Diez meses ( 5 )
Publicado en Nov 27, 2013
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La última vez que bajó precipitadamente de un autobús, iba de la mano de su madre. Pocas veces conseguían llegar a su destino sin ningún contratiempo. Lo más frecuente era que tuvieran que abandonar cualquier vehículo en cuanto su cara comenzaba a palidecer. Alicia recordaba con toda claridad la ansiedad con la que vivía aquellos episodios y, sin embargo, desearía que lo sucedido hoy fuera un simple mareo como los que sufría siendo niña. Cuando logró controlar la respiración y ubicarse se dio cuenta de que no se encontraba muy lejos de casa. Deseosa de hallar un poco de tranquilidad, abandonó la calle principal con la misma urgencia con la que había abandonado el autobús, adentrándose por una calle lateral más silenciosa Las aceras se redujeron considerablemente y tuvo que recurrir a la carretera para poder mantener el ritmo de su acelerada marcha. Estaba inquieta. Si se repetían las dificultades con el transporte, desplazarse por la ciudad podía resultar complicado. El modesto escaparate de una librería la impulsó a cruzar la calle. Buscando el efecto relajante que en ella ejercía la biblioteca empujó la pesada puerta de cristal. Detrás de un reducido mostrador había un joven absorto en el ordenador. La campanilla que se agitó al abrir la puerta apenas le hizo desviar la atención de la pantalla. Impresionada con la amplitud del local Alicia bajó los tres escalones que tenía delante. Las paredes de libros se extendían más allá de la galería que rodeaba toda la librería. Una cadena en la escalera que daba acceso a la galería limitó su curiosidad a la planta baja. En el centro de la habitación, una sólida mesa de madera acogía, en perfecto orden, los libros de reciente aparición, así como los más vendidos. La palabra felicidad, escrita en grandes letras de color rojo, atrajo su atención de inmediato eclipsando al resto de los libros. Se trataba de una guía que pretendía enseñar a ser feliz. El autor garantizaba el éxito con sólo aplicar el sentido común. Tanta sencillez la hizo dudar y volvió a dejarlo en la mesa. Se unió, en la sección de poesía, al único cliente que, además de ella, se encontraba en la librería. Dirigió una rápida mirada a la mujer que estaba a su lado. Una espesa cabellera le ocultaba la cara y sólo pudo ver unas gafas, de gruesa montura, caídas en el límite de la nariz. Sujetaba bajo el brazo varios libros, a la vez que leía la contraportada de otro. Deslizándose por detrás de ella se aproximó a una mesa más humilde que la anterior. La rodeó dos veces antes de seleccionar un libro. – ¿Puedo ayudarla? Alicia supo que había perdido la noción del tiempo cuando vio al joven, que se había mostrado indiferente a su llegada, frente a ella y no encontró ni rastro de la mujer de larga melena. –Sólo miraba. –Cerramos en cinco minutos. –Gracias – dijo Alicia. Con el responsable de su despiste en la mano se encaminó hacia el mostrador rodeando, nuevamente, la mesa donde se encontraban las novedades y los libros con mejor aceptación entre el público. – Es muy joven para necesitar este libro ¿Está segura de querer llevárselo? Con gesto grave, sujetando la guía de la felicidad en alto, un hombre de mediana edad la miraba fijamente desde el otro lado del mostrador. Alicia hizo un breve recorrido por los libros que había leído, recientemente, en su particular búsqueda de una causa que arrojara algo de luz sobre el desasosiego que la invadía. –No creo que me sirva de mucho – dijo al fin. El hombre mantuvo la mirada de Alicia quien, más intrigada que incomoda, puso su mano sobre el libro de poesía. – Me llevo este. – ¿Me permite una sugerencia? Antes de que Alicia pudiera decir nada, el hombre retiró la cadena de la escalera que conducía a la galería. Regresó al cabo de unos minutos con un pequeño libro entre sus manos. – A veces es conveniente dar un rodeo para definir el fin que perseguimos.
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Josep
Saludos cordiales, voy leyendo tu historia con interés.
carmen garcia tirado