¡Pulpo hasta por las orejas! (Diario)
Publicado en Sep 14, 2013
1992 ó 1993. Parque de Atracciones de la Casa de Campo de Madrid. Carla, Leslie, mi Princesa y yo. A alguna de ellas se le ocurrió la idea de subirnos en "El Pulpo". No podía echarme para atrás; así que, con el miedo dentro del cuerpo pero mostrando entereza de ánimo y firme carácter, acepté la propuesta. Más me valiera haber dicho que me había dejado la cartera en cas y que debía volver a por ella. Pero la suerte ya estaba echada y no pude ni argumentar tan siquiera de debía ir al Aseo de los Caballeros. Había que ser todo un caballero y subir en "El Pulpo" igual que Don Quijote subía en "Rocinante". O sea, con todo el afán caballeresco de demostrar osadía ante el enemigo. El enemigo, por supuesto, era aquel monstruoso pulpo de brazos tan amenazadores comos las aspas de un molino cervantino. ¡Y subí!
¿En qué momento de obnubilación mental se me ocurrió tan descabellada idea? Desde el mismo inicio de la aventura se me puso un nudo en la garganta. Era verano pero parecía como si vistiera con una corbata que me atenazaba la nuez. Cuestión de nueces. Era cuestión de tener bien puestas las nueces y no desesperarme demasiado. Pero la situación empezaba a complicarse cuando el aparato se puso en marcha. Me refiero a aquel tormento de armatoste peusto en funcionamiento. Ya era imposible bajarse y era el momento de encomendarse a Dios y no dejar translucir ninguna clase de miedo. Miedo no; pero el pánico se reflejaba en mi rostro. Coomencé a palidecer cuando "El Pulpo" se elevó hacia no sé qué clase de cielo. Todo un mundo de angustias que se desencadenó de repente. Subir y bajar repentinamente era ya una especie de tortura psicológica que se convirtió en tormento cuando "El Pulpo" nos lanzaba hacia el exterior y, cuando pensábamos que nos iba a estrellar contra el gentío, de repente nos lanzaba al interior como queriendo aplastarnos contra la estructura central. Me acordé, pero bien acordado por cierto, de los inventores del estructuralismo artístico. Todavía me sigo acordando de todos ellos. Fueron unos 5 minutos pero me parecieron 5 siglos. Y, para colmo de mis males, Carla, Leslie y mi Princesa no hacían más que reírse a carcajadas limpias. Yo no sé como pude resistir pero me sentía El Cid Campeador. ¡Salí de pulpo hasta las orejas!
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