Comn
Publicado en Jul 23, 2013
La vista nublaba sus sentidos, estaba acostumbrado a observar todo el silencio contenido en sus parpados, mientras que sus ojos se apagaban, el sol del mediodía, la luna que se acercaba y la terrible oscuridad que comenzaba solo empeoraban su ya extinto sentido de la realidad, nunca sintió tanto temor, nunca nadie lo había acompañado por la estepa de concreto. Los transeúntes que lo miraban no reconocían a aquel hombre de barba blanca y cabello canoso, algunos como es la costumbre solo golpeaban su hombro para conocer si aquel hombre en verdad existía, otros un poco más rescatados preferían absorber el olor que del emanaba, y simplemente se alejaban con un poco de resaca, aquel hombre caminaba sin rumbo, tal vez y como muchos otros, luego afirmaron solo era el sol del mediodía que se negaba a morir en la noche. Juan Echeverría cruzo la calle de las magnolias, siempre prefería el camino largo, su meta era deshacerse en sus pensamientos, una ambulancia, una sirena de la policía, y el olor del pan recién echo, era el placer más simple que él podía disfrutar, pero de igual forma que las otras personas el también vio aquel hombre que se disipaba por el camino contrario por el que él iba, el hombre que con cabellera gris y babar blanca era el centro de atención de aquel morboso escenario que se repetía constantemente. La ciudad para María torres eran los semáforos de la calle Constanza y el bailar de las fiestas que se repetían cada año, por motivo de la independencia de una país que no le pertenecía, ella como mucha gente estaba ahí solo porque era mejor trabajar que ser feliz, era su rutina caminar por la plaza América y luego girar en sentido de la calle Constanza solo para detenerse frente a la florería y comprar una docena de rosas, solo ella, ¡sí!, solo ella pudo ver al hombre que se detuvo junto a la ventana de la panadería, tal vez se detuvo para comprar un regalo, un pastel para su hija Eva Rodas, cuya afición por los dulces había llevado a su padre a salir y dar un paseo por la intranquila ciudad que se dibujaba a carbón y hierro, compró el pastel que más robaba una sonrisa a su hija, y luego camino unas tres cuadras, se detuvo por un momento en el parque central, y lentamente como si iniciara un extraño ritual, encendió un cigarrillo y se dispuso a leer unas hojas de Cortázar. El escritor visualizaba las extrañas formas de las nubes de verano: eran un matiz suave de colores que se dibujaban conforme la gente olvidaba él porque del tiempo, el tiempo existían solo para que la gente vea que corta es su existencia, a quien le importa el tiempo si somos inmortales. Su inspiración duro por poco tiempo, el ruido de una ambulancia irrumpió en su ya gastada tinta, se dispuso abrir su pequeño balcón y observo como un círculo de personas se formaba de acuerdo a un centro. Los paramédicos gritaban que lo dejen respirar, pero el cumulo de gente se amontonaba más, ellos sabían, todos los humanos saben cuándo uno de los suyos va trascender, ellos lo saben, porque en su libro lo tiene escrito así “NO HAY NADA NUEVO BAJO EL SOL”, nada inmortal puede haber en esta tierra, eso destruiría el delicado equilibrio de dios, el escritor puso esas líneas para continuar con su poema. El hombre de barba gris dio su último suspiro, su cuerpo descanso en la blanca camilla, al mismo tiempo que Juan Echeverría llego a su casa, o que María torres compro sus flores, pero más disfruto el dulce Eva Rodas, porque aquello lo compro su padre.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|