Historia de "Thaler" (Novela) -Captulo 15-
Publicado en Nov 28, 2013
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Historia de "Thaler" (Novela) -Capítulo 15-
 
17 de octubre de 1908. Mercadillo principal de la ciudad de Los Ángeles de California, en los Estados Unidos.
 
- ¡Felices los ojos que te ven, Paul Anaconda! ¡Felices los ojos que te ven aunque seas más golfo que el de la bahía de San Francisco!
- ¡¡Malo, malo, malo!!
- ¿A qué viene tanta carga negativa, zarrapastroso?
- ¡Siempre que te acercas a mi tenderete acaba todo mal, Sherwood Swart!
- Eso era antes. Hoy te prometo que soy como un hombre nuevo y espero que tengas alguna novedad interesante. ¡Mira lo que te he traído!
 
Sherwood Swart sacó a "Thaler" del bolsillo trasero de su pantalón y se lo enseñó tan de cerca a Paul Anaconda que estuvo aplastando, durante unos segundos, el dólar contra la enorme nariz de éste. 
 
- ¡¡¡Ufffff!!! ¡¡¡Ufffff!!!Ufffff!!! Que... que... que... que me asfixias so bruto.
 
Sherwood dejó de aplastar la enorme nariz de Paul y dejó que este cogiera el dólar y, después de mirarlo cuidadosamente, comenzó a morderlos haciendo rechinar sus dientes mientras en su gran nariz la moneda había dejado un visible círculo rojo.
 
- ¡¡¡Sssshhhh!!! ¡¡¡Sssshhhh!!! ¡¡¡Sssshhhh!!!
- ¡¡Deja de hacer eso con tu dentadura postiza, estafador, delincuente, robaperas, gandul,  hindú estraperlista!!
 
Paul dejó de morder a "Thaler" y se lo metió en el bolsillo de su chaleco pakistaní. 
 
- ¡¡Malo, malo, malo!!
- ¿Me estás intentando decir que "Thaler" es más falso que todas tus bisuterías baratas?
- Para ya el carro, Sherwood, o comienza la guerra de las naranjas otra vez entre tú y yo. En primer lugar no soy ningún estraperlista ni tampoco exactamente hindú sino pakistaní. ¡Algún día alcanzaremos la independencia!
- ¡Escucha, norteamericano postizo! Déjame de política barata y que conste que no he venido a pelear otra vez contigo a naranjazo limpio sino a saber qué me puedes dar a cambio de "Thaler".
- ¡¡¡Malo, malo, malo!!! ¡¡Cada vez estás poniendo peor el día!! ¡Yo jamás trafico con personas!
- Pero... ¿por quién me estás tomando, Anaconda?
- ¿Quién es "Thaler", Swart?
- ¡Jajaja! ¿Te has pensado que es algún niño inocente que te ofrezco para que lo pongas en el negocio de los mafiosos por donde deambulas de vez en cuando, gañán de mala vida?
- ¿Entonces quién es "Thaler"?
- Ese hermoso dólar que te has guardado en el chaleco creyendo que no te estaba observando. 
- ¿Me tomas por un burdo ladrón?
- Por un burdo ladrón y por un burdo buhonero. ¿Qué puedes darme por él?
- Tengo unas zapatillas de esparto que son capaces de domar a la mujer más brava que te puedas imaginar. 
- ¿Cómo cuánto de duras son?
- ¿Las mujeres angelinas? ¡Tú bien sabes lo duras que son las mujeres angelinas cuando recibes las palizas que recibes por parte de tu señora esposa que son bien conocidas en toda esta ciudad!
- ¡Deja mi vida privada en paz, charlatán de feria de tercera categoría! ¡¡Me estoy refiriendo a las zapatillas, atontado!!
- Bueno, pero no te enfades...
- Me enfado cuando me enfado y no sabes tú bien cómo soy cuando me enfado cuando me enfado.
- No hay problema alguno, Sherwood. Tengo por costumbre dejar que mis clientes siempre prueben y comprueben la calidad de todos mis productos.
- ¿De verdad o de mentira?
- De verdad. ¡Pon un momento tus dos manos enseñando sus palmas y acércalas hacia mí!
- Como sean de poca dureza te estrangulo, Paul, con estas manos que ves aquí.
 
Sherwood Swart acercó las palmas de sus manos a Paul Anaconde quien, sin perder el tiempo y más rápido que un rayo veloz, tomó la primera alpargata de esparto que encontró entre las muchas que allí había y atizó con ella tres golpes seguidos en cada una de las palmas de las manbs de Sherwood Swart.
 
- ¡¡¡Zas!!!
- ¡¡¡Ay!!!
- ¡¡¡Zas!!!
- ¡¡¡Ay!!!
- ¡¡¡Zas!!!
- ¡¡¡Ay!!!
- ¡¡¡Zas!!!
- ¡¡¡Ay!!!
- ¡¡¡Zas!!!
- ¡¡¡Ay!!!
- ¡¡¡Zas!!! 
- ¡¡¡Ay!!!
- ¿Te ha convencido el producto? 
- No me ha convencido para nada de nada. ¡Necesito otras más duras!
- Espera un momento que aquí tengo las que necesitas, necio. 
 
Paul Anaconda escogió la alpargata de esparto más dura que había en el tenderete y volvió a llevar a cabo la prueba.
 
- ¡Pon otra vez las palmas de tus manos, Sherwood!
- ¡Con mucho gusto, Paul!
- El gusto es mío. Jijiji.
 
El mercader pakistaní nacionalizado ya norteamericano volvió a repetir los alpargatazos pero ahora de manera duplicada. 
 
- ¡¡¡Zzaass!!!
- ¡¡¡Aayy!!!
- ¡¡¡Zzaass!!!
- ¡¡¡Aayy!!!
- ¡¡¡Zzaass!!!
- ¡¡¡Aayy!!!
- ¡¡¡Zzaass!!!
- ¡¡¡Aayy!!!
- ¡¡¡Zzaass!!!
- ¡¡¡Aayy!!!
- ¡¡¡Zzaass!!! 
- ¡¡¡Aayy!!!
 
Terminada la prueba, las palmas de las manos de Sherwood estaban más rojas que dos brasas ardientes; así que éste se las metió entre su entrepierna para poder soportar el dolor. 
 
- ¡¡Caramba!! ¿De dónde has sacado este material?
- Si quieres podemos hacer otra prueba para que termines de estar satisfecho...
- No, Paul. ¿Es de verdad y cierto que todos tus clientes tenemos derecho a comprobar la calidad de tus objetos?
- ¡Totalmente de verdad y cierto! ¡¡Mi palabra es mi palabra!! ¿Te llevas o no te llevas las alpargatas?
- Es que acabo de cambiar de opinión. ¿Puedes acercar un momento tu cabeza como si te fuesen  a coronar como emperador de California entera?
 
A Paul Anaconda le salió a la superficie su desmedida egolatría. 
 
- ¿Emperador de California entera? ¡¡¡Qué ilusión!!! ¡¡¡Qué ilusión!!! ¡¡¡Qué ilusión!!!
 
Y comenzó a dar tales brincos de alegría que no se dio cuenta de que estaba haciendo el ridículo frente el público hasta que pisó una caca de vaca muy reciente y se cayó de bruces manchándose el chaleco pakistaní. 
 
- ¡Ayúdame a levantarme, Sherwood, por fa!!!
- Por fa te ayudo pero por fa acerca tu cabeza hacia mí. 
 
Sherwood Swart levantó a Paul Anaconda del suelo.
 
- ¡Siento lo de la mancha de caca de vaca en tu precioso chaleco!
- ¡¡No me lo recuerdes por fa!!
- ¡Pon la cabeza por fa!!
 
Cuando Paul Anaconda obedeció la orden de Sherwood Swart, éste agarró un cubo de aluminio que encontró colgado de un gancho del tenderete, tapó la cabeza del mercader con el cubo y, tomando una maza de hierro que también encontró en el tenderete, comenzó a aporrear el cubo hasta doce veces seguidas y con toda su energía muscular.
 
- ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boinggggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!! ¡¡¡Boingggggg!!!
 
Totalmente aturdido por aquellos tremendos porrazos, Paul Anaconda comenzó a dar vueltas sin dirección alguna totalmente mareado hasta que, resbalalndo otra vez en la fresca y grande caca de vaca, salió disparado hacia atrás y, al caer de nuevo al suelo, el cubo salió despedido haciendo un ruido de metal que escandalizó a todo el público asistente.
 
- ¡¡¡Cliiiinnnnkkkk!!! ¡¡¡Cliiiinnnnkkkk!!! ¡¡¡Cliiiiinnnnkkkk!!!
 
Paul se levantó como pudo y totalmente extenuado...
 
- Te... te... te...
- ¡No! ¡No quiero comprar té, Paul Anaconda!
- Perdona pero no he dicho te con acento en la é.
- Entonces... ¿qué demonios quieres decir?
 
El mareo volvió a obnubilar el cerebro del mercader que ahora llevaba también manchada de caca de vaca la parte trasera de su chaleco y despedía un mal olor insoportable.
 
- ¡Habla pronto que nos estás atufando a todos!
- Te... te... te... ¡¡¡te llevas o no te llevas el cubo!!!
- Pues va a ser que no. 
 
Rojo de ira, Paul Anaconda cogió una naranja del tenderete de al lado donde otro mercader vendia toda clase de frutas y la arrojó contra Sherwood Swart pero de manera tan desviada que golpeó sobre un botijo de origen español que estaba colgado de un gancho del tenderete. El botijo cayó sobre la cabeza de Sherwood Swart quedando éste totalmente grogui. 
 
- ¡¡¡Craaaacccckkkk!!!
 
Mientras el botijo se partió en mil pedazos, Paul Anaconda se asustó y corrió a socorrer a Sherwood Swart, le levantó y le sentó en una de las sillas de tijera que vendía a los consumidores de baratijas y que, ante el peso de Swart, se desbarató y se vino abajo cayendo Sherwood otra vez al suelo. 
 
- ¡Por Alá! ¡A lo mejor es que lo he matado!
- ¡Alá! ¡Alá! ¡Alá! ¡No digas tantas barbaridades porque todavía estoy vivo y vuelve a tu lugar porque esto va a terminar como siempre termina entre tú y yo!
 
Paul Annacone sabía lo que estaba diciendo Sherwood Swart. ¡Era otra vez la guerra de las naranjas! Ambos, situados ya en sus lugares de combate, comenzaron a tomar naranjas del tenderete del frutero de al lado y comenzó una batalla interminable hasta que se terminaron todas las existencias y ambos presentaban tantas heridas que tuvieron que ser asistidos por una dama de la caridad que pasaba en esos momentos por allí y que acudió a ver lo que sucedía asustada por los gritos que lanzaba el frutero. 
 
- ¡¡¡Mis naranjas!!! ¡¡¡Mis naranjas!!! ¡¡¡Mis naranjas!!! ¿Quién me paga mis naranjas? 
 
La buena samaritana entregó un cheque al portador al frutero. 
 
- ¡Cállese ya por favor y deje que siga atendiendo a estos dos caballeros que parecen algo así como que han llegado de la batalla de Waterloo!
 
Mientras Sherwood Swart se negó a seguir siendo atendido por la buena señora samaritana debido a que se podía enterar su esposa y recibir una paliza de órdago, a Paul Anaconda, que era un solterón empedernido, le gustó las atenciones de aquella dama. 
 
- Me llamo Paul Anaconda, solamente Paul para usted bella dama, y es un grato placer ser atendido por unas manos tan hermosas. 
 
Ella se ruborizó. 
 
- Jijiji. Eso es porque usted me ve con muy buenos ojos.
- Con los que tengo, mi gran señora. 
- De momento todavía no soy su señora. 
- Pero yo la tomo como cual porque soy todo un caballero medieval y mis ojos no han visto nunca tal maravilla humana. 
- ¡Sus ojos! ¡¡Madre del Amor Hermoso cómo tiene usted sus ojos de amoratados!! ¡¡¡Permita que intente curar todo lo que pueda!!!
- Enicantado, mi bella damisela, pero siempre que acepte usted tomar un café conmigo. 
- ¿No le parece una osadía de su parte?
- Me parece que usted se lo merece...
- ¿De dónde viene ese olor tan nauseabundo?
 
Paul Anaconda se quitó rápidamente el chaleco pakistaní y lo arrojó tan lejos que fue a chocar contra un enorme perro que estaba dormitando y que, al recibir el impacto, se lanzó contra Paul y la samaritana con tal ganas de devorarlos vivos que tuvieron que salir a toda velocidad del mercadillo hasta que, en la primera plazoleta que encontraron, se dieron cuenta de que el perro ya no les seguía. 
 
- Entonces... ¿acepta ese café?... 
- Pero... todavía no conoce usted ni cómo me llamo yo...
- ¿Cómo se llama usted, bella dama?
- Andrea Jeger. Me llamo Andrea Jeger para servirle a usted y a todos los necesitados como usted. Soy de las puritanas sufragistas que van haciendo obras de caridad por toda California.
- Entonces... y ya que a esa fiera en forma de perro no se le ve por ninguna parte... espere a que vuelva por mi chaleco.
- ¡Deje el chaleco ya buen mozo!
- Es que allí tengo a "Thaler" y sin "Thaler" no le puedo invitar.
- Está bien. No importa que tengamos un personaje presente. En realidad no tenemos nada que ocultar porque nuestro amor es puro; solamente platónico nada más. 
- ¡Jajaja! ¡"Thaler" no es un personaje, por lo menos todavía!
- ¿No me diga que usted tiene malas compañías? ¿Es usted amigo de gentes de tan baja estofa que no son personajes?
- No se asuste, bella damisela. Lo que sucede es que "Thaler" es un dólar muy especial. ¿Me promete que me va a esperar?
- Le prometo que le espero en la cafetería de Tim Millison. Prefiero que me invite usted de buena gana, caballero tan generoso, a un café pero de mala gana le pido yo que venga sin ese chaleco de olor tan repugnante.
 
Lleno de alegria por su éxito con la buena samaritana puritana, Paul se dio le media vuelta con tan mala fortuna que se enredó las dos piernas y cayó al suelo mientras Andrea Jeger se apresuró a levantarle.
 
- ¡Va usted a matarse en una de estas, mi adalid! 
 
Rojo de vergüenza y sin saber qué significaba lo de adalid, Paul Anaconda recompuso su figura, soltando una tan grande polvareda que hizo estornudar a Andrea.

- ¡¡¡Aaaaatchisssss!!!
- ¿Adalid? ¿Ha dicho usted adalid?
- Eso he dicho. 
- ¿Y eso es bueno o es malo?
- Eso es muy bueno para las pobres solteras como yo.
- Aclarado entonces que yo soy su salvador espéreme en la cafetería de Tim Millison que rápidamente estoy de vuelta. 
- Pero no tarde mucho en volver.
- Eso no depende de mí. 
- Claro. Depende de Dios. 
- ¡No! ¡Esta vez me refiero a ese perro tan monstruoso!

- Pues no se preocupe usted tanto de ese perro tan monstruoso y tenga cuidado con las cacas de vaca que tanto abundan por este lugar. ¡Dios mío que peste!
 

Y sin decir nada más, observando que el perro monstruoso se había perdido de vista, Paul Anaconda, totalmente emocionado y conmocionado, se marchó en busca de "Thaler" sorteando las diversas cacas de vacas que había en aquellas calles. 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Novela de Ficcin.

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