocas, papá, te equivocas. - ¿Así que no quieres ser un lobo feroz como todos tus antepasados? - ¡No, no y no! Quiero ser como el lobo de Nadia, Ester y Cristina. - ¿Y quiénes son esas si se puede saber? - Amigas de los niños y las niñas y amigas de los lobitos buenos... - ¡Te repito que no existen los lobitos buenos! - Si me dejas ir a la escuela te demostraré que sí pueden existir. - Está bien. Vas a ir a la escuela y te darás cuenta por ti mismo de que eso es imposible. Así que no vuelvas llorando a casa. El lobito bueno cogió la mochila y se encaminó hacia la escuela. Era un día de invierno y el viaje era duro así que el lobito bueno pensó... - ¿Por qué no puedo ir en tren? Dicho y hecho. Salió del camino de tierra y llegó hasta la estación. - Quiero un billete para la Escuela de Mil Cuentos - Lo siento A los lobitos no les puedo dar billete. Vuélvete a tu casa y deja la fiesta en paz - ¿Es que hay fiesta hoy e la Escuela? - Exacto. Hoy se celebra el Primer Aniversario de su Fudación. - Entonces con mayor motivo me tiene usted que dar ese billete. - A los lobos no les vendo billetes. Los lobos no son sociables. -¿Quién le ha dicho eso a usted? - Todos los sabemos. Sois mala gente por naturaleza. - Pues aquí veo anunciado que los menores de edad tenemos derecho a viajar a la Escuela gratis. - Eso sólo es para los niños. - Aquí solo dice menores de edad y no dice que sólo para los niños. El vendedor de los billetes no pudo evitarlo... - Está bien. Aquí tienes el billete pero no puedes viajar dentro de los vagones. - Tengo el msmo derecho que cualquier otro ser. - Tú no. - Yo soy un ser. - Bueno. Viaja en el tren pero al lado del maquinista y mucho ojo con hacer alguna travesura. No me fío de los lobos auque sean tan pequeños como tú. El maquinista, que se llevó un buen susto, le miró de reojo. - ¿Qué hace un lobo como tú en un lugar como éste? - No soy un lobo sino que soy un lobito. - ¿Y qué diferencia hay entre un lobo y un lobito? - Que algunos lobitos no somos malos sino que somos buenos. - ¡Imposible! ¡Del todo imposible! ¿A dónde vas? - A la Escuela de Mil Cuentos. - ¡No me lo creo! - Pero es verdad. ¿Quiere que le cante una canción para demostrárselo? - Está bien, lobito. Siéntate a mi lado pero ni se te ocurra tocar nada. - ¿Canto o no canto? - Canta pero como vea que haces algo malo te tiro por un puente abajo. El lobito bueno comenzó a cantar... - Cinco lobitos tiene la loba, cinco lobitos detrás de la escoba. Cinco parió y cinco crió y a todos ellos tetita les dió. Cinco lobitos tiene la loba, blancos y negros detrás de la escoba. Al maquinista, que era ya muy viejo, se le humedecieron los ojos. - ¿Está usted llorando, señor maquinista? - Sí. Un poco. - ¿Por qué? - Por pensar que te harás mayor y serás tan malo como todos los lobos. - ¡Vaya tabarra con todo eso de que los lobos somos malos! ¿Quiere que le cante otra canción para demostrarle que se equivoca? El maquinista se restregó la nariz con su brazo derecho. - Pero... ¿de verdad está usted llorando, señor maquinista? - Es que no puedo dejar de pensarlo... - Escuche como canto y verá cómo deja de llorar para siempre. - Vamos a ver si es cierto. Te permito que sigas cantando. - ¿Es que para cantar hay que pedir permiso a los mayores? - Es la ley. - Pues esa ley no me gusta. Así que voy a cantar. - Pero no me hagas llorar otra vez... - De acuerdo, señor maquinista. Y el lobito bueno volvió a cantar... - Palmas Pamiltas higos y castañitas azúcar y turrón, qué rica colección. Palmas Palmitas naranjas y limones para los demás. Agáchate y vuélvete a agachar que las señoritas van a pasar. El maquinista ahora lloraba más que antes. - Qué manía tienen ustedes con llorar cuando canta un menor de edad que sólo quiere jugar con sus amigos y sus amigas. - Perdona, lobito... pero es que... - ¿Y ahora qué pasa? - Que te harás mayor y dejarás de ser bueno. - ¿Pero quién le ha dicho a los señores mayores que los lobitos buenos nos hacemos malos? - Es la Ley. - ¿Qué Ley? - La de las autoridades políticas. - ¡Déjese de tonterías! ¡La única Ley que vale es la de Dios! ¿Puedo cantar otra vez antes de llegar a la Escuela? - Si quieres... - Pero deje de llorar, por favor. - Es que estoy pensando... - ¿Pensando a estas horas de la mañana? Yo creo que para pensar está la noche. - Siento lástima de ti. ¿De verrdad tienes cuatro hermanitos? - De verdad de la de verdad. Y de verdad que no quiero ser como ellos y por eso me he ido de casa. - ¿Y de qué vas a vivir sin la ayuda de tus padres y tus cuatro hermnaitos? - Iré todos los dás al Mercado de Frutas y Verduras a ver si me dan las sobras que nadie quiere. Al maquinsita se le volvieorn a llenar los ojos de lágrimas... - ¿Otra vez llorando? ¿Es que es pecado comer frutas y verduras que nadie quioere? - Lo que pasa es que no sé dónde vas a vivir... - No se preocupe por eso señor mayor. Supongo que la señorita será buena y me dejará vivir en la Escuela de Mil Cuentos si Dios quiere. Le advierto que soy un buen guardián y sé cuidar de las ovejas. - ¡¡No me lo creo!! - ¿Es que es usted escéptico? - ¡Agnóstico! ¡¡Soy agnóstico!! - ¿Y eso tan raro qué es? - No te lo puedo explicar. - Entonces deje de ser tan raro porque no le comprendo ni aunque me lo diga en latín. - Canta ya, lobito, que estamos llegando a la estación. El lobito bueno volvió a cantar... - El patio de mi casa es particular; cuando llueve se moja como los demás. Agáchate y vuñevete a agachar, que los agachaditos saben bien jugar. Hache, i, jota, ka, ele, elle, eme, a. Que si tú no me quieres otra niña me querrá. Otra vez brillaron los ojos del maquinsita. - Pero ¿esto qué es?. - Esto es la estación, lobito. Ya hemos llegado. ¿Dónde has aprendido tantas canciones infantiles? - Porque soy muy pequeño y he aprendido a escuchar. - Que tengas suerte. - No creo en la suerte sino en Dios pero como usted es tan raro que se llama agónico pues... - ¡No! ¡No se dice agónico! ¡Se dice agnóstico! - Bueno... lo que sea... pero de verdad que es más raro que un ovejo morado. - ¿Morado? ¿Existe algún ovejo morado? - Eso dice mi abuela materna. Señor mayor... ¿puedo darle un beso de despedida? Ante la ingenuidad de aquel lobito que parecía tan bueno el maquinsita puso su mejilla derecha y el lobito, después de darle un beso cariñoso, se despidió de él. - ¡Vaya usted con Dios, señor mayor! - Siento de verdad mucha pena al pensar que te harás mayor y te convertirás en un lobo malo. - Dale con el dale que te dale... que le estoy diciendo a usted que nunca voy a ser un lobo malo porque no voy a crecer y no me voy a ahcer mayor jamás de los jamases y de los jamases. El lobito bajó a la estación y entonces se produjo unm gran alboroto conn todos los señores y señoras intentando esconderse donde mejor podían. - ¡¡Un lobo!! ¡¡Hay un lobo en la estación!! - ¡Jesús que gente! ¿Es que no están viendo que soy un menor de edad? Una señorona llena de joyas por todos los lados gritó todo lo que pudo. - ¡¡¡Que avisen a la Guardia Civil!!! ¡¡¡Que avisen a la Guardia Civil!!! - ¡Jeús que gente! ¿Estará loca de verdad o sólo de momento? La señorona llena de joyas por todos los lados se metió en la Oficina de Correos. - ¡¡¡Avisen a la Guardia Civil!!! ¡¡¡Avisen a la Guardia Civil!!! El empleado de la Oficina de Correos salió, asustado, para poder atenderla. - ¿Qué le sucede, Señora de Demetrio? ¿Le han robado alguna de sus muchas joyas? - ¡¡¡Un lobo!!! ¡¡¡Un lobo!!! - ¿Un lobo le ha robado alguna joya? Aprovechando el desconcierto general el lobito bueno salió de la estación y vio el letrero indicando la entrada a la Escuela de Mil Cuento. - Menos mal que sé leer. Sin pensarlo dos veces, el lobito echó una rápìda carrera y lentró en la Escuela de Mil Cuentos. Todos los niños y niñas, al verle entrar sin llamar a la puerta, se dieron un tremendo susto y fueron a cobijarse en las faldas de la Señorita Paz. - ¡Un lobo! ¡Un lobo que nos quiere comer! - Tranquilo, Jaimito, tranquilo. - Pero Señorita Paz... ¡¡es un lobo!! - Cállate ya, Jaimito que esto lo arreglo yo. ¿Quién eres tú y a qué has venido a esta Escuela? - Yo no soy ningún lobo. Aquella hizo reír a todos los niños y niñas escepto a Jaimito que comenzó a tenerle envidia porque era más chistoso que él. - ¡¡¡Eres un lobo!!! ¡¡¡Eres un lobo malo y vete de aquí antes de que se lo diga a mi papá que es el mejor cazador que hay en el pueblo!!! - Y dale con que soy un lobo... que repito que no soy un lobo... - ¿Entonces qué eres? - Solamente un lobito nada más. - ¡¡¡Que le echen fuera de la Escuela!!! ¡¡¡Señorita Paz échele de aquí o me chivo a mi papá!!! - Espera, Jaimito y no seas tan envidioso... ¿por qué no le damos una oportunidad? - ¡¡Eso, eso, Señorita Paz!! - Tienes muy buen corazón Isabelita. Pero es justo que le demos una oportunidad. ¿Quién eres de verdad y qué vienes a hacer aquí? - Soy un lobito, sé leer y quiero vivir con los niños y las niñas de esta Escuela. - ¡¡¡Imposible!!! ¡¡¡Vete de aquí antes de que se lo diga a mi papá!!! - ¡Jesús, que niño más repelente! ¿No estoy diciendo que sólo vengo a vivir aquí? Traigo hasta la mochila. - Me parece que está diciendo la verdad, Señorita Paz. - Está bien, Isabelita, vamos a hacerle una prueba. Sentaos todos en vuestras sillas y tú, lobito, ven aquí. Todos se sentaron con cierto temor excepto la valiente Isabelita que le dedicó una sonrisa al lobito mientra éste se dirigió hacia el estrado. - ¿Cómo te llamas? - Me llamo lobito y, según he escuchado, usted es la Señorita Paz. - ¡¡¡No le haga caso, Señorita Paz!!! ¡¡¡Nos quiere engañar a todos para comerse nuestros bocadillos!!! - ¿Por qué es tan mal pesado ese tal Jaimito, Señorita Paz? - Lleva razón Lobito. Tenemos que darle una oportunidad. - Está bien Isabelita. Vamos a darle una oportunidad. - Menos mal que ya tengo una amiga. Isabelita volvió a sonreirle al lobito bueno pero la Señorita Paz comenzó con la prueba. - Vamos a ver, Lobito. ¿Qué sabes hacer? - Contar hasta diez. - ¿Solamenete sabes contar hasta diez? - Bueno. Si se trata de contar... también sé contar cuentos... - ¡¡¡Eso es mentira, Señorita Paz!!! - Pero... ¿se puede saber qué le pasa a este tal Jaimito? - Nada, Lobito. Que te tiene envidia porque eres lmás guapo y simpático que él. - ¡Ya estña bien, Isabelita! Dejad de disuctir los dos como siempre y dejemos que nos cuente un cuento. - ¿Empiezo ya? - Puedes empezar, Lobito. Lobito se lanzó en picado... Pedrín creció en un mundo infame donde todos se burlaban de su incapacidad física. Sí. Pedrín era un niño inválido. Él deseaba sólo una oportunidad; una sola oportunidad para poder jugar. Absolutamente nadie de los feroces niños de su barrio sentía ninguna clase de compasión por él. -¡¡¡Fuera de aquí, inútil!!! – coreaban todos, al unísono, bajo las consignas que les daba el despótico Emiliano. Pedrín sólo quería jugar una vez, una sola vez, a aquello llamado futbolín. Él sabía que su invalidez le impedía jugar al fútbol como los demás. Sólo pedía una oportunidad, una sola oportunidad para poder jugar al futbolín en aquel hediondo bar donde los hombres adultos se emborrachaban y, al salir de la barra, dando trompicones, daban patadas a la silla de ruedas de Pedrín. Todo aquello, mientras la silla iba de un lado a otro totalmente descontrolada, producía heridas en el corazón de Pedrín. -¡¡¡Pedrín es un llorón!!!. ¡¡¡Pedrín es un llorón!!!. – repetían una y mil veces todos los niños del barrio siempre siguiendo las consignas de Emiliano “El Guapo”, llamado así por su fama de Conquistador de chicas. Bueno. Conquistador de todas menos de una que resultaba ser la más bella de todas. Y es “que Mayka” no le hacía ni el más mínimo caso a aquel “guaperas”. Era por eso por lo que Emiliano elegía al pobre Pedrín para desahogar su impotencia. Y es que Pedrín era realmente pobre, muy pobre. Pedrín vivía en una humilde chabola con su abuelita Doña Teresa, ya que sus padres habían muerto en el mismo accidente automovilístico que a él le había convertido en un lisiado, la cual zurcía una y mil veces el pobre pantalón descolorido de Pedrín mientras Emiliano “El Guapo” se jactaba de vestir los “blue jeans” de las mejores marcas; comprados, por supuesto, en el mercadilllo de los mercaderes que acudían al barrio de Bellavista todos los veranos.… El caso era no dejar vivir en paz ni al pobre Pedrín ni a su abuelita Doña Teresa, a la que siempre menospreciaban aquella pandilla de verduleros y arrabaleros dirigidos siempre por “El Guapo” Emiliano que se jactaba de ligar a las mejores chavalas del barrio excepto, por supuesto, a la más bella de todas. Efectivamente, a pesar de los múltiples esfuerzos que hacía por conquistarla, “Maika pasaba olímpicamente de aquel o cualquier otro “donjuan” e iba, todas las tardes, a casa de Pedrín a jugar, largamente con él, al juego de las preguntas y respuestas… -¿Qué es el cielo? – le decía Pedrín que, además de inválido, era ciego. -El cielo es el lugar por donde vuelan los pájaros más bellos que puedas imaginarte. -Yo no puedo imaginar la belleza.… - ¿Por qué? ¿Qué sabes tú de la belleza?. -Yo sólo sé que además de llorón me dicen El Feo de Bellavista. Y es que en el barrio de Bellavista, el “guaperas” Emiliano era tan despótico que jugaba con las palabras para mofarse incluso de la ceguera de Pedrín. Y así pasaban los dias de aquel tiempo en que las golondrinas hacían sus nidos en las tejas de la casa de la abuelita de Pedrín. -¿Cómo son las golondrinas? – le preguntaba Pedrín a la bellísima “Mayka”. -Las golonndrinas son pájaros libres. -Yo no sé lo que es la libertad… -¿Qué sabes tú de la libertad?. -Cómo puedo ser libre si siempre tengo que estar sentado en esta silla de ruedas...… -¿Qué es lo que más deseas en este mundo, Pedrín?. -Jugar una partida de futbolín. Al día siguiente la bellísima “Mayka” despues de haber dicho otra vez que no a las insinuaciones del “guaperas” Emiliano, se presentó en casa de la abuelita con una enorme caja en sus manos. -¡Pedrín!. ¡Toca esto!. ¡Te lo he traído para ti!. -¿Qué es? –dijo Pedrín tocando la enorme caja de cartón. -Un futbolín para ti. - Muchas gracias “Mayka”… pero no me va a servir porque no tengo con quien jugar. -Tienes a tu abuelita… -Mi abuelita sufre de artrosis en las muñecas y no puede manejar un futbolín. -¡Entonces juega conmigo!. “Mayka” abrió la caja y montó el futbolín en medio de la humilde sala. -¡Ya está! ¡Vamos a jugar, Pedrín!. -Yo soy ciego. -No importa. Mueve las barras como quieras y verás cómo sí puedes jugar.… Era un día del frío invierno cuando las golondrinas ya se habían ido del tejado y Pedrín, jugnaod al futbolín con Mayka, sonrió por primera vez en su vida antes de cerrar los ojos y morir… Todos los niño y niñas de la Escuela Mil Cuentos se quedaron mudos y callados. Sólo Isabelita rompió el silencio y aplaudió como nunca lo había hecho en su vida. - ¡¡Magnífico, Lobito!! ¡¡Es el mejor cuento que he oído en mi vida!! ¡¡Eres un verdadero genio!! Ante el revuelo que se armó entre todos los que aplaudían abrazando a Lobito y las protestas y lloriqueos de Jaimito, la Señorita Paz tuvo que imponer el orden. - ¡Basta ya! ¡Un poco de orden! ¿Quién te ha enseñado ese cuento, Lobito? - Me lo acabo de inventar ahora mismo. Un ¡oooohhhh! de sorpresa general salió de la garganta de todos los niños y niñas. - ¿Te lo acabas de inventar ahora mismo? - Sí. Pero puede ser verdad... - ¿Puede ser verdad? - Puede que en alguna parte del mundo sea verdad. La verdad no sólo es lo que conocemos, También la verdad es lo que no llegamos nunca a conocer pero existe. - ¿Quién te ha enseñado a pensar así? - Dios. Me ha enseñado Dios porque yo no soy un agónico. Todos los niños y niñas, excepto Jaimito, soltaron unas grandes carcajadas cuando escucharon aquello de agónico, mientras la Señorita Paz seguía preguntando. - ¿Sabes tú lo que es es agónico? - Sí. Ser tan raro como algunas personas mayores. Ahora fue la Señorita Paz la que se partió de risa antes de explicar... - No son agónicos, Lobito. Son agnósticos. - ¿Y eso qué es? - Una cosa que les pasa a muchas personas mayores y hablando de mayores... ¿tú quieres quedarte a vivir con nosotros? - A eso he venido y por eso he dejado mi hogar. - ¿Y qué va a pasar cuando te hagas mayor? Jaimito gritó en voz muy alta. - ¡¡¡Cuando sea mayor mi padre lo va a matar porque para eso es el Alcalde y el mejor cazador del pueblo! Lobito no pudo hacer otra cosa más que sonreír... - ¿Qué opinas, Lobito? - Que Jaimito se cuela del todo porque no sabe que yo no voy a dejar de ser nunca un lobito. - ¿No te vas a hacer nunca mayor? - Eso es, Señorita Paz. Nunca jamás de los jamases de todos los jamases voy a ser mayor. - ¿Y dónde vas a vivir mientras estés con nosotros? - Supongo que habrá aquí un cuarto para la leña... - ¿Quieres vivir en la leñera de la Escuela? - ¡¡Eso jamás!! - ¿Por qué dices eso, Isabelita? - Lobito se viene a vivir conmigo. Yo le explicaré a mis padres que como soy hija única necesito un amigo con quien jugar. Tengo un futbolín en casa. Y así fue como Lobito se quedó a vivir en el pueblo y fue el mejor compañero de todos los niños y niñas de la Escuela de Mil Cuentos. Jaimito llegó a ser su mejor amigo.
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