5. MHOMJE - De blanco a negro, De rosa a azl II
Publicado en Sep 06, 2013
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Esa mañana, cómo olvidarla…
Los recuerdos viajaban, volaban con la velocidad de un rayo dentro de su mente; viéndose detenidos por un constante “me duele” ó “no sigas pensando en ello”.
De las palabras a la acción, y de la acción a la reacción. Era consciente de ello;  sabía que en sus pensamientos la acción no sería más que un sueño que traería dolor, cuando lo ejecutara sabría que aquello le haría sentir mal; y finalmente supo y ahora sentía que los efectos de la reacción eran devastadores.
«Has hecho lo correcto»; y aún así, aquello no parecía disminuir sus lamentos.
Apuntó sus ojos grises en la luz por encima de su cabeza; pidiendo en su acto que aquello se le viniese encima de una buena vez. Pero le tuvo miedo al dolor, y se retractó de sus deseos. — Irónico — y su mente lo dirigió a la solución: alcohol. Después de todo, no era la primera vez que lo ayudaba.
Quizás unas cuantas cervezas… tal vez no fuesen lo mejor del mundo, pero las simplicidades de la vida serían aquellas que borrarían de su ser el dolor intacto de la desesperación, del sentimiento de haber tenido que correr o encaramarse y el decidiese correr; que se viese huyéndole al problema. O quizá una vodka, una de santomé, o simplemente caña clara, la famosa lava gallo. ¿Qué importaba? Cuando se trataba de disfrazar sus sentimientos en una un afluente de licor, nada, absolutamente nada, tenía que estar meditado.  
Supo que era momento de lanzarse a la deriva en la desesperación, y que sus sentimientos fuesen los que detonaran sus acciones. Pero cuando lentamente se disponía a dejarse ir, el ruido de golpes en la madera le hizo cambiar de idea.
— Pasa
Steve entró en la habitación. Aquello le pareció un acto infantil, recordando vagamente su infancia al frente de aquella habitación de huéspedes que marcaban la decisión que hace ya muchos años habían tomado sus padres al separarse. Sin embargo, como aquello le afectaba en lo más mínimo, se atrevió a darle paso al libertinaje prematuro y a creer que su padre tenía la razón.
       La puerta chirrió obstinadamente, y se preguntó si lo mismo no sentiría su padre. Pero rápidamente dejó de lado aquel sentimiento y se enfrascó en que aquella habitación no podría reflejar los sentimientos de su padre, en lo más mínimo. Sin embargo la oscuridad hizo recorrer un escalofrió por su espalda.
— Te traje esto
Viéndolo acercarse, Víctor sintió un alivio indescriptible. Sonrió complacidamente pensando en que su hijo ya había sido quien, dos veces, lo ayudase a encaminar sus sentimientos por el sendero del olvido; aunque también había sido quien de una manera u otra lo lanzase de nuevo a las brazas de su dolor. Siguió sonriéndole al difuso rostro de Steve mientas que la luz golpeaba sus contornos a la deriva. Imaginó sus ojos oscuros, llenos de un brillo que entre tanta hostilidad, emanaban un destello profundo; sus cejas gruesas; su nariz sin contorno aparente, muy parecida a la suya; sus labios intermedios, rosa con su brillo… y lo envidió, sinceramente lo envidió.
Por un instante se miro en el espejo del tiempo, y se sintió nostálgico y opacado por la juventud que emanaba su hijo. Se preguntó cómo era su vida: ¿Cómo le iba en el liceo? ¿Tendría novia? ¿Qué hacía Steve fuera de los juegos y el entrenamiento? ¿Le interesaría la lectura o estaría vagueando en las calles con sus amigos? ¿Preferiría una lata de Pepsi, a una de la Polar? ¿Preferiría tal vez una cónsul o una beltmon, antes de una dosis de marihuana? ¿O si simplemente rechazaría todas aquellas opciones para imponer las propias suyas?
Víctor Salders se interesó mucho más por la vida de aquel joven que de la suya. Y sintió como una amargura pasaba atravesando todas sus emociones, recordándose con ello que no sabía nada de la vida de su hijo, y que siquiera sabía como seguiría la suya misma.
Steve se sentó a su lado, tan cándido como aupado.
— Mi madre ha pegado el grito al cielo ayer — y se rió de algo aparentemente sin gracia alguna.
—      Sabes que su enojo no es motivo de celebración — sus palabras rozaron la molestia por muy poco; no le hacía del todo gracia enojar a Kate.
— Bueno, toma y no la partas...
— Le doy lo suficiente como para que se compre unos cinco juegos.
Apoyó su taza en la mesa de noche a su izquierda, se descalzó y montó los pies en la sábana que a su padre poco le costaba cuidar. Al girar la vista le pareció que Víctor meditaba seriamente el sorber del café que le había llevado. Detalló las flores de la taza y sin pensarlo le dio por arrancárselas de las manos, tirarla al suelo y esperar un golpe que con mucho gusto devolvería; pero no se atrevía a rozarlo, y mucho menos sus manos.
— Oscuro — respiró sin mucho ánimo de hacerlo la verdad — y sin azúcar.
Un gruñido áspero le dejó a notar que sus palabras habían rallado en lo anormal. Y no evitó sentir tristeza al notar como su padre se había encerrado en el café; casi como si de un imán se tratase: que atrae en una polaridad y en la otra  repele. Ya se había dicho que su padre no se preocupaba por él.
Desde hace ya mucho, Víctor había dejado la ardua tarea de criar a su hijo, la de ser “el hombre de la casa”, para ocuparse seriamente de sus asuntos; aquellos de los cuales, nadie que no estuviese realmente involucrado, sabía de qué se trataban. Y así, Steve se reprochó la moral que poseía. No sabía mucho más de su padre fuera del equipo y de la casa, ¿Qué hacía cada tarde y cada noche por las que se encontraba ausente, fuera del encierro de aquellas cuatro paredes? ¿Qué sería de sus sentimientos? ¿Habría escogido a una mujer dentro de las tantas que babeaban por él? ¿Prefería respetar a su legal esposa, antes de propiciar un escándalo social? ¿Seguiría queriendo a su madre? O más importante, ¿Seguiría queriéndolo a él?
Aquellas preguntas fueron rechazadas por la fuerza, por dolor; pues no quería enterarse que el remedio fuese peor que la enfermedad. Claramente, inicuamente y hasta cándidamente quisiese haber explotado y con ello sacar todas sus preocupaciones, sus lamentos, sus circunstancias, sus alegrías y sus emociones; pero se lo tomó con calma, pues pensándolo mejor, aquello no lo ayudaría, en lo más mínimo.
Los segundos pasaban, y aquellos dos: padre e hijo, poco advertían el silencio incómodo y la fricción de la distancia apoderarse del remoto compartir que construían. Tanto uno como el otro cavilaba en sus pensamientos, encaminando sus problemas hacia sí mismos, de quien sabían que no era total la culpa. Casi lloraban por dentro a causa de ello.
— ¿Quieres salir?
Foto del autor Nelson Prez
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Descripción

Palabras Clave: MHOMJE Novela homoertica

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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