Mario (Cuento Juvenil)
Publicado en Nov 25, 2013
El presupuesto no le daba más que para café con leche aquel sábado de gloria y eso sin contar que todavía debía diez céntimos desde el lunes pasado; pero la inocencia era su tarjeta de crédito. Soñana... soñaba mientras tomaba lentamente del vaso de cristal... con ser el puntero izquierdo de la Selección Nacional de Fútbol. Sentía una corazonada de que podía ser cierto. Aquí se respira bien, pensó para sus adentros. Aún no ha claudicado Mario. Se acabó la rabia de tener que estar siempre sentado en el banquillo de los suplentes.
Tan amigos eran Iriarte y él que vivía con la Familia Iriarte, su profesor de Matemáticas, mientras el retrato de Elisa siempre iba conn él, guardado muy cerca de su coraz-on, a todas partes. Los novios no son para estar separados, siguiño pensando Mario mientras recordaba el viaje que habían llevado a cabo hasta allí donde los pocillos les habían servido de asietnos. Déjanos caer, por favor Dios mío, déjanos caer. Pero no cayeron sino que ella le invitó a subir hasta el altillo. Tostadas. El régimen de tostadas parecía aquella despedida imprevista. Fue entonces cuando, para calmar sus iras, sintió ganas de embromar y, levantándose cuidadosamente para no llamar la atención, se acercó al teléfono público y, echando la única moneda que le quedaba, avisó a los bomberos anunciando que el bar Musak ardía por los cuatro costados. La expresión de la cara de Musak cuando vio llegar a los tres coches de bomberos, con las sirenas a todo volumen, fue de órdago a la grande. El din de la disnea. Aquello parecía el fin de la disnea en medio de la noche de los feos. Así que, mientras disimulaba para no ser descubierto, volvió a pensar en Elisa y la nombró, para sus adentros, Miss Amnesia. Y es que no recordaba cómo la había conocido pero le parecía la chavala más guapa, más sexy y más atractiva jamás conocida en el Universo. Acaso irreparable era que, al fi8nal, debería ser descubierto como autor de la pesada broma de los bomberos. El péndulo de su conciencia iba de un lado a otro de su corazón mientras se dio cuenta de que, aquella broma, podría costarle cinco años de vida en la cárcel. Los astros y vos estáis más locos que esto de escuchar a Mozart mientras sigo soñando. Sobre el éxodo de sus amigos no pensó nada. Estaba completamente solo en medio de la barahúnda. Gracias, vientre leal, siguió meditando al darse cuenta de que el café no le había sentado nada mal. Ahorta sólo sentía pena por Pequebú, su hermano pequeño que nunca podía jugar al fútbol como él. en el hotelito de la rue Blomat, frente a la cafetería de Musak, la vecina orilla de los millonarios era algo inalcanzable. Así que se dedicó a memorizar las geografías físicas de todos sus compañeros de equipo. De puro distraído que estaba apenas se daba cuenta de que por la emisora de radio sonaba una balada dedicada a él por parte de Elisa. Para él era el reino de los cielos. No era el rocío lo que se había adherido a la ventana sino la cara de Pequebú observándole como pidiendo la oportunidad de su vida. ¿Dejarle el lugar de puntero izquierdo en el Esparta? ¡Nunca! ¡Jamás! La película de Los puentes como liebres era la última imagen que le llegaba de cuando se iniciaron en esto del fútbol. Así que a Pequebú sólo le quedaba dedicarse a hacer manualidades porque él, Mario, no le iba a permitir jugar de puntero izquierdo titular. Para olvidarse de Pequebú se volvió a centrar en los recuerdos de Elisa. Aquello parecía una autobiografía del sexo de los ángeles. Pequebú era, para Mario, el puerco espín mimoso pero traicionero y la víspera, aquella víspera de partido dominical, era como uin veivén sobre el césped del terreno de juego. Un fin de semana donde debería demostrar al míster Jacinto que él merecía ser titular indiscutible. Soñó que estaba preso por culpa de la broma de los bomberos, miró hacia la ventana y ya no estaba allí Pequebú. No hay sombras en el espejo, siguió meditando, y levantándose tras terminar su café con leche se despidió de todos los allí reunidos que eran más o menos hipócritas en aquella vida que siempre había tenido que soportar.
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