la canchita de las vias
Publicado en Sep 01, 2009
La canchita de las vías José era un chico mas de tantos que vivían en la villa. Las vías del tren lo separaban de las casas lindas. La canchita estaba al lado de esas vías, donde la tierra suelta volaba y se pegaba en los cuerpitos transpirados de los otros José que se juntaban cada tarde a jugar apasionadamente. A veces cuando se desconcentraba, solía mirar hacia el otro lado. Claro que en la cancha se olvidaba del hambre, de su casa de chapas con agujeros por donde el invierno colaba el viento y hasta la lluvia llegaba a veces a visitarlo. Cuando jugaban cada uno era como una sola pieza de una maquina que los integraba. La cancha los igualaba. Alli los únicos diferentes eran los rivales. Jugar al fútbol tenia esa magia, el hacer, sin hacer distingo. Siempre había habilidosos o más diestros, pero finalmente el polvo, la tierra, la pelota, los nivelaba a todos. Esa tarde tenían pelota nueva. Hasta daba lastima que se llenara de polvo. Esa era para jugar en el césped, pero para ellos solo había esa cancha de pura tierra. Vio venir esa bola brillante hacia él. La espero firme, puso el pecho hacia fuera para recibirla, acariciarla, y enviarla nuevamente en otra dirección. Después de pasarla quiso lanzarse carrera adelante. Finalmente decidió quedarse donde estaba. José soñaba con que algún día pudiera jugar en algún club. Que alguien lo viera y lo llevara. Era su ilusión. No importaban las vías que lo separaban de las casas lindas donde no lo miraban bien. Ni siquiera lo miraban jugar. Para José, la ilusión era especial, ya que a los diez años se tienen esos sueños muy fuertes. No entendía las reglas del juego que había del otro lado. Ni sabia de las gentes que mueven los hilos de la vida desde un escritorio, ni sabia tampoco que era un numero mas en una estadística, el solo pensaba en los colores del fútbol. El partido se les había puesto complicado. Él jugaba en el medio. Vio como venia ese contrario que para colmo era muy hábil. ¿ Cómo detenerlo? Penso. Ese chiquito ya lo había pasado otras veces, y ahora no quería pasar vergüenza. Quería demostrar que sabia jugar limpio. Se paro firme. Fue una trabada magistral. Salió airoso esta vez, mientras jugaba la pelota hacia a delante sus compañeros lo vivaban. Ojalá alguien me haya visto penso. En el momento de la jugada pasaba el tren, estaba seguro que desde alli alguien había su jugada, y lo llamaría para algún club. Ahora su propio desafío era ganar en esa siesta, aunque fuera apenas por un gol. Se sintió feliz como cuando aprendió a leer. Fue el primero de su familia en hacerlo. Le había costado bastante, después le daría bronca haber aprendido. De esa manera aprendió con sorna que había gente que se preocupaba mas de las mascotas que de la propia gente. Escuchaba, leía entendía. Había visto carteles pidiendo por perros perdidos, pero nunca vio ninguno sobre el o sus amigos. A quien le iba a importar de su casa en el pasillo de la villa, si del otro lado eran más importante los perros abandonados que los partidos que ellos jugaban. Había sabido eso sin saber. José aprendió a pensar, pero no dijo nada, ni siquiera a su padre. A quien le iba a importar que él pensara o no. Una vez en la escuela vino alguien y le hablo de los derechos de los niños y cosas asi, aunque no entendió mucho de que se trataba, para el eran cosas raras del otro lado de las vías. Había aprendido a su edad que el mundo se partía en dos gracias a esas vías. Lo aprendió sin entenderlo. Sin embargo estaban esas mujeres que hablaban de los derechos de... Escucho un grito que lo devolvió a la realidad. La pelota nueva venia en su dirección. Se recupero en un instante. Tubo la esfera reluciente por un segundo, inmediatamente la entrega después de levantar la cabeza y ver quien estaba en mejor posición. Sabia de eso, para él eso era natural. Ese fue su ultimo pase, el que origino el gol que finalmente les daría la victoria a su equipo. Se le mezclaban los abrazos con los pensamientos que había tenido antes. Por un momento se sintió orgulloso. Paso el partido, la victoria. Volvió a su casa. Alli lo esperaba un mate cocido. Madre no había. Sus hermanas más chicas jugaban afuera. Al rato llego su padre. Le contó los detalles del partido. El padre miro tiernamente a su hijo con una sonrisa cómplice, solo para hacerlo feliz por un momento, fue cuando el hombre recordó que muchos años atrás cuando la epidemia, esa que para ellos no habían alcanzado las vacunas, había dejado como secuela a su pequeño hijo una disimulada renquera. En solitario el hombre miro la canchita y lloro.
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Miriam
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