GREGORIO Y KAFKA
Publicado en Sep 24, 2013
ALLÍ SENTADO Franz observa la eternidad entre sus ojos, absorto en las cartas que Dora Dymant relee. Millares de ocasiones debe habérselas leido. Sin embargo él las escucha por primera vez, emocionándose con cada frase. Son las esperanzadas respuestas a las suyas, de la niña que perdió la muñeca en el parque Steglits.
Sin inmutarse, ambos ven llegar al enfermizo Kafka con un libro en la mano. Cercenando la lectura, se lo muestra a Franz, esto es suyo. Y tuyo, responde Dymant sin mirarlo, abrazando protectora a Franz quien recibe el libro y lee al azar varias páginas. La obra está compuesta por minicuentos de diversos autores, creando dramas a partir de sus personajes y su propia vida. Parece que somos ambos, reconoce Franz moviendo su cabeza y escrutando la aprobadora mirada de su compañera. Lo grave no es eso, Franz, le explica Kafka agregando, lo oscuro es que vamos a terminar pareciéndonos todos. Franz se levanta y devuelve el libro. Terminaremos como empezamos, admite. Dora toma de la mano a Kafka quien no recibe el libro. Y se van despacio hacia ninguna parte. Se van… Despacio… Hacia ninguna parte… Franz nada dice. Sabe que siempre estuvo solo. Sigue mirando la eternidad entre sus ojos y en los ingrávidos pasos de la afectuosa pareja alejándose de allí. Compasivo con quienes se desplomaron en la trampa de sus libros asomándose por un momento a su alma o a la de Gregorio, abre el libro y comienza a leer en voz baja…
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