Diez meses ( 7 y 8 )
Publicado en Dec 06, 2013
7
La salida del tren era inminente cuando una viajera rezagada irrumpió en el andén. A cierta distancia, una voluminosa maleta la seguía, sorteando, sin problemas, a las pocas personas que quedaban en el andén. Visiblemente fatigada se detuvo al llegar a la cabecera del tren. Después de palpar una chaqueta de corte masculino, sacó de uno de los bolsillos un billete idéntico al que Alicia tenía entre sus manos. Pasó unos instantes concentrada en la cartulina amarilla antes de retomar la maleta y retroceder parte del camino recorrido. Con ambas manos levantó la maleta del suelo y subió a uno de los vagones centrales. Alicia introdujo el billete entre las páginas del libro. Planear la breve escapada del fin de semana le había liberado, por unas horas, de la apatía en la que estaba inmersa. Aunque en un principio no pensó en serio en realizar el viaje, pues el pueblo de Amalia estaba a una distancia considerable para los dos días libres de que disponía, la idea de abandonar el entorno tan cerrado en el que se movía a diario se fue haciendo más atractiva hasta convertirse en una necesidad. Estaba convencida de que, durante la hora que pasaron hablando por teléfono, Amalia había percibido esa inquietud en ella. Teniendo en cuenta las evasivas con las que había desatendido sus anteriores invitaciones para que fuera a conocer el pueblo, no tenía mucho sentido que renovara su ofrecimiento. Pero lo hizo, y esta vez no dudo en aceptar la oportunidad que se le presentaba de salir de la ciudad. A través de los altavoces se anunció algo ininteligible y el tren inició la marcha. Desde el andén, Alicia lo vio perderse en la maraña de vías que se extendían, más allá, de la estación. 8 Mientras esperaba la salida del tren y observaba el ir y venir de los pasajeros, Alicia cayó en la cuenta de que la única maleta que tenía era excesivamente grande para un viaje tan corto. Ese era el motivo de que se encontrara en casa de Elena sujetando la escalera desde la que su cuñado intentaba acceder al trastero y a un bolso de viaje que se le resistía. – ¿Qué haces leyendo filosofía? – preguntó Elena. La pregunta cogió por sorpresa a Alicia, que sólo acertó a decir que el libro era prestado. Marta se dejó ver al final del pasillo con la boca sospechosamente abultada, y Alicia comprendió tarde que había abandonado la mochila a su suerte. – ¿Quién te lo ha prestado? Alicia le contó lo sucedido en la librería que encontró por casualidad camino de casa, pero a Elena le parecía raro. – ¿Y si no te gusta no te lo quedas? –Sus palabras exactas fueron” si no le es de utilidad.” – ¿Es éste el bolso? – preguntó Miguel enseñando una bolsa de deporte azul. –No, es marrón – dijo Elena molesta con la interrupción. Alicia, que se había olvidado de su cuñado, volvió a sujetar la escalera. –No lo entiendo – dijo Elena. Sentada en el suelo del concurrido pasillo, Marta miraba alternativamente a una y a otra a la vez que se esforzaba en reducir el amasijo de caramelos que se le había formado en la boca. –El libro que elegí no me convencía, supongo que quería aconsejarme. – ¿Sin cobrarte? Alicia reconocía que la situación no era muy habitual. Claro que era normal que en una librería aconsejaran a un cliente, pero sin que éste lo solicitara ya no resultaba tan normal; y menos aún si con su intervención renunciaban a una buena venta. La guía de la felicidad costaba el triple que aquel librito que tanto revuelo estaba causando. –Tal vez sea una nueva técnica para captar clientes- dijo Alicia en un tono despreocupado. – ¡Ya lo tengo! – dijo Miguel agitando triunfante el bolso marrón y llenando a todos de polvo. En ese momento Alicia decidió que lo primero que haría a su regreso del pueblo sería comprar una maleta que se adaptara a sus necesidades. Después de cenar, Alicia fue a despedirse de Marta. De su habitación salía un débil resplandor que iluminaba parte del pasillo. Se asomó por la puerta entreabierta. Marta coloreaba de negro el tejado de una casa. Una sonrisa en la carita de la niña le indicó que había sido descubierta. – ¿Te vas? –Si, es tarde. Alicia abrió la puerta por completo. Algunas pinturas habían rodado por la mesa para detenerse en la alfombra junto a una muñeca a medio vestir y las piezas desparramadas de un puzzle. Un tanto abandonados, los peluches se dividían entre una estantería, a la que Marta no alcanzaba si no era subiéndose en una de las sillas que acompañaban a la mesa en la que ahora dibujaba, y la cama. Más accesible, una segunda estantería se iba llenando con los cuentos que Alicia compraba. –Tía, ¿de qué es tu libro? – preguntó Marta girando la hoja de papel hasta dejar el tejado boca abajo. Alicia miró la sillita vacía y optó por sentarse en la cama. –De gente que está perdida. – ¿Dónde se pierden? –En todas partes. Marta dio por terminado el dibujo y corrió a subirse encima de Alicia, provocando la risa de ambas. – ¿Encuentran el camino de su casa? – ¿Quién? –La gente de tu libro – dijo Marta impaciente. –No dejan de intentarlo. –Yo sé venir sola del colegio. – ¿Me das un beso? Los labios de Marta se apretaron con fuerza en la mejilla de Alicia para abrirse después en un disimulado bostezo. –Es hora de dormir – dijo Alicia. – ¿Puedo ir contigo a ese pueblo? –Esta vez no, pero te traeré una cosa. –Vale. –Vale – repitió Alicia alborotando el pelo de la niña. – ¿Sabéis qué hora es? – se escuchó la voz de Elena acercándose por el pasillo. Marta y Alicia sonrieron en silencio. –Buenas noches. –Adiós, tía. El parpadeo de la luz roja que emitía el tercer botón del ascensor advertía de una puerta abierta en alguna parte del edificio. –Deberías aprovechar estos días para descansar. Podrías ir en verano, con más tranquilidad. Seguro que Amalia lo comprende – dijo Elena golpeando por tres veces la puerta del ascensor. El verano quedaba demasiado lejos para entrar en los planes de Alicia. –Ya tengo los billetes, no puedo aplazarlo. Todos los botones quedaron a oscuras hasta que Alicia presionó el que mostraba una flecha indicando la dirección de subida. –Me sentará bien un cambio de aires – dijo Alicia apropiándose de las palabras de María cuando le dijo que el trabajo le impediría ir a la sierra. –Es posible – admitió Elena. –Te llamo a la vuelta – dijo Alicia entrando en el ascensor. –Hay algo que no término de entender – dijo Elena, impidiendo que la puerta del ascensor se cerrara –. ¿Por qué te recomendó ese hombre un libro de filosofía? ¿De qué trataba el libro que habías elegido tú? –Nunca está de mas reflexionar sobre uno mismo – dijo Alicia obviando la segunda pregunta. – ¿Qué tienes que pensar? Eres joven, tienes salud, un trabajo seguro y si te lo propusieras, podrías encontrar una pareja. ¿Por qué te empeñas en complicarte la vida? –No lo sé, puede que este libro – dijo Alicia tocando la mochila – me ayude a comprender por qué todo eso no es suficiente. Elena hizo el gesto característico de negar con la cabeza que Alicia conocía tan bien. –No te olvides de llamar – dijo Elena soltando la puerta del ascensor.
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