EL SMBOLO DE LA SANGRE
Publicado en Sep 14, 2013
Recogió la invitación que le fuera arrojada junto a la puerta de su casa. Le llamó la atención las letras y sus detalles caligráficos minuciosos, se destacaba una calavera, en realidad era la calavera de una cabeza de toro encerrada en vertiginosas líneas que semejaba un laberinto. Una nota se desprendió del sobre y decía:
LLAMAR. Le restó importancia a todo aquello, su vida de estudio y empeñosa dedicación a la Física, hacía que descontara los juegos y los acertijos que no consideraba de interés aplicable a su disciplina de estudio. Esa noche soñó con trenes, estaciones desoladas, con esos matices cambiantes de los verdes y las formas extrañas en lugares hacinados y tenebrosos que pasaban fugaces antes sus ojos. Despertaba sudoroso, temblando. Durante la semana fueron recurrentes sus malestares y pesadillas, esa sensación de ahogo y destellos e imágenes imprensibles lo atormentaban. Luego todo volvió a la normalidad. La sala de festejos eran amplia, no disimulaba ese retoque encalado y sobrio que daba esa sensación de resguardo o de abrigo. La gente con sus copas y bocadillos en sus manos, saludaba con cierta parsimonia a Margarita, que se la veía apacible y dulce, apropiada en su estereotipo, que la definida como la fiel esposa de un científico. Un personaje de cabello gris se acercó John y extendiéndole su mano… Las pupilas de John se dilataron, recordó algo olvidado, tal vez aquella reminiscencia semejante a una figura brumosa, era el lugar donde concluía el viaje justo en la última estación de aquél tren antes de la vigilia. Éste hizo una reverencia imperceptible y dijo: -¡Fuiste elegido John, no puedes rechazarlo!-. Las pupilas de John volvieron a la normalidad, miró horadando el salón, pero el anciano se había esfumado. Lo extraño de aquello fue que los invitados ninguno recordaban al hombre de cabello cano. Despertó afiebrado, la casa a oscuras, herméticamente cerrada asemejaba un bunker; la paredes de concretos parecía retorcerse, expandirse y contarse mientras comprimía su cabeza. Margarita cuestionaba a John por ese infinito tiempo que pasaba ausente, durante el transcurrir de la tarde y la agonía del sol en ese pozo rojo, informe que era el horizonte y la profundidad de la noche. Sentado en su sillón de pana, escuchaba algunos acordes lejanos mientras se dejaba someter por la modorra. -Es tan real…-Murmuró entre dientes. Se detuvo al final del recinto oscuro. Una puerta metálica chirrió, sostuvo el aliento y se deslizó por el largo corredor parpadeante, que al final se estrechaba hasta hacerse efímero en un punto verdoso casi inexistente. Se sacudió ante el calor repentino, su mano derecha ansío y giró la manecilla de la puerta, en el nuevo ambiente una luz mortecina y rosácea lo cubría todo. Un grupo de hombres con largos atuendos rodeaba la mesa, uno de ellos se apartó, y se dirigió a John que no lograba salir de su estado catatónico. -Bien venido-. Le dijo la silueta, dirigiéndose a John. -Eres uno de los nuestros-, musitó con levedad apenas audible. John pensó que le dolía en demasía su mano derecha. El ambiente, se tornaba brumoso, irrespirable. Los sujetos reunidos se dispersaron y las capuchas no dejaban ver sus rostros. Otra vez, esa sensación de ahogo. Una espesa niebla invadió todo el recinto metálico, y el último hombre se alejó sin proferir palabras. Una líneas circulares se formaron en la palma de su mano y el dolor fue haciéndose insoportable. Se aproximó a la mesa, la mujer yacía recostada, su sangre fluía por todas las cavidades de su cuerpo. Quiso tocarla, elevó su brazo, su mano sostenía una daga; la penumbra disimulaban las gotas de sangre que se precipitaban sobre la empuñadura y el filo del acero resplandeció dejando ver el abismo de sus ojos. -Otra de mis pesadillas-. Balbuceó dubitativo e incómodo. Margarita recostada sobre su lecho matrimonial se desangraba. Lejos, se escuchaba esa melodía sensual que lo adormecía en el sillón de las pesadillas. HERNÁN ALEJANDRO LUNA FRINGES 12 de septiembre de 2013.
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