El loco de la roca (Novela) -Captulo 2-
Publicado en Aug 26, 2013
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El teléfono de la casa del padre de Micaela y la madre de Micaela, Pedro Sanromán Sanemeterio y Pilar Santamaría Santarosa respectivamente, sonó de improviso. Fue Don Pedro quien contestó a la llamada...
 
- ¿Dígame?
- ¿Es usted Don Pedro Sanromán Sanemeterio?
- ¡Hola, Roberto! ¿Qué sucede ahora?
- Es sobre su hija...
- ¡No me digas más! ¿Otra vez os habéis enfadado y queréis romper vuestro noviazgo? ¿Cuántas enésimas veces lo venís haciendo desde que tenéis uso de razón? Que ella se enfade contigo lo veo hasta normal porque sólo tiene diecinueve años y te está aguantando desde que tenía solamente trece pero lo que no me explico es que tú pelees con ella cuando ya tienes veintiséis años y le echaste el ojo encima cuando tenías ya veinte. 
- ¡Pero déjeme que le explique, Don Pedro!
- ¡No tienes nada que explicarme, Roberto Félix! ¡Estoy hasta la coronilla de todos vuestros enfados y que luego tenga yo que soportar el malhumor de ella! Una de dos, Roberto Félix, o hacéis el puñetero favor de casaros y dejarnos a todos en paz o se rompe la baraja y cada uno para su casa! ¿Me has entendido bien?
- Lo he entendido totalmente bien pero no se trata de nada de eso, Don Pedro.
 
Don Pedro Sanromán Sanemeterio cambió de expresión al saber que no se trataba de ninguno de los múltiples enfados de la pareja que formaban su hija, Micaela Sanromán Santamaría, y Roberto Félix Alegría del Campoverde mientras su esposa, Doña Pilar Santamaría Santarosa se acercó a escuchar...
 
- ¿Qué es lo que sucede entonces?
- ¡Que no encuentro a su hija por ningún lado!
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay. Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡Calla un momento, mujer, y deja ahora a Dios en paz! ¿Qué quieres decir, Roberto Félix, con eso de que no la encuentras por ningún lado? ¿Es que no habíais quedado para comer juntos?
- Por supuesto que sí.
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay. Dios mío!!
- ¡Haz de favor de callarte, Pilar, y no vuelvas a pronunciar el nombre de Dios porque no viene a cuento mencionarle ahora! ¿Dónde habías quedado con ella, Roberto Félix?
 
Roberto sabía que cuando su futuro suegro le llamaba por el nombre completo, Roberto Félix en lugar de Roberto solamente, es que estaba muy enfadado de verdad.
 
- Donde siempre, Don Pedro, donde siempre que nos citamos en Murcia. En la Biblioteca Municipal que está junto al Polideportivo de Juan Carlos I. Como su hija es tan estudiosa...
- ¡Pues algo de ejemplo debería ser para ti que todavía no has terminado lo de Derecho! ¡No vas muy derecho que se diga, Roberto Félix con tus deseos de ser abogado! A tu edad yo ya había terminado hasta mi tesis doctoral. Deberías aprender un poco de ella, vago.
- ¡No discutamos ahora usted y yo, don Pedro! ¡El asunto es muy serio!
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡Pilar! ¡Haz el favor de irte a la cocina a seguir preparando el almuerzo y déjame hablar con Roberto tranquilamente!
 
Roberto Félix respiró un poco más tranquilo cuando volvió a llamarle simplemente Roberto mientras Doña Pilar Santamaría Santarosa decidió irse a la cocina y terminar de preparar la comida para su esposo y ella.
 
- ¡Necesito explicaciones, Roberto Félix!
 
Roberto descubrió que no se le había pasado el enfado y que había que tener mucho cuidado con lo que decía si quería seguir siendo el novio oficial de Micaela. 
 
- Yo no sé decirle otra cosa sino que su hija no está en la Biblioteca Municipal de Murcia ni en sus alrededores. Habíamos quedado en que yo vendría a buscarla a las tres en punto de la tarde pero no está ni dentro ni fuera.
- ¿No estará buscándote ella a ti?
- No lo creo. Siempre que hemos quedado citados soy yo quien la busco y ella quien me espera. Le repito que no la encuentro ni dentro de la biblioteca ni por los alrededores de la biblioteca. Son las tres y media. Su hija no aparece por ningún sitio. Si me hubiese buscado ella a mí me hubiese encontrado ya. Y además sus apuntes están sobre la mesa de la Sala de Lecturas donde ella estaba estudiando. Esto es muy extraño porque nunca jamás se aparta de sus apuntes. Son como sagrados para ella. Es capaz de olvidarme antes a mí, a pesar de que llevamos con la relación seis años, que olvidarse de ellos.
- ¿Tan estudiosa es mi hija?
- Tanto, Don Pedro.
- Yo diría que es muy anormal.
- ¿Muy anormal su hija por ser tan estudiosa?
- ¡Déjate de bromas, Roberto Félix! Si tú fueses un poco normal no dirías tantos chistes fáciles. Lo que digo es que esta situación es muy anormal. Mi hija nunca dejaría olvidados sus apuntes por nada del mundo. No he visto yo cosa igual en toda mi vida. Sus apuntes son lo que más ama desde que tiene uso de razón... claro... que supongo que después que a ti... salvo que tú, Roberto...
- ¡Póngase serio, Don Pedro! ¿Cómo voy a estar engañándola con otra si no hay ninguna igual que ella?
- Eso sí... eso de que no hay otra más fantasiosa que ella es cierto... porque hay que echarle mucha fantasía al asunto cuando dice que tú eres el único príncipe azul de su vida...
- Don Pedro...
- Perdona Roberto, no quiero decir que no estés cachas cuando todos en la familia sabemos que practicas toda clase de artes marciales pero es que... decir que tú eres un príncipe, por muy guapo que seas, no concuerda con que estés trabajando de dependiente en una droguería...
- Pero es sólo de momento hasta que acabe la carrera.
- Pues menuda carrera llevas... cinco años de estudios en la Universidad de Murcia y todavía estás en segundo...
- Póngase serio, Don Pedro. ¡La cuestión es de verdad preocupante! ¡¡Entiendo que algo extraño le ha sucedido!! Y entiendo que no debe ser algo bueno aun cuando no soy nunca un pesimista.
- ¡Ten calma, Roberto! Vuelve a buscarla por donde creas que pueda encontrarse y me llamas de nuevo con lo que sea. Estoy seguro de que ella también debe estar buscándote a ti.
- Escuche, Don Pedro. Yo que usted estaría mucho más preocupado por lo que le hubiera podido pasar a una hija mía, sobre todo cuando es hija única y no se puede sustituir por ninguna otra. Estaría mucho más preocupado por el asunto y no pensando en la comida por muy sabrosa que ésta sea.
- ¿Qué estás insinuando? ¿Estás diciendo que prefiero comer bien antes que preocuparme por lo que le haya podido suceder a mi hija única? ¿Tú me crees capaz de hacer eso?
- Lo que estoy intentando decirle y que usted entienda bien es que su hija se nos ha perdido.
- ¡Se te ha perdido a tí, pedazo de haragán! ¡Seguro que has llegado algunos minutos más tarde de las tres en punto y ella te ha dejado plantado!
- Entonces... si eso fuera cierto aunque es verdad que he tardado quince minutos en llegar a la cita... ¿cómo se explica que sus apuntes se hayan quedado sobre una mesa de estudios de la biblioteca?
- Eso es lo que no entiendo. ¿Qué clase de apuntes son esos? Quizás sabiendo qué clase de apuntes son y que está estudiando con tanta intensidad nos de una buena pista para saber por dónde buscarla.
- Le parecerá algo extraño si se lo cuento...
- ¡Cuenta y no te entretegas en comentarios que no te he pedido para nada, zoquete!
- No se enfade, Don Pedro. Los apuntes se titulan "La Educación de las Emociones a través de los Cuentos".
- ¿Y qué tiene eso de extraño, de sorprendente, o de inexplicable? Todos sabemos que está estudiando esa temática como especialidad literaria de sus estudios universitarios.
- Ya. Eso no es lo sorprendente de todo este asunto.
- Pues no entiendo nada de lo que me quieres decir...
- Es que revisando sus apuntes he encontrado unas cuántas páginas que no corresponden a dicho material de estudio.
- ¿Esto qué es? ¿Una película de miedo?
- No. Yo diría que es una película de intriga, misterio o humor negro...
- ¡Explícate mejor porque yo ese lenguaje no lo comprendo!
- Las hojas que he encontrado entre sus apuntes de Literatura sobre los Cuentos se titulan "Taller de Actuación Cinematográfica".
- ¡Atiza! ¿Es verdad que esto es una película de miedo?
- Le repito que parece más una película de intriga, de misterio o de humor negro...
- Mira bien esas hojas de apuntes sobre Cine porque quizás venga el nombre del maestro o la maestra que está impartiendo dicho Taller.
- Por supuesto que ha sido lo primero que he hecho. Se trata de un Profesor de Literatura.
- ¿Quién es? ¿Se puede saber su nombre?
- Pepe Luis.
- ¿Pepe Luis? ¿Cómo se puede ser todo un profesor universitario de Literatura haciéndose llamar Pepe Luis?
- No se llama Pepe Luis, sino que todos sus alumnos y alumnas le llaman así.
- ¿Es que no se llama José Luis?
- No se llama José Luis.
- No entiendo nada de nada. ¡Esto parece, en verdad, una película de humor negro pero no me hace ninguna gracia! ¿Cómo se llama ese profesor?
- Su nombre es Don Carlos.
- ¿Se llama Don Carlos y admite que le digan Pepe Luis?
- Es que suele tener muy buen humor. Yo le conozco porque una vez me lo presentó Micaela y estuvimos toda una tarde entera los tres juntos en un pub. ¡Jamás en mi vida me había reído tanto!
- Pues a mí no me hace ninguna gracia. ¿No será que ese tal Pepe Luis o Don Carlos se haya encontrado con ella y están divirtiéndose de lo lindo ya que es tan gracioso como tú dices? Mientras nosotros nos rompemos la cabeza pensando sobre dónde se habrá metido la malcriada de mi hija ellos deben estar partiéndose de risa...
- Podría ser... podría ser... pero lo dudo... aunque quizás eso explique que haya dejado los apuntes sobre la mesa. Si Pepe Luis se ha encontrado con ella estoy seguro de que tardará bastante en volver a aparecer. Bastantes horas.
- ¿Por qué bastantes horas?
- Porque por lo poco que le conozco personalmente pero por lo mucho que Micaela habla de él se ponen tan interesantes sus charlas que te pasas horas enteras sin darte ni cuenta. Ahora sí que se complica el asunto.
- ¿Hay alguna manera de poder saber si se han encontrado los dos y se han despreocupado hasta del mundo que les rodea?
- Lo único que se me ocurre es llamarle a ese profesor para ver si le localizamos y nos lo puede explicar. Eso nos daría la respuesta exacta sobre dónde se encuentra Micaela.
- ¡De eso me encargo yo ahora mismo! ¿Cuáles son los apellidos de ese tal Don Carlos?
- Leyendo las hojas descubro que se llama, exactamente, Don Carlos Magno Sáinz Mayoz.
- ¿Don Carlos Magno de nombre?
- Sí. Don Carlos Magno de nombre y Sáinz Mayoz de apellidos. Lo de Carlos Magno debió ser porque ya desde su nacimiento habría quizás señales celestes para adivinar que sería todo un conquistador de chavalas guapas. Por lo menos se puede suponer.  
- ¡Déjate de bromas tontas ahora! ¿Sabes casualmente cuál puede ser el teléfono para poder localizarle?
- No casualmente. Lo tengo apuntado en mi agenda. Nos lo pasamos tan bien aquella tarde contándonos chistes sin parar que decidí tomar nota de su teléfono y anotarle entre los de mis amigos más preferidos para ver si podemos repetir la cita otra vez.
- ¡Déjate ahora de tonterías y chistes, Roberto Félix Alegría del Monteverde, porque no estoy ni para chistes ni mucho menos para tonterías! ¿Puedes decirme ya ese número de teléfono?
- Espere un momento, Don Pedro, que se me ha caido la agenda por culpa de los nervios.
- ¡Date prisa, botarate! ¡Cualquier minuto que perdamos puede ser fatal!
- Que yo sepa si está con Pepe Luis su hija está libre de cualquier desgracia... 
- ¡Y pobre de ti si le ha ocurrido algo malo!
- ¿Qué culpa tengo yo?
- Ya que hablamos de culpabilidad ahora estoy arrepentido de haber dejado que ella, con tan sólo trece años de edad, se hiciese novia tuya. Erais demasiado jóvenes y por eso nunca has sabido cuidarla. ¡Anda! ¡Pon más cuidado y atención en lo que haces y dame ya ese bendito número de teléfono! ¡¡Ya hablaremos después tú y yo!!
 
Roberto Felix Alegría del Monteverde consiguió recuperar la agenda...
 
- Apunte, Don Pedro.
- Vamos... vamos... no pierdas tanto tiempo...
- Lo siento, Don Pedro.
- ¿Me vas a decir ahora que has perdido ese número? ¡Si lo has perdido te cuelgo de una encina con mis propias manos!
- ¡No se ponga tan nervioso, Don Pedro! ¿Cree usted que a todo un profesional de las artes marciales como soy yo le puede colgar de la encina alguien como usted?
- ¿Qué dices, insensato?
- Calma, Don Pedro. No tengo el número privado de Don Carlos pero tengo el número de su despacho de la Universidad.
- Esto se complica, Roberto Félix. ¿Cómo podemos estar seguros de que se encuentra ahora en la Universidad?
- Recuerdo que Micaela me dijo que los viernes hacía jornada continua de mañana y tarde y que se quedaba a comer en la cafetería de la Universidad. Puede ser que se encuentre ya en su despacho. ¡Confíe en Dios!
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡Que te tranquilices de una vez por todas, Pilar! ¡Dios no tiene nada que ver en todo esto, o al menos eso creo yo. Así que deja ya de citar tanto a Dios y a ver si nos tranquilizamos todos! ¡Bueno, Roberto! Mientras yo le llamo a Don Carlos tú sigue buscando por ahí. Estoy seguro de que te está gastando alguna broma por haber llegado tarde a la cita y anda escondida.
- Pues no le veo yo la gracia...
- Ni yo tampoco. Pero tener una novia de diecinueve años teniendo veintiséis como tienes tú produce estas circunstancias.
- ¿Qué me está usted contando, Don Pedro? ¿Una de misterio?
- Nada de eso. Te estoy diciendo que a las mujeres no hay quien las entienda desde el mismo momento en que vienen a este mundo...
- Y pensar que su hija no hace más que decir que usted no es un tipo machista...
- ¡Claro que no soy machista! ¡Como se me inflen los cataplines te vas a enterar!
- ¿No es usted machista?
- ¡¡No lo soy!!
- Pues emplea usted un vocabulario y unas maneras de dirigirse a los demás que demuestran lo contrario. Si lo fuese... no sé yo que diría usted de las mujeres...
- ¡Dame ya el número y en otro momento más oportuno hablaremos de mujeres. Será de hombre a hombre, o de lo que haga falta, para demostrarte qué somos cada uno de nosotros dos.! ¿Entendido, Roberto Félix?
- ¡Entendido, Don Pedro! El número es. Espere. Espere. ¡Arrea! No tengo tampoco el número del despacho de Pepe Luis.
- ¿No tienes el número del despacho de Don Carlos?
- Pues no. Ahora recuerdo que lo apunté en la otra agenda que me he dejado en casa.
- ¿Se puede saber por qué estás tan idiotizado?
- Por culpa de su hija. Si no se hubiese escondido no habría sucedido nada de esto.
- ¿Tienes o no tienes anotado el número de Don Carlos?
- Le repito que lo he dejado olvidado en mi casa.
- ¿Eres de esos maniáticos que usan dos agendas distintas?
- Es para asegurarme de que no pierdo ningún número interesante. Pero no se preocupe usted, Don Pedro. ¿Tiene la Guía Telefónica de la Provincia de Murcia?
- ¡Claro que la tengo! ¿Y qué? ¡Tengo derecho a tenerla porque para eso le pago a la Telefónica y no como otros!
- Déjese de bobadas, Don Pedro. Si tiene usted esa guía es fácil encontrar a Don Carlos.
- ¡Atiza! ¡¡Es verdad!! Llamando a la Universidad de Murcia en San Javier pueden ponerme en comunicación con Don Carlos Sáinz Mayoz. Pero hay un problema.
- ¿Qué problema, Don Pedro?
- La Universidad de Murcia es muy grande y existen varios teléfonos diferentes.
- Usted busque en la Guía Telefónica por Campus Mare Nostrum, en la calle Argentina sin número, y verá qué pronto le encuentra. Ahora... hasta luego Don Pedro... me voy a investigar por la biblioteca por ver si la encuentro por aquí o alguien me da alguna pista.
 
Roberto Félix Alegría del Monteverde cortó la comunicación antes de que Don Sanromán Sanemeterio se volviera a poner nerviso y lanzara unas cuántas palabrotas contra él. Se quedó pensativo. La inteligencia frente a la inteligencia. Era hora de comprobar si Micaela era más inteligente que él o si él era más inteligente que Micaela, si es que se estaba tratando de una broma por parte de ella. Una rareza del carácter de Roberto Félix consistía en estar enamorado mil por mil de Micaela a pesar de que decenas y decenas de jovencitas, muy guapas e inteligentes por cierto,  hubiesen querido ligar con él con mucho gusto... pero todas las demás, por muy atractivas y sexys que fueran todas las demás, no eran Micaela Sanromán Santamaría y no pasaban nunca de ser buenas amigas con las que tener alguna conversación que otra, pero de cosas más bien intrascendentes para no complicarse demasiado sus vivencias emocionales. Él no era culpable de llamar la tención de tantas jovencitas guapísimas que intentaban flirtear hasta quedarse bastante conmocionadas debido a su atractiva personalidad. Él no era culpable. Al menos hacía bien en no sentirse culpable de sus conquistas involuntarias. Podría haber falseado alguna que otra vez su forma de ser noble y leal a Micaela pero jamás lo había hecho y jamás lo hacía. Él era tal como él era y su amor por Micaela no era ni producto de ninguna clase de interés ni tampoco por alguna apariencia simplememnte física. Micaela, la única hija de Don Pedro y Doña Pilar, era explosivamente atractiva y sexy y era la sucesora legal de todos los bienes de sus progenitores; pero él no se había fijado tanto en la brillante belleza de Micaela ni en su dinero sino en algo mucho mejor que todo eso. Se había fijado en la personalidad, la inteligencia y lo interesante que resultaba ser eso de estar al lado de ella. Así que, pensando en todo ello, fue buscando por entre todas las mesas de la Sala General de Lectura y, a pesar de su gran timidez, a todos y todas loa allí presentes les preguntaba por ella. En tales circunstancias no era oportuno ser tímido sino lanzarse a la búsqueda de Micaela aunque tuviera que remover toda la biblioteca. No le importaba lo que pudiesen pensar de él quienes se extrañaban de que preguntase por una chica diciendo que era la mujer que amaba más que a su proipia vida. Ante el resultado negativo de su búsqueda por el interior de la biblioteca era necesario parar un momentoi y serenar el ánimo.
 
- Esto ya no es un jueguecito infantil. No estamos jugando al escondite. O mucho me equivoco o a Micaela le ha sucedido algo grave. Supongo que como es tan asidua a la Biblioteca Municipal de esta ciudad, las empleadas de este local deben saber de quien se trata. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Por ahí es por donde debería habver empezado a buscar!
 
De esta manera se acercó al mostrador de las empleadas biliotecarias que atendían al público en general. Estaban en el primer piso.
 
- Por favor, señorita...
- Gracias por llamarme señorita aunque estoy casada y bien casada.
- Perdone... es que tiene usted una aparencia muy juvenil.
- Otra ve le doy las gracias pero dígame qué quiere, caballero...
- ¿Conocen ustedes a una asidua usuaria de esta biblioteca que tiene por nombre Micaela Sanromán Santamaría?
- ¡Claro que conocemos a Micaela! Viene muchísimo por aquí y se ha hecho muy famosa entre todos nosotros, sobre todo entre los hombres que atienden esta biblioteca. Lo digo por su belleza femenina. ¡Una joven tan preciosa y tan atractiva siempre llama la atención! Es una de nuestras usuarias más queridas por todos y por todas. ¿Qué desea saber de ella?
- Me llamo Roberto Félix Alegría del Monteverde y soy su afortunado novio. Estoy buscándola desde las tres de la tarde, casi hace ya una hora, porque a las tres de la tarde habiamos quedado en que yo pasaría a recogerla por aquí poara ir a comer los dos juntos; pero no la encuentro por ningún sitio. ¿La han visto ustedes aquí esta mañana?
- Yo no recuerdo haberla visto hoy pero quizás algunos de mis compañeros masculinos... por ejemplo Diego que no la pierde nunca de vista cuando la ve entrar... ¡Tenga cuidado con el pelirrojo Diego! ¡A pesar de lo gordo y feísimo que es él siempre va alardeando de que tiene mucha suerte con las chicas más guapas y puede convertirse en un duro rival para usted!
- ¿Quién es Diego?
- Ahora mismo le aviso. ¡Diego, por favor! ¿Puedes acercarte a este mostrador?
 
Un joven de veinte años de edad, muy gordo, pelirrojo y extremadamente feo, pero bien fornido y de íntegra presencia, acudió a la llamada de la señorita.
 
- ¿Qué sucede, Luisa? ¿Algún problema?
- No. Ningún problema.
- ¿Te está molestando este tipo?
- Yo no estoy molestando a nadie. No es mi forma de actuar, Belfegor, que pareces en verdad Belfegor pero por lo ridículo que aparentas ser.
- No vayáis ahora a discutir los dos por mi culpa. No me está molestando, Diego. Solamente quiere saber si alguno de nosotros ha visto esta mañana a Micaela Sanromán Santamaría.
- ¿Y quién es este tipo para tener tanto interés por ella?
- Me estás cayendo muy mal y muy pesado, Diego de las narices. Si quieres pelea te estás equivocando de lugar y de persona. Sólo faltaba que fueses, además, un podrido fascista.
- Tú tampoco me estás cayendo muy bien, te llames como te llames.
- Me llamo Roberto y soy el novio de Micaela desde que ya era un bombón de tan sólo trece años de edad.
- ¡Vaya! ¡Nunca pude imaginarme que una chavala tan super guay tuviera tan mal gusto de echarse novio a los trece años y para toda su vida!
- ¿Quieres que te rompa la cara ahora mismo, donjuan de mierda?
- ¡Calma! ¡Calma los dos o aviso a los guardias de seguridad! Lo único que importa ahora saber es si alguien ha visto a Micaela esta mañana. ¿No es eso lo único que te importa, Roberto Félix?
- Eso es.
- ¿Es que le ha sucedido algo malo a esa monumento viviente?
- Eso estoy intentando descubrir. ¿La has visto o no la has visto?
- La he visto. Estuvo hasta la una de la tarde estudiando en la Sala Principal del primer piso.
- ¿Y qué sucedió después?  
- Sólo sé que salió de la biblioteca acompañada por un hombre muy viejo. No es muy bueno tener una novia tan sexy, Roberto Félix, cuando existen viejos podridos que nadan en la abundancia. Siento tener que haberte dado esta noticia.
- ¿Tú crees que mi novia es capaz de estar poniéndome los cuernos con  un viejo verde?
- ¡El dinero! ¡El dinero lo puede todo cuando se tiene demasiado y, además, se tiene demasiado tiempo para gastarllo!
- Micaela tiene suficientes dinero para no irse con nadie por culpa de eso. Desde que nació es millonaria. No necesita liarsse con un viejo verde de ninguna especie humana.
- ¿Micaela es millonaria?
- Sí. Por eso sé que no es capaz de engañarme con nadie por culpa del dinero.
- ¿Desde cuándo es tu prometida?
- Desde hace ya seis años. A su trece años de edad era lo suficientemente inteligente como para prometerse con el hombre de su vida.
- Sin embargo, recuerda que Juan Eusebio Nierember dijo que las grandes promesas son siempre sospechosas...
-Si sigues por ese camino no voy a tener más remedio que romperte la cara, Dieguito de las narices. ¿Y tú vas diciendo por ahí que eres el capricho de las nenas?  ¿A ti quién te ha dicho que todas las chicas guapas, atractivas y sexys son siempre engañadoras por el simple hecho de ser guapas, atractivas y sexys? ¿Qué edad tienes?
- Veinte años exactos.
- ¿Y ya eres tan fascista como quizás lo fue tu abuelo? ¿A los viente años eres tan machista? Lo llevas muy mal, Dieguito, lo llevas muy mal. Es precisamente a la clase de tipos como tú a los que es fácilmente que sus chicas les pongan los cuernos; porque ni sabéis tener novias interesantes ni sabéis cómo tratar a las chicas sexys. ¿De acuerdo? ¿Estás de acuerdo en que los machistas y fascistas sois los que ellas manejan con tanta facilidad como si fuéseis marionetas de papel?
- Yo no tengo todavía novia ni la tenido nunca como para poder hablar contigo de ese tema.
- Pues a mí lo que dijo Nierember me la suda. Y también me la trae floja lo que pudiera haber dicho José Antonio.  
 
- Está bien, Roberto Félix, soy fascista pero te pido disculpas por lo que insinué acerca de tu novia aunque yo la vigilaría más de cerca.
- Sólo me interesa a dónde ha podido ir.
- Pues lo siento, pero yo sólo la vi salir de la biblioteca. No tengo ni idea a dónde habrá ido con ese viejo. Siento no poder ayudarte más.
- Ya me has ayudado lo suficiente, Diego. A lo peor llevas hasta razón con lo que supones.
- No quise ofenderla, tío. Siento de verdad lo que dije.
- No. Si llevas cierta razón. Tener una novia de ese calibre físico siempre es peligroso. Y ahora, por favor, ya no necesito más tus intuiciones; así que piérdete por donde has venido.
- Lo siento, caballero...
- No se preocupe por mí, señorita. Sólo estoy intentando hacer lo que debo. No cabe duda de que Diego, este insolente chaval, ha hecho coincidir sus palabras con mis meditaciones. Yo también estoy pensando que puede ser que tenga un lío con ese viejo pero no de los que él piensa. Ahora bien, si es un viejo multimillonario ya se sabe que dinero llama a dinero. Lo que ha sucedido excede a mi comprensión. Ella había quedado conmigo en que yo la vendría a buscar para comer los dos juntos, ¿Cómo es posible que olvidara nuestra cita? No quiero ni pensar en una tragedia... así que lo que estoy pensando es que, si no es cuestión de ponerme los cuernos,  ¿qué cuernos puede ser todo esto?
- Yo... no quisera...
- ¡No te preocupes más por mí, Diego! Yo no soy el que se ha extraviado sino ella. Así que no es necesario que me tengas pena... ¿de acuerdo, chaval?
- De acuerdo, tío. Lamento haber tenido que decírtelo; pero no lo siento por ti sino por ella. No puedo evitar contarte lo que vi y lo que vi es que se fue con un viejo.
 
Realmente, Roberto Félix Alegría del Monteverde estaba mucho más asombrado de lo que estaba confesando.
 
- Es injusto pero hay que aceptarlo.
- No te preocupes tanto, tío. Escucha. Dentro de una hora termino con mis labores. Si quieres quedar conmigo a eso de las cinco de la tarde nos podemos tomar unas copas juntos en alguno de los bares del Zig Zag. ¿De acuerdo? Para olvidar o para no olvidar. Da lo mismo. El asunto es que a nuestras edades no merece la pena amargarse la existencia por una chica de más o por una chica de menos. Si yo te contara...
- Hace unos quince minutos aproximadamente yo era todavía un joven feliz de veintiseis años de edad... pero ahora me siento un viejo de treinta engañado por una quinceañera.
- ¿Es que Micaela sólo tiene quince años de edad?
- No. Tiene diecinueve, pero me ha tratado como si yo fuera un imbécil de treinta y ella una niñata de quince.
- No te preocupes más por eso. Has perdido una novia pero has ganado un amigo.
- No me gustan los chistes fáciles.
- Supongo que charlando después, alrededor de unas copas, vuelvas otra vez a ser feliz. De acuerdo en que hay pocas chavalas como esa tal Micaela, pero no es el físico lo único importante .
- No me vengas con ese absurdo, Diego.
- Tengo sólo veinte años pero puedo comprenderte. A mí en una ocasión...
- ¿Qué te sucedió en esa ocasión, Diego?
- A pesar de tener sólo veinte años de edad tengo cumplidos ya varios desengaños sentimentales. Hace solo un par de meses una malagueña me dejó plantado y no sólo ha sido esa sino que llevo ya una buena colección de calabazas cosechadas... tantas como para escribir un libro porque resulta que, al parecer, yo nunca tengo derecho a poder enamorarme de verdad.
- ¿Tan baja autoestima tienes de ti mismo?
- Sé que tengo baja autoestima. Me han sicologizado demasiado. Pero estoy muy a gusto conmigo mismo y por eso me río del mundo entero, incluidas las chavalas guapísimas. Me río del mundo entero y me lo paso guay con toda mi baja autoestima que dicen que tengo todos los psicólogos y psiquiatras que he conocido. ¿Sabes una cosa? No merece la pena tomarse en serio las ciencias humanas. Si te confias demasiado en lo que dicen los profesionales dejas de ser tú para siempre.
- A pesar de tener solamente viente eres muy convincente, Diego. Admitamos que estás en lo cierto. Es interesante saber escucharte.
- ¡Vaya! ¡Es la primera vez en mi vida que, aún siendo un gordo y feo pelirrojko sin gracia alguna, alguien me d¡ce que soy interesante! Te lo agradezco. aunuqe ya no me preocupa para nada mi baja autoestima. Que alguien diga que yo soy un tipo interesante es algo que realemnte tiene importancia.
- No he dicho que seas un tipo interesante sino que es interesante lo que planteas como solución a mi problema. Tú la verdad tienes muy poco de interés.
- Está bien. Dejemos las pendejadas existenciales fuera. ¿Quedamos o no quedamos para tomar unas coipas, Roberto?
- ¡Quedamos, Diego! ¡Que se vayan al carajo todas las chavalas interesantes!
- ¡Jolines! ¡Tampokco es para tanto, tío! Hay que dejar a alguna por lo de la sorpresa y todo ese rollo que nos cuentan.
- ¡Jajaja! Es verdad que eres patético, chaval, pero eres original,.
- Entonces cuando termine mi trabajo quedamos para tomar esas copas. No te olvides que es a las cinco de la tarde.
 
Aquel feo chaval pelirrojo de tan sólo veinte años de edad, cuyo único motivo en la vida era simplemente gozar de la vida e inventar que ligaba con las más guapas a pesar de su bajísima autoestima, le dio por pensar un buen rato cuando se marchó a seguir con sus labores en la biblioteca ordenando los libros que los usuarios dejaban después dee haberlos leído. Esa era la única emoción de su trabajo, O sea, cero de empleo de la imaginación.
 
- Existen pocas personas que no se han entretenido, en cualquier momento de su vida, en recorrer en sentido inverso las etapas por las cuales han sido conseguidas ciertas cuestiones de su inteligencia. Lo dijo un personaje de Edgar Allan Poe pero me parece exacto a lo que plantea esta tal Diego.  Mejor me voy a tomar un cafá donde está Nacho. 
 
Roberto Félix Alegría del Monteverde salió de la Biblioteca Municipal de Murcia y, un minuto después, entró en la Cafetería del Polideportivo Juan Carlos I.
 
- Buenas tardes, Nacho...
- ¡Caramba, Roberto! ¿Cómo tú solo por aquí?
- Ya ves. A veces uno se da cuenta demasiado tarde.
- ¿A qué te estás refiriendo, tío?
- A que durante muchos años uno puede estar siendo engañado por una chica sin que ni tan siquiera te des cuenta y, de repente, en un momento cualquiera, algo sucede que te hace ver la realidad.
- ¿Algo que ver con Micaela?
- Prefiero no recordar ni su nombre.
- ¡Caramba, Roberto! ¡Yo creía que después de hablar con el viejo Don León estaría otra vez contigo como siempre!
- ¿Cómo has dicho?
- ¿Es que no conoces al viejo León Tigre y Gato?
- ¡Nunca en mi vida he oído tal nombre! ¿Quién es ese tal Don León?
- ¡El viejo que estaba hablando con tu chavala hace una hora aquí mismo!
- ¿Ese viejo multimillonario se llama León?
- Se llama León... pero... ¿multimillonario ese viejo carcamal que no tiene dónde caerse muerto?
- ¿No es un viejo multimillonario?
- Pero si Don León Tigre y Gato es más pobre que las ratas...
 
Una nueva perspectiva del problema iluminó el cerebro de Roberto Félix Alegría del Monteverde.   
 
- ¿M estás diciendo que ese viejo verde no tiene nada de dinero?
- Te estoy diciendo que es pobre de solemnidad.
- Debo entonces penetrar en el alma de todo este caso.
. No te entiendo, Roberto. ¿Ocurre algo grave con Micaela y su alma?
- ¿Escuchaste algo de lo que estuvieron hablando?
- Oí que el viejo le decía: "¡Soledad! ¡Esa es mi palabra favorita!".  Y citó algo de Júpiter, la Isla Hiperbórea y cuervos picoteando!
- ¡Canastos! ¡Esto sí que se complica de verdad! ¿Cuántos años tiene ese viejo?
- Casi nadie lo sabe porque todos creen que tiene sesenta...
- ¿Y no tiene sesenta? ¿Quizás solamente cuarenta?
- ¡Todo lo contario, Roberto! Tiene ochenta y cinco.
- ¿Me puedes decir algo más?
- Lo siento. No puedo decirte nada más. Sólo que se llama León Tigre y Gato, No podía yo suponer que algo raro existía entre los dos.
- Recuerda, Nacho, recuerda...
- Espera un monmetio. Sé que él la invitó a llevarla en su coche hasta su casa en San Javier.  
- ¿Coche? ¿Qué clase de coche tiene ese viejo?
- Un escarabajo negro. Dijeron algo sobre un escarabajo y supongo que se refería a ese coche pero no puse demasiada atención.
- ¿Un Volkswagen?
- Supongo que sí. ¿Te sirve de algo saber todo esto?
- Estaba dispuesto a olvidarlo todo en un bar del Zig Zag pero he cambiado de opinión.
 
Sin decir nada más, Roberto Félix Alegría del Monteverde salió rápidamente de la Cafetería del Polideportivo Juan Carlos I y volvió a entrar en la Biblioteca Municipal de Murcia. De nuevo se dirgió hacia Luiisa, la guapa señora que trabajaba en Información a los Usuarios.
 
- ¿Otra vez por aquí? Yo ya no puedo contarte nada más sobre tu novia.
- Espera, Luisa. ¿Puedes consultar la base de datos de tu computadora y darme algunos datos sobre un tal Don León Tigre y Gato?
- Espera un momento. Debido a que es un asunto grave te voy a ayudar en lo que pueda.
 
Luisa comenzó a buscar en la base de datos de su computadora.
 
- ¡Exacto! Tenemos a un lecotr con ese nombre y esos apellidos.
- ¿Me puedes informar sobre cuántos años tiene?
- Según la tarjeta de lector tiene ochenta y cinco años ya cumplidos aunque viéndole en persona sólo aparenta sesenta.  
- ¡Dios mío! ¿Se confirma que tiene ochenta y cinco años de edad?
- Sí. Eso he dicho. Y además puedo asegurarte que fue el viejo que se fue con tu novia.
- ¿Algún dato sobre si tiene o no tiene una profesión concreta?
- Eso no lo tenemos en los datos de la ficha de lector. Sólo puedo confirmarte que tiene ochenta y cinco años ya cumplidos, que es el viejo que se fue con tu novia y que reside en Porlán. ¿Te he ayudado en algo?
- Bastante. ¿Sabes si utiliza algún coche?
- Pues sí. A veces le he visto llegar a la Blblioteca ocn un Volkswagen Argentina.
- ¿Puedes hacerme otro pequeño favor?
- Sobre ese viejo ya no puedo decirte nada más.
- Lo que te pido ahora es que cuando veas a Diego haz el favor de decirle de mi parte que he cambiado de opinión. Dile que no me espere a las cinco de la tarde porque no voy a venir a buscarle. He decidido no probar ni una sola gota de alcohol y mucho menos cuando Micaela puede estar en un serio peligro.
- ¿Quieres que avisemos a la policía?
- ¡Ni hablar, Luisa! No tenemos nada que decir a los policías porque no ha sucedido nada. Que una chica, por muy joven que sea, salga de una biblioteca acompañada de un viejo no es motivo para poner una denuncia sabierndo, sobre todo, que los dos son ya mayores de edad. No hay ley que lo prohiba.
- Es cierto. No podemos violentar a la Policía diciendo que un viejo ede ochenta y cinco años de edad ha salido de la biblioteca con una chavala de diecinueve. Eso no es ningún delito.
- De acuerdo. Así que no tengo nada más qué hacer aquí dentro. Solamente dile a ese tal Diego que lo siento pero prefiero seguir teniendo fe en la vida. Tampoco tengo yo la culpa de que ese pelirrojo sea tan feo que a sus veinte años de edad ya haya tenido varios desengaños sentimentales.
- ¡Jajaja!´Haces bien en no tener amistad coni tipo así. Es solamente un machista además de un facha.
- Que no se lo tome como un insulto pero si está tan acostumbrado a tener tan baja autoestima espero que no le importe en absoluto ser feo. Adiós. Muchas gracias por tu información.
- Antes de que te vayas tengo otro dato que puede ser interesante. Reside en Porlán según dice mi computadora pero cuando habla no tiene acento murciano.
- ¿Estás diciendo que no es murciano?
- Estoy diciendo que no tiene acento murciano. Si es murciano de nacimiento no se ha criado en ningún lugar de Murcia. Pero lo más seguro es que no sea murciano y esté por aquí sólo de paso.
-Exsiten  pocas personas que llamen la atención de mi novia. Ella es muy exclusiva para hacer sus amistades. Con estos datos tan superficiales no podemos juzgar nada con respecto a lo que haya podido suceder o a lo que pueda suceder en el futuro. No hay más método, debido a las circunstancias tan sorprendente y que rompen su forma de actuar, que guiarnos por los resultados obtenidos. Debemos trazar un plan operativo. A menudo fallan los planes en cuestiones de este tipo pero espero que, sin embarego, en  esta ocasión tengamos éxito.
- ¿Te estás dando cuenta de que estás hablando solo?
- Perdona, Luisa, pero ahora es necesario ser un excelente adivinador y un hombre perseverante.
- Pues que tengas suerte...
- ¿Tienes una Guía Telefónica de la provincia de Murcia?
- En eso sí te puedo ayudar. Supongo que buscas el teléfono de ese tal Don León Tigre y Gato.
- Eso es. Buscaré su número de teléfono en Porlán.  
 
Luisa sacó la Guía Telefónica de la Provincia de Murcia y se la entregó a Roberto Félix.
 
- ¿Dijiste que se apellida Tigre y Gato?
- Sí. Parece de risa pero a veces se dan estas curiosas combinaciones. Sobre todo si te llamas de nombre León.
 
Roberto Félix ya no estaba escuchando. Buscaba, con gran avidez, el apellido Tigre en la población de Porlán.
 
- ¡¡Nada!! ¡O no tiene teléfono en su casa o es que vive de alquiler!
-´Lo siento otra vez, amigo.
 
Disminuían, de esta manera, las probabilidades de dar con aquel anciano que parecía sesentón pero era, en realidad, un viejo de ochenta y cinco años de edad.
 
- ¿Estás segura de que tiene un escarabajo?
- Estoy segura. Siempre lo aparca ante la puerta de la biblioteca.
 
En esos momentos Don Pedro Sanromán Sanemeterio se ponía en contacto telefónico con la Universidad de Murcia en San Javier.
 
- ¡Aquí la Universidad de Murcia de San Javier! ¿En qué puedo atenderle?
- Soy Don Pedro Sanromán Sanemeterio e intento poder hablar con el profesor Don Carlos Magno Sáinz Mayoz. Es muy urgente.
- ¿Tiene usted alguna relación con esta Universidad?
- Mi hija Micaela Sanromán Santamaría es una de las alumnas de ese profesor.
- ¿Sucede algo anormal?
- No. Sólo necesito hablar con dicho profesor de manera urgente.
- Ahora mismo está comiendo pero llame dentro de media hora y le pondré en comunicación con él.
- Gracias. No se olvide de avisarle que le estoy buscando.
- ¿Sucede algo grave o no sucede nada?
- Es un tema relacionado con mi hija y tengo prisa por solucionarlo.
- ¿Es que hay algún lío entre los dos?
- No diga usted tonterías, señorita. Si hubiese algún lío entre los dos le doy mi palabra de hombre de que Don Carlos ya no existiría.
- Está bien. No quise insinuar nada malo.
- Lo que pasa es que seguro que usted ve muchas telenovelas.
- Le repito que le pido mil perdones. En cuanto a ver o no ver telenovelas creo que tengo derecho y libertad para verlas o no verlas.
- Usted ha insinuado algo grave sobre mi hija y eso no se lo permito a nadie.
- De acuerdo. Me he pasado varios pueblos...
- Pues antes de pasarse varios pueblos es necesario pensar lo que se va a decir antes de decir lo que se está pensando...
- Le vuelvo a pedir mil perdones y a presentarle mis disculpas, Don Pedro.
- Está bien. Dejemos el asunto así. Sólo necesito hablar con Don Carlos. ¡No es nada que le importe a los demás!
- Pero no se enfade tanto conmigo, caballero.
- Los caballeros sólo nos enfadamos cuando alguien nos saca de nuestras casillas. ¡¡Hay que valorar lo que se dice antes de hablar!!
- No se ponga tan violento, Don Pedro, o le cuelgo y no le doy el aviso a ese profesor,
- No estoy violento contra usted, señorita. Sólo digo lo que dijo Roger Martin du Gard.
- ¿Qué dijo ese caballero francés?
- Que no puedo admitir la violencia ni siquiera contra los violentos. Así que, por mi parte, el asunto está zanjado. No se olvide de decirle a Don Carlos que tengo que hablar urgentemente con él.
- ¿Me puede dar su número de teléfono para que cuando aparezca Don Carlos se ponga en contacto con usted?
 
El padre de Micaela dio su número de teléfono a la señorita de la Universidad y colgó en el mismo momento en que la llamada de Roberto Félix le hizo descolgar de nuevo el auricular.
 
- ¡Caramba! ¿Que está sucediendo? ¡Estoy intentando comunicar con usted desde hace unos minutos!
- Escucha bien, Roberto Félix, si tú estás nervioso con este asunto de Micaela yo lo estoy mucho más. Tú eres solamente su novio nada más y yo soy su padre nada menos. Estoy intentando hallar una manera de hablar con el profesor Don Carlos Magno Sáinz Mayoz.
- ¿Consiguió usted hablar con él?
- ¡Pedazo de alcornoque! ¡Si te estoy diciendo que lo estoy intentando es que todavía no lo he conseguido!
 
Roberto Féliz tragó saliva antes de seguir hablando con el furibundo padre de su amada Micaela.
 
- Yo tengo algunos datos que nos pueden servir de utilidad.
- ¡Venga con esos datos ya mismo!
- ¡Tranquilo, Don Pedro! Solamente son datos sueltos...
- Todo vale tanto en la guerra como en el amor.
- Dejemos ahora aparte las frase famosas, Don Pedro. He conseguido algunos datos que nos pueden servir para conocer un poco la personalidad del viejo que se fue con Micaela.
- ¿Qué estás diciendo? ¿Estás diciendo que un viejo se fue con mi única hija?
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡No empezemos otra vez con Dios, Pilar! ¡Y tú, merluzo, suelta de inmediato todo lo que sepas!
 
Roberto Félix volvió a tragar saliva antes de poder seguir hablando...
 
- ¡No me agobie, Don Pedro! ¡No me agobie, por Dios, que ya bastante agobiado estoy yo sin necesidad de nadie!
- Tranquilicemos los nervios, Roberto. ¿Qué datos tienes?
- El primero de ellos es que Micaela salió de la Cafetería del Polideportivo Juan Carlos I de la capital de Murcia acompañada de un viejo de ochenta y cinco años de edad aunque solamente aprarenta unos sesenta.
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡Escúchame bien, PIlar, si vuelves a poner a Dios en medio de este lío monumental no sé de lo que soy capaz de hacer! ¿Qué estás diciendo, Roberto Félix? ¿Estás diciendo que mi única hija de tan solo diecinueve alños de edad está teniendo un lío con un viejo de ochenta y cinco? ¡Eso me parece ya increíble del todo! ¡Mi hija me ha dado toda clase de disgustos pero esto ya rebasa todos los límites aceptables para un padre! ¡Me va a dar un ataque de histeria o un ataque al corazón o cualquier otra clase de ataque!
- ¡Oiga, Don Pedro! ¡No admito que usted vaya diciendo por ahí que mi novia me pone los cuernos con un viejo verde de ochenta y cinco años de edad! ¡Si eso fuera cierto yo emigraría a las Islas Jersey con tal de no soportar esa vergúuenza y la burla de todos los envidosos que me tienen odio por tenerla como novia en exclusiva! Así que haga el favor de no decirle eso a nadie.
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- Ten calma mujer y te pido por última vez que no pongas a Dios por delante de este asunto. Quien se ha ido con ese viejo verde no ha sido Dios sino nuestra hija. ¡Escucha, Roberto Félix! No voy a decir nada a nadie. ¿Tienes más datos?
- He investigado lo suficiente como para poder saber que ese viejo verde se llama León Tigre y Gato.
- ¿Un gitano? ¿Estás seguro de que es un gitano?
- ¡Yo no he dicho que sea un gitano!
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡Pilar! ¡Haz el favor de volver a la cocina para ver si puedo pensar qué podemos hacer! Roberto Félix, con esos dos apellidos sólo puede ser un gitano porque esops apellidos son muy propios y muy comunes entre los calés.
- Podría ser... podría ser que se trratara de un gitano de eso que mirándoles parecen mcuho más jóvenes de lo que son... pero también he podido averiguar que no es murciano aunque reside en Porlán... porque buscando en la Guía Telefoónica no he visto esos apellidos y además cuyando habla su acento no es murciano.
- Lo cual significa que vive de alquiler y que está de paso. ¡Lo que te digo! ¡Es un gitano y quiere vender a mi hija a cualquier postor!
- Insisto en que yo no he dicho que sea un gitano.
- ¡Pero lo digo yo que para eso soy el padre de la víctima!
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¿Pero otra vez con lo de Dios mío? ¡Que hagas el favor, PIlar, de dejasrme hablar tranquilamente con este tuercebotas que tiene nuestra hija por novio! Si sigues diciendo ay, Dios mío, esto va a pareder una historia de ángeles perdidos en el limbo de los inocente y nuestra hija ya no es tan inocente como para ser un angel aunque sea todavía virgen. ¿No te das cuenta de que hay que suponer cualquier cosa para luego ir eliminando las que no son y así poder averiguar lo que tenemos que averiguar antes de ir diciendo por ahí cosas que puedan ser mal interpetadas? Primero hay que ponerse en lo peor para esperar que no haya sucedido lo peor. ¿Qué más has conseguido saber, Roberto Félix?
- He averiguado que se fueron en un escarabajo.
- ¿Qué tonterías me estás diciendo? ¿Se han ido en un escarabajo? ¿Es que has bebido tanto que no sabes lo que dices o es que ese tipo es, además de gitano, todo un brujo encantador de serpientes y no es que esté llamando serpiente a mi hija?
- ¡No, Don Pedro! ¡Me estoy refiriendo a que se fueron en un Volkswagen Argentina de color negro! ¡De esos que el pueblo vulgar conoce como escarabajos!
- ¡¡Ay, Dios mio!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡¡Que hagas el favor de dejar ya a Dios en paz, Pilar Santamaría Santarosa! ¿Qué más has conseguido saber, Roberto Félix?
- Algo muy curioso. No es murciano o por lo menos no se ha criado en Murcia porque no tiene acento de estas tierras según me ha dicho una empleada de la Biblioteca Municipal de Murcia.
- ¿Puede ser, quizás, un loco argentino al estilo de Maradona cuando se encaprichó con Carolina de Mónaco?
- No lo sé. A Maradona, en aquel suceso, ni Carolina de Mónaco ni nadie de sus cultas y cultivadas amistades le hizo el más mínimo caso, pero en cuanto a este Tigre sólo sé que usa un escarabajo Argentina. Una cosa es Maradona y otra cosa es Mercadona pero no creo que hayan ido a ningún establecimiento comercial.
- ¿Y qué opinas tú de todo esto?
- Que, al parecer, el mundo está patas arriba ya que el único que puiede ligar con ella a espaldas mías es un viejo de ochenta y cinco años que, además, es más pobre que un soldado raso en época de criris económica de rancho mundial. No lo comprendo, Don Pedro, no lo coprendo. Si ese viejo fuese multimillonario podría haber alguna razón lógica pero que sea más pobre que Carpanta no entra en ninguna clase de lógica posible o imposible.
- Pues esta historia significa que todo es posible.
- Viendo cómo anda el mundo entero todo es posible... menos que mi chavala de toda la vida me engañle con un tipo de esa ralea... así que no voy a permitir que un viejo misérrimo y paupérrimo, de ochenta y cinco años de edad, ligue con una chavala guapísima y millonaria de tan sólo diecinueve.
- ¿Alguna sospecha de que se puede tratar de un loco?
- Algo de eso puede suceder pero no veo yo por ningún que Micaela entrase en conversación con un loco. Muchos están locos por ella y nunca ha hecho caso a ninguno así que eso es difícil de pensarlo. Si ese loco tuvese Mercedes de todo lujo podría tener un poco de sentido común pero lo que es una locura es que se vaya con él en un escarabajo. De todas formas investigaré cuando pueda si se trata de un loco o no se trata de un loco.
- ¿Cómo puedes lograr saberlo?
- Porque tengo un amigo llamado Nacho que le conoce muy bien.... aunque me parece que este tlo Nacho Ávila Contreras de la Villa también está loco por Micaela.
- ¡¡Pues estamos arreglados, Roberto Félix!! ¿Qué pasa con mi hija que todos los locos os fijáis en ella?
- Es que es normal, Don Pedro...
- Ya. Ya lo veo. Ya veo que ella es normal y vosotros estáis todos tarados por culpa de ella. ¿Qué te ha contado ese tal Nacho?
- ¡Agárrese que vienen curvas, Don Pedro! Nacho me ha informado que estuvieron hablando de Júpiter y la Isla Hipérbórea.
- ¡¡Ay, Dios mío!! ¡¡Ay, Dios mío!! y ¡¡Ay, Dios mío!!
- ¡Que me va a dar un telele, Pilar! ¡Vete a pelar las cebollas mientras termino de hablar con Roberto porque esto es para llorar a lágrima viva! ¿Qué más te ha contado ese tal Nacho?
- Algo de cuervos picoteando pero eso no sé que puede significar y ahora corto la comunicación porque tengo que comer. Me estoy muriendo de hambre.
 
Cuando Roberto Félix Alegría del Monteverde cortó la comuncación el teléfono de Don Pedro Santamaría Sanemeterio volvió a sonar.
 
- ¿Dígame?
- Soy el profesor Pepe Luis.
- ¿El profesor Pepe Luis?
- En realidad todos mis alumnos y mis alumnas me conocen como Pepe Luis pero mi nombre verdadero es Carlos Saínz Mayoz.
 
Al padre de Micaela le dió un vuelco el corazón antes de poder continuar hablando.
 
- ¿Qué le sucede, caballero? ¿Algún disgusto serio con su hija?
- ¿Podríamos tener una cita personal entre usted y yo, Don Carlos?
- De acuerdo. Venga a las cinco de la tarde al Campus Mare Nostrum. Le esperaré pero no se retrase porque a las seis tengo que celebrar una reunicón con todo el claustro de los profesores y profesoras.
- ¿Cómo puedo saber quién es usted?
- No habrá ninguna duda. Me reconocerá rápidamente porque soy el único que viste con pantalón de chándal deportivo, un sombrero cordobés y unas chanclas sin calcetines. Además voy con una camiseta del Athletic Club de Bilbao.  
- ¿De verdad viste usted de esa manera?
- De verdad. Me gusta batirme a mí mismo en esto de romper tabúes. 
 
Y la comunicación se cerró. 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Novela de Ficcin y Guin literario para Cine.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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