Un viaje peligroso sobre el lomo del tren, es una noche tibia, detrás de las nubes negras la luna brilla lúgubre, el destino es incierto. El tren se mueve demasiado, sólo tengo que quedarme quieto, lo peor es el viento.
El tren se detiene, el destino fue sorpresivo. Se trata de un pueblo semidespoblado anclado a un rio de agua cristalina, o azul. Es domingo, en la plaza hay una feria de artesanías. Toda la gente se conoce, me ignoran. Camino por calles de tierra buscando algo para comer, pero allí la gente no vende ni regala comida.
En la orilla del pueblo hay una casa que tiene la puerta abierta, entro. En el patio hay tres personas alrededor de una pequeña maquina que fabrica alimentos, pero la descuidan por un momento. Cuando se enteran yo ya estoy del otro lado del río con la maquina bajo el brazo.
El pueblo entero comienza a buscarme por todas las calles, por todas las casas, por todos los árboles; los jóvenes más atléticos ya están cruzando el río, y yo con toda mi inteligencia, apenas he logrado hacer funcionar la máquina para obtener de ella un mezquino huevo frito. Mientras me llevo desesperadamente el bocado a la boca, un joven violento salta y cae a escasos dos metros mío, me quedo perplejo en tanto aparece otro cerca suyo, atrás de ellos aparece uno más. Un viejo de esos fortachones se abre paso hacia mí con un garrote en la mano, yo mastico rápidamente y cuando el viejo fortachón levanta el garrote, yo… trago.    
  
  Josué Josué