El viento secular desteje
sus veranillos en las casas amarillas:
Brota de las páginas y los troncos
y se desliza en el lenguaje y sus cuchillas.
Lo siento como garras en mi perfil óseo
mientras me inclino a recoger añoranzas.
Un entierro atraviesa la avenida
y miríadas de obituarios le acompañan.
Sólo somos fragilidades: solos de flauta o de violín
y vemos, oímos y tocamos por un tiempo.
Pero me maravilla existir en estos relieves
entre lo perdurable y lo imperdurable.
Me gusta tenderme entre apretujadas gavillas
y ver los artilugios de la luz y del aire.
Me gusta hablar bajo y conversar en voz alta
ondear entre configuraciones y atardeceres.
Sentir el humor de páramos abyectos
y ver a los cínicos perderse en su estrabismo.
Ver el nacar santo en las faldas de las veinteañeras.
Ver las ideas sugestivas horadando las peñas.
Me gusta deslizarse entre hondos sustantivos
y ver la gran idolatría que se tienen las parejas.
Juntar los egos y sus alter egos
perderme entre los viejos y sus ristras lisiadas.
Ver los espectáculos de la cohetería.
Tocar los infinitos surcos del arado en la tierra.
Me gusta ser una duda en un festejo
donde las mujeres se visten de champaña
y hacerme a la mar sin retaliación alguna.
Reaccionar con el agua y sus amorosas espumas.
perseguir a las tòrtolas que pisan mi camino
y, a veces, dejar las tensiones al garete.
Me gusta ser protagonista y protagónico
y creer que mi rostro durará para siempre.