Nuevo Cuaderno: Una semana en el Peñón (Diario)
Publicado en Aug 13, 2013
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Me encontré, hace aproximadamente un mes, con dos viejos compañeros de andanzas más o menos creíbles: los conquistadores (ello se creen conquistadores aunque no conquistan ni a la "marianas") Cortés y Pizarro. A Cortés le conocí de cuando Lope de Rueda y a Pizarro le conocí de cuando San Isidro. Y es que, además de extraordinaria memoria soy lo suficientemente culto como para saber historias de insignes españoles. El caso es que yo estaba tomando mi café con leche cotidiano, en cualquier tasca madrileña de esas cuyo nombre nunca se olvida porque se trata del "Bar Alegría" y se me presentan Cortés y Pizarro con ganas de conquistas. Yo no sé por qué razón los conquistadores se me acercan para vivir aventuras. Esta consistía en pasar inadvertidos en el Peñón de Gibraltar, una semana entera. Los dos se sentaron a mi lado y comenzaron a hablarme de ir a conquistar gibraltareñas con permiso de Su Alteza Real (no sé si se referían a Don Juan Carlos o a Isabel) y, claro está, la tentación era insuperable. Así que, sin saber muy bien por qué razón, causa o efecto, me vi envuelto en este viaje inesperado.
  
¿Cómo entrar en el Peñón sin que sospechasen los británicos de nuestra presencia en su Dependencia de Gibraltar? El método introductorio se me ocurrió a mí mientras Cortés y Pizarro se devanaban los sesos encontrando la solución. Mi propuesta (que fue aceptada por unanimidad por los dos conquistadores "histéricos" más que "históricos") consistía en meternos dentro de tres catafalcos (que significa tres ataúdes) cerrados con cerrojos y llaves por dentro y envueltos en la bandera británica. Haríamos la trampa en El Campo de Gibraltar, justo al lado de la verja. ¡Y los gibraltareños cayeron como pardillos!. Cuando vieron aquellos tres ataúdes envueltos con la bandera británica, lloraron a moco tendido y nos transportaron (con lo cual el viaje nos salió gratis a los tres) hasta el castillo árabe del citado Peñón. 
 
Los británicos gibraltareños o gibraltareños británicos (yo en estas cuestiones no me meto para nada), tan ortodoxos ellos, hicieron sonar el himno inglés y nos dieron la serenata en nombre de "los tres ilustres desconocidos", lo cual habla de los pocos conocimientos realmente históricos que poseen los de Gibraltar. El himno inglés, en español, dice más o menos así si mi sentido musical no me engaña: Dios salve a nuestra graciosa Reina. Larga vida a nuestra noble Reina. ¡Dios salve a la Reina! envíanos a ella victoriosos, felices y gloriosos, largo reinado sobre nosotros, Dios salve a la Reina! ¡Oh Señor Dios, dispersa a nuestros enemigos, y hazlos caer! confunde sus pícaros trucos, confunde su política, en ti nuestras esperanzas ponemos, ¡Dios salve a la Reina! No sólo en esta tierra Dios misericordioso, ¡de costa a costa! 
Señor, haz ver a las naciones, que los hombres son hermanos, y forman una familia, en todo el mundo. De cada enemigo latente, de los soplidos asesinos, ¡Dios salve a la Reina! Sobre tu brazo extendido, para defender la causa Británica, nuestra madre, princesa, y amiga, ¡Dios salve a la Reina! Tus regalos más escogidos en la tienda, vertidos en ella están satisfechos, 
¡largo reinado! ella defiende nuestras leyes, y siempre nos da motivo, para cantar con el corazón y la voz, ¡Dios salve a la Reina! 
 
Después de eso, los de Gibraltar nos dejaron descansando en paz dentro del castillo árabe con la intención de lanzar nuestros ataúdes al mar en cuanto llegara el nuevo amanecer y con disparos de cañón. Como nos dejaron sin custodia alguna, pudimos salir de los catafalcos y, escapando por una ventana, de la cual nos deslizamos con unas sogas que había por allí, no sin antes leer una placa que había en la pared, disfrazados de peregrinos, salimos a la aventura. La placa decía así: "El castillo árabe es una reliquia de la época de la ocupación de Gibraltar por los moros, que se extendió durante 710 años. Fue construido en el año 711 cuando Táriq ibn Ziyad, el jefe bereber,  desembarcó en el Peñón que lleva aún hoy su nombre. La principal edificación que ha permanecido en pie hasta nuestros días es la Torre del Homenaje, un edificio macizo construido en ladrillos y argamasa muy dura llamada "tapia"; la parte superior del mismo alojaba las habitaciones y el baño moro para los antiguos ocupantes". Yo tomé buena nota, por escrito, de lo que decía la placa para ver si con eso podría, durante toda la semana, ligar con alguna gibraltareña de buen ver y mejor gustar porque ya andaba yo con hambre atrasada y podría ser... pero lo que es Cortés y Pizarro, por no apuntar nada, no se comieron ni un "croissant", y mucho menos alguna rosquilla que otra, y se pasaron toda la semana en ayunas salvo lo que le dieron un grupo de mormones que estaban haciendo campaña de sus creencias y les endilgaron unos cuantos tarros de pimientos y tomates en conservas. Eso les pasó a Cortés y Pizarro que, por creerse conquistadores, se quedaron al pairo; o sea, con tres palmos de narices mientras yo me afanaba por el Peñón arriba y por el Peñón abajo para contactar con alguna nativa piadosa que fuera aceptable en líneas generales y sin entrar en más detalles me puse a la labor de buscarla. 
 
La encontré sentada en la puerta de una taberna donde unos gitanos andaluces de Algeciras se pasaron toda la noche tocando palmas, bailando y cantando una chirigota que decía así: En aeropuerto encontrarme, con un estudiante, lo mismo que yo, con la única diferencia, de su procedencia, él era español, yo venía a estudiar, él se iba a trabajar. Yo me llegaba ilusionado y él se marchaba sin ganas de ná. Me contaba que con su licenciatura, su expediente y su dominio del inglés, tenía mucha más preparación y más cultura, que muchos papafritos que aquí chupan del poder, que está infravalorado, que está desesperado, que con treinta y tantos ya no sabe lo que hacer, que tanto tiempo y tanto esfuerzo, de noche en la biblioteca, que tantos años, subiendo peldaños, ya no le servían de ná, y yo a mi forma le respondí... etcétera... etcétera y etcétera... y el caso es que aquello de mi etcétera... etcétera y etcétera... pues resulta que le hizo gracia a la chavala de tan buena existencia que me invitó a un bocata de calamares fritos y así pasé mi primera jornada gibraltareña. 
 
Aquella chavala, al parecer, se quedó demasiado con mi persona y después de pasar toda la semana juntos, sentados en los más alto del Peñón, yo contando historias de cuando la mili y ella sin parar de reír pero pagando todas las consumiciones consumí todo mi tiempo. Una vez que me despedía de ella, me dijo que se llamaba Rose Mary y quería volver a conocerme mejor... pero volví a encontrarme con Cortés y Pizarro que no habían podido ligar ni con los dichosos mormones. Y los tres juntos salimos de Gibraltar como Pedro por su casa. Les alegré el camino de vuelta, subidos los tres en un carromato lleno de heno, repitiendo las mismas historias de la mili hasta que se quedaron dormidos y me dejaron en paz.  
 
 
 
 
 
 
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Foto del autor José Orero De Julián
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Página de Diario personal.

Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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