De Violeta y Rosa (Reflexiones)
Publicado en Oct 22, 2013
Jaime Fernández Garrido ha escrito: "Violeta Parra compuso una hermosa canción que más tarde muchos interpretaron. Yo la escuché por primera vez hace muy poco en unos trabajos de Rosa León y me hizo recordar muchas cosas". Presentemos a Violeta y Rosa.
Violeta del Carmen Parra Sandoval nació en San Fabián de Alico o en San Carlos, el 4 de octubre de 1917 y murió en Santiago, el 5 de febrero de 1967. Fue una cantaurota, pintora, escultora, bordadora y ceramista chilena, considerada una de las folcloristas más importantes de América y fundadora de la música popular de su país. Era miembro de la prolífica familia Parra. El aporte de Violeta Parra al quehacer artístico y musical chileno se considera de gran valor y trascendencia. Su trabajo sirvió de inspiración a muchos artistas posteriores, quienes continuaron con su tarea de rescate de la música del campo chileno y las manifestaciones constituyentes del folclore de Chile y de América Latina. Sus canciones han sido versionadas por gran cantidad de artistas, tanto chilenos como extranjeros. Rosa León nació en madrid, el 4 de septiembre de 1951. Es una cantante y política española. Comienza su carrera musical a principios de los años setenta en una formación llamada Rosa y Jorge, junto a Jorge Krahe, cantando en diferentes locales con un estilon que ya empieza a anunciar una cierta crítica socio-politica. La canción a la que se refiere Jaime dice así: "Volver a los diecisiete después de vivir un siglo es como designar signos sin ser sabio competente. Volver a ser de repente tan frágil como un segundo, volver a sentir profundo como un niño ante Dios. Es lo que siento yo en este instante fecundo...". Volver. Siempre volver. Recuerdo lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso: "Yo quiero seguir en las calles, envuelto en la nebilann de los anónimos, abierto el corazón a esas madrugadas con miradas de mujeres perdidas, farolas encendidas a cuya vera poder encender un cigarrillo y combatir el sentiemiento escribiendo un poema en el dorso de la mano de un imaginario vagabundo; yo quiero seguri siendo ese que camina sin saber dónde está el final de todos mis caminos, yendo hacia el infinito de las compañías aisladas, las compañías del lucero y el perro vagabundo, poder sentarme a soñar cuentos en los bancos de los parques madrileños y comenzar el día leyendo los misterios de entenderse entre los gritos del silencio de esos seres que se pierden en el vacío de la noche anterior nada más que comienza de nuevo el amanecer porque no recuerdan en qué estación de tren estuvieron viviendo sus últimas historias". "Porque he intentado hallar eco a mi presencia dentro de los cómodos y cálidos aposentos de los santos, de esos que se enamoran de los cantos y las alabanzas sin saber nunca lo que es mojarse hasta los huesos... y he sentido el sabor rancio de los viejos señores sin más aprendizaje que las cómodas butacas de los salones de los grande Actos; porque he buscado hallarme en los cursos de aprendizaje de las letras doradas y he sentido la ausencia, la inexistencia y el abandono del palpitar de mis latidos. Como si el corazón se me hubiera secado de repente. Por eso yo quiero ser otra vez el que sigue en las calles, tomando el café de cada mañana mirando las miradas de alguna que otra chiquilla que está buscando algo sin saber qué es, perdiéndome entre las sílabas de las crónicas de un periódico donde puedo ser hasta yo el que ha escrito algo como "No necesito más presencia que este mensaje de sentirme aislado pero teniéndote a mi lado, en mi corazón". Y quiero ser, de nuevo, la ausencia, el olvido, esa sensación de no existir para seguir siendo el que siempre quiere ser, cigarrillo en mano, como un mendigo que encuentra en los pasillos del metro de Madrid ese sentirse de nuevo más que un simple estar vacío. Salir de los Salones de Actos donde el orgullo de los grandes es, en realidad, una sequedad de sentimientos. Prefiero estar en la barra de alguna taberna bebiendo un poco de café y mirando a los ojos al alcohólico, a la prostituta, a cualquiera que quiera cruzar una mirada de ayuda, de socorro silencioso, en una de mis sonrisas; y después, salir de nuevo a la calle y volver a ser el que camina para poder existir, el mismo que camina para ser verdadero sentimiento, el que sube y baja las escaleras de cualquier pasillo en vez de estar en los dorados sillones de esos oradores que hablan tan lindo sobre un Dios lejano, un Dios que no es el Dios que yo busco...". "Yo quiero seguir en las calles porque no sirvo para estar con seres que no saben reír y para seguir siempre soñando, creyendo que en este mundo podemos encontrar ese hogar en el que nos hemos criado... el cielo... la calle... esas experiencias únicas e inolvidables de saberse vivos entre los ruidos del tráfico, el sonido del bastón de un ciego que tropieza con los cubos de la basura que están orillados, lejos de la presencia de los más pudientes, y poder sobrellevar el cansancio hasta el límite de este existir en la vida para ser alguien, para ser primero que alguien un ser humano, sin tanta santidad sobrante sino siempre con bastante santidad por conseguir. No quiero nunca rellenar poltronas sino sentir el suelo bajo mis botas al caminar. Que mis religiones sean siempre el viento, el sol, la lluvia, la nieve, la dureza de cualquier persona de un oscuro lugar donde pasar desapercibido y no ser reconocido por alguien a quien alguna vez incluso pude haberle ayudado a ser feliz. Yo sólo quiero la poesía de la luna de Madrid cenando con Ella en cualquier lugar... pero con amor... sólo por amor... y nada más que para el amor". Según Jaime: "La verdad es que a casi todos nos gustaría volver a los 17". Yo no pido tanto. Yo sólo pido ser de 18 con Ella de 16. Quizás en este vía crucis en que cruzamos las miradas con aquellos que sufren la soledad antes de llegar a los 20 sea un camino para volver a transitar. Yo no pido la Luna. Yo sólo pido este 18 (con Ella de 16) para poder entonar la canción de "Gracias a la Vida que me ha dado tanto". Y pienso en quienes no tienen absolutamente nada y, por ello, guardan silencio para no llorar. Envuelto en mi corazón de 18 quiero seguir en las calles para darles una canción con la que puedan romper sus agonías. No me importan sus edades. Yo sólo soy el chaval de los 18 (con Ella de 16) que busca los horizontes donde poder entender a Dios. De Violeta está llena la madrugada. De Rosa está pintado el atardecer. Jaime termina su texto mientras yo sigo elaborando mis sensaciones: "Porque nuestra vida dará un vuelco trascendentalmente importante si aprendemos a recordar lo que había dentro de nosotros a los diecisiete años. Si aprendemos a discernir lo que puede ayudarnos y lo que no. Si ponemos nuestro corazón em "sentirnos como un niño ante Dios". Por eso yo quiero seguir en las calles, no en los grandes salones de las grandes persoanlidades, sino en esas calles donde puedo ver a Jesucirsto mirarme a través de los ojos de quienes están abandonados, perdidos a la deriva por culpa de las desigualdades, llorando quizás por algún ser querido que se despidió de sus vidas sin darles razón alguna para el abandono. Yon quiero seguir en las calles sonriendo para aliviar las penas de quienes viven en el soportal de las ausencias, en el callejón de los despidos, en esas tabernas donde me transformo en cantautor para dibujar la Cruz de Cristo, la espalda de Jesús de Nazaret con las espaldas de los dos ladrones (el bueno y el malo según sus realidades) y escribir lo que un día escribí pensando en tí: "No es Dios quien nos da la espalda sino el mundo quien no da la cara". Yo quiero seguir en las calles para poder seguir estando vivo cuando mi corazón larte junto al necesitado, junto a la abandonada, junto al niño que no tiene nada más para jugar que sus manos y un poco de barro con el que construir el Castillo de sus Ilusiones. Yo quiero seguir en las calles con mi 18 (Ella con su 16) para saludar a los gorriones y ver si soy capaz de cruzar la acera y hundirme de lleno en la oscuridad de alguna sorpresa para llevar Luz. De Violeta y Rosa me quedan sus recuerdos.
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