Judas "El Cero" (Relato de Terror y Misterio).
Publicado en Oct 29, 2013
Judas "El Cero" (Relato de Terror y Misterio)
La tromba de agua que caía del cielo me pilló en medio de los montes, mientras caminaba en busca de alguna pequeña aldea para poder inspirarme más allá de la Gran Ciudad. Era una noche cerrada y aullaban, en la lejanía, los lobos. Así que apresuré el paso y decidí que no era cuestión de echarse para atrás sino de intentar alcanzar la meta. Mi objetivo no estaba en detenerme ahora que tenía la oportunidad de escribir algo que fuese, al menos, sobresaliente. La noche, por muy oscura que fuese, no me iba a hacer renunciar a lo que tantos años había ansiado lograr. Me subí las solapas de la gabardina y seguí adelante... Un par de kilómetros después, la lluvia no sólo no había amainado sino que arreciaba cada vez con mayor violencia. El cuerpo, debido a la gran cantidad de agua que empapaba mi gabardina y mis pantalones vaqueros, me pesaba como dos veces más de lo normal. Eso sin contar el valor añadido de la gran mochila donde yo llevaba todo el material de trabajo. Fue entonces, al salir de un recodo de la carretera, cuando le vi llegar de frente. ¡Era un enorme lobo hambriento que se abalanzaba hacia mí con sus fauces abiertas! Rápidamente funcionó mi cerebro. ¡Era él o era yo! Así que solté tan grande alarido que, retumbando en todo el valle, amedrantó de tal manera al fiero animal que, metiendo el rabo entre sus patas, desapareció peñas arriba como un verdadero diablo. Respiré profundamente. El ulular de un búho enervó todos mis músculos. Si era necesario tener que usar la fuerza física y poner en práctica mis conocimientos de artes marciales yo estaba dispuesto a utilizarlos hasta con el propio Satanás en persona. Me detuve por unos segundos para escuchar. Sólo se oía el rumor de las aguas del río. Así que riéndome del pobre diablo que ya estaba en lo alto de la cima más cercana, aullando como un animal despavorido, me dije para mí que no volvería a osar atacarme durante el resto de la noche. Seguí caminando mientras la pertinaz lluvia me calaba hasta los huesos. Menos mal que todos los folios iban bien protegidos dentro de la gran mochila. Si Dios lo quería, pronto debería encontrar algún lugar mínimamente habitable... Anduve cinco kilómetros más con la mano asiendo la empuñadura de mi cuchillo de monte. Los ruidos de la noche eran capaces de amedrantar a cualquier ser humano que tuviera conciencia del peligro. Sentí que las sienes me ardían; pero mi pulso era firme y realicé varios ejercicios de respiración para serenarme todavía más. Escuché unos pasos cercanos, como si alguien me estuviera observando detrás de unos arbustos. Me puse en alerta cuando de pronto saltó por delante de mí como una exhalación. Di un profundo respiro. Era un vulgar conejo. Entonces fue cuando, al levantar la vista, vi unas pocas luces entre las montañas. Sin duda alguna estaba llegando a alguna de esas perdidas aldeas donde los crímenes más sangrientos pasaban inadvertidos para el resto del mundo. Por seguridad seguí sin soltar el cuchillo de monte. O destripar o ser destripado hubiese dicho William Shakespeare si estuviese en mi lugar... Sentía hambre. Sentía tanta hambre que, de buen gusto, hubiese desollado vivo a uno de esos jabalíes que yo bien sabía que rondaban por los alrededores. Pero no era cuestión de lanzarse hacia el monte sino de continuar por la carretera. Un respingo me recorrió todo el cuerpo cuando pasé por las tapias del cementerio. ¿Y si era verdad que en aquellos tétricos lugares existían los muertos vivientes? Recordé la última película de zombis que había visto en una sala de cine de la Gran Ciudad. Me reí de mí mismo. Si era verdad que por allí rondaban algunos zombis una vez que me hubiesen conocido pasarían a ser zombis descabezados... porque había aprendido un truco para cortarles la cabeza sin que se dieran cuenta. Todo consistiría en dar un rodeo, treparme en sus chepas y rebarnarles las cabezas de un solo tajazo sin contar ni apenas hasta tres... Al llegar a la alameda me hundí en la penumbra. Allí, mientras las luciérnagas me servían de guías para no caer por los terraplenes, recobré el entusiasmo. Una placa metálica anunciaba: "Molimera". Pensando en el nombre de aquella aldehuela me sentía molido por dentro y por fuera, como si un rodillo de plutonio me hubiese triturado todos los huesos. En aquel instante se escuchó un crujir en la espesura. Algo o alguien chillaba con un sonido tan estridente que mis dientes rechinaron como si estuvieran rayándolos una lima. Me acerqué al arbusto y descubrí a la alimaña comenzando a devorar a aquel pequeño conejillo que clamaba auxilio. Tomé una piedra que encontré junto a mis pesadas botas camperas y la arrojé contra la alimaña, con tanta fortuna que le acerté a dar en pleno hocico. El animal soltó un bufido espeluznante, dio un salto hacia atrás y corrió hacia la ribera del río. El pequeño conejillo murió entre mis brazos y, como la tierra estaba húmeda, abrí una pequeña sepultura y lo enterré. Al menos había sufrido un poco menos y, levantándome lentamente, caminé por entre las dos filas de álamos hasta que las luces del alumbrado eléctrico me hicieron descubrir la aldehuela. Ya sólo era cuestión de tener buena suerte pero me arrodillé y di gracias a Dios por haber llegado vivo... Rápidamente me acordé de ella. ¿Dónde estaría en aquellos momentos y qué estaría sintiendo por mí? Y, sin pensarlo dos veces, canté a pleno pulmón: ¡Por el cielo y por la tierra yo contigo voy a viajar. Por el cielo y por la tierra yo contigo voy a viajar! ¡Navegando entre las olas contigo hasta el altamar. Navegando entre las olas contigo hasta el altamar! ¡Qué más quieres que te quiera si no puedo quererte más! ¡Qué más quieres que te quiera si no puedo quererte más! ¡Mi amor es tan eterno que no puede ir más allá! ¡Mi amor es tan eterno que no puede ir más allá!. Me levanté. O nadie me había escuchado o todos se hacían los sordos. Había algo perverso en aquel silencio y su consecuente situación de violencia contenida era ya intolerable. Por un momento pensé si no hubiese sido mejor haber buscado un ambiente más civilizado; pero, paradójicamente, aquella situación me atraía como un imán a una aguja. Sentí un pinchazo en mi pierna derecha, a la altura del muslo, pero debió ser solamente una imaginación porque a mi pierna derecha no le sucedía nada. Pateé duramente el suelo de la carretera tanto con la bota derecha como con la bota izquierda y me dirigí hacia la fuente que borboteaba con un murmullo electrizante. Sentí un poco de fiebre pero ya no podía renunciar... Llegué a la fuente mientras noté como si un par de ojos me estuvieran observando tras el visillo de la ventana del piso superior de aquella casucha. No importaban ya ni el silencio sobrecogedor ni el peligro de las miradas. Me acerqué al caño de la fuente y bebí hasta saciar mi sed. En ese mismo instante la lluvia dejó de caer y escuché un suspiro proveniente de la ventana de la primera de todas aquellas casuchas. ¿Quién me estaría observando a través de aquel visillo? Acostumbrado ya a haber experimentado esta clase de sensaciones preferí no mirar hacia la ventana. De pronto un enorme gato negro soltó un maullido aterrador y una rata de cloacas huyó despavorida y perseguida por el enorme felino mientras chillaba como una posesa. Seguí sintiendo aquel par de ojos sobre mí pero mantuve la calma. El sabor fresco del agua de la fuente y la escena del enorme gato negro persiguiendo a la rata parduzca habían despertado todos mis sentidos. Recordé una frase de mi abuela: "Tú no eres quien los demás dicen que eres porque tú sólo eres tú". Sonreí ligeramente al acordarme de mi abuela y, al mirar hacia la ventana, los dos ojos desaparecieron. Escuché el ruido de un golpe seco. Imaginé que, fuera quien fuera la persona que me había observado con tanta atención, acababa de tropezar con una silla y la había estrellado contra el suelo. Fue un grito doloroso o, mejor dicho, fue un quejido de dolor. Eso me dijo la razón... Avanzando por la estrecha callejuela encontré, por fin, un lúgubre bar sin ninguna clase de nombre. Estaba abierto. Al entrar en su interior, la luz mortecina del sucio lugar fue como un fogonazo que me dejó ciego por un par de segundo. Al abrir los ojos comprobé que las miradas de todos los parroquianos estaban clavadas sobre mi persona. Pensé, para mis adentros, que era normal que esto sucediera en cualquier aldehuela perdida y abandonada de la mano de Dios. ¿Era normal todo aquello o no era tan normal que yo hubiera despertado tanta expectativa general? No quise pensarlo dos veces y entré hasta el fondo del local donde se encontraba un grueso y muy gordo caballero, de pelo completamente canoso, y con barba de varios días sin afeitar. - ¡Buenas noches, caballero! -saludé amistosamente. - Buenas noches, señor -me respondió desabridamente aquel tipo tan gordo y tan mal afeitado. - ¿Puede ser un botellín de cerveza? - Puede ser -respondió lacónicamente y mirándome de arriba a abajo. - Entonces sírvame un botellín de cerveza si no le importa. El muy gordo y mal afeitado caballero, dueño del bar, lanzó una especie de gruñido y me sirvió la cerveza destapándola con sus fuertes dientes y escupiendo la chapa en el suelo, dentro de su propio territorio. Me quité la gabardina blanca y el anorak rojo y dejé ambas prendas sobre el mostrador de madera carcomida. Una larga fila de pequeñas hormigas se encaminaron hacia mis ropas pero yo di unos cuantos manotazos y las alejé. Desperdigas, las hormigas huyeron en todas las direcciones. Fue entonces cuando sentí aquella mano helada posada sobre mi hombro derecho. Instintivamente acerqué mi mano diestra hacia el mango del cuchillo de monte que llevaba en sujeto al cinto. - ¡No! ¡Por Dios! ¡No me apuñale! Al volver la vista hacia atrás me encontré con un petimetre que, supuse, sufría de raquitismo. Iba vestido con traje de fiesta y una corbata que parecía la espátula de un albañil adosada a su esquelético cuerpo. - ¿Puedo saber quién es usted? - Soy el maestro Romerales. Puedo recitarle de memoria cualquier poema de Antonio Machado que usted desee escuchar. Sonreí ligeramente y estreché aquella mano huesuda y fría que él había avanzado hacia mí con ademán de persona muy importante. - No es necesario. Le creo. Una cínica sonrisilla, como de triunfo, iluminó brevemente el macilento rostro verdoso del maestro Romerales. - Escuche, forastero. ¿Usted no es de por estos lugares? ¿Me equivoco? - Parece usted una de esas personas que nunca se equivocan, señor maestro Romerales... - Maestro, sólo maestro. Llámeme solamente maestro. - Pues no se equivoca usted, maestro. Yo no soy de por estos lugares. - Eso es lo que hemos pensado tanto mis compañeros de juego como yo nada más verle entrar. Dirigí la mirada hacia la única mesa del local. Allí estaban otros tres personajes y, al parecer, se encontraban en plena partida de un juego de naipes españoles. - No quisiera que, por mi culpa, se halla estropeado el juego. El maestro Romerales soltó una nerviosa carcajada enseñando su sucia dentadura, como picada de mascar tanto tabaco. - ¡Todo lo contrario, caballero! Precisamente ahora empieza lo más interesante de la partida, Pero... vamos... vamos... aquí tenemos la vieja costumbre de invitar siempre a los forasteros cuando toman su primera consumición. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Venga conmigo y le presento a mis tres amigos! - ¿Además de compañeros de juego son ustedes también amigos? - Exacto. Uno para todos y todos para uno. Es de "Los Tres Mosqueteros" que resulta que eran cuatro. Me entraron ganas de reír al pensar que no sabía si lo había escrito Dumas el padre o lo había escrito Dumas el hijo, pero guardé silencio mientras le seguí hasta la mesa. Me los fue presentando uno tras otro. - ¡Aquí el cura Morales! - Buenas noche, padre. El cura Morales, que vestía con una sotana negra con multitud de lamparones y llena de mugre por todos los sitios, soltó un carraspeo como si se hubiese atragantado con el hueso de aceituna que escupió violentamente hacia el suelo. - Esto... no... no me llame padre... por favor... llámeme simplemente cura... Tuve la impresión de que su mirada era más bien turbia y torva. - ¡Aquí el ingeniero forestal Perales! - ¿Cómo tengo que llamarle, señor Perales? - Simplemente señor. El ingeniero Perales era el que mejor aspecto tenía de todos los allí presentes. De fuerte complexión física. Ni alto ni bajo. Se le notaba a simple vista que llevaba una buena vida. - ¡Y aquí el boticario Corrales! - Buenas noches, Corrales. - ¡Eso es! ¡Yo admiro a quienes me llaman simplemente Corrales desde el primer momento! ¡Es signo de familiaridad! El boticario Corrales era muy bajito y lucía un bigote a lo Alfonso XIII que le daba algo así como un aspecto de aristocracia... lo cual me hizo gracia en medio de aquel bar oscuro, ligeramente alumbrado por una bombilla de color entre amarillo y naranja. Una enorme araña negra trepaba por la pared, tras el cuerpo del boticario. - ¡Siéntese, por favor, caballero! ¡Siéntese entre nosotros! Yo mismo le traeré la cerveza hasta la mesa. Aquella especie de triunfalismo y, al mismo tiempo servilismo, del maestro Romerales empezaba ya a molestarme demasiado. - ¿Dónde se ha visto a todo un maestro servir a un simple alumno? -dije con sorna. - ¡Muy bueno! ¡Muy bueno el chiste, forastero! ¡No se preocupe por eso ya que lo hago con gran placer! En vista que era imposible reaccionar de otra manera, cogí una silla de madera que estaba libre, la arrimé hasta la mesa y me senté entre Romerales y Morales, dejando mi gran mochila entre mis pies. El cura me miró de reojo. - ¿Molesto? - ¡Nada de nada y para nada, hijo mío! ¡Nada de nada y para nada! - Entonces veo que algo es algo... - Muy bueno otra vez su chiste, forastero -volvió a decir el maestro Romerales. Una vez que el maestro Romerales ocupó de nuevo su lugar, después de haber colocado sobre la mesa mi botellín de cerveza, me atreví a hablar en voz muy baja, como si estuviese guardando un secreto. - Por mi parte pueden ustedes seguir con su partida. En realidad sólo voy a estar con ustedes unos pocos minutos nada más. Los cuatro se me quedaron mirando como atónitos pero el cura Morales fue el primero en poder reaccionar. - ¿Eso quiere decir que se va usted de aquí esta misma noche? - No. No digo que me vaya de la aldea. Lo único que estoy buscando es a alguien que desee alquilarme una habitación para dormir con desayuno, comida y cena incluido. Pago bien. Observé un rictus de disgusto en la cara del cura pero fue el ingeniero Perales el que contestó cortesmente. - No se preocupe por eso. La viuda Rosaura no tendrá ningún inconveniente en alquilarle una pieza si se lo pido yo. - ¿Tanto poder de seducción tiene usted con las mujeres? El chiste no le gustó demasiado a Perales pero hizo como si no hubiese escuchado nada. - ¿Y cuándo puedo visitar a esa señora? ¿Alguien me puede indicar su domicilio? - Vive en la primera casa de la aldea propiamente dicha. La que está frente a la fuente y que, al mismo tiempo, es la primera de esta callejuela. Me vino a la memoria aquel visillo de la ventana y supuse que la observadora había sido la tal Rosaura. - ¿Necesita que le acompañe? -so ofreció, obsequioso, el boticario Corrales. - No es necesario. - Pero no se olvide que le recomiendo yo -intervino el ingeniero Perales. - No lo olvidaré. No olvidaré nada de lo que ustedes me cuentan. Gracias por su amabilidad, pero tanta amabilidad me abruma en medio de toda esta bruma que se ha levantado ahí afuera. Así que sigan todos ustedes jugando y no se preocupen tanto por mí. Peores noches he tenido que soportar. Sigan. Sigan jugando. - El juego se llama truque o, mejor dicho para entendernos mejor, truco -intervino el maestro Romerales- y puedo contarle que es un juego de naipes, con baraja española, originario de Valencia y de las Islas Baleares; muy difundido por el Cono Sur de América puesto que se juega en Argentina, Paraguay, Uruguay, sur de Chile, Brasil y Venezuela. También se le conoce en Italia, principalmente en el Piamonte, la Lombardía y la Liguria. Se me olvidaba citar a Galicia. Aquí lo trajo un indiano muy rico que se aposentó en esta tierra y fue el fundador de esta aldea allá por mediados del siglo XIX. Era el Señor del Barril y Castellón de la Cuenca, Marqués de La Plana. - Muy interesante. - Tengo que hacerle saber que en el truco valen las señas, las mentiras, los errores... y hasta hay incluso poesía en él. - Pare, pare un momento maestro Romerales; se están ustedes olvidando de jugar... y supongo que cualquier distracción le puede costar a quien se despista perder la partida para siempre... El cura Morales, que hacía pareja con el boticario Corrales, soltó una meliflua y estertórea carcajada que sonó como un graznido de cuervo, antes de hablar. - Pero... ¡todavía no nos ha dicho su nombre, forastero! - Escritor. Conózcanme todos ustedes, viejos amigos entre sí, sólo como Escritor. - ¿De verdad es usted escritor? -abrió desmesuradamente sus ojillos el raquítico maestro Romerales. - Pues sí. De verdad que soy escritor. - ¡Excelente! ¡Formidable! - Eso espero serlo algún día. - No. ¡Lo que yo digo es que así tendremos la oportunidad, ya que ha decidido que se va a quedar por un tiempo entre nosotros, de dar largos y entretenidos paseos por entre los riscos, con el sumo cuidado de no caerse y despeñarse por supuesto, para hablar de cómo ha evolucionado la Literatura Universal, incluida la de España, desde Gilgamésh hasta nuestros días! - Siento defraudarle, maestro Romerales, pero no he venido hasta aquí en viaje de placer y descanso sino por cuestiones de trabajo. - Es una lástima. De verdad que es una lástima no poder gozar de las hermosas vistas caminando entra los riscos y las peñas con el sumo cuidado de no resbalar y perder la vida sin quererlo. ¡Es muy emocionante esa experiencia! ¡Algo así como si una mano siniestra intentara hacerle caer al precipicio! ¡De verdad que es una lástima que usted no pase por dicha experiencia! -intervino, de nuevo, el charlatán y viejo cura Morales. - Pero eso no quiere decir que no podamos vernos de vez en cuando, padre... Otra vez se atragantó el cura Morales que ahora hizo un gran esfuerzo por tragar saliva y, acto seguido, escupió contra el suelo. - No... no... y no... no me llame padre, por favor... aquí y para todos y todas sólo soy el cura. Fue entonces cuando descubrí aquel oscuro bulto acurrucado, completamente cubierto por una manta, en la esquina más sombría, y sin apenas luz, del viejo bar. Sólo se veían dos ojos de fuego. - ¿Qué es eso, señor cura? ¿Es un ser humano o es un animal? - No es un ser humano. Es Judas "El Cero" -contestó el cura sin tomarse la molestia de mirar en dirección hacia donde se encontraba el bulto. - ¿Judas "El Cero"? ¿Se llama Judas y no es un ser humano? - No se llama Judas pero es peor que Judas. Me refiero a Judas Iscariote y no a Judas Tadeo. ¿Conoce usted la diferencia, señor Escritor? - La conozco muy bien. Es la diferencia entre el Mal y el Bien. ¿Cuál es su verdadero nombre? - Su nombre verdadero o falso, porque nadie puede afirmar o negar tal asunto, es Benicio; pero para todos nosotros es, solamente, Judas "El Cero". Y vuelvo a repetirle que no es un ser humano sino un animal. - ¿Algún perro grande tal vez? - No. No le ha entendido usted bien al señor cura Romerales -intervino el boticario Corrales. Me hice pasar por un ignorante... - Es que no entiendo... ¿podría usted, señor cura Morales, explicármelo para que lo pueda comprender? Comprobé la enorme molestia que aquello le causaba al cura Morales quien, por primera vez en toda la noche, perdió sus estribos y se mostró nervioso. - ¡Escúcheme muy bien, señor Escritor! ¡Usted será todo lo escritor que quiera ser pero no sabe de la misa ni la mitad! Me entraron ganas de seguir provocándole. - Desde luego que de la misa, siendo usted todo un señor padre, sabe usted muchísimo más que yo. Pero estoy viendo que no sólo sabe mucho más que yo de la misa sino también den la mesa. - ¡Me están dando ganas de darle una hostia, Escritor! - Perdone, señor padre, pero todavía no he confesado. Quizás lo haga mucho antes de lo que usted piensa. - ¡Eres duro de pelar! Pero... ¿que sabes tú de la vida? - Lo que poco a poco voy aprendiendo. No sabe más quien más vive sino quien vive mejor. Y en llegados a este punto de nuestra conversación, ¿podría usted sacarme de dudas? El cura Morales volvió a tranquilizarse viendo que a mí ni me molestaba ni me asustaba para nada hablar con alguien que luciera una sotana llena de lamparones y con mugre por todos sus sitios. - Escucha con atención. ¡Eso que ves ahí, acurrucado en la esquina más lejana a todos nosotros, no es un ser humano y hasta dudo de que sea incluso un animal! - Pero... - ¡No me interrumpas, por favor, y ten la suficiente educación de saber escuchar a quienes te doblamos o triplicamos en edad! - Perdone, señor padre o señor cura o como quiera usted que se le llame, pero... ¿tendría usted la educación, ya que no es mi padre, de no tutearme y llamarme de usted igual que yo les llamo a ustedes? En cuanto a lo de doblarme y hasta triplicarme espero que también lo tengan ustedes en cuanto a la sabiduría se refiere. Aquello descompuso, nuevamente, todos los nervios del cura Morales. - ¡¡Es usted demasiado insolente para ser solamente un simple escritor!! - Por la Gracia de Dios. Se le ha olvidado, señor cura, decir escritor por la Gracia de Dios. En cuanto a lo de simple me parece que es mejor esperar a ver qué dice el tiempo. ¿No lo cree usted así mejor, señor cura? - ¡¡Ni me importa ni me interesa creerlo!! - Entonces razone con más madurez, señor cura. Esto último fue como un bálsamo para el cura Morales que vio cómo no estaba hablando con ningún jovenzuelo ignorante. - Escuche esta vez con más atención. ¡Yo soy el cura Morales y como soy Morales tengo que estar siempre atento a preservar la moral de todos mis feligreses y la moral de todas mis feligresas! Cuando digo que eso que ve usted ahí, acurrucado en ese rincón hacia donde no me atrevo a mirar, me refiero a que es como una simple bayeta. ¡Eso es Judas "El Cero" porque para todos nosotros es Judas "El Cero", se llame Benicio o no se llame cualquier otra cosa mejor o peor sonante! - Lo de Judas lo puedo comprender pero... ¿por qué lo de "El Cero"? - Muy sencillo me lo pone usted, señor Escritor. Le llamamos "El Cero" porque vale incluso menos que Judas Iscariote. Al menos Judas Iscariote tuvo el valor de quitarse la vida ahorcándose del primer árbol que encontró en su camino pero a eso que ve usted ahí tirado en el suelo le faltan huevos para hacer lo mismo. ¿Sabe por qué le permito que esté viviendo entre nosotros? - Supongo que porque usted está siempre ocupado en preservar la moral de todos sus feligreses y la moral de todas sus feligresas, padre Morales. - ¡¡Que no me llame más padre Morales!! - Perdone usted, señor cura Morales. - ¡Exacto! ¡Es usted mucho más inteligente de lo que yo pensaba! - Pues perdone, padre o cura, pero no veo yo tanta inteligencia a mi alrededor esta noche. Todos los reunidos ante la mesa de juego pusieron cara de ofendidos pero nadie osó responderme excepto el cura Morales quien, después de quedarse con la boca enteramente abierta, se echó un buen puñado de almendras dentro de ella y comenzó a masticar rabiosamente. El ruido de sus muelas machacando las almendras parecía el sonido que produce un batanero azotando paños rústicos con una paleta en la mano. Cuando terminó de machacar las almendras me miró como con ganas de machacarme también a mí pero se contuvo viendo que yo no apartaba la mirada. - Quiero que me escuche y me entienda ahora muy bien, señor Escritor. Esa cosa que ve ahí, que para nosotros es menos que una bayeta sucia, es ni más ni menos que un violador y un asesino. Sólo es basura y no quiero que contamine a ninguno de mis feligreses ni a ninguna de mis feligresa. Nosotros no permitimos que él se acerque a nadie y que nadie se acerque a él. Y tampoco permitimos nosotros que él hable con nadie y que nadie hable con él. Sólo está vivo gracias a nuestras misericordias. Yo represento la moral de estos lugares y tengo que alejar de todos mis feligreses y de todas mis feligresas a este bastardo violador y cruel asesino. Me quedé ligeramente sobresaltado ante aquella confesión del cura Morales pero mantuve mi serenidad. - ¿Hay pruebas de ello? Aquello volvió a poner nervioso al cura Morales. - ¡Pregúntele usted esta mismo esta noche a la viuda Rosaura si es que ha decidido quedarse más minutos entre nosotros! - Días, señor cura Morales. Pienso quedarme unos pocos días entre ustedes. - Espero que sean pocos. - Lo de pocos o muchos sólo dependerá de lo que me depare el Destino. Me levanté tranquilamente de la silla de madera y me acerqué al mostrador de la madera carcomida. Los ojos como fuego de Benicio, conocido por todos los de "Molimera" como Judas "El Cero", seguían encendidos como dos ascuas. Mirar aquellos ojos era como entrar en el mismísimo infierno. Después me coloqué, sobre mi cuerpo, el anorak rojo y la gabardina blanca. Me acerqué hasta la mesa de juego y, ante el asombro general, recogí tranquilamente mi gran mochila del suelo y me la eché a la espalda. Después me encaminé hacia la puerta y, desde ella, me despedí cortesmente de todos los allí presentes. - ¡Que tengan ustedes una buena noche en el nombre de Jesucristo! El cura Morales se sentía ahora como un verdadero triunfador. - ¡Pues ya que cita usted a Dios que Dios le acompañe, forastero! Me volví lentamente y le mire cara a cara. - He dicho en nombre de Jesucristo, señor cura Morales. Aquello le pilló de sorpresa... - Esto... yo... también quise decir eso... - Tenga usted mucho cuidado, señor cura Morales, porque me parece que va an perder esta partida. Se preocupa usted demasiado por la salvación de mi alma pero no se preocupa lo suficiente por los naipes. No se descuide tanto, señor cura Morales, puesto que en este juego valen también las mentiras. - Pues usted, de momento, se ha olvidado de tomarse la cerveza. - Prefiero tener la mente despejada para poder hablar con la viuda Rosaura a ver si me saca de dudas. Cerveza hay demasiada por aquí y sé que nunca me faltará ocasión para probarla. Sin decir nada más me dispuse a abrir ya la puerta cuando observé cómo el caballero muy gordo y mal afeitado, que era el dueño de aquella taberna sin nombre, me sonreía ligeramente, sin salir de su asombro, y se dirigía a mí pero esta vez con mucha amabilidad y cortesía. - Gracias por su visita. - Gracias por su atención, caballero; pero si yo fuera dueño de esta taberna pondría rápidamente el cartel de "Reservado el Derecho de Admisión". Vi cómo el propietario del bar de "Molimera" levantaba su mano izquierda y se despedía de mí todavía más sonriente. Abrí la puerta. Del tejadillo caían unas gotas de agua que resbalaron por mis mejillas. Era cuestión de echarse a llorar o echarse a reír pero yo preferí el silencio hasta llegar ante la puerta de la casucha donde vivía la viuda Rosaura. Golpeé con la aldaba de hierro y un par de murciélagos emprendieron el vuelo hacia el final del callejón armando un gran revuelo. Volví a golpear con la aldaba dos veces más, hasta que una ronca voz femenina me contestó desde el interior de la casucha. - ¿Quién es usted y a qué viene a molestar a estas horas de la noche? Me ideron ganas de seguir con las bromas. - Según el señor cura Morales soy todo un perdido y es cierto que estoy perdido del todo. Sólo busco un lugar donde dormir y residir por unos días nada más. La voz ronca de aquella mujer siguió hablándome desde el interior de la casucha. - ¿Y quién le ha dicho a usted que venga aquí? - El ingeniero Perales. - Espere un momento, por favor... Pocos segundos después el chirriente sonido de los pestillos y la cerradura de la puerta me taladraron el cerebro. ¿Merecía la pena seguir allí? Me respondí que sí. Merecía la pena seguir allí esperando acontecimientos. Al abrirse el portalón de madera contemplé un rostro de mujer dulce y bello, aunque un poco ajado por causa del dolor que se reflejaba en sus hermosos ojos azules. - No quiero molestarla, señora. Si usted lo cree conveniente me marcho a otra parte. - Pase usted, joven, y deje de decir tonterías. Si viene de parte del ingeniero Perales es que debe ser usted una buena persona. - Eso espero yo. La buena señora sonrió ligeramente. - ¿Espera a ser una buena persona? - Quien espera nunca desespera. Por fin conseguí que soltara una pequeña carcajada antes de que me permitiera entrar en su domicilio sin ninguna clase de reservas. Después me condujo hasta la cocina y no le dio tiempo a esconder la botella de cazalla. - No se preocupe, doña Rosaura, no se preocupe... - ¿Sabe mi nombre? - Es lo primero que me han dicho sobre usted. - Bueno. Bebo un poco. Solamente un poco. - ¿Para olvidar algo? - Precisamente por todo lo contrario. Para no olvidar. Bebo un poco para no olvidar nunca. Al parecer, por estos lugares, los hombres beben para olvidar y las mujeres bebemos para recordar lo que los hombres quieren olvidar. - Me parece que con usted puedo entenderme mejor que con los hombres que he conocido en el bar. - Entonces vayamos directamente al asunto. - Se lo voy a explicar con toda claridad. Necesito un lugar para dormir y en donde me sirvan el desayuno, la comida y la cena. Si está usted de acuerdo ajustamos el precio en este mismo instante. Ella se sentó en una silla de enea y me invitó a sentarme en otra del mismo material que había junto a la mesa de madera, circular y con hule con flores pintadas, que había en la cocina. - ¡Hace mucho tiempo que nadie se sentaba en esa silla! - Si le trae malos recuerdos prefiero quedarme de pie. - ¡Siga sentado, por favor! ¿Dice usted que busca una pieza para dormir incluyendo desayuno, comida y cena? - Si puede ser... - Está bien. ¿Cuánto tiempo va a quedarse? - Exactamente una semana. Sólo una semana nada más. - Bien. Será una semana santa para mí. Aquella salida tan humorística me hizo sonreír pero no para molestarla. - Tiene usted una agradable sonrisa. - No lo hago por maldad. - Ya lo sé. Se nota que es usted noble. - Yo no lo sé aunque dicen que sí. - Entonces... - ¿Qué le parecen cien pesetas por día? - Eso suman setecientas pesetas. ¿No es cierto? - Cierto, señora. Pero estoy dispuesto a pagarle mil. - No necesito para nada el dinero sabiendo que no tengo que cocinar nada más de lo que hago diariamente, pero me parece un precio justo y razonable. Ahora bien, sólo tengo libre un cuartucho en la planta baja y que está junto a la cuadra por lo que, si le sigue interesando, le pido perdón por los malos olores que va a tener que soportar. - Me sigue interesando. - En cuanto a la única ventana que tiene sólo le permite ver este callejón casi oscuro así que olvídese usted de tener una bella vista al amanecer. - Pues no se hable más. Me quedo. - ¿Desea cenar ya? Le advierto que aquí no hay menús privados ni comida a la carta. Tendrá usted que desayunar, comer y cenar lo mismo que yo. - ¿Quién cree usted que soy yo? No soy un hombre especial. - A mí me da la impresión de que sí lo es; que usted es un joven muy especial. ¿A qué se dedica si puedo saberlo? ¿Y cómo se llama usted, jovencito? - Soy escritor y prefiero que me llame así. Solamente Escritor nada más. - ¿Escritor de los que escriben? - Claro, señora. Soy escritor de los que escriben. En esos momentos le entregué el billete de mil pesetas y ella se lo guardó en el bolsillo de su faldriquera. - No lo dudo pero perdone mi atrevimiento al haberle hecho esa pregunta. Conozco lo suficiente de la vida como para poder afirmar que no todos los que se llaman escritores saben escribir de verdad. - Yo soy escritor de verdad. Desde que nací. Si tiene usted una Biblia pongo la mano sobre ella y lo juro. Otra vez conseguí que ella soltara una corta pero alegre carcajada y después me levanté por un momento para quitarme la gabardina blanca y el anorak rojo para colgarlos en el perchero que había a la entrada de la vivienda. Me quedé otra vez en mangas de camisa de algodón a cuadros marrones y blancos y mi pantalón vaquero azul con el cuchillo de monte atado a mi cinturón. Ella lo observó directamente... - ¿Es usted un hombre de paz? - Totalmente un hombre de paz y totalmente pacífico pero tengo que llevarlo por lo de defender mi propia vida o la vida de quienes necesito ayudar. - Muy bien. Hombre prevenido vale por dos. Ojalá hubiese tenido yo esa suerte. Después, sin decirme nada más y mientras yo tomaba otra vez asiento ante la mesa, se acercó a la cazuela de latón y me sirvió una sopa con fideos. - No me diga cual va a ser el segundo plato porque ya lo sé... Ella volvió a sonreír. - Contemplo que eres un joven muy despierto. - Salvo cuando estoy durmiendo. - Me cae usted muy bien. ¿No le importa si le observo mientras come la sopa? - No hay ningún problema. - Quiero descubrir si usted sorbe o no sorbe. - Jajaja. Estoy acostumbrado a que me observen para sacar conclusiones. Ella se dio cuenta de que me refería a lo del visillo. - Esto... las viejas costumbres de nuestros antepasados son difíciles de olvidar... - No se preocupe por eso. Yo también siento curiosidad... - No sé a lo que se refiere. - Le quiero hacer una pregunta pero si le molesto no me conteste, por favor. Ella se volvió a sentarse frente a mí y, apoyando sus dos manos en los mentones de su todavía bello rostro, me miró con sus dos dulces ojos azules y se anticipó a mi pregunta. - Perdone, jovencito. Quisiera hacerte yo una pregunta antes a ti. Espero que sepas aceptar las prioridades. - Siempre respeto las prioridades. ¿Qué desea saber? - ¿Es usted poeta? - Todo buen escritor tiene que haber nacido siendo poeta porque si no es así no eres un buen escritor aunque todos se lo digan. - ¿Poeta de eso que escriben versos bonitos para todas las chicas guapas que conocen? - Sí. De esos. Pero yo sólo tengo una. Vi cómo las lágrimas surgieron de aquellos dos bellos ojos azules. - No quise molestarla, señora... Ella se enjugó las lágrimas con un pañuelo blanco que sacó de su faldriquera. - Si hubiese usted venido un poco antes... - ¿Un poco antes de qué, Rosaura? - Un poco antes de que mi hijita Rosalía fuese vilmente violada y cruelmente asesinada. - ¿Qué hubiera podido hacer yo? - Hubiese tenido la oportunidad de ver a la niña más guapa del mundo. La viuda Rosaura sacó del interior de su camisa una fotografía y me la enseñó. La cogí entre mis manos y eché un vistazo. Era una niña preciosa de pelo rubio, ojos azules y muy poca edad. - ¿Cuántos años tenía? - Catrorce añitos. Solamente tenía catorce añitos y se acabó. Le quitaron la vida de una manera tan cruel que hasta he llegado a pensar que Dios no existe. Le devolví la fotografía... - Era igual que usted. Su misma y viva imagen. - Desde su muerte no puedo dormir ninguna noche si antes no veo esta fotografía y me doy dos buenos tragos de cazalla. La llevo siempre conmigo porque así es como si viviera muy dentro de mí. - ¿Dentro de su corazón? - Exacto. Dentro de mi corazón. -¿Sabe usted quién fue? - No me importa ya el saberlo. Supongo que Judas "El Cero" sin duda alguna. - ¿No le queda ninguna duda razonable? - Deseo no hablar más de este asunto. Pero... ¿sabe quien le da de comer a Judas "El Cero"? - Eso me estoy preguntando yo. Le he conocido y he comprobado que es incapaz de poder ganarse el alimento por sí mismo. Alguien debe hacerlo. - Le doy de comer y de cenar yo misma. - ¿Por aquello de Padre Nuestro que estás en los cielos perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? - Sí. Todavía tengo las suficiente Fe como para saber perdonar. Pero tengo que decirle que tengo una espina tan grande clavada en mi corazón que sólo le doy de comer la bazofia de los desperdicios con los que alimento a mi cerdo. Se la dejo junto a la fuente del caño donde usted ha estado bebiendo agua porque no le quiero ver la cara. Que Dios me perdone pero no puedo hacer otra cosa. Sólo le ofrezco esa bazofia de los desperdicios y espero a que se pierda con el viento para poder salir a la calle. - Lo entiendo. Yo quizás haría también lo mismo. - Es usted muy agradable y simpático, jovencito. - Muchas gracias por lo de agradable y simpático. Lo de jovencito es muy evidente. Estoy todavía muy lejos del ecuador de mi vida. - ¿Ha dicho usted el ecuador de su vida? - Ecuador. Eso he dicho. - Me gustas cómo hablas y la sinceridad con la que hablas, Escritor. Eres tan distinto a todos los que viven por estos lugares... - Supongo que habrá alguna excepción. - Había... había una excepción y era muy parecido a usted... - ¿Puedo saber quién? - Mi esposo Salvador. También me lo arrebató la vida de forma trágica. Era el hombre más generoso, noble y bien hablado que he conocido jamás. -¿Qué sucedió con su esposo Salvador? - Salvador Laguardia. Se llamaba Salvador Laguardia de la Fuente. Me daba protección y yo bebía los vientos por él. - ¿Puedo saber cómo murió? - Días antes de la violación y asesinato de mi hijita Rosalía se despeñó estando de cacería aunque nunca supe cómo pudo haber sido ya que Salvador conocía muy bien todo el terreno por donde andaba. Es casi imposible que se despeñara y me niego a comprenderlo porque me parece del todo imposible. Nunca pude entenderlo porque era un expertísimo conocedor de la caza y del territorio por donde caminaba. Estaba de cacería junto con el cura Morales, el maestro Romerales, el ingeniero Perales y el boticario Corrales. Nunca comprendí lo que pudo haber pasado y nadie acertó a decirlo con total claridad. Todavía sigo sin creer que fuese un accidente porque era el hombre más prudente que he conocido. Pero tengo que aceptar la realidad. Salvador Laguardia de la Fuente está muerto y ya no puedo más veces beber del agua del caño que me daba en sus propias manos para hacerme feliz. Preferí guardar silencio mientras ella se levantó de la silla y se despidió deseándome buena noche. - Buena noche, Escritor. Tengo sueño. Mucho sueño. Ya sabe usted dónde está el puchero del cocido. Si no le importa sírvase usted mismo. De postre puede comer todo el melón que desee. ¡Aquí tiene una copia de la llave de la puerta! - Que pase usted también buena noche, señora. Ella me entregó la llave y se dirigió hacia la escalera que subía hasta el piso de arriba. Antes de desaparecer de mi vista me lanzó una frase directa. - Canta usted muy bien al amor, jovencito. Entonces supe que ella me había escuchado cuando canté a mi novia entrando en "Molimera". Y después se produjo el silencio.. el profundo silencio de la noche oscura... ese silencio donde uno siente ganas de gritar para sentirse vivo... ese silencio que aturde tanto las conciencias que es como si los fantasmas del tiempo penetrasen en tu memoria. Recordé los dos ojos como fuego de Benicio y los dos ojos azules de Rosalía. Luego seguí cenando tranquilamente. De postre solo comí una rodaja de melón nada más. Más tarde me dirigí hacia el cuartucho que me serviría de dormitorio. Había allí un viejo camastro, una sencilla mesa de madera con silla también de madera y un desvencijado armario también de madera más una sencilla mesilla de noche. Cuando estuve ya dentro de la habitación sonaron unas fuertes patadas; como si alguien estuviese intentando derribar la pared que daba justo a la cuadra de al lado. La viuda Rosaura elevó su ronca voz en medio de la noche. - ¡No se preocupe demasiado! ¡Es el burro! - ¿Me puede usted despertar cuando sean las ocho de la mañana? - ¡Tampoco se preocupe por eso! ¡Ya se encargarán los gallos de despertarle mucho antes de las siete! Una vez avisado de lo que me esperaba dentro de aquella habitación dejé la gran mochila, que llevaba en mi mano izquierda, sobre el suelo, me senté en la silla frente a la mesa y frente a la ventana, saqué varios folios y un bolígrafo del interior de la gran mochila y me dispuse a iniciar un relato. Estaba dando vueltas y más vueltas a mi cerebro intentando que las musas me trajesen un buen título pero pasaban los minutos sin poderlo conseguir. En esos mismos instantes levanté ligeramente la cabeza y miré a la ventana. ¡Una especie de calavera monstruosa, con dos ojos de fuego, me estaban mirando fijamente! Cuando yo miré hacia ellos el monstruoso personaje se agachó y escuché cómo salía corriendo por el callejón estrecho para perderse entre la bruma nocturnal. Me quedé pensando para mí mismo. - O es el mismísimo diablo o es el mismísimo Judas "El Cero" pero no me voy a quedar aquí sentado, escribiendo algo muy romántico y feliz como si no sucediera nada extraño a mi alrededor. Voy a salir y buscar hasta encontrar qué es lo que en realidad sucedía en "Molimera". Como el frío me estaba entumeciendo el cuerpo, abrí el armario de madera y cogí una especie de bata vieja de algodón y me la ciñé fuertemente a mi cuerpo. Con el cuchillo de monte siempre enlazado en mi cinturón salí hacia el exterior de la vivienda. El estrecho callejón se prolongaba hasta las afueras de la aldehuela. Lo recorrí observando bien por todos los rincones para comprobar que nadie me estaba siguiendo u observando. El bar ya había cerrado su puerta. Pocos minutos después, me encontré de nuevo en pleno descampadao cubierto por la niebla. El suelo era rocoso y mis botas camperas, de color marrón, hacían crujir las ramas de arbustos secos cuando éstas se tronchaban. Era como ir escuchando los femidos de una larga fila de condenados a galeras arrastrando los grilletes de sus pies. A veces tenía que ir muy despacio para no resbalar y caer al vacío. Llevaba más de un kilómetro y medio de andadura cuando de repente descubrí una cueva incrustada en una pared rocosa. Sin pensar que podría ser la guarida de algua fiera salvaje entré decididamente en la cueva y contemplé un espectáculo espeluznante. Al final de la cueva, sentado en medio de una enorme cantidad de basura y de excrementos humanos, estaba Judas "El Cero" sentado, con sus piernas delgadas como alambres y dobladas hacia su vientre, junto a una fogata echa de leña y papeles de periódicos que soltaba una espesa humareda. A pesar de ello agudicé la vista y pude comprobar, con total nitidez, que Benicio reía bobaliconamente mientras iba comiendo, con ambas manos, aquella mezcolanza de porquerías y desperdicios que hasta era un insulto para los propios cerdos. Se metía aquella bazofia en la boca, a puñados y, de repente, se quedó paralizado cuando me descubrió, yo siempre en pie, frente a él. Decidí no hacer ningún preámbulo de presentación personal. - Hola, Benicio... - ¡¡No me llames Benicio, señor Escritor!! ¡¡Yo no soy Benicio!! ¡¡ Yo soy Judas "El Cero", señor Escritor!! Soltó una carcajada como de imbécil antes de continuar... - ¡¡Yo soy Judas "El Cero" y eso lo saben todos los demonios del infierno!! Fui tajante y directo. - ¿Por qué? Judas "El Cero" no entendió mi pregunta. - ¡¡Vete de aquí, señor Escritor!! ¡¡Vete de aquí inmediatamente antes de que sea demasiado tarde!! Se limpió la boca con la manga derecha de su roído ropaje y yo le dejé continuar sin hacer movimiento alguno. - ¡¡Malos!! ¡¡Todos somos malos!! ¡¡Y yo el peor de todos!! ¡¡Vete de aquií, señor Escritor!! ¡¡Vete de este maldito lugar a donde has llegado y márchate al maldito lugar de donde vienes!! - ¿De qué lugar crees que vengo, Benicio? - ¡¡No me llames Benicio!! ¡¡Yo soy Judas "El Cero", señor Escritor!! ¡¡Yo soy Judas "El Cero" y eso lo saben todos los demonios del infierno!! - Eso ya me lo has dicho antes. Quiero saber por qué. - ¡¡Malditos seáis tú y todos los que son como tú, escritores de mierda!! - Todavía no me has respondido a mi pregunta. ¿Por qué? Un tremendo relámpago alumbró el interior de la cueva y aquello pareció despertarle por un momento su memoria. - ¡¡Estoy loco!! ¡¡Por que estoy loco!! ¿Alguna pregunta más? - No me preocupa en absoluto si estás loco o no estás loco; así que sólo quiero que me respondas por qué. JudaS "El Cero" escupió en la fogata mientras tomó otro puñado de aquella bazofia maloliente y se lo metió en la boca totalmente desdentada. Después de masticarlo y tragarlo parece que le dolió la garganta y todo el estçomago. Tosió violentamente hasta que, segundos después, vomitó sobre su propio cuerpo. Luego, ya más calmado, por fin respondió a mi pregunta. - ¡¡Yo soy un asesino pero no soy un violador!! ¡¡Justicia!! ¿Qué es la justicia de vosotros los seres humanos? ¿Tú crees en la justicia humana? - Supongo que tengo que creer. Judas "El Cero" se hundió en un profundo silencio, canturreando algo así como una nana infantil ininteligible, hasta que un nuevo y terrible relámpago alumbró otra vez toda la cueva. - Escucha, Benicio. Me importa menos que toda esa mierda que estás comiendo si te consideras basura o no te consideras basura. Lo que quiero saber es cómo era el alma de la niña Rosalía. Yo sí sé lo que es la justicia humana y no estoy muy orgulloso de conocerla pero... ¿tú sabes lo que son las almas de los seres humanos inocentes? Aquello no lo pudo digerir Judas "El Cero" y comenzó otra vez a vomitar antes de responder con las babas cayendo por las comisuras de sus labios amoratados por el frío. - ¿Es que los humanos tenéis alma, señor Escritor? - ¿Por qué no se lo preguntas al Diablo? Mi ataque fue tan directo que Judas "El Cero" hizo ademán de querer levantarse para intentar abalanzarse contra mí. - ¡Cuidado, Benicio! ¡Si te levantas no vuelves a hacerlo más veces en tu miserable vida! ¿Qué es alma de los seres humanos inocentes? Judas "El Cero" vio cómo mi mano iba hasta la empuñadura de mi cuchillo de monte y vio la hoja afilada ya blandido el cuchillo por mi mano. Se volvió a acurrucar sobre su vientre y se tapó los oídos. - ¡¡No quiero seguir oyendo, señor Escritor!! ¡¡No quiero seguir oyendo!! - Me parece que no me has entendido bien. Te repito la pregunta. ¿Cómo es el alma de la niña Rosalía? ¿Te gustaban sus ojos de color azul? ¿Estaba el alma de la inocente Roalía en sus ojos de color azul? A Judas "El Cero" aquello fue como si le hubiesen dado una patada en el bajo vientre y se lo sujetó con ambas manos como si de verdad se la hubiese dado. - ¡¡Los poderes fácticos, señor Escritor!! ¡¡Vete ya de aquí ahora que estás a tiempo!! ¡¡O te matan ellos o te mato yo en cuanto te descuides!! ¡¡Vete ahora de todo este infierno ahora ue estás a tiempo!! - Que yo sepa esto no es el infierno. Me parece que se llama "Molimera" y su paisaje me gusta. Yo no he viusto a Satanás todavía por ningún lado. - ¡¡Vete antes de que ellos se enteren de que has estado hablando conmigo!! - Vaya. Parece que vas por fin entendiendo qué quiero saber. No te procupes tanto por mi vida. ¿Quiénes son ellos? - ¡¡Los poderes fácticos, señor Escritor!! ¡¡Los poderes fácticos de "Molimera"!! - ¿Qué pasa con los poderes fácticos de "Molimera"? - ¡¡Yo soy un asesino pero no soy un violador!! Otro nuevo relámpago encendió con su luz todo el interior de la cueva y de pronto se me aclaró totalmente mi despierta inteligencia. - ¿Estás queriendo decir que tú la mataste pero fueron otros los que la violaron? - ¡¡Lo hice para que no sufriera!! ¡¡Malos!! ¡¡Somos todos malos!! ¡¡Y yo el peor de todos porque no fui capaz de ahorcarme como sí lo hizo Judas Iscariote!! ¿Por qué te crees que nunca dieron ni han dado aviso a la policía? - Eso quiere decir... - ¡¡Vete antes de que te maten. señor Escritor!! ¡¡Eres todavía muy joven para poder comprender!! - ¡Escúchame bien, Benicio! Soy muy joven todavía pero pienso seguir viviendo muchísimos años más porque para eso soy escritor. ¡No me dan miedo ni los poderes de las fuerzas facticas ni el poder de tus ojos de fuegi! ¡Yo soy de Jesucristo y la sangre de Jesucristo me protege! - ¡¡No!! ¡¡No cites a esa persona!! - ¿Por qué? - ¡¡No puedo resistirlo!! - Te vuelvo a repetir que si quieres seguir siendo basura ese sólo es tu problema y no el mío. Mi problema es saber qué es lo que debo escribir. Me gano la vida escribiendo. ¿Sabes lo que es eso? - ¡¡Nunca he creído en los que escriben!! - ¿Porque nunca supiste escribir? - ¡¡Vete ya de aquí!! - Me iré cuando haya terminado mi trabajo. Pero si te interesa saberlo yo sí creo en la justicia humana. - ¡¡Aléjate de mi vista!! - ¿Te doy miedo, Benicio? - ¡¡No soy Benicio!! ¡¡Soy Judas "El Cero"!! Ya había escuchado demasiadas veces aquella frase y ya sabía demasiado sobre al asunto de la muerte de Salvadro y su hijita Rosalía, pero eché una última mirada a los ojos de fuego de aquella siniestra calavera humana todavía viviente y él la hundió entres sus flácidos brazos. - ¡¡Vete ya de mi vista!! - Quiero saber solamente una última cosa, Benicio. ¿Fueron los cuatro al mismo tiempo? - ¡¡Sí!! ¡¡Sí!! ¡¡Sí!! ¡¡Fueron los cuatroro al mismo tiempo!! ¡¡En el pajar de la casa de la viuda Rosaura aprovechando que había muerto Salvador!! ¡¡Yo lo vi todo!! ¡¡Por eso la maté!! ¡¡Para que no sufriera!! Comprendí que ya no tenía ningún sentido seguir allí, volví a sujetar mi ccuhillo de monte en el cinturón, me di la vuelta y salir de la cueva la lluvia comenzaba otra vez a cer en abundancia. Aligeré el paso viendo que la niebla había desaparecido y pocos minutos después ya estaba yo otra vez en el pequeño cuartucho que me servía de habitación. Encendí el conmutador de la luz pero se había cortado la energía eléctrica por culpa de la tormenta. Busqué en el cajón de la mesilla de noche y encontré una vela de sebo. Saqué el mechero de gas y encendí la vela, la dejé apoyada sobre el cenicero de la mesa de madera y volví a colocar los folios blancos ante mi vista. Comencé a escribir sabiendo ya que el título sería Judas "El Cero". - La tromba de agua que caía del cielo me pilló en medio de los montes, mientras caminaba en busca de alguna pequeña aldea para poder inspirarme más allá de la Gran Ciudad. Era una noche cerrada y aullaban, en la lejanía, los lobos. Así que apresuré el paso y decidí que no era cuestión de echarse para atrás sino de intentar alcanzar la meta. Mi objetivo no estaba en detenerme ahora que tenía la oportunidad de escribir algo que fuese, al menos, sobresaliente. La noche, por muy oscura que fuese, no me iba a hacer renunciar a lo que tantos años había ansiado lograr. Me subí las solapas de la gabardina y seguí adelante... FIN
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