El Desconocido (Relato)
Publicado en Sep 02, 2013
Tenía la mirada siempre perdida en algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio. Nunca se sabía si llegaba o estaba preparándose para partir a algún extraño destino y su nombre me era tan desconocido como éste aunque, pensándolo bien, no parecía tener ningún destino concreto; si acaso, alguna indefinida pasajera sensación de que pensaba en llegar a algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio. Si tuviera que describir a este tan inédito personaje, doy mi palabra de hombre que no podría... ni tampoco, por respeto a su identidad, me atrevería a romper su silencio para preguntarle... porque, solamente mirando su siempre perdida mirada, uno se daba cuenta, enseguida, de que aquel personaje no tenía ninguna descripción definitoria. Sin embargo, a pesar de las múltiples formas con que podrían representarse los significados de sus escasas palabras, se notaba claramente que no era tan extraño al lugar. En realidad, yo afirmaría que era parte intrínseca y referencia fundamental de aquel entorno en que me había introducido buscando, igualmente, algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio. Así que, en definitiva, resultaba que aquel desconocido venía a ser -¡extraña paradoja de los paralelistas caminares!- mi propio yo renacido y escapado de mi interna sensación. ¿Sería verdad que aquél incógnito personaje tenía tanto que ver conmigo que podría confundirse con mi propia persona?. ¿Tiene usted la hora?. Son las doce. Sonaron las doce campanadas de la medianoche en el reloj de la torre de la cercana catedral. Tomé la maleta y comencé a caminar dejándole allí, sentado en el andén de la estación, con su mirada siempre perdida en algún punto de algún lugar de algún recóndito misterio. Él ni tan siquiera me dio una despedida amable. De manera suave me miró y vi en sus ojos mi propia mirada. ¿Era yo mismo despidiéndose de mí mismo?. Pensé por unos instantes en dar marcha atrás y preguntarle de dónde venía y hasta dónde quería llegar... pero El Desconocido ya se había levantado y se había ido cuando llegué de nuevo a la Estación. Fue cuando me encontré frente al espejo de la cafetería. Entre allí. A tomar una copa de anís dulce para hacer más dulce a mi soledad... y miré al espejo... aquel que se reflejaba en el cristal era El Desconocido que no tenía ninguna otra identificación nada más que su mirada. ¿Era yo mismo mirándome a mí mismo?. Supuse que sí. Pero lo extraño es que vestía unas ropas distintas a las mías. Yo llevaba aquella tarde una camisa veraniega de color gris ceniza y un pantalón vaquero de color beige. No era mala la combinación... pero El Desconocido, mi otro yo, vestía con una cazadora verde y un pantalón de pana de color marrón. Intentando poder comprenderme un poco mejor, me bebí rápidamente el anís dulce y, sin pensarlo dos veces, entré en el interior del espejo para poder hablar con él. Era la única opción que me quedaba para que no volviese a escapar. - ¿De verdad quién eres? -le pregunté. Él me miró con sus ojos verdes-grises con ciertos tonos azules y me dirigió una sonrisa. Yo sonreí también. - Me parece que la pregunta ha sido bastante tonta, ¿verdad? -me disculpé ante él. - No. No supe, en un principio, si me estaba diciendo que la pregunta no era, en realidad, tan tonta o que simplemente no deseaba hablar conmigo; así que guardé silencio y me dispuse a salir otra vez del interior del espejo, más una fuerza superior me dejó quieto. Entonces es cuando habló por largo tiempo. - Yo soy el que tú eres. No soy el que ellos creen que eres. No soy tampoco el que tú crees que eres. Yo soy, simplemente, el que tú eres. Deja de sentirte extraño en el universo. Yo soy ese mismo universo que tú has creado para ti y tus personas queridas. ¿Me comprendes ahora?. ¿Sabes ahora por qué, aunque vestimos diferentes, sólo somos el mismo?. Alguna vez te preguntarán también a ti quién eres. ¿Qué les contestarás entonces? -y se me quedó mirando interrogativamente. - Quizás les conteste que soy el que ven en el espejo... - Exacto. Siempre contesta a cada pregunta sobre tu persona que miren al espejo de la Estación. No importa la Estación que sea. Lo que importa es que haya un espejo, cualquier espejo, en la Estación. Y cuando quieran saber quien eres mirarán al espejo. Muchos quizás no vean más que a sí mismos pero otros verán que ellos son también como tú. ¿Me has comprendido bien?. - Te he comprendido bastante... - Eso es suficiente. Entonces salí del espejo y me encontré toda la cafetería (antes vacía salvo mi presencia en ella) abarrotada de un gentío que voceaba de un lado para otro como buscándose sus identidades. Todos llevaban algún espejo en sus equipajes. Quise hacerles comprender que no gritaran tanto y que, silenciosamente, se mirasen en esos espejos. Pero no me pudieron comprender a pesar de mis esfuerzos por hacerme oír en medio de todo aquel griterío. Sólo una niña de muy corta edad (siete años solamente) que llevaba a su hermano pequeño (cinco años nada más) acertó a escucharme y me preguntó. - ¿Quién eres?. Aquello me llenó de una extraña felicidad. Aquel niño de tan sólo cinco años de edad que iba de la mano de su hermana era mi propio yo y me sonreía. Entonces me acerqué a él, le acaricié su pelo rubio-castaño y le dije solamente. - ¿Me has podido comprender?. Él sólo asintió con la cabeza y en el silencio de sus palabras encontré una respuesta muy valiosa para mí. Iba a caminar siempre a mi lado para que cuando yo quisiera saber quien era sólo tuviese que mirarle a él y ver su sonrisa. La niña de los siete años de edad le soltó y él vino a mi lado. - Quiero viajar contigo siempre. Volví a recordar al Desconocido y comprendí que él y aquel niño de pelo rubio-castaño eran mis propias coordenadas. Y entonces comencé a pensar si es que el tiempo pasado, presente y futuro pueden o no pueden viajar juntos al mismo tiempo. - Sí -me contestó el niño de los cinco años de edad como habiendo entendido lo que yo pensaba. - Entonces, adelante, vamos al Espejo. Me introduje, con el niño cogido a mi mano izquierda, en el Espejo del Desconocido y aprendí a conocer mis tres dimensiones propias. ¡Era verdad!. Puede que fuese un Desconocido nada más, pero lo importante es que ya siempre viajaría con mi pasado, mi presente y mi futuro dentro de un solo equipaje. Salí del espejo y empecé a caminar por el andén. El tren estaba a punto de partir hacia alguna frontera cuando subí a él. ¿Qué pasaría cuando llegase a aquella frontera?. Entré al lavabo de caballeros para mirar en el espejo. Allí estábamos los tres juntos de nuevo. Efectivamente, no había por qué tener miedo al tiempo. Así fue como me quité el reloj de pulsera, me lavé bien las manos y el rostro, y dejé el reloj para quien de verdad lo necesitase. Al fin y al cabo, cuando se vive con el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo dentro de la mochila de viaje, no hay ninguna necesidad de saber la hora. En esa clase de viaje las horas son las ciudades, los pueblos, las aldeas, los valles, las montañas, los ríos, las playas, los volcanes... todo... absolutamente todo...
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