Los De la Hoz (Relato)
Publicado en Jul 27, 2013
Circulaban los automóviles, por la Ronda de Segovia, como relámpagos surgidos de la espesa niebla nocturna. Pasaban también las horas, en aquella noche invernal, como tablas de salvación para llenar el insomnio de la realidad de Mauricio. Y allí estaba él, Mauricio Lapiedra Pómez, tocando el piano en medio de aquel rumor de cuchicheos de quienes intentaban hacer de la vida una especie de sangría que había que tomarse al igual que quienes bebían los botellines de cerveza. Mauricio tocaba el piano pero su mente no estaba, en aquellas horas de la madrugada, en "El Rincón del Arte Nuevo".
- ¡Vamos, señor Lapiedra, arránquese usted con "La Traviata" de Verdi que estamos en Navidad! Mauricio se quedó mirándola y sorprendido. - ¿No es usted "La Germana"? - No, señor Lapiedra Pómez, soy la hermana de "La Germana". - ¿Y cómo se llama usted si se puede saber? - "La Hermana". Llámeme usted "La Hermana". Mauricio no entendió el chiste... - ¿Está usted de broma? - Nada de broma! Soy "La Hermana". Solamente "La Hermana". - ¡Pues estás muchísimo mejor que "La Germana" aunque seas morena y ella sea rubia! Porque "La Germana" está imponente pero tú eres todo un monumento. Los cuatro que estaban sentados cerca del pianista soltaron sonoras carcajadas. - ¡Ha estado usted verdaderamente gracioso! -exclamó Don Canito De la Hoz de Húecar. - Nos les haga caso, señor Lapiedra, porque yo me los he pasado por la piedra a los cuatro y no valen ni la mitad de la mitad de lo que dicen ellos. Eran cuatro. Eran Canito De la Hoz de Huécar, Eufemiano De la Hoz de Cuenca, Sandalio De la Hoz de Cuenca y Margarito De la Hoz de Madrid. - ¿Ya te has pasado por la piedra a esos cuatro, "Germana"? - ¡Que no soy "Germana" leñes, que soy "La Hermana"! Los cuatro volvieron a soltar ruidosas carcajadas hasta que Mauricio Lapìedra Pómez hizo ademán de levantarse de la banqueta pero prefirió solamente darse la media vuelta y seguir sentado, ahora dando la espalda al piano, para enfrentarse a los cuatro. - ¿Quieren ustedes que les dedique una pieza de cuernos? Canito De la Hoz de Huécar intentó levantarse de su silla pero quedó otra vez sentado y sin fuerzas, puesto que las cervezas hacían estragos en su cerebro. - ¡Si es usted algo más que un pésimo pianista salga conmigo a la calle! - No sé quién es usted ni tengo el disgusto de conocerle pero de verdad que, con esa boina calada hasta las cejas, parece un paleto completo. - Pues le advierto que yo he picado muy alto... pero que muy alto... - Por lo bajito y enclenque que es usted perdone que lo dude a no ser que haya utilizado una escalera de bomberos. - ¡¡Eso sí que no se lo aguanto ni a usted ni a naide!! - ¿No se lo aguanta usted a naide o no se lo aguanta usted a nadie? Canito De la Hoz de Huécar intentó de nuevo levantarse pero quedó otra vez sentado hasta que intervino "La Hermana". - Es mejor que tengamos la fiesta en paz. Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad. - ¡¡Eso eso!! ¡¡Alegría alegría !! -palmotearon, al unísono y como si fueran verdaderos flamencos, Eufemiano, Sandalio y Margarito... hasta que Canito por fin se pudo levantar, con enormes esfuerzos para no caerse, y pidió disculpas para ir al retrete. - ¡Tengo ganas de hacer pis! ¡Esperad un momento que ahora vuelvo! - ¡No te des demasiado prisa, Canito, no te vayas a manchar los pantalones de andar por la huerta y, de paso, aprovecha el tiempo para mirarte al espejo! - ¡Escucha, "Germana"! ¡¡Un día de estos vamos a tener que hablar tú y yo!! - ¡Menos mal que no soy "La Germana" sino "La Hermana" porque hablar con usted debe ser como monologar con un asno completo! - Ya sabía yo que no lo eras aunque os parecéis como dos gotas de agua. - ¿Es que te crees el más importante e interesante de todos los hombres, Eufemiano? ¿Cuánto sabes tú de mujeres si es que se puede saber si es que sabes? Mientras Canito se marchaba hacia el water, Eufemiano quedó en silencio y "La Hermana" siguió cada vez más envalentonada... - Yo me río de los que se creen los más importantes e interesantes de los hombres pero, que yo sepa, en mi agenda de teléfonos el tuyo ocupa el penúltimo lugar. El pianista sonrió mientras preguntaba... - ¿Quién es el último? En esos momento regresó Canito y, en efecto, volvía con los pantalones manchados de pis. - Ese gran honor lo tiene bien merecido el canuto aquí presente... o sea, el Canito que hace siempre el canuto... Los cuatro De la Hoz quedaron en total silencio cuando vieron entrar en el local al teniente Valverde y al cabo Belinchón. - ¡Don Mauricio! ¿Cómo va la noche? - Tirando, mi teniente, tirando... - Pues que siga la fiesta. ¿Tienen ustedes cuatro algún complejo o impotencia insalvable para que el cabo y yo nos sentemos juntos con untedes? Canito De la Hoz de Huécar, se levantó como pudo e intentó responder al teniente, pero Eufemiano De la Hoz de Cuenca le tiró del hombro derecho y le hizo sentarse de un solo golpe. - ¡Caramba, Don Canito, parece usted muy enfadado! - ¡¡Es que no consiento que un simple pianista me trate como a un paleto!! - ¿No será mejor que le trate como a un paleto en lugar de tratarle como a una paletilla? - ¿También tiene usted ganas de bromear, teniente? El teniente Valverde no contestó sino que se sentó entre Don Canito y Don Eufemiano mientras ordenó al cabo Belinchón que se sentara entre Don Sandalio y Don Margarito. - Hablando del pianista, señor Mauricio... ¿podría usted atacar con una de caballería, por favor? - Me sé la "Cavallería rusticana" de Mascagni. ¿Puede servir esa? - ¡Fantástico! ¡Precisamente estaba yo pensando en la "Cavallería rusticana" porque para eso soy del Cuerpo de Caballería! - Pues no se hable más, mi teniente... - ¡Habla solamente cuanto yo te pida que hables, Belinchón! Al cabo Belinchón se le enrojeció la cara mientras el teniente Valverde seguía llevando la voz cantante. - Y ahora una ronda de cervezas para todos si es que nadie tiene complejo o inconveniente alguno o, quizás, algún problema gástrico o de impotencia total o parcial. - La verdad es que yo... - ¿Qué le sucede Don Canuto, quiero decir Don Canito? - Que no ando muy bien del estómago. - Pero... ¿me va usted a decir a mí que no puede con otra cerveza más después de haber tenido que ir al water? - No se hable más. ¡Cervezas para todos! - ¡Muy bien, Don Eufemiano! ¡Se le nota a usted un fuerte carácter! ¿Por que no siguió usted la carrera militar? ¡Con ese carácter podría haber llegado a ser todo un sargento! Más allá lo considero imposible pero por lo menos sargento hubiese sido usted todo un sargento con mala leche y ya se sabe que los sargentos con mala leche son los que más mandan! - Por eso yo no quise... - ¿No quiso usted ser un sargento, Don Canuto... quiero decir Don Canito? - Me daban los galones de cabo pero... - Pero usted prefirió los galones de cerveza... ¿me equivoco? Canito De la Hoz de Huécar, al igual que Eufemiano De la Hoz de Cuenca, prefirieron guardar silencio mientras la guapa y jovencita camarera les servía los seis botellines de cerveza. - ¿Es agradable, verdad? - ¿Me lo está diciendo a mí? - Exacto. Se lo estoy diciendo a usted, Don Eufemiano. - Pues sí. Es muy agradable. - Por supuesto que nos estamos refiriendo únciamente a la cerveza, Don Eufemiano. - Esto... sí... sí... claro... - Pues ya que está todo claro... ¿podrían ustedes cuatro enseñarme sus documentos nacionales de identidad? - ¿Con qué derecho nos pide eso? - Si quiere en vez de pedírselos con el derecho lo puedo pedir con el izquierdo. El cabo Belinchón soltó una carcajada. - ¡Jajaja! ¡Qué buen chiste, mi teniente! - ¡Nada de hacerme la pelota porque tú de cabo furrier no vas a pasar! Al cabo Belinchón se le volvió a poner la cara roja de vergüenza mientras el teniente Valverde seguía llevando la iniciativa. - No se preocupen ustedes cuatro. Para dar ejemplo, el cabo Belinchón y yo mostraremos los nuestros. Tanto el cabo Belinchón como el teniente Valverde sacaron sus respectivos documentos nacionales de identidad y estos pasaron, de mano en mano, por los cuatro De la Hoz. - ¿Contento ya, Don Eufemiano? Como habrá visto somos dos extremeños en cuanto a nuestros orígenes aunque yo soy vecino de Madrid y el cabo es vecino de Cañete. La diferencia es que Belinchón nació cacereño y yo nací pacense... hasta que se me inflan las narices y dejo de ser pacense para conventrirme en badajocense por eso de tocar el badajo de vez en cuando. Al cabo Belinchón le entró un ataque de risa. - ¡Jajajajaja! ¡¡Jajajajaja!! ¡¡¡Jajajajaja!! - ¿Qué le pasa a este hombre? - Nada "Germana" que esrá criado en Cañete y por eso se ríe tanto. - ¡Que no soy "La Germana" sino "La Hermana", leñes! - Olvidemos ese accidente, quiero dedir este incidente. Sigan. sigan ustedes revisando nuestros documentos. Como verán el cabo Belinchón es bastante feo pero lo que es yo pues no es que lo diga mi abuela pero he salido muy favorecido en la foto porque soy bastante guapo la verdad sea dicha. El cabo Belinchón estuvo otra vez a punto de reír. - ¡Quieto parado, Belinchón, que no estoy hablando de coña! Los cuatro De la Hoz terminaron de cotejar los datos de los documentos nacionales de identidad del teniente y del cabo. Valverde volvió a tomar la palabra. - ¿Podrían ustedes cuatro corresponder con la misma moneda, si es que son tan caballeros como aparentan serlo, y mostrarnos sus cuatro documentos nacionales de identidad? Los cuatro De la Hoz sacaron sus documentos y se los mostraron, una vez todos reunidos, al teniente Valverde quien, con parsimonia y solemnidad, los estuvo observando. - ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡Son todos ustedes de Las Herencias! ¡Los cuatro de Las Herencias! - ¡Puros toledanos los cuatro! - Perdone usted otra vez, Don Canuto, digo Don Canito, pero estoy hablando con Don Eufemiano. Cuando tenga que hablar con usted diré la palabra burro como contraseña. - Me puedo enfadar de verdad, teniente... - Valverde... no se corte usted por favor y llámeme teniente Valverde... y de caballería si no le importa para que usted me vaya comprendiendo mejor. Canito De la Hoz de Huécar volvió a guardar silencio. - Así está usted un poco menos feo. Y ahora deje que hable tranquilamente con Don Eufemiano. - Estoy dispuesto a hablar con usted hasta cierto punto. El teniente Valverde consultó su reloj mientras pasó los cuatro documentos nacionales de identidad de los De la Hoz al cabo furrier Belinchón quien les hechó una rápida mirada y se los devolvió a Don Eufemiano. - Pues lleva usted otra vez razón mi teniente, son los cuatro de Las Herencias. - Va siendo hora de que nos marchemos. Se está haciendo muy tarde. - No se preocupe por el tiempo, Don Eufemiano. Tenemos hastas seis horas por delante y, además, la eternidad no tiene tiempo. Pero digamos que tenemos seis horas por delante hasta que llegue el alba. ¿Cuál es el punto en que usted pone ese límite? - El punto de lo inconfesable. - ¿Es que tiene usted algún punto inconfesable? No me sea tan tonto proque yo le considero bastante listo. ¿No ve que yo no soy ningún sacerdote? - No.... eso no... eso no quise decir... - Como habla usted de punto inconfesable... - Es que por un momento pensé... - ¿Ah! ¿Pero usted piensa? Como es usted un tipo tan duro como las piedras yo pensé que usted no pensaba. - Ni tanto ni tan calvo, teniente. - Pues entonces... ¿por qué me tiene miedo? Soy teniente de caballería pero no teniente de artillería. - ¡Jajaja! ¡Buen chiste, mi teniente! - Te vuelvo a repetir, Belicnhón, que no hables hasta que yo te lo ordene. - Perdone usted, mi teniente, pero es que ha sido muy gracioso. - No le hagan demasidado caso al furriel, caballeros, porque cuando el furriel se chispa intenta meter miedo... aunque la Cuarta Compañía se lo mete por... las narices... Al cabo Belinchón se le cortó la sonrisa de pronto porque de pronto se dio cuenta de que aquella conversación era mucho más seria de lo que él pensaba. - ¿He sido muy gracioso, Don Eufemiano? - La verdad es que yo estaba distraído... - Ya. Es muy agradable la camarera pero es necesario no distraerse demasiado porque ya se sabe que camarón que se duerme se lo lleva la corriente. - ¿Lo dice por algo en particular? - Lo digo por algo en general... aunque todavía me quede mucho para serlo... - ¿Qué desea saber, teniente? El teniente Valverde bebió un trago de cerveza y los demás le imitaron... - Espero algún día llegar a ser capitán. - ¿Y eso es lo que ha venido a contarnos? - Ahora que habla usted, Don Eufemiano, de cuentos... se ve que todos ustedes forman una familia muy unida... ¿o es un cuento chino tal vez? - ¡Toledanos de pura cepa! - Le repito, tio Canuto, esto... quiero decir Don Canito... que no hable usted hasta que yo diga burro. A Canito De la Hoz de Huécar le rechinó la dentadura postiza pero se contuvo la ira. Observando a aquel teniente se daba cuenta de que si le propinaba un solo tortazo le hacía desaparecer para siempre del mundo de los vivos. - No te metas en nuestros asuntos, tío. El teniente Valverde siguió llevando la voz cantante mientras Mauricio, el pianista de "El Rincón del Arte Nuevo" seguía atacando con la "Cavallería rusticana" de Mascagni. - Así que estábamos en que ustedes forman una familia muy unida o en que esa unidad es sólo un puro cuento para aparentar ante los demás. - Por parte de padre sí. - ¿Su padre fue Don Eufemiano De la Hoz de Uribes? - ¿Cómo sabe usted eso? - Porque fuimos compañeros de armas. Yo le debo muchos favores a su padre. Estuvimos juntos en la guerra y le debo la vida. ¿Sabe usted lo que es la vida? - Lo que todos deseamos gozar. - Entonces... ¿valora usted la vida tanto como para querer gozarla? - Desde luego que sí, teniente. - Lástima que su padre ya no pueda decir lo mismo. Ahora comprenderá, Don Eufemiano, lo que es que le salven a uno la vida. El ambiente se volvió tenso mientras el teniente Valverde siguió hablando... - Pero... ¿no tiene usted una hermana o hermanastra quizás? - ¿Se está refiriendo a Belisaria? - Eso es. Me estoy refiriendo a Belisaria De la Hoz de Cuenca. - Como si no lo fuera... - Le estoy diciendo, Don Canito, que sólo estoy hablando con Don Eufemiano pero parece que usted o no entiende bien el castellano o es usted de esos de "el burro delante para que no se espante". Canito De la Hoz de Huécar prefirió dar otro trago a su cerveza... - ¿Qué es eso de como si no lo fuera, Don Eufemiano? - ¿Tengo que contestar a eso? - Preferiblemente sí... a no ser que usted quiera que use otro método más directo pero mucho más doloroso para sus nalgas. - No nos hablamos con ella ni nunca jamás vamos a hablar con ella. - ¡Caramba! Pues no son ustedes una familia tan unida como en principio pensaba yo. ¿Ella también es de Las Herencias? - Sí. Pero como si no lo fuera. - Eso... ¿cómo tengo que entenderlo? ¿Es su hermana o no es su hermana? "La Hermana" se acercó a la mesa donde estaban los seis hombres sentados. - Yo soy "La Hermana". ¿Necesitan algo de mí? A Belinchón le entró de nuevo la risa. - ¡¡Jajaja!! - ¿Qué te pasa, Belinchón? - Que nunca me lo había pasado tan divertido, mi teniente. ¡¡Jajaja!! - No relinches tanto Belinchón. No me extraña que los de la Cuarta Compañía se tomen a choteo tus relinchos. - Es que mi teniente... - ¡Es que nada, cabo furriel! Eres más tonto de lo que siempre he creído porque te crees general cuando no llegas ni tan siquiera a suboficial. ¿Me estás entendiendo ya que esto es demasiado serio? - ¿Me necesitan o no me necesitan? - ¿Es usted la hermana o hemanastra de estos caballeros por llamarles de alguna manera honrosa? - Pero que chistoso es usted, teniente Valverde. No soy hermana ni hermanastra ni tan siquiera prima de estos sujetos. No soy ni tan siquiera su hermanita de la caridad. Yo soy la hermana de "La Germana" y por eso me llaman "La Hermana". - Está bien. ¿Puedes volver a ocuparte de tus asuntos? - ¡Vaya carácter tiene usted, señor teniente! - Pues que conste que esta noche estoy de buen humor... así que continuemos, Don Eufemiano... - Pero... ¿esto qué es?... ¿un interrogatorio? - No se asuste como los conejos, Don Eufemiano, aunque usted de conejos no sepa más que lo elemental y eso gracias a Dios. Esto sólo es un juego de palabras cruzadas. Por lo menos de momento. Eufemiano De la Hoz de Cuenca miró otra vez su reloj... - Ahora sí que se nos está haciendo demasiado tarde... - Se equivoca, Don Eufemiano. La noche siempre es muy joven. - Ya... pero... - Pero... ¿Belisaria es su hermana o su hermanastra o quién diablos es para usted? - Prefiero hablar de otros asuntos. - Está bien. Cambiemos de tercio. ¡Sirvanos otros seis botellines de cerveza, por favor! - Candelaria. Me llamo Candelaria pero pueden decirme Candelas. A Belinchón le dio otra vez por reír... - ¡Candelas! ¡¡Jajaja!!! ¿Acaso hermana de Luis? ¡¡Jajaja!! - ¡Que dejes de relinchar, Belinchón! A esta señorita se la respeta siempre que esté yo presente. ¿Entendido? - Entendido, mi teniente. - Ya veremos si lo has entendido o lo vas a entender, pero bien del todo, cuando regresemos al Campamento de Instrucción de Reclutas. - Que de verdad que lo he entendido, mi teniente. - A este muchacho parece haberle afectado las cervezas que lleva tomadas. - Pare de hablar usted tanto, Don Canito, pues yo sí que veo que está usted más mareado que las violetas de Cañete. - Se dice veletas y no violetas, Belinchón. No me extraña que sólo seas cabo furriel y eso gracias a mi apoyo. - Eso... eso Don Canito... ¿le gusta a usted hacer mucho el veleta, tío calavera? - Como me haga usted levantarme... - Pero si ya lo ha intentado varias veces. Deje de hacer el payaso, Don Canito. en cuanto a ti, Belinchón... - Esto... yo... teniente Valverde... - Es mejor que me hagas caso y guardes silencio. Yo soy aquí quien conversa. - Me parece que nuestra conversación ya ha terminado, teniente Valverde. - Pero Don Eufemiano De la Hoz de Cuenca... ¡si sólo estamos empezando! ¡Vamos a ver! ¡Sirvanos esas cervezas, Candelaria! Candelaria, conocida como "Candelas", a los pocos segundos después ya había servido otros seis botellines. - Yo creo que es mejor irnos todos ya a nuestras casas, teniente. - Y yo creo que nuestras casas no van a desaparecer de su sitio porque tardemos un par de horas más en llegar a ellas. Por cierto, don Eufemiano... ¿no se llama su compañera Josefina Verdejo? - ¿Quién? - Su compañera o como diablos se diga. ¿Tal vez su amante quizás? - Creo que está usted rebasando el límite de lo permitido. Usted sólo es un militar pero no es ni un policía ni un detective. - Pero soy oficial y los oficiales tenemos derecho a intervenir en cuestiones públicas cuando no queda otro remedio legal por culpa de jueces comprados con dinero. - Sólo un militar nada más por muy oficial que sea. - No me diga que tiene usted miedo de hablar de Josefina Verdejo... - Fina. La llamo Fina. Y no tengo por qué decirle a usted nada de ella. Ni a usted ni a nadie. Eufemiano De la Hoz de Cuenca se levantó, muy molesto, de su silla pero el teniente Valverde también se levantó de la suya y dándole un empujón hacia atrás le hizo sentarse de golpe mientras él mismo también se sentó. - Está bien, Don Eufemiano. Antes le dije que su padre y yo fuimos dos grandes amigos asdemás de compañeros de armas y que le debo la vida a él. - ¿Y eso por qué me lo cuenta ahora a mí? - Porque siempre llega la hora del ahora y esa hora es esta precisamente. - Mi padre hace ya bastantes años que murió. - Ya. Lo que me resulta excesivamente raro no es tanto la muerte de su padre sino, mucho más raro todavía, la muerte de su madre. - ¿Conoció usted a mi madre? - Su padre me la presentó en una ocasión durante una fiesta inolvidable. Me di cuenta de que no sólo era muy guapa sino que tenía una gran personalidad, un exclente buen humor y, pese a ello, un carácter muy firme. Pero, como usted y yo bien sabemos, todas las mujeres, por muy atractivas e inteligentes que sean, siempre tienen un punto débil. Su padre y su madre eran dos personas muy honestas y muy honradas en Las Herencias y tenían grandes principios éticos y grandes valores morales. - ¿Qué me está queriendo usted decir, teniente? - Que el punto débil de su madre era usted, su hijo preferido. Así que indagando tras su muerte, alguien me contó que sus últimos años de vida fueron un calvario completo por culpa de ustedes cuatro, caballeros... si es que se les puede llamar caballeros porque, como dijo Groucho Marx, perdonen que les llame caballeros pero es que no los conozco lo suficiente. ¿Verdadero o falso lo que me contaron? - ¿Cómo sabe usted todo eso, teniente? ¿Quién le ha dicho que nosotros cuatro fuimos los culpables de su muerte? - De su muerte no exactamenet, pero sí de acelerar su muerte y le vuelvo a repetir, Don Canito, que deje usted de hacer ya el tonto por mucho que, junto con su sobrinito querido del alma, el aquí presente Don Eufemiano, se rían tanto a costa de las personas que tienen la desgracia de tener algún retraso mental. Así que deje de ser usted ya tan canuto, Don Canito, y achante la boca hasta que yo me dirija a usted directamente diciendo burro, cosa que no tengo ninguna gana de hacer porque para mí usted es solamente un pelanas, un cero a la izquierda, un don nadie y más paleto que las bostas de las vacas lecheras. "La Hermana" tomó las de Villadiego... - ¡Buena y santa madrugada tengan todos ustedes, pero lo que es yo me piro de este avispero porque la cosa ya está que arde y aquí puede armarse la de Troya y yo, como ni soy Helena ni tengo deseos de serlo, me abro! La hermana de "La Germana" se dirigió hacia la puerta, la abrió, miró por unos instantes a todos los allí reunidos que ahora estaban siguiendo, muy atentos, la conversación que ya se había elevado de tono, y se marchó por la Ronda hacia el Puente de Segovia y en dirección al Alto de Extremadura. - ¡Se está usted tomando demasiadas libertades y atribuciones sobre nuestras vidas privadas, teniente! ¡No creo que sea labor de ningún militar, por muy oficial que sea, para entrometerse en la vida privada de unos simples civiles! - ¡En lo de que son ustedes simples no tengo la menor duda! ¿Tiene usted algún grave complejo contra los militares, Don Eufemiano? - ¡Lo suficiente como para no hablar con ninguno! - Entonces haga como que no tengo puesto el uniforme y hablemos de hombre a hombre aunque yo ya he demostrado serlo mientras con ustedes hay dudas razonables. Tenemos dos maneras de solucionar ese complejo entre usted y yo. O salimos afuera a liarnos a guantazo limpio o charlamos como dos personas civilizadas aunque ustedes cuatro son civiles pero me parece que muy poco civilizados. ¿Tiene algún inconveniente en decidir cual de las dos maneras cree que es la más razonable? - No tengo ni complejo ni inconveniente alguno pero no deseo seguir hablando con usted ni aunque sea de civil a civil. - Se lo voy a repetir por última vez a ver si usted ya se da por enterado. Conocí a su padre como si fuera mi hermano. Sé cosas de su vida que nadie jamás supo porque solamente me las contó a mí. Y estuve presente en sus últimos días de su vida, cosa que ninguno de ustedes cuatro tuvo la decencia de hacer. - ¿Y eso qué tiene que ver ahora? Hace ya bastantes años que sucedió lo de la muerte de mi padre y también bastantes de la muerte de mi madre. - Para ciertos asuntos los años no cuentan. Con las herencias siempre pasa como con el amor. ¿Entiende lo que le quiero decir? - Ni papa... - Ahora resulta que es usted, Don Eufemiano, mucho más ignorante de lo que aparenta. Se dice que el hábito no hace al monje y yo añado que el traje no hace al caballero. ¿Me ha entendido ahora usted mucho mejor? - Sigo sin entenderle, teniente. - Olvide ahora lo de teniente y piense que está hablando con todo un capitán. - ¡Que le repito que no deseo hablar con ningún militar! - ¿Y si se imagina usted que soy capitán de un barco inglés, por ejemplo o, tal vez, capitán lo suficientemente deportivo para jugar con limpieza y no como ustedes cuatro? Eufemiano De la Hoz De Cuenca y los otros tres se quedaron mudos pero Belinchón se atrevió a opinar. - Y un capitán de los valientes de verdad. - No hace falta que me adules, Belinchón. Si en estos momentos quiero que me consideren un capitán no es por tomar ninguna ventaja sino por demostrar que quien vale vale y quien no para cabo como se dice en el Campamento de Instrucción de Reclutas. A Eufemiano De la Hoz De Cuenca se le crispó el rostro... - ¿Cree usted en fantasmas, Don Eufemiano? - No creo en bobadas de esa especie. - Pues existen, Don Eufemiano. Parecen bobadas para asustar a los niños pero a veces se nos aparecen en la vida para hacernos recordar... - ¿Qué tenemos nosotros cuatro que recordar? - No. Me estoy refiriendo a mí mismo. Quiero e intento recordar... - ¿Y no cree que eso es un problema suyo? - Exacto. Es un probelma mío. Pero los fantasmas no me persiguen a mí y además no son individuales como algunas personas creen. - ¿Me está insinuando que los fantasmas son colectivos? - Digamos que hay fantasmas familiares. ¿Cómo llama usted a eso? - Los muertos no hablan. - Pero los vivos recordamos muchas veces a los muertos. Han pasado bastantes años hasta poder vernos cara a cara, Don Eufemiano... - ¡¡Deje en paz a mi sobrino!! - ¿otra vez interviniendo usted, señor nadie, cuando no he dicho burro, Don Canito? - ¡Mejor cállate tío y no sigas haciendo el idiota! También estoy de acuerdo con el teniente Valverde que estás menos feo cuando guardas silencio y tienes la bocaza callada. Aquí nadie es el abuelo Cruz como para soportarte... - Eso de que estamos de acuerdo con lo de la idiotez de Don Canito es ya un buen principio. - Pero... ¿de qué leches quiere hablar conmigo? - Por ejemplo, de su pareja Fina. ¿No llama usted Fina a Josefina? - ¡Sí! ¡Pero no pienso decirle nada de ella ni nada relacionado con ella! - No se sulfure a ver si se va a convertir en sulfato sódico de un solo guantazo que le de en pleno bigote. Eufemiano De la Hoz De Cuenca decidió guardar ortra vez silencio cuando vio que el teniente Valverde estaba dispuesto hasta llegar a romperle la cara... - ¿Va a decir algo o vamos a seguir todos callados hasta que nos den las Pascuas Floridas? Mire, Don Eufemiano, no me interesa, absolutamente para nada, pero para nada de nada, saber qué clase de relaciónes tiene con esa tal Josefina, ni si son pareja ni si no lo son, ni tan siquiera me interesa saber, para nada, si están casados, arrejuntados o solamente son amantes. Esas cosas de los demás jamás de los jamases me han interesado saberlas. ¿me está comprendiendo bien? - De acuerdo. ¿Qué quiere saber de Fina? - ¿Por qué la usa usted para encubrirse lo mismo que usa a sus hermanos o hermanastros aquí presentes y que están toda la santa madrugada más mudos que un busto de Cornelio Nepote pero duplicado? El cabo Belinchón soltó una sonora carcajada mientras el pianista acabó con la "Cavallería rusticana" de Mascagni y sonrió... - Jejeje. - ¡¡Qué le pasa a usted, pianista de tascas y tugurios de mala muerte!! - Haga el favor de dejar en paz al pianista y conteste a mis preguntas... A Eufemiano De la Hoz De Cuenca se le bajaron los humos de grandeza cuando comprobó que, a la hora de ordenar, el teniente Valverde tenía mucha más autoridad y personalidad que él porque no necesitaba gritar para dar una orden. Y no lo hacía por el uniforme sino por su carisma personal. - Lo que no sé es por qué le escucho. - Me escucha porque no tiene la conciencia en paz. ¿Verdadero o falso? - ¡¡Está usted poniendo nervioso a mi sobrino!! - Y usted está más nervioso todavía. Ya que tiene tantas ganas de hablar, después le haré yo una pregunta, Don Canito. Por ahora dedíquese solamente a seguir bebiendo que se le da muy bien. Y cuidado con las manos porque Belinchón tiene muchas ganas de intervenir. - ¿Toco algo, teniente Valverde? - Toque usted algo interesante de Prokófiev. ¿Sabe usted algo de Prokófiev, Mauricio? - Por ejemplo "El ángel de fuego". - Arranque ya usted, Mauricio, que todavía me falta el pìsto. - ¡¡Violencia no, por favor!! - Veo que está usted ya entrando en razones, Don Canito, aunque tiene usted menos luces que un suburbio en época de recesión. - ¿Qué es una recesión? - Un retraso. Algo así como el que ustedes cuatro tienen. El pianista comenzó a interpretar "El ángel de fuego" de Prokófiev. - Y ahora, Don Eufemiano... ¿me puede contestar a eso de por qué se cubre usted las espaldas usando a la inocente Fina y a estos no menos inocentes hermanos o hermanastros suyos? - ¿Por qué supone usted eso? - No lo supongo sino que lo afirmo. Por ejemplo, como le prometí a su padre antes de que muriese, investigué en el Banco Hispano Mexicano. - Yo no tengo ninguna relación con ese Banco. - Entonces explíqueme racionalmente usted, si es que puede usar la razón, ¿cuál es motivo por el cual su pareja o como quiera usted llamarla, dejó su buen empleo como secretaria en la empresa "Jeatos y Ninot", de la cual era usted precisamente el Jefe de Personal, para empezar, de repente y sin examen de ninguna clase, trabajando en el Departamento de Informes del Banco Hispano Mexicano? ¿Tiene alguna explicación lo suficientemente lógica para ello? ¡Aclarando que es gerundio! - ¡No me diga que ha estado usted investigando, teniente! - Le repito que no me trate de teniente, que es un término muy militar, sino que me trate de capitán, que es un término muy deportivo. - ¡No me diga que ha estado usted investigando, capitán! - No. Quienes han estado rastreando como ratas han sido ustedes cuatro; por ejemplo en los movimientos de ciertas cuentas corrientes privadas; por ejemplo en las cotizaciones bursátiles de las acciones de dicho Banco y, para ser claro del todo, en la búsqueda de dinero que desaparece sin saber cómo ni cuándo. Todo, por supuesto, de manera ilegal y haciéndose pasar por quienes no son. ¿Tiene todo eso algo que ver con Las Herencias, Don Eufemiano, ya que resulta que todos ustedes son de allí? - ¿De dónde? - De donde no deberían haber estado ustedes nunca. A usted le importa menos que un pimiento verde si su querida Fina, su querido Canito y sus queridos Sandalio y Margarito pierden sus trabajos siempre que usted no aparezca relacionado con toda la mierda que han estado removiendo de manera ilícita. ¿Por qué hace usted todo eso? No me responda que ya lo digo yo. ¡Por avaricia! ¡Lo hace por avaricia! ¿Sabe de lo que estoy hablando? - No tengo interés en saberlo. - Pues entonces fin de esta historia... pero le voy a desengañar del todo... - ¿Es que alguien me ha traicionado? - ¿No decía que no tenìa interes en saberlo? Miente usted peor que Pedro Botero haciéndose pasar por Pedro Caballero. - ¿Se ha chivado alguien? - Pregunte usted a su querido tío Canito. Burro. Le toca ahora hablar a usted, paleto. Diga a sus tres queridos sobrinos o lo que sean, aquí todos presentes, a cuánto se eleva la cuentía de las herencias ya que son ustedes cuatro de Las Herencias? - ¡Me está queriendo bacilar con su palabrería! - Escuche bien y no se me vaya por los cerrros de Úbeda, canuto. A mí solamente me gusta bacilar con chicas guapas y usted, por lo que todos estamos viendo, es un viejo muy feo. ¿Quiere ya hacernos el puñetero favor de decir a cuánto asciende lo que tanto buscan sus sobrinos o lo que sean? - No tengo por qué contestar a eso. - Pues lo voy a decir yo. ¡Alforjas vacías, Don Eufemiano, alforjas vacías! Esto quiere decir que han sido todos ustedes tan burros que las herencias que tanto ansían sólmanente son alforjas y, además, vacías. ¿Me he explicado bien? - ¡Usted nos está engañando, teniente Valverde! - Que se olvide usted de tratarme como a un teniente y que me trate como a un capitán. - ¡Usted nos está engañando, capitán Valverde! - ¿Sabe lo que es la última voluntad de un moribundo cuando hay testigos presenciales de dicha última voluntad? Es algo totalmente legal y de obligado cumplimiento. ¿Estamos todos de acuerdo? Los demás guardaron silencio mientras bebían de sus cervezas. - Según lo estipulan las leyes del estado español, la última voluntad de un moribundo elimina cualquier otro testamento si es que existen personas que estuvieron presentes en dicha última voluntad. Y, en este caso concreto, la última voluntad de su padre es que no se les diese ni un sólo céntimo a ninguno de ustedes. - No existe esa Ley. - Le recomiendo que se lea mejor el Derecho Civil y se busque mejores asesoramientos en lugar de echar mano de ningún procurador o procuradora a quien nadie conoce. ¿De verdad creyó usted que todos los amigos de su padres estábamos muertos? - ¿A cuánto ascienden las herencias, tío Canito? - ¡Me han engañado, Eufemiano, me han engañañdo! - Usted es el que está engañando, Don Canuto o Don Canito haciendo el Canuto! Repito que la última voluntad de Don Eufemiano De la Hoz de Uribes fue no dar nada a ninguno de todos ustedes. Absolutamente nada. Para ser usted albacea, Don Canito haciendo el Canuto, es usted demasiado ignorante. Debería haber hecho caso a su madre y haber cogido los galones de cabo en vez de andar picando muy alto, como usted muy bien dice, en los andamios de los albañiles por Vallecas. ¿He sido ya lo suficientemente claro y honesto? El cabo Belinchón soltó la carcajada... - ¡¡Jajajajaja!! ¡¡Esto lo cuento yo en Cañete, teniente Valverde!! - ¿Quién le ha puesto al corriente de todo esto? ¿Quién ha sido el chivato? - No se sulfure usted tanto, Don Eufemiano, no vaya a ser que termine convirtiéndose en sulfato sódico. Supongamos que ha sido un camello... - ¡¡Nos está tomando el pelo a todos!! - No. Nada de eso. Yo no tomo el pelo a nadie porque estoy contento con el que tengo. Le estoy tomando las medidas exactas. - ¿Las medidas exactas? - Pues sí. Las medidas exactas para saber hasta dónde han llegado ustedes. ¿Qué buscaban, por ejemplo, en el Banco Hispano Mexicano y otras entidades de ahorros? ¿Quería usted, a espaldas de estos ingenuos, batir el récord de la hora de vuelo sin motor para subir muy alto en la sociedad madrileña? Aquí se acaba la historia, Don Eufemiano, porque más alto ya no puede usted llegar ni más lejos tampoco. - Lo que no entiendo es lo del camello... - No tuvo usted en cuenta un pequeño pero gran detalle. ¿No sabe usted que hay camellos que pueden llegar a centenarios? ¿Y los longinos? ¿Qué me dice usted de los longinos? ¿No sabe usted que hay longinos que también pueden lllegar a ser centenarios? Y en cuanto a los ángeles, ya que está sonando "El Ángel de fuego"... ¿no sabe usted que puede haber algún Ángel entre nosotros que también puede llegar a vivir cien años? ¿Comprende ahora que no están muertos todos los amigos ni todos los hermanos de su padre? ¿Le ha sorprendido esto? Eufemiano De la Hoz de Cuenca, junto con los otros tres de Las Herencias, guardaron un sepulcral silencio mientras el teniente Valverde se levantó y ordenó al cabo Belinchón que se levantara. - Buena madrugada tengan todos ustedes los aquí presentes, señores o lo que sean. El cabo Belinchón y yo tenemos que marcharnos ya pero les advierto a ustedes cuatro en particular que se vayan buscando un buen abogado defensor porque ahora quien voy a atacar soy yo. Investigar en cuentas corrientes privadas sin permiso de las autoridades, y en este caso yo soy una autoridad que puede intervenir cuando se dan casos de abogados comprados con dinero y otros favores que ya sabemos de que se tratan, dar el cambiazo a los informes laborales de los trabajadores y manipular documentos relacionados con las herencias... además de otros asuntos que ya saldrán a la luz a su debido tiempo... va en contra de las leyes constitucionales que protegen los derechos de los ciudadanos. Así que ya saben lo que hay. Ahora sujétense bien a los caballos, caballeros, porque el golpe que se van a llevar les va a doler durante bastantes años debido a la falta de piedad que han tenido con su hermana. Cuando el teniente Valverde y el cabo Belinchón salieron fuera fuera del local, circulaban los automóviles, por la Ronda de Segovia, como relámpagos surgidos de la espesa niebla nocturna. Pasaban también las horas, en aquella noche invernal, como tablas de salvación para llenar el insomnio de la realidad de Mauricio. Y allí estaba él, Mauricio Lapiedra Pómez, tocando el piano en medio de aquel rumor de cuchicheos de quienes intentaban hacer de la vida una especie de sangría que había que tomarse al igual que quienes bebían los botellines de cerveza. Mauricio tocaba el piano pero su mente no estaba, en aquellas horas de la madrugada, en "El Rincón del Arte Nuevo".
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