RECUERDOS DE MI PADRE
Publicado en Sep 22, 2013
El hombre no existía para el par de mujeres conversando a retazos en el estrecho bar. Venía de visitar a la poetisa Márgel Londoño, en Quimbaya. Antes de regresar a Calarcá resolvió tomarse un jugo de guanábana en el parque principal de dicho pueblo quindiano. Al pasar por un café contiguo a la galería y atraído por su olor a lodo húmedo, entró a tomarse dos cervezas. Haciéndole dúo al taladrante disco, una mujer de voz rabiosa repetía: “…ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia”. La mayor, de cabello negro hasta la cintura y grumosas nalgas resaltadas por un jean con orificios en las piernas, lo atendió indiferente. Colocó la cerveza y el vaso junto al paquete de libros sobre la mesa de madera y volvió presurosa a la suya, a continuar el diálogo que sostenía con su amiga. En el local ensordecía Ódiame, canción del ecuatoriano Julio Jaramillo. Aunque el disco avanzaba en su letra, la mujer coreaba: “…ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia”. Conversaban para que el cliente las escuchara. Pues sí parce, como le iba diciendo, mi papá cuando me pegaba gozaba echando pedos. También jugaba parqués y tejo y dominó con amigos de la cuadra pero pedorriar era su mayor placer. Los más ruidosos pedos cuando nos golpiaba a todas. Es una puta manía que tiene desde cuando nos juntamos a vivir, decía mi mamá, pero tápense la nariz mijas y no respiren para que se quede con ganas de que se los olamos. ¿El suyo no?... ¿No pedorriaba o no les pegaba? De pequeña creía que todos los padres actuaban así, tirándose pedos desde cuando llegaban del trabajo hasta cuando se iban. Esta es la mejor imagen que tengo de mi papá, los recuerdos más tiernos porque sus pedos eran su voz. Ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia, bacano este disco de Julio, parce, lo llamaban el ruiseñor de América. No sé si mi papá nos pegaba para tener la oportunidad de tirarse pedos o se los tiraba precisamente cuando nos maltrataba. Placer raro el del cucho. Aunque nada malo hiciéramos, palo porque bogas y palo porque no bogas. Nos castigaba a todas. A mamá y a Claudia, esa que trajo el almuerzo es Claudia, ¿cierto, parce?, tan cambiada mi hermanita. Es la mariguana. Con esa gonorrea de novio que se consiguió. Y a Mayerly la menor, que se fue de la casa apenas cumplió 10 años, sí que le daba duro porque ella tosía cuando le arrimaba el culo para soltarle pedos sobre la cara. ¿Cómo, parce? Eso es lo raro, siempre le alcanzaban. No sé de dónde sacaba tantos como si ahorrara los de toda una semana por allá en la finca. Mantenía más lleno de viento que un globo, tal vez por lo barrigón y porque teníamos que darle toda la carne que compraba, chunchurria y bofe. Cuando se le acababan los pedos terminaba de maltratarnos. Un día se cagó en los pantalones y dejó de pegarnos. Desde entonces suplicábamos a Dios o a la virgen, a cualquier puto santo, que papá mantuviera llena de mierda su barriga. Fue la solución. Cuando iba a llegar, mamá preparaba severos caldos de pata de vaca, bien aceitosos para que le dieran diarrea… ¡Aixar, repita el disco, por favor!, solicitó la amiga de la mujer, la cual comenzó a sollozar, cubriéndose la cara con una toallita que tenía en sus manos
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Silvana Pressacco
Cariños
GLORIA MONSALVE
una historia bastante bien llevada, que bien nos adentras a la esena que planteas...
me ha gustado
abrazos