Palpita un mar de expresiones... (Relato)
Publicado en Oct 15, 2013
Palpita un mar de expresiones en el sentido de este horizonte que, entre olas de recuerdos, me saluda en el inicio de la tarde. Sobre el surco de la nostalgia una luz anaranjada se agita, se mueve inquieta bajo la mirada. Hacia una nueva forma de soñar crecen los vientos en su rápìdo transitar y, con estos años de juventud adheridos al contorno de mi sombra, camino hacia un lugar llamado Fantasía. El silencio siempre acompaña estas horas de placer que, llenas de esperanzas en el proceso de la creatividad, se manifiestan como ávidas gaviotas surcando el cielo de la paz.
El sendero, florido de anhelos irradiantes, me hace caminar lejos, más allá de las altas torres y del campanario. Un crepúsculo de luces recordadas entran en mi memoria haciendo batalla con las hierbas olorosas. La sombra se me hace gigante y cobijado en ella me siento bajo el chopo para meditar. En torno a los tomillos y las verbenas rememoro otros tiempos no lejanos, otros tiempos que acojo en mi equipaje para caminar más ligero de añoranzas. La semblanza de los hombres y mujeres son las que quedan siempre cuando se han marchado. Miro a los álamos dorados y un par de gráciles palomas indican que hasta las rocas pueden soñar. Conmigo van los gorriones que buscan asaetear los espacios para convertir el giro de las veletas que, a lo lejos, deambulan en su transitar sin destino alguno. Lo olivos, verdes de aceituna, se yerguen en medio de este tránsito hacia la cúspide de la cercana montaña. En mi mochila llevo algún que otro poema: "Cuando a la hora / le servimos nuestra sombra / se nos asombra / el recuerdo de la aurora". Y me levanto. Y continúo. Y vislumbro las nubes blancas que, como fantasías de la infancia, me hacen peregrinar buscando esos momentos que se necesitan para transitar más allá, todavía más allá. El placer es dominio de la tarde mientras la plata de los cerros se acunan en el otero, en la loma, en el valle... El viento cierra esa especie de ventana que, tras sus imaginados cristales, asombran mi memoria llenando el paisaje como alamedas tiñéndose del púrpura lejano. En ese horizonte el tiempo se detiene y yo busco esa presencia de tiempo suficiente para sentir. Sentir. Sentir entre los olmos es acariciar los verbos de esas palabras llenas de sentido. Ojalá no se pierda nunca esta sensación de vivir los momentos en que, aquietadas las olas de los arbustos, surge la siembra recogida. Hay en todas ellas un sudor humano, una especie de alma completa mientras los vencejos forman cruces en el sentimiento del viento. Me detengo para musitar: "La tarde es el espíritu / nacido desde el alma / y la calma / se llena de ímpetu". Caminar de esta manera es soñar con los tiempos. La correspondencia de los colores es esa grata comunicación natural que invade los campos con sus signos presentes en la mirada de quienes caminan. Almas de azucenas envueltas en los racimos de jacintos y rosas florecidas que empiezan a cerrar sus pétalos como soñando con algo indefinido que proviene del azar. Azahares. Rozo los azahares con mi memoria. En la alta claridad del arco iris se han quedado relumbrando las últimas gotas de la lluvia y allí, en lo más alto de la cima, observo una algarabía de silencios que me llenan el tiempo de sorpresas. Cima. ¿Cómo volver a la cima sin haberse extraviado en las andanzas? Y es que caminar no es lo mismo que andar sino soñar que andamos mientras caminamos. Sólo me acompaña un amigo nada más. Es el Sol que me inunda el rostro de presencias claras.¿Serán las claridades de la cima que han salido a saludarme? Pienso en el pleno día en que los hombres puedan alguna vez entender ciertas cuestiones de poetas. "No digáis que nunca he recitado / que la vida es un tesoro / y recordad que no es el oro / lo que busco al estar enamorado". Inteligencia, dáme la mejor manera para poder vivirlo. Por el aire circula una extensa sensación de alondras. Lo que se fue no vino pero lo que viene es lo que se fue. ¿Quién puede comprender a un poeta que mana lucidez por los poros de sus sentimientos? Llorar por las pérdidas es mucho más que el dolor. Llorar por las pérdidas es tener el arrojo de salir al camino y al primer pájaro desfallecido darle nuevas alas para que remonte el vuelo. La elipse de un rayo de luz hace que me recueste, sobre la retorcida encina, para sentir ese sudor frío como de candiles que se apagan. Pero está lejos la noche. Está lejos el llanto. Está lejos ese desierto de aquel pasado. ¡Alto pinar! Me recuerdas a un poeta dormido que acaba de despertarse contemplando el cielo. Vuelvo a levantar mi sueño y otra vez camino por esa distancia que me acerca la sombra al corazón: "El viento, galán de los caminos / fluye de la atmósfera silente / y es el viento el que siente / cómo se abren los destinos". Basta sólo con querer sincero. La sombra escucha sigilosamente y, sin hacer ruido para no despertar a las piedras, me acompaña en esta eternidad que se convierte en momento. Los olivos miran a las lánguidas distancias que hieren la tarde y en esta verde baranda de sentidos hay una especie de cuerpos moviéndose como esperanzas. Son las margaritas. ¡También es tiempo seguir viviendo! ¡También es tiempo seguir soñando! ¡También es tiempo seguir existiendo! Y en el fondo del ser humano que, trashumante de sentidos, se interpreta como el arco donde duermen los hechizos del amor. Quizás sabiendo de estas cosas aprendan los humanos a saber ser humanos y no animales. Lo más difícil no es conocer los caminos sino saber por qué caminamos por ellos. Por ellos y para ellos. Dulce y lejana voz, la acacia se recorta como un estampado en medio de la campiña. ¿Y el otero? ¿Qué sucede en el otero cuando llega la hora de la siesta? Posiblemente allí se reúnan las horas de los cuerpos que aman más que nunca. Las amapolas silencian la sangre de los inocentes. Y en su rojo palpitar resuenan el eco de las analogías. Cuerpo, sudor y sangre. Acertar con el centro de la imaginaria diana es la verdad de todo caminante. Los cristales verdes de las aguas de una laguna me sirven de reflejo para seguir asegurando mis pasos firmes por la dura caminata pero, al final de todo, me quedo con ese sentido de ser porque existo. Es el amor y no el odio el que centellea en mis pupilas. No me siento animal sino persona. La realidad tangente roza la atmósfera en que, mezclado con los silbidos del aire, me muevo hacia esa hora en que mi destino cumpla con ese acto de ser persona viva que vive, persona viva que sueña, persona viva que existe. La cadencia de los minutos remotos me acerca, cada vez más, a esa cima donde los recuerdos se me enrollan en el pensamiento para hacerme más feliz, para hacerme más liberado, para hacerme aún más poeta: "Tenerte entre mis manos, corazón / fuera del alcance de la envidia / me hace caminar día tras día / mientras vibra de nuevo la razón". No me interesa el ansia devoradora de los fustigadores porque en los caminos se respira mejor cuando más te alejas de todos ellos. En la fragua de este Sol extiendo mis brazos para tocar las alas de mis sentimientos y aún así cumplo con los segundos conquistados. Huele a retamas este estar, este ser, este existir. El discurso de la tarde se me abre como las violetas que silban sus tonadas al paso de las huellas indelebles de mis pasos. Paso a paso circundo por las faldas de este ascender inconfundible y al llegar a la cima me lleno de sorpresa: "¿Quién ha colocado aquí su esperanza? / La música de los ángeles divinos / ha sido afán de los eternos peregrinos / salvados de toda clase de asechanza". Y voy y me pongo a descansar... soñando...
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